Recomenzar desde Cristo
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Recomenzar desde Cristo

Reflexión para el Segundo Momento (\"Juzgar\") en las sesiones plenarias de la Primera Asamblea Eclesia. Centro de Peregrinos de Schoenstatt, 11 de octubre de 2007

Fecha: Jueves 11 de Octubre de 2007
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Cristián Contreras Villarroel

Introducción

Ayer contemplamos la realidad con los ojos y sentimientos del Señor, y en la jornada de este día queremos acoger la V Conferencia de Aparecida como marco de referencia para nuestra acción evangelizadora. Lo hacemos a la luz de los aportes llegados de las diócesis, de otras instancias eclesiales y considerando las últimas Orientaciones Pastorales. Para eso nos preguntamos ¿qué elementos debemos mantener, reforzar o incorporar en el servicio evangelizador?

El Documento de Aparecida nos explica que la acción de juzgar supone, junto con ver la realidad a la luz de la Providencia de Dios, juzgarla según Jesucristo, “camino, verdad y vida”. Por eso el trabajo de hoy quiere invitarnos a juzgar, según los criterios del Señor, de qué manera aquello que deseamos mantener, reforzar o incorporar en la pastoral es un autentico camino para profundizar el encuentro personal con Él.

1. Aspectos que nos confirma la V Conferencia de Aparecida, es decir, aquellos que hay que mantener, constatamos los siguientes:

1.1. La centralidad de Cristo en nuestra vida y la vida de la Iglesia

Los cristianos nos hemos encontrado personalmente con Jesús, y lo hemos descubierto como Aquél que da sentido hondo a todo lo que somos y hacemos. Por eso nos sentimos llamados a liberarnos de nuestra monotonía y romper nuestras ataduras para profundizar cada vez más este primer encuentro que nos llena de alegría. El Documento de Aparecida (DA), lo expresaba diciendo: “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado” .

Toda la acción pastoral de la Iglesia está cimentada en este encuentro, que se vuelve anuncio de una buena noticia. La V Conferencia asume la clara sentencia del Papa Benedicto XVI en su primera Encíclica “Deus caritas est”: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y con ello, una orientación decisiva” .

Pero este encuentro personal con Jesucristo debe ser objetivado; debe ser discernido. Nadie puede constituirse en la medida de sí mismo; mucho menos en la medida de los demás. Bien sabemos de la falacia que significa declararse católico o cristiano a “mi manera”. En efecto, es a la manera de Cristo, es decir del Señor y Maestro, que somos auténticos discípulos misioneros. Por eso, es el mismo Señor quien nos inserta en la comunión de la Iglesia que, por la presencia de su Espíritu, nos da la certeza que Él mismo Señor del encuentro personal es quien está presente en otros encuentros personales. De este modo, la Iglesia se constituye en espacio de comunión, participación y corresponsabilidad con el Señor y con los hermanos que favorece el crecimiento de la fe y anima el testimonio eficaz en la sociedad.

1.2. Discípulos misioneros para la Vida

Un segundo aspecto que el Documento de Trabajo elaborado desde las diócesis y otras instancias eclesiales reconoce en el Documento de Aparecida es la identificación con esa nueva expresión acuñada por los padres de Aparecida: discípulos misioneros. Lo constitutivo de esta realidad no son dos expresiones sucesivas de la experiencia cristiana, sino dos caras de una misma medalla, como señalo el Papa Benedicto. Acoger a Jesús en la propia vida nos urge de inmediato a proclamar el gozo de haberlo conocido. Y al proclamarlo nos hacemos testigos de su vida, somos sus discípulos misioneros. Así le sucedió a aquellos discípulos de Juan Bautista que descubren en Jesús al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo: “Señor, ¿dónde vives? Vengan y verán. Fueron y vieron. Era como la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: hemos encontrado al Mesías (…) Y le llevó donde Jesús” (cfr. 1, 35ss). Y así, todo el resto del capítulo 1 del Evangelio de San Juan es una exposición del dinamismo del encuentro personal con Jesús y el consecuente anuncio misionero. Sin la experiencia vital cercana a la “hora décima” es difícil el anuncio. Cada uno de nosotros debe descubrir su “hora décima” del encuentro con el Señor.

Por otra parte, la V Conferencia nos invita a revitalizar el espíritu misionero muy presente en nuestras pastorales. Pero ya no se trata sólo de acciones misioneras, sino de una actitud permanente que brota del encuentro con Cristo. De este modo, si ese encuentro es débil, también lo será nuestra respuesta misionera. El llamado misionero no se limita a un mes misionero o a una misión en verano, sino que es fruto de nuestra fidelidad a la vida en el Espíritu. Como consecuencia nos percibimos como una Iglesia en estado de misión. El Documento de Aparecida señala la misión como algo propio de la vida del discípulo: “la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Esto es en definitiva la misión ” .

La espiritualidad del discípulo misionero brota, por lo tanto, del encuentro personal con Jesucristo que despierta en nosotros el deseo tan sentido de la formación permanente, especialmente a través de la Palabra de Dios y de la vivencia personal y comunitaria de los sacramentos, particularmente de la Eucaristía.

1.3. La mirada creyente de la realidad y de compromiso con los pobres y excluidos

Una tercera dimensión en la que nos sentimos confirmados es en el discernimiento creyente de la realidad. Esto nos permitirá ser constructores comprometidos con la sociedad, haciendo nuestras las opciones de Jesús, Maestro y Señor. Los creyentes no podemos ni debemos anunciar expectativas meramente humanas, como hacen las ideologías. La mirada creyente de la realidad se hace desde la fe en Cristo Resucitado. En palabras de San Pablo: si Cristo no ha resucitado, nuestra fe sería vana; y seríamos los más desgraciados de los hombres (1 Cor 15, 14). Hay una intelección “crística” de la realidad. Si renunciamos a esa comprensión de la realidad, el devenir de la persona y comunidad humanas se perderán en una esperanza utópica meramente intramundana de la que nadie de nosotros puede dar garantías. Nadie. Absolutamente nadie. Hacerlo con el nombre de cristianos sería una traición a Jesucristo, porque no estamos al servicio de ninguna ideología.

Por eso es un gran desafío el juzgar la realidad desde Cristo; lo que implica un ver desde la fe; y la fe es la única realidad que nos libera de enajenarnos de la vida personal y social en lo ellas tienen también de dramáticas. La fe no es opio del pueblo; es justamente lo contrario. Ella nos permite ver las luces y sombras, el pecado y la gracia. La fe eclesial en Cristo viviente y resucitado es un auténtico servicio al ser humano en su dimensión personal y social.


2. Contenidos que nos interpelan a la luz del Documento de Aparecida

2.1. Preocupación por las personas en y desde la comunidad


Los laicos son actores privilegiados en la construcción del mundo y la sociedad, son testigos para anunciar a Cristo. El Papa Benedicto XVI proclamó en Aparecida que “tienen que sentirse corresponsables en la edificación de la sociedad según los criterios del Evangelio, con entusiasmo y audacia, en comunión con sus pastores (…)”.

De ahí la importancia de la formación de laicos para profundizar en su identidad y vocación como discípulos misioneros en Jesucristo. Se nos invita a favorecer la participación de los laicos en la vida eclesial y social, valorando el aporte particular de los movimientos y comunidades laicales.

Aparecida nos interpela también en nuestra preocupación por la familia, que también es discípula misionera. Las familias están llamadas a ser transmisoras de los valores cristianos y humanos, cuando ejercita el “custodiar, revelar y comunicar el amor”. El lugar de apoyo para que la familia cumpla su misión es la pastoral familiar. Por eso, hemos de generar más espacios para su formación espiritual y doctrinal, en especial de los novios.

También nos interpelan los jóvenes, presente y futuro de la Iglesia y la sociedad. Es urgente acompañarlos y colaborar para su orientación vocacional en orden a la vida matrimonial y a la vida consagrada. Necesitamos reformular el trabajo con ellos y desde ellos, cuidando por su formación cristiana, espiritual y doctrinal. Tenemos las instancias para que ellos se sientan responsables de la vida de la Iglesia, asumiendo tareas con capacidad y decisión. Las comunidades juveniles en las diversas unidades pastorales son excelentes instancias para ello.

Una línea común en las Orientaciones Pastorales del Episcopado es la sensibilización de los católicos ante la situación de los pobres y excluidos. Se trata de tantas situaciones de deshumanización que descubrimos a la luz de la contemplación del Evangelio y de la tradición espiritual más prístina de la Iglesia. Aparecida nos vuelve a recordar los “rostros sufrientes” del Señor (Documento de Puebla) y nos invita a analizar también las causas estructurales de la pobreza, a reanimar la función profética cristiana, a defender y promover la vida y la dignidad de la persona humana.

Hay, finalmente, una interpelación del todo relevante a los sacerdotes. El Documento de Aparecida subraya que deben recibir, de manera preferencial, la atención y el cuidado paterno de los obispos, “pues son los primeros agentes de una autentica renovación de la vida cristiana en el pueblo de Dios” y actores centrales en la experiencia de comunión eclesial. ¿Cómo superar tantas situaciones de agobio, las enormes exigencias a que están sometidos? ¿Cómo ayudarlos en su formación permanente? Sin la acogida de ellos, toda pastoral puede quedar inoperante y seguiremos con las lamentaciones.

2.2. Preocupación por el mundo de la cultura

Aparecida nos invita también a un dialogo más abierto con la cultura. En este ámbito siempre son relevantes tanto los espacios cotidianos de diálogo fecundo como las universidades, lugares de construcción de sociedad y de cultura.

Aparecida también ha revalorado la piedad popular como lugar de evangelización y diálogo con la cultura ancestral. La piedad popular es una fortaleza en la experiencia de fe del pueblo de Dios. Nos sentimos llamados a conocer más a fondo cómo se vive y expresa el culto a María Virgen de modo que colaboremos para que las experiencias vividas sean verdaderamente caminos que conducen a Jesús. Así, se nos plantea la necesidad de promover la formación doctrinal y espiritual de los laicos que participan en forma activa en las diferentes manifestaciones de la religiosidad popular.

También requerimos promover con mayor fuerza el diálogo ecuménico, generando espacios de intercambios públicos para abordar como cristianos diversos temas que son relevantes para la sociedad y cultura actuales. Además, es imprescindible fomentar el diálogo interreligioso con las demás denominaciones religiosas, sabiendo que esta dimensión es especialmente débil entre nosotros. Lo mismo con las etnias originarias para valorar las culturas rurales y locales. Y de esto pueden dar testimonio todos los hermanos y hermanas aquí presentes que realizan su discipulado misionero en la ciudad y en los variados sectores rurales.

2.3. Preocupación por los Medios de Comunicación

La Iglesia reconoce la incidencia que tienen los medios de comunicación social en la cultura y en la vida de la gente. Ellos nos interpelan en su capacidad de llegada, en los lenguajes y creación simbólica. Por el evidente el impacto que tienen, se ha propuesto utilizarlos como vehículo para la evangelización. Para ello es necesario tener medios de comunicación propios, trabajar por una “radio católica”; buscar laicos con competencia técnica y formarlos en la fe, para que desde sus conocimientos cooperen en su uso.

3. NUESTRA MANERA DE SER IGLESIA A LA LUZ DE LA V CONFERENCIA

3.1. La Iglesia como espacio de encuentro y acogida


De acuerdo a lo que señalan los aportes se quiere una Iglesia que sea:

-Viva, alegre, acogedora y activa, especialmente con los hermanos que asisten por primera vez; los que se acercan a solicitar ayuda y los que por diferentes motivos se han alejado de la comunidad eclesial. Una Iglesia que acompañe los procesos de comunión y de maduración de la fe.

-Abierta a las nuevas realidades, no cerrando los ojos ante ellas; haciéndolo con realismo y espíritu misionero. El Documento de Trabajo de esta Asamblea Eclesial formula un elenco enorme de estas realidades. Pero no basta con catalogarlas; es necesario hacer un juicio de ellas siempre en la tensión del anuncio del Evangelio, cual buena noticia, y de las exigencias de la conversión. Me pregunto: ante situaciones límites de la existencia humana, ¿cuál es el aporte genuinamente cristiano?, ¿qué significa “acoger”?, ¿implica el “acoger” también las exigencias de la conversión?, ¿cómo explicarlas pedagógicamente de modo que no aparezcan como moralismos externos sino que como parte integrante del anuncio del Evangelio?

-Misionera, que evangeliza todos los ambientes, principalmente a la familia y el mundo del trabajo, respondiendo a los desafíos y a las problemáticas de nuestro tiempo, teniendo como destinatario preferente de este proceso evangelizador a los hermanos “alejados”.

3.2. Una Iglesia cercana, servidora y abierta desde la opción por los más pobres

Abierta, cercana y solidaria con los más necesitados, postergados o excluidos, especialmente atenta a las realidades de su medio. Una Iglesia defensora de los débiles, que consuela y acompaña; servidora de la justicia, defensora de la dignidad de los más pobres y servidora de la vida. Una comunidad eclesial sencilla, austera y servidora, al estilo de Jesús y la Virgen María.

3.3. Una Iglesia que renueva sus estructuras pastorales

Para que seamos una Iglesia más misionera es necesario discernir acerca de nuestras estructuras eclesiales, de modo que posibiliten ir al encuentro donde no hay presencia de nuestra Iglesia. Hay que avanzar hacia una pastoral integradora y más orgánica. Necesitamos encaminarnos con entusiasmo y vitalidad a una “conversión pastoral” .

Reflexión personal y final

El Papa Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Missio (n. 1), considera imperioso volver a esa frase de San Pablo: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! ” (1 Cor 9, 16).

Para muchos comentaristas este “ay” es la misma expresión del hombre condenado a muerte; quiere decir que no evangelizar, no misionar, es como estar muerto en vida.


El Santo Evangelio del domingo pasado (Lc. 17, 10) nos decía como buena noticia: “ Así (…) ustedes, cuando hayan hecho todo lo que les mande, digan: somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”.

Puede parecer denigrante este modo de comprender nuestra relación con Dios. Sin embargo, se trata de una relación liberadora. Debemos dar gracias a Dios porque la salvación del mundo no depende de nosotros, personas frágiles y pecadoras, portadoras de un tesoro en vasijas de barro.

Pero por otra parte, si no fuésemos cooperadores del plan divino de la salvación, nuestra vida quedaría ensimismada, todo lo contrario de lo que debe ser el discípulo misionero.

Esta afirmación de Jesús como buena noticia (“somos simples servidores”) nos da la libertad y la alegría de saber que nuestra misión es asumida por un Dios que es más grande que nosotros.

Somos simples servidores inútiles. Pero para ellos hay una bienaventuranza: el Señor, al volver, si los encontrará despiertos, es decir, discerniendo y misionando, los hará sentar en su mesa y los servirá.

Me parece que así lo entendió la Virgen Santísima: “Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava”. En ella todo es servicio, todo amor, total disponibilidad para la obra de Dios a favor de la humanidad.



† Cristián Contreras Villarroel
Obispo auxiliar de Santiago
Secretario General de la CECh


Santiago, 11 de Octubre de 2007

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