Homilía del Cardenal Angelo Sodano
en la Santa Misa de acción de gracias con ocasión
del 100° aniversario del nacimiento del Cardenal Raúl Silva Henríquez
Catedral de Santiago de Chile, 27 de septiembre de 2007
Fecha: Jueves 27 de Septiembre de 2007
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Cardenal Angelo Sodano
Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Presbiterado, Distinguidas Autoridades, Hermanos y Hermanas en el Señor:
El himno del "Magnificat" nos acompaña en esta celebración eucarística para agradecer al Señor el don que concedió a la Iglesia, en la noble figura del recordado Cardenal Raúl Silva Henríquez, de venerada memoria.
Precisamente en un día como hoy, el 27 de septiembre de 1907, él nacía en el seno de una apreciada familia de la ciudad de Talca, e iniciaba aquella existencia terrena que estaba destinada a procurar tantos frutos de bien a la Iglesia y al mundo.
Recorriendo su largo camino, cuántas veces el Cardenal que hoy conmemoramos habrá cantado como María su "Magnificat" de acción de gracias por todos los beneficios recibidos del Señor, y por todo el bien que le había concedido hacer en el curso de sus 92 años de vida.
Hoy estamos aquí reunidos para repetir también nosotros las palabras de la Madre del Redentor: "Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador" (Lc 1,46-47). Más aún podríamos parafrasear el Cántico de María agregando: "Grandes cosas ha hecho el Omnipotente en el recordado Cardenal, ¡santo es su nombre!"
1. El alma de su apostolado
Por mi parte he acogido gustoso la invitación que me hizo el actual Arzobispo de Santiago, el querido Hermano Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, para presidir esta concelebración eucarística junto a los venerados Obispos chilenos. Con gran gozo interior he regresado a este santo lugar, al cual me ligan tantos recuerdos personales. Con vosotros agradeceré al Señor por el don hecho a esta Iglesia de Santiago en la vida y las obras del recordado Pastor. Lo hago asimismo por un deber personal de gratitud, porque también yo me he beneficiado con su ejemplo y con sus consejos en el período en el cual fui Nuncio Apostólico en Chile, desde 1978 hasta 1988.
No es este el lugar para ilustrar los diversos aspectos del ministerio del Cardenal Silva Henríquez. Este es el momento de la oración y de la meditación, a la luz de la Palabra de Dios.
Mucho se ha escrito y se escribirá sobre su actividad. Desde el cielo nuestro inolvidable Pastor estará contento de ver que aquí, en esta Catedral que él quería tanto, nosotros recordamos principalmente el alma de su apostolado, la linfa interior que alimentaba su vida. Otros hablarán después de los frutos que maduraron en este árbol frondoso en el curso de las distintas estaciones de su vida.
En realidad la linfa vital para todo ministro de Dios es siempre su vida interior. Al respecto nos ha dejado páginas estupendas el Siervo de Dios Juan Pablo II en el libro "Don y misterio" escrito con ocasión de sus 50 años de sacerdocio, en 1996. "Cincuenta años de sacerdocio no son pocos -escribía-¡Cuántas cosas han sucedido en este medio siglo de historia! Han surgido nuevos problemas, nuevos estilos de vida, nuevos desafíos. Viene espontáneo preguntarse: ¿qué supone ser sacerdote hoy, en este escenario en continuo movimiento? No hay duda de que el sacerdote camina con su tiempo, y es oyente atento y benévolo, pero a la vez crítico y vigilante, de lo que madura en la historia. Pero más allá de la debida renovación pastoral, estoy convencido de que el sacerdote no ha de tener ningún miedo de estar "fuera de su tiempo", porque el "hoy" humano de cada sacerdote está insertado en el "hoy" de Cristo Redentor. La tarea más grande para cada sacerdote en cualquier época es descubrir día a día este "hoy" suyo sacerdotal en el "hoy" de Cristo. Así pues, si estamos inmersos con nuestro "hoy" humano y sacerdotal en el "hoy" de Cristo, no hay peligro de quedarse en el "ayer", retrasados ... Cristo es la medida de todos los tiempos" (cfr. Dono e mistero, Citta del Vaticano 1996, pág. 95-96).
Dicho esto podríamos ahora introducimos un poco en el santuario interior de quien hoy estamos recordando, viendo, como en un breve film, las principales etapas de su vida, como sacerdote salesiano, como Obispo, y finalmente como Cardenal de la, Santa Iglesia Romana.
2. El salesiano
El primer período de su ministerio sacerdotal, durado 19 años (desde 1938 hasta 1959), era recordado con gran nostalgia por el Cardenal Silva. Se había formado en la escuela de Don Bosco y sentía, por lo tanto, fuertemente el deber de amar y servir a los jóvenes, a los pobres, a los que estaban alejados de Dios. La epopeya misionera de Mons. Fagnano en Chile y del Cardenal Cagliero en Argentina lo había impresionado santamente. Durante su noviciado en Macul el Inspector de los Salesianos, Don Pietro Berruti, lo había fascinado por su paternidad. Empezó así también él a dedicarse a la juventud chilena en varios colegios salesianos, a servir a los que sufrían y a los pobres en las diversas obras de "Charitas Chile", y a formar a los alumnos del Estudiantado Teológico de los Salesianos en Santiago.
La espiritualidad de Don Bosco inspiró su vida con el acento típico de la devoción salesiana a la Eucaristía, a la Virgen y al Papa. Su vida de oración era profunda, y se había vuelto un hábito que lo habría de acompañar durante toda su vida.
Al respecto me ha dado mucho gusto leer cuanto ha escrito el Arzobispo Bernardino Piñera, en su libro "33 Años del Episcopado Chileno", a propósito del espíritu de oración que animó siempre al Cardenal Silva, en el surco de aquella sólida formación sacerdotal que había recibido siendo joven. Escribe en mérito Mons. Piñera: "En sus últimos días, con su mente ya un poco perdida, pasaba horas con su breviario en las manos, sin dar vuelta siquiera las páginas. Y cuando su acompañante le recordaba que era hora de comer o de acostarse, él insistía: 'déjame terminar'. Era el viejo religioso, fiel a la oración, orando como aún podía. Hombre virtuoso, valiente, sufrido y compasivo que logró en momentos difíciles encarnar la conciencia del pueblo chileno" (Ibidem, pág. 72).
3. El Obispo
Cuando el Padre Raúl cumplió 52 años el Papa Juan XXIII, el Beato Juan XXIII, le pidió que guiase la Diócesis de Valparaíso. Con el entusiasmo de siempre él aceptó brindar este nuevo servicio a la Iglesia. El 29 de noviembre de 1959 recibía la ordenación episcopal de manos del entonces Nuncio Apostólico, Mons. Opilio Rossi. Iniciaba así una nueva etapa de su vida. El árbol producía una rama nueva, destinada a dar nuevos frutos. Su lema episcopal indicaba el secreto interior de su empeño apostólico: "Charitas Christi urget nos" (2 Co 5,14), es la caridad de Cristo la que nos empuja.
Sin embargo su presencia en la ciudad porteña habría de durar muy poco, pues un año y medio después el mismo Papa Juan XXIII lo llamaba a la Cátedra Arzobispal de Santiago. Aquí desarrolló su ministerio en los difíciles años de la renovación post-conciliar, en las turbadas horas de tantas transformaciones sociales, buscando ser fiel a su misión de pastor, incluso en las horas amenazante s de la tormenta.
Durante 21 años fue el guía de esta Iglesia de Santiago, que hoy lo recuerda con bendición. Cierto que sufrió mucho, y en varias ocasiones quiso abrirme su alma al respecto. Admiré siempre su gran espíritu de fe y su fortaleza de ánimo, propias de un Pastor de la Iglesia.
4. El Cardenal
En este momento de meditación quisiera también recordar los servicios que el difunto Arzobispo hizo a la Iglesia universal como Cardenal. Como tal estuvo siempre cercano a cuatro Papas de su tiempo, desde Juan XXIII a Pablo VI, de Juan Pablo I a Juan Pablo II. Dio además su válido aporte a los problemas de la Iglesia universal durante el Concilio Vaticano II, participando a las cuatro Sesiones Conciliares.
La fama que tenía en campo internacional le facilitó también la asunción de varias tomas de posiciones en campo nacional. Sin embargo él era conciente que, cuanto más un Pastor debe tomar decisiones en los problemas contingentes de cada día, tanto más queda expuesto a juicios diversos sobre la oportunidad de las mismas. Buscaba, por lo tanto, de poner en práctica el principio áureo del Obispo San Agustín: "En las cosas necesarias, unidad; en las cosas dudosas, libertad; pero en todo, caridad".
Por otra parte ya en la Iglesia primitiva habían surgido disensiones entre Pedro y Pablo sobre la actitud práctica que se debía tener frente a la conversión de los paganos" Asimismo hubo una discrepancia entre Pablo y Bernabé, como nos relatan los Hechos de los Apóstoles (15,38), en la elección de las prioridades misionarias, de modo que a un cierto punto de sus viajes apostólicos se separaron. Pablo regresó a Siria y Bernabé se embarcó para Chipre. Métodos diversos, pero todos tendientes al anuncio del Reino de Dios. No por nada ellos fueron asimilados en el martirio y han recibido de Cristo Buen Pastor la misma corona de gloria.
5. Nuestra gratitud
Hermanos y Hermanas en el Señor, es verdaderamente grato para mí elevar hoy un "Te Deum" de acción de gracias al Señor por el don de este servidor de la Iglesia que fue el Cardenal Silva Henríquez, de santa memoria.
En esta hora de tantos recuerdos quisiera asociar su memoria a la del Papa Juan Pablo II. En realidad han sido dos pastores excepcionales, cada uno en su propio campo. Ambos han amado y servido a la Iglesia con sus talentos y sus límites, con sus virtudes y con su fragilidad humana. Ambos además han intentado hacer como el escriba de la parábola evangélica, que sabía sacar de su tesoro "cosas viejas y cosas nuevas" (Mt 13,52), conservando lo que es válido en la tradición del pasado y renovando lo que era ya caduco, para cumplir mejor la propia misión de Pastores en la Santa Iglesia de Dios.
Finalmente en esta celebración eucarística, después de haber dado gracias al Señor por habernos dado estos dos fieles servidores suyos, los recomendaremos en las manos misericordiosas del Padre que está en los cielos, como la Iglesia, nuestra Madre y Maestra, nos invita a hacer por todos los difuntos, con la esperanza de poder cantar un día con ellos un himno común de gratitud a Dios en la patria eterna del cielo. j Y que así sea!
† Cardenal Angelo Sodano
Catedral de Santiago, septiembre 27 de 2007