Discurso de Monseñor Fernando Chomali, Obispo Auxiliar de Santiago y Moderador de la Curia, en el acto de presentación de la Memoria 2006 del Arzobispado de Santiago, en la fiesta del Apóstol Santiago, 25 de julio de 2007.
Fecha: Miércoles 25 de Julio de 2007
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Fernando Chomali Garib
En primer lugar quisiera agradecer a todas las personas que colaboraron en la elaboración de esta Memoria: Sra. Carolina Aguilera, Sr. Ramón Abarca, Srta. Paz Escárate, Sr. José Francisco Contreras y Sr. Nibaldo Pérez. Quisiera también agradecer a los Vicarios Episcopales por la entrega de información y de modo muy especial a Mons. Cristian Precht, Vicario de la Zona Sur, y al administrador del Arzobispado de Santiago, Sr. Julio Poblete, por su atenta lectura, comentarios y correcciones que sin duda fueron de gran importancia para sacar adelante este proyecto.
Agradezco de modo muy especial al Sr. Carlos Ossa, Gerente General de la Editorial Santillana y a todo su equipo, conformado por la Sra. Carlota Godoy, Sra. Astrid Fernández y Sra. Magaly Villalón, por habernos ayudado tan generosamente con recursos económicos y, sobre todo, poniendo a disposición del Arzobispado de Santiago a personas altamente capacitadas para sacar adelante este proyecto editorial. Quiero entregar mis más sinceros agradecimientos al Sr. Carlos Aguirre, Gerente General de Quebecord World, por su generoso aporte en trabajo y recursos económicos para poder entregar esta tan relevante recopilación de información acerca de la Iglesia a un vasto sector de la sociedad.
Los Obispos reunidos en Aparecida nos recordaron con mucha fuerza que lo más decisivo en la Iglesia es siempre la acción del Señor. Ya decía el Salmista “Si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles. Si el Señor no guarda la ciudad en vano vigilan los centinelas”, realidad que el mismo Jesús plantea cuando dice que “Sin mí no podéis hacer nada” y el Concilio Vaticano II al plantear que “Sin el Creador la criatura se desvanece”.
Cada una de estas páginas, cada línea, cada número y cada foto pretenden sólo eso: mostrar de una manera ordenada y sistemática la acción del Señor en esta porción del Pueblo de Dios, bajo la protección del Apóstol Santiago a quien hoy celebramos y bajo la mirada atenta de María nuestra Madre.
Quienes nos hemos visto involucrados en este trabajo, poco a poco nos vimos involucrados en el ejercicio espiritual de contemplar la obra de Dios en la Iglesia de Santiago y su paso por la Arquidiócesis. Nos hemos encontrado con una Iglesia viva, animada por el Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Una Iglesia, una comunidad, un pueblo de peregrinos muy vivo, que de múltiples formas se hace presente en la sociedad mostrando a Jesucristo, que como dice la oración del encuentro eclesial de Aparecida, es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Sí, Jesucristo es nuestra razón de ser, la razón de nuestra esperanza y de nuestro actuar.
Estas páginas pretenden mostrar con mucha sencillez cómo la Iglesia de Santiago es fiel al mandato de mostrar el amor recibido del Padre gracias a Jesucristo por la unción del Espíritu Santo en los más amplios campos de la acción evangelizadora de la Iglesia.
Esta es una memoria, un recuento, pero sobre todo una memoria y un recuento
agradecido, muy agradecido, que nos impulsa a seguir nuestra misión con más entusiasmo, con más amor, con más intensidad.
¿De qué damos gracias? Damos gracias por esta ciudad de Santiago, que en medio de sus luces y sombras, sus penas y alegrías, sus problemas y aciertos, está constantemente regada, iluminada y acompañada como una verdadera lluvia de gracia, por 205 parroquias, 450 capillas, 265 colegios católicos, de los cuales 35 están directamente vinculados al Arzobispado y universidades católicas, una de ellas Pontificia, comunidades religiosas y movimientos enormemente apostólicos que animan en los más variados lugares, con los más variados carismas, el quehacer cotidiano de tantas personas, de tantas familias, de tantas comunidades. Gracia que se extiende al Seminario Pontificio Mayor de Santiago, a la Escuela del Diaconado y al Instituto Pastoral de la Arquidiócesis Apóstol Santiago.
Cómo no dar gracias por los 47.000 bautizos, por las 26.000 primeras comuniones, por las 17.000 confirmaciones y los 7500 matrimonios celebrados el año 2006. Cómo no dar gracias por las más de 1.400 eucaristías que se celebran cada fin de semana en nuestras parroquias y capillas. Cómo no dar gracias por esta verdadera escuela de amor a la que asisten tantas personas que va generando en cada uno de nosotros un corazón y un espíritu nuevo, condición indispensable de la tan añorada civilización del amor y cultura de la vida a la cual aspiramos. Cómo no dar gracias a Dios por tantos sacerdotes diocesanos y religiosos, diáconos, religiosas y laicos que de manera admirable y abnegada, movidos únicamente por el amor a Dios y a los hombres, anuncian el Evangelio y alimentan al Pueblo de Dios con la Palabra que da vida. Es admirable la obra del Señor, que ha llamado de acuerdo a específicos carismas, a humildes trabajadores a trabajar en ella.
Cómo no dar gracias por tantas Vicarías ambientales que disciernen el paso de Dios en la historia de los jóvenes, los enfermos, la familia, los obreros y los empresarios, los universitarios y los religiosos y religiosas, los colegios, los profesores y alumnos, los nuevos movimientos que han florecido en la Iglesia, con una palabra especialmente dirigida a ellos y una acción evangelizadora específica a sus necesidades y realidad. Cómo no agradecer las innumerables obras sociales que surgen desde las parroquias, las vicarías, los laicos y las asociaciones de fieles para mitigar el dolor de los presos, los enfermos, los marginados y excluidos de la sociedad por la droga, el alcohol, la delincuencia. Obras, por lo general anónimas y silenciosas, pero muy eficaces.
Cómo no agradecer los miles y miles de voluntarios que están, como sal de la tierra y luz del mundo, dando ánimo en nombre de la Iglesia y los miles de catequistas que en las parroquias día a día conducen al pueblo de Dios a un encuentro vivo con el Señor. Cómo no dar las gracias por las comunidades de base, los consejos pastorales y económicos, por esos cientos de encuentros que se dan entre la conciencia de las personas y la misericordia de Dios que se manifiesta a través del ministro del Señor que perdona, levanta y anima a una vida nueva. Y qué decir de tantas conversaciones con las personas afligidas y enfermos. Son muchas las acciones que la Iglesia en nombre del Señor realiza día a día y frente a las que sólo cabe decir gracias, muchas veces muchas gracias.
Sí, es una memoria agradecida por una Iglesia que, constantemente animada por su Pastor, maestro, hermano y amigo, Cardenal Francisco Javier Errázuriz, nos conduce a ser fieles al mandato del Señor de evangelizar, anunciar el Reino, dar vida donde no la hay y esperanza donde se extinguió.
Esta memoria muestra también los recursos que tenemos para tan admirable obra del Señor. Los recursos de la Arquidiócesis de Santiago son escasos. Lo que tenemos para realizar la tarea que el Señor nos ha pedido se financia en un alto porcentaje con la ofrenda de la viuda pobre. Esa es la verdad y damos gracias a Dios por cada uno del 7% de los que se declaran católicos, que mes a mes contribuyen con un aporte para el financiamiento de la Iglesia de Santiago.
Damos gracias a Dios por ellos, porque con el aporte de sus propios recursos, nos dicen que valoran la labor de la Iglesia, la experiencia del encuentro vivo con Él, la mantención de los templos, la vida litúrgica y un aporte mensual inferior al sueldo mínimo a un gran número de sacerdotes, diáconos y religiosas. Nos dicen con su aporte, que puede significar en muchos casos privaciones personales o familiares, que sólo el encuentro con Jesús en el interior de la Iglesia le da sentido a todo lo que somos, a lo que hacemos y a lo que tenemos. Con su aporte la viuda pobre nos está diciendo que Dios es la única fuente de auténtica alegría y que quiere ser parte para difundir esa alegría con la construcción de templos, parroquias, capillas, colegios y obras que hay que conservar. Los recursos son muy insuficientes y hemos de ser consciente de ello. Pero además, hemos de ser concientes que son el fruto del trabajo de miles de hombres y mujeres que han puesto la confianza en nosotros para ser buenos administradores. Estamos empeñados en ello. Ha sido una preocupación constante del Sr. Cardenal que se administren adecuadamente los recursos y que se responda por ello. Nos enorgullecemos de presentar el balance del año 2006, y la auditoría de las cuentas del Arzobispado que realizó Ernst and Young. Los bienes eclesiásticos han de ser debidamente custodiados y gracias a un Consejo económico de excelente capacidad profesional y de mucho amor a la Iglesia, sumado a una administración profesional de los recursos y una actitud de máxima transparencia nos permite afirmar que vamos por la senda correcta. De eso estamos seguros. Da quién sabe a qué se destinan los recursos.
Esperamos que muchos católicos que tienen un encuentro vivo con el Señor en la eucaristía y en la vida sacramental comprendan la importancia y la urgencia de hacerse corresponsables de esta obra. ¿Qué sería de nuestro país sin la Iglesia, sin la Palabra de vida de la cual es depositaria? ¿Qué sería de nosotros si no tuviésemos a alguien que nos recordara el sentido trascendente de la vida y el valor de cada ser humano? ¿Qué sería de nosotros si no nos dijeran con fuerza y sin vacilaciones que nuestros seres queridos que han fallecido están vivos y junto Dios? ¿Qué sería de nosotros si no nos recordaran que el perdón es posible? ¿Dónde encontraríamos un lugar para ser acompañados en los momentos más relevantes de nuestras vidas? ¿¡Dónde!?
En Aparecida, nuestro querido Papa Benedicto XVI nos dijo que “la fe en Dios amor es el rico tesoro del Continente y su patrimonio más valioso”. Cuidémoslo. Nuestros Obispos nos dijeron que la fe nos conduce a “la plenitud de vida que Cristo nos ha traído: con esta vida divina se desarrolla también en plenitud la existencia humana en su dimensión personal, familiar, social y cultural”. Soy un convencido que si estas dos verdades las tuviésemos más claras, contribuiríamos de manera más constante al sostenimiento de nuestra Iglesia.
Gracias, muchas veces muchas gracias a todos quienes por fidelidad al llamado que Dios les ha hecho según su carisma, colaboran en la edificación del Reino de Dios. Gracias a quienes nos ayudan con su oración y sus recursos económicos a llevarla adelante. Gracias, muchas veces muchas gracias.
Gracias nuevamente por el don de esta Iglesia empecinada en evangelizar el corazón de la Gran Ciudad, incluso en medio de un galopante proceso de secularización. Gracias a la Santísima Virgen María que desde el cerro San Cristóbal nos mira y nos recuerda que siempre hemos de hacer lo que Jesús nos diga.
Gracias a los Obispos de América Latina y el Caribe por el nuevo impulso misionero que le ha dado al quehacer de los discípulos que conforman la Iglesia.
Y, sobre todo, mucho ánimo. Hemos de seguir trabajando como simples obreros de la mies del Señor para que todos los hombres y mujeres lo conozcan, lo amen, lo sigan y los proclamen.
Gracias por su presencia y que Dios los bendiga. Gracia.
† Fernando Chomali
Obispo Auxiliar de Santiago