Intervención en Asamblea Plenaria de la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe
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Intervención en Asamblea Plenaria de la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe

Fecha: Viernes 18 de Mayo de 2007
Pais: Brasil
Ciudad: Aparecida
Autor: Mons. Horacio Valenzuela Abarca

Conferencia de Aparecida
Horacio Valenzuela A, Obispo de Talca, Chile

Quisiera hablar de la necesidad de un nuevo lugar de nuestros santos en nuestra acción evangelizadora. Hablar de la “nube de testigos” como lugar teológico, como lugar donde se comprende, se nutre y crece la Iglesia. Quiero destacar a nuestros santos como lugar en que se ha desplegado con extraordinaria pertinencia , riqueza y cercanía, la acción salvadora de Jesucristo. Ellos son el fruto más precioso de la Evangelización en nuestro continente Nuestra América Latina está sembrada de testimonios de hombres y mujeres que han sido heroicos discípulos y misioneros de Jesucristo y que fueron y son promotores de su Vida Nueva.

Parece necesario hoy volver a mirar nuestros santos como una irrupción de Dios en la historia concreta de nuestros pueblos. Hasta ahora, me parece, no han tenido el lugar que les corresponde en nuestra vida pastoral ordinaria . No han tenido protagonismo suficiente en nuestra acción pastoral “más oficial “ . Hemos subrayado los favores de los santos, que son importantes, pero hemos obscurecido a los santos que están detrás de los favores …dejándolos sólo en el ámbito –necesario por cierto - de la piedad y la devoción.
Me parece que habría que incorporarlos a nuestra vida espiritual y pastoral, para favorecer “una nueva amistad con los santos” . Ellos, rezamos en la liturgia, “fecundan y renuevan la vida de la Iglesia“.

Al hablar de los santos, el Concilio Vaticano II enseña que Dios manifiesta su presencia y su rostro de modo vívido en aquellos que se han dejado transformar a imagen de Cristo, y que, en este mundo cambiante, los santos son un camino seguro a la unión con Cristo (cf. Lumen Gentium VII, n° 50). Dios nos revela, entonces, algo de sí mismo en la vida de los santos y, por ello, podemos decir que, en cierto sentido, el santo es un lugar teológico y uno de los más elocuentes signos de los tiempos. Tanto la teología como nuestra propia experiencia pastoral, nos enseñan que los santos no tienen un lugar \'optativo\' en la vida cristiana, sino que manifiestan el carácter concreto de la revelación, de modo particular los más cercanos por cultura y época, actualizan para nosotros la revelación de Dios en la historia y le otorga carne y sangre al Evangelio. Guiado por esta convicción, he querido estructurar esta breve exposición en referencia a San Alberto Hurtado, un sacerdote chileno recientemente canonizado por su Santidad Benedicto XVI.

La Síntesis de los aportes recibidos para la V Conferencia, en el nº 15, nos habla de una «alternativa crucial».El Santo Padre nos ha hablado de “nueva encrucijada”. Y la solución a esta encrucijada es «el encuentro vivificante y transformador con Cristo». Para esto, es necesario renovar la visión de fe sobre nuestra vida, la Iglesia y el mundo.

Unas proféticas e incómodas palabras de San Alberto Hurtado nos iluminan: «Hasta los cristianos –nos incluimos los pastores– A fuerza de respirar esta atmósfera estamos impregnados de materialismo, de materialismo práctico. Confesamos a Dios con los labios, pero nuestra vida de cada día está lejos de Él. Nos absorben las mil ocupaciones... nuestra vida de cada día es pagana. En ella no hay oración, ni estudio del dogma, ni tiempo para practicar la caridad o para defender la justicia. La vida de muchos de nosotros ¿no es, acaso, un absoluto vacío? ¿No leemos los mismos libros, asistimos a los mismos espectáculos, emitimos los mismos juicios... que los ateos?» (1).

Estas palabras son un llamado a renovar nuestra visión de fe, a mirar la vida a la luz de la fe y a la luz de la eternidad. A planificar y evaluar nuestras actividades pastorales con criterio de fe (no empresarialmente). A confiar en la oración que, como lo ha dicho recientemente el Papa Benedicto, «no es algo accesorio, algo opcional; es cuestión de vida o muerte» (2) . Que nuestros planes pastorales cuenten con la acción de Dios al punto de que sin ella sean un fracaso. El Santo Padre Benedicto XVI nos advierte …

«Aquí se ve claro el núcleo de la tentación: Quitar a Dios… poner orden en el mundo, por nosotros mismos, sin Dios; contar solamente con nuestra propia capacidad; reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales, y dejar a Dios a parte, como una ilusión, ésta es la tentación que nos amenaza en múltiples formas» (J. Ratzinger - Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, Rizzoli 2007, p. 50).

Es necesaria la visión de fe porque el fin que persigue la Iglesia es sobrenatural, y hay, por tanto, una insalvable desproporción entre la misión de la Iglesia y nuestras capacidades. De ahí que los medios humanos en sí mismos son, por definición, insuficientes. Cuando una Empresa inicia una campaña publicitaria, si dispone de recursos, cuenta con medios proporcionados para realizar lo que se propone; pero la misión de la Iglesia es la de ser sacramento de Cristo y del Espíritu, lo que supera todas las capacidades humanas.

¿Significa esto que para vivir en la fe no hay que valerse de medios humanos? De ningún modo. Se trata de poner nuestra esperanza en la acción de Dios y, a la vez, ofrecer toda nuestra colaboración humana a la acción divina. En otras palabras, ofrecer toda nuestra activa y creativa colaboración a la obra de Dios, que sabemos que supera absolutamente nuestras propias capacidades. Esta es la experiencia de los santos.

Estas afirmaciones están muy arraigadas en la revelación pero no siempre encuentran acogida en las dinámicas pastorales de nuestras diócesis. Muchas veces trabajamos como si la evangelización fuera una empresa humana. En palabras del Padre Hurtado, debemos trabajar al ritmo de Dios, en una perfecta sincronización con la voluntad del Padre, ni más lento ni más rápido, puesto que nuestra acción llega a ser dañina si rompe su unión con Dios (3).

Comentando la multiplicación de los panes, San Alberto Hurtado se complace tanto en destacar la pobreza como en insistir en la necesidad de los panes y de los pescados, sólo así Jesús alimenta la multitud. Los panes estaban duros y los pescados, machucados y descompuestos, pero eran necesarios para que el Señor saciara la muchedumbre (4). Ésta es la dinámica de la Eucaristía que es fuente y cumbre, puesto que no sólo manifiesta sino que causa la comunión y le otorga a la vida humana su «forma eucarística»(5).

El Padre Hurtado comprendió su vida sacerdotal como una entrega eucarística. En unión con Cristo, ofreció creativamente todas sus capacidades humanas al servicio de los demás: trabajó con los pobres, estudió las causas de la injusticia, llamó a los universitarios a buscar soluciones estructurales a los desórdenes de la sociedad y a los trabajadores a participar en su propia elevación...Su pasión por Cristo y su Reino, su amor al la Virgen María y a los pobres suscitó numerosas vocaciones .Todo lo vivió como prolongación de la Eucaristía, siempre apoyado en la oración y en plena fidelidad a la enseñanza de la Iglesia. Unos apuntes revelan su secreto: «Hacer de la Misa el centro de mi vida. Prepararme a ella con mi vida interior, mis sacrificios, que serán hostia de ofrecimiento; continuarla durante el día dejándome partir y dándome... en unión con Cristo. ¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada!»(6).

Sólo la visión de fe impulsa a reconocer a con radicalidad a Cristo en cada hombre, en especial los más pobres, y es capaz de sostener una entrega tan generosa, profunda y constante como la de San Alberto Hurtado. Sólo la visión de fe logra la síntesis entre la radical entrega de sí mismo y la plena confianza en la acción de Dios, evitando así tanto el quietismo como el pelagianismo.

El encuentro personal con Jesucristo, única solución a la «alternativa crucial» que enfrenta hoy la Iglesia latinoamericana, no será el resultado de una calculada estrategia humana, sino el don gratuito de Dios a una Iglesia renovada en la fe, consciente de la insuficiencia de sus propias capacidades y entregada eucarísticamente a imagen de Aquel «que no vino a ser servido sino a servir». Con esta esperanza se puede mirar el futuro con un renovado optimismo cristiano.

La acción de Dios en la historia tiene su cumbre en la Encarnación. El diálogo de la Anunciación se muestra como el paradigma del actuar de Dios y, por tanto, el modelo perfecto de la acción eclesial. Como lo destacó el Documento de Puebla, y es oportuno recordarlo en esta casa de María Aparecida; la virginidad de María es total disponibilidad que sólo se vuelve fecunda por obra del Espíritu (7). La Madre de Jesús colabora activa y plenamente y, por ello, posibilita la acción divina, que no se realiza sin su cooperación, pero ella sabe que su colaboración sólo es fecunda por la acción gratuita e incondicionada de Dios. La maternidad de la Iglesia siempre será virginal, dada la absoluta desproporción entre nuestros propios medios y la fecundidad de la Iglesia.

La devoción a María Santísima, tan arraigada en nuestro continente, es promesa y prenda de que nuestra acción eclesial tendrá siempre como modelo a aquella que se ofreció sin límites y en quien Dios hizo obras grandes.

“Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: « ¿Qué hemos de hacer, hermanos? » (Hch 2,37).

Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

“No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. “ ( NMI 29 )

“La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia. “ ( NMI 31)


El papa Juan pablo II propuso siete prioridades pastorales para este tiempo de inicios del nuevo milenio : santidad, oración, Misa Dominical, Sacramento de la Reconciliación, primacía de la Gracia , escucha de la Palabra y anuncio de la Palabra.

NOTAS

(1) La búsqueda de Dios. Conferencias, artículos y discursos pastorales del Padre Alberto Hurtado, S.J. Escritos inéditos del Padre Hurtado, vol. 4. Santiago 2005, p. 124.
(2) Benedicto XVI, palabras después del rezo del Ángelus, 4 de marzo 2007.
(3) Cf. La búsqueda de Dios, pp. 19-22.
(4) Cf. Un disparo a la eternidad. Retiros espirituales predicados por el Padre Alberto Hurtado, S.J. Escritos inéditos del Padre Hurtado, vol. 1, Santiago 2002, pp. 136-137.
(5) Cf. Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, nnº 70; 76; 80-82.
(6) La búsqueda de Dios, p. 216.
(7) Puebla 294. «[María] nos enseña que la virginidad es un don exclusivo a Jesucristo, en que la fe, la pobreza y la obediencia al Señor se hacen fecundas por la acción del Espíritu».

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