Intervención del Vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Chile en la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe
1) Hablo en nombre de los 32 Obispos de la Conferencia Episcopal de Chile, que servimos en 27 circunscripciones eclesiásticas, 26 territoriales más el Obispado Castrense.
2) Hemos llegado a Aparecida con la inmensa certeza de haber sido convocados por el Señor a vivir un nuevo Pentecostés. Reunidos, como estamos, en nombre de Jesús nos confirman en esta convicción la cercanía y acompañamiento de Nuestra Señora de Aparecida, en ésta su casa; la comunión afectuosa con el Sucesor de Pedro y saber que contamos con la oración y el afecto de nuestras Iglesias.
3) Tenemos conciencia de vivir tiempos de grandes y hermosos desafíos. Pero también de sombras. Nuestros pueblos -el chileno incluido- no están contentos. Hay muchos signos de desesperanza e incluso de ira. El modelo socio-económico neo-liberal favorece a las minorías ricas en desmedro de las mayorías empobrecidas. Y si bien en algunos países el porcentaje de quienes viven bajo la línea de pobreza ha disminuido -Chile, por ejemplo- sin embargo la brecha de creciente inequidad se acentúa peligrosamente, particularmente en el tema fundamental de la educación, y especialmente en las barriadas de las grandes ciudades, en el campo y entre las poblaciones originarias. Por otra parte, el sistema democrático recuperado -no sin sufrimiento- en casi todos nuestros países, no ha cumplido las expectativas que en él habíamos puesto. En efecto, la llegada de la democracia no ha favorecido, como se esperaba, la participación, y nuestros conciudadanos se sienten marginados de las grandes decisiones que afectan su vida y el futuro de sus hijos. Mientras tanto contemplan a una clase política desprestigiada -según lo señalan reiteradamente las encuestas- enredada muchas veces en temas menores y con gran apetito de poder. Esto ha favorecido el surgimiento, en algunos países, de gobiernos que los politólogos califican de “populistas”.
4) La situación de la Iglesia es paradojal. Si bien todavía congrega a la mayoría del pueblo Latinoamericano y del Caribe, porque ha sido su Madre y defensora, sin embargo ha ido disminuyendo paulatinamente el porcentaje de sus miembros, que han buscado acogida en otras confesiones religiosas y no pocas veces en sectas. Aunque nuestros templos están llenos -sobre todo para las grandes fiestas- y a nuestros Santuarios, particularmente a los Marianos, acuden miles y miles de fieles -generalmente los más pobres- no debemos engañarnos. Vivimos arremetidas culturales que pretenden desterrar el sustrato religioso y cristiano de nuestra cultura. La sociedad sin Dios, egoísta y deshumanizante que ha llegado hasta nosotros, ha calado profundamente en nuestras sociedades, tanto en el ámbito del pensamiento, de las leyes, como en la vida diaria, y ha dañado muy profundamente a la familia. En este contexto, no es de sorprender que la enseñanza de la Iglesia no sea escuchada tanto en la vida pública como privada.
Sin embargo creemos que no basta con estas explicaciones. Nos parece, en efecto, indispensable hacer un valiente examen de conciencia respecto de nuestra fidelidad al Evangelio y a los acuerdos y orientaciones de las anteriores Conferencias Generales del Episcopado de América Latina y El Caribe. También llevar a cabo una seria evaluación de nuestra actitud como Iglesia frente a las necesidades y clamores de los pobres, de los que no comparten nuestra fe y de quienes no encuentran sentido a su vida. Debemos escuchar lealmente a nuestros detractores para discernir cuánto de verdad hay en su crítica. Y revisar, a la luz del Evangelio, nuestro estilo de vida y de acción, como también el contenido y la pedagogía de nuestra pastoral.
5) Pero nuestra Iglesia Latinoamericana y del Caribe ha sido y sigue siendo bendecida por Dios y por su Santa Madre. Una prueba manifiesta de ello, entre muchas otras, son estas
Conferencias Generales del Episcopado, cada una de las cuales ha sido, en su momento, un potente y providencial soplo del Espíritu.
6) La de
Río de Janeiro nos llamó a asumir el tema del crecimiento de otras religiones y las enormes carencias de los pobres, especialmente de los campesinos. Nos lanzó, también, en la gran tarea de la Pastoral Vocacional e invitó a abrir nuestras puertas a sacerdotes, consagrados y consagradas que, como misioneros, generosamente vinieron de distintos lugares de Europa. Pero quizás el fruto más significativo de ella fue el nacimiento del CELAM, con un nítido espíritu de integración en lo social, lo eclesial, y de fraternidad y comunión episcopal.
7) La de
Medellín nos sorprende en la puesta en práctica del Concilio Vaticano II, especialmente la Reforma Litúrgica, la restauración del Diaconado Permanente, los inicios de las Comunidades Eclesiales, la renovación de la Catequesis y la acogida de la “Gaudium et Spes”. En Chile se viven momentos particularmente intensos en lo social, llevando adelante la promoción popular e impulsando el compromiso socio-político de los laicos. Son tiempos, también, en que empieza a reinar la ideología y la confrontación social, que lamentablemente condujeron al quiebre de la vida democrática en nuestra Patria y también en otros países del Continente, y a profundas divisiones en el clero y en la Iglesia en general.
8) La de
Puebla, en nuestro país y en varios otros, se gesta en pleno gobierno militar y significa un refuerzo para asumir como un elemento claramente evangelizador la promoción y defensa de los derechos humanos. Nos impactaron los “rostros sufrientes” descritos en el Documento emanado de dicha Conferencia y reforzaron en muchas de nuestras Iglesias una pastoral social y de solidaridad que buscaba encarnar al Buen Samaritano, superando algunos conflictos ideológicos precedentes. Aportes invaluables para la acción pastoral fueron la Opción Preferencial por los Pobres, la Opción Preferencial por los jóvenes, así como la mayor preocupación por los “Constructores de la Sociedad”, que incluye también a quienes la construyen desde la base social.
9) La de
Santo Domingo no tuvo, en Chile al menos, el impacto de las anteriores, quizás porque no hubo preparación suficiente en las bases de la Iglesia. Por otra parte, nuestras “Orientaciones Pastorales” ya nos habían animado a la “Nueva Evangelización” pedida por Juan Pablo II como preparación del 5° Centenario de la Evangelización del Continente. Nos ayudó, sin embargo, a profundizar en las opciones en que estábamos comprometidos, nos confirmó en las opciones pastorales por los pobres y los jóvenes, y nos hizo más sensibles respecto de la Pastoral Familiar en un Continente que estaba experimentado profundos cambios culturales.
10) La Iglesia en Chile agradece profundamente al Señor los dones con que la ha bendecido. Particularmente en estos últimos tiempos, la Visita Pastoral del Papa Juan Pablo II, de la cual acabamos de celebrar los 20 años; el fortalecimiento de la participación laical; el desarrollo del diaconado permanente; el desarrollo creciente de la animación bíblica de la pastoral; la mejor evangelización y catequesis de la devoción mariana y de la piedad popular; los progresos en la Pastoral Familiar; el testimonio de fe de los jóvenes; la educación católica, que abarca alrededor del 15% de la cobertura educacional del país; la preocupación por la Pastoral Social; el desarrollo de la Pastoral Vocacional; los avances en el Diálogo Ecuménico e Interreligioso; el florecimiento de nuevos Movimientos y Comunidades; el esfuerzo por llevar adelante una Pastoral Orgánica. Junto a todos estos signos de crecimiento de nuestra Iglesia, pensamos que los más grandes dones con que el Señor nos ha bendecido son nuestros santos: Santa Teresa de Jesús de los Andes, joven carmelita fallecida a los 20 años, con sólo diez meses en el monasterio; San Alberto Hurtado, sacerdote jesuita, padre de los pobres, amigo de los jóvenes, defensor de los trabajadores, formador de laicos y promotor de vocaciones consagradas, y la Beata Laurita Vicuña, alumna salesiana fallecida a los 12 años, ofreciendo al Señor su vida por la conversión de su madre. Ellos son para nosotros modelo, estímulo e intercesores cercanos.
11) Son muchos los signos de esperanza que han precedido la celebración de esta 5ª. Conferencia de Aparecida. La esperanza es el gran don de Cristo resucitado a los discípulos de Emaús, la virtud que les permitirá caminar en la fe. Eso esperamos de este cenáculo: animarnos mutuamente en la esperanza que nos regala el Señor Resucitado; vivir un “nuevo Pentecostés” que nos colme de fe y confianza evangélica para vida de nuestros pueblos. Queremos volver a escuchar con amor las palabras de Jesús: “No teman, yo he vencido al mundo” (Juan 16, 33). Queremos buscar, en comunión de hermanos y hermanas, las líneas y la pedagogía pastoral necesaria para enfrentar los fascinantes desafíos de los tiempos que vivimos -que también son “tiempos de Dios”- para llevar a la práctica lo que el Señor nos ha planteado por medio del Santo Padre: ser “Discípulos y Misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan Vida. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
† Gonzalo Duarte García de Cortázar ss.cc.
Obispo de Valparaíso
Vice-Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
NOTA: Chile está situado en el sudoeste de Sudamérica, entre la Cordillera de los Andes y el Océano Pacífico. Tiene aproximadamente 4.800 kilómetros de largo, un ancho promedio de 177 kilómetros y 756.000 kilómetros cuadrados de superficie, además del Territorio Antártico. La población es de aproximadamente 16 millones de habitantes, 6 millones de los cuales viven en la capital, Santiago de Chile. El 4,48% de la población pertenece a etnias indígenas. El ingreso “per cápita” es de 12.983 dólares anuales. En el último Censo General (2002) el 70% se declaró católico (hubo una fuerte baja); el 15 %, evangélico; el 8,3%, agnóstico y el 6,7% restante, perteneciente a varios grupos religiosos. El número de presbíteros es de 2.359 (diocesanos 1.181 y 1178 religiosos); diáconos permanentes: 743; religiosos no presbíteros: 376; religiosas: 5.144; seminaristas: 821 (375 diocesanos y 446 religiosos). El porcentaje de analfabetismo es del 4,3%. El descenso de la natalidad es alarmante: 1,9 hijos por mujer, lo que no alcanza a cubrir el recambio de la población.