Queridos hermanos:
1) Chile está agradecido a Juan Pablo II porque, por su mediación se ha logrado el Tratado de Paz entre chilenos y argentinos.
Hay expectación por su anunciada visita.
¡Cuánta sería la alegría, si al venir el Santo Padre, nos encontrara a los chilenos en el camino de la reconciliación, de la justicia y de la paz, también entre nosotros!
2) La esperanza de la reconciliación no nos impide ver la gravedad de la crisis que atraviesa el país, agravada aún más por la restricción de los medios de comunicación.
Los hechos parecen haber confirmado las inquietudes que hemos expresado, a lo largo de los últimos años, en los diversos documentos de nuestra Conferencia Episcopal. No ofrecemos ahora un análisis más. Queremos señalar más bien caminos de superación y no hablando nosotros solos sino uniendo nuestra voz a la del Santo Padre.
El nos ha enseñado cómo se logra la paz entre los pueblos. ¡Que nos diga ahora cómo se reconcilia un país!
3) Hablándonos en Roma en nuestra reciente visita ad límina, nos dijo: “Animados por la virtud de la esperanza, esfuércense para que, superadas las divisiones y los enfrentamientos, sepan todos colaborar sinceramente en la construcción del bien común, de la paz social, de la justicia, del respeto de la vida y de los derechos de cada uno”. (1)
4) Acaba de llegarnos su Exhortación Apostólica titulada: “Reconciliación y Penitencia”, del 2 de diciembre de este año. La hacemos nuestra y en ella nos apoyamos al escribirles esta carta. Juntos con el Papa les decimos:
“En lo más vivo de la división, se capta un inconfundible deseo, por parte de los hombres de buena voluntad y de los verdaderos cristianos, de recomponer las fracturas, de cicatrizar las heridas, de instaurar a todos los niveles una unidad nacional”. (2)
“Tal deseo comporta en muchos una verdadera nostalgia de reconciliación, aun cuando no usen esta palabra”. (3) “Hay una irresistible voluntad de paz”. (4)
5) Con él les decimos que “la reconciliación no puede ser menos profunda que la división” (5). Y que hay que llegar “para curarla, a aquella primitiva herida, que es la raíz de todas las otras y que consiste en el pecado”. (6)
6) Con el Santo Padre vemos tres formas del llamado “pecado social” (7) y llegamos a la conclusión de que “en el fondo de toda situación de pecado hallamos siempre personas pecadoras” (8). Y llamamos “a las conciencias de todos para que cada uno asuma su responsabilidad con el fin de cambiar seria y valientemente esas realidades nefastas y esas situaciones intolerables”. (9)
7) Por una parte “el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás”. (10) “A la comunión de los santos, corresponde una comunión del pecado”. (11) Esta es la primera dimensión social del pecado.
8) Por otra parte “hay pecados que constituyen una agresión directa contra el prójimo, contra el hermano; todo pecado cometido contra la justicia; todo pecado cometido contra los derechos de la persona humana: todo pecado contra la dignidad y el honor del prójimo; todo pecado contra el bien común”. (12) Es la segunda dimensión social del pecado.
9) “La tercera acepción del pecado social se refiere a las relaciones entre las distintas comunidades humanas; la lucha de clases; la contraposición obstinada de los bloques de naciones y de una nación contra otra; y de unos grupos contra otros dentro de una misma nación”. (13) Y aunque “realidades y situaciones como esas son casi siempre anónimas, no deben inducimos a disminuir la responsabilidad de los individuos”. (14)
10) Queremos promover la reconciliación. Y pensamos con el Santo Padre que “la Iglesia promueve una reconciliación en la verdad, sabiendo que no son posibles ni la reconciliación ni la unidad contra o fuera de la verdad”. (15) Debemos entonces examinar nuestra conciencia en la verdad, para arrepentimos y cambiar de actitud.
11) “En la raíz de las rupturas no es difícil individualizar conflictos que, en lugar de resolverse a través del diálogo, se agudizan en la confrontación”. (16)
¡Vayamos entonces al diálogo!
12) “La creciente desigualdad entre grupos y clases sociales; los antagonismos ideológicos todavía no apagados; la contraposición de intereses económicos; las polarizaciones políticas” (17) son situaciones reales que debemos corregir.
Igualmente “la conculcación de los derechos fundamentales de la persona humana; las acechanzas y presiones contra la libertad de los individuos y las colectividades; la violencia y el terrorismo; el uso de la tortura y de formas injustas e ilegítimas de represión; la distribución inicua de las riquezas del mundo y de los bienes de la civilización”. (18)
¡Cuántas veces los Obispos hemos señalado estos mismos males y hemos exhortado a superados!
13) Una última palabra, hermanos, dirigida hacia nosotros mismos, los que estamos, por decido así, en el interior de la Iglesia:
“La Iglesia está llamada a dar ejemplo de reconciliación ante todo hacia adentro; todos debemos esforzamos en pacificar los ánimos, moderar las tensiones, superar las divisiones, sanar las heridas que se hayan podido abrir entre hermanos cuando se agudiza el contraste de las opciones en el campo de lo opinable, buscando por el contrario estar unidos en lo que es esencial para la fe y para la vida cristiana, según la antigua máxima: en lo dudoso, libertad; en lo necesario, unidad; en todo, caridad”. (19)
14) Desde la sencillez del pesebre, bajo la mirada de María, Cristo recién nacido irradia su suave luz. ¡Que ella ilumine en nuestros corazones las palabras de su Vicario en la tierra y que se vuelvan amor y vida para la reconciliación de nuestra patria!
Los Obispos de Chile
Diciembre 14 de 1984
Notas
1. Alocución del Papa a los Obispos de Chile, 8-XI-84
2. “Reconciliación y Penitencia” - 3
3. id.
4. id.
5. id.
6. id.
7. “Reconciliación y Penitencia” - 16
8. id.
9. id.
10. id.
11. id.
12. id.
13. cl. “Reconciliación y Penitencia” - 16
14. id.
15. “Reconciliación y Penitencia” - 9
16. “Reconciliación y Penitencia” - 2
17. id.
18. cfr. “Reconciliación y Penitencia” - 2
19. “Reconciliación y Penitencia” - 9