Mons. Caro presidió Te Deum de aniversario de Puerto Montt
Monseñor Caro llamó a mejorar la convivencia ciudadana en el aniversario 163 de la ciudad
Como es tradicional, este viernes 12 de febrero de 2016, Monseñor Cristián Caro presidió el solemne Te Deum de aniversario de Puerto Montt, al que asisten las principales autoridades locales y representantes de las Fuerzas Armadas y de Orden.
Al inicio de su homilía el Arzobispo señaló que "el humilde astillero de Melipulli se ha convertido con el paso del tiempo y el esfuerzo de sus habitantes en una de las ciudades que más ha crecido en Chile, convertida hoy en capital regional de pujante desarrollo y puente de unión con el extremo sur del país", a la vez que destacó la importancia de valorar y conservar los íconos que identifican la ciudad: entre ellos Angelmó, la Cruz de Tenglo, la costanera con vista al mar y otros.
También recordó el llamado del Papa Francisco en su reciente encíclica Laudato Si', a mejorar nuestra convivencia ciudadana, fomentando una cultura del encuentro y el diálogo. Algunos ejemplos que pone el Papa y otros más que son muy atingentes a nuestra vida diaria en Puerto Montt o en cualquier lugar: no ensuciar ni tirar basura a la calle, no malgastar el agua y la luz, no usar lenguaje grosero, ser amable con los demás en la calle, en el trabajo, en la casa; pedir perdón, dar gracias, pedir permiso, no rayar las paredes, no robar ni destruir los bienes públicos o privados, cuidar los animales, no contaminar el ambiente, ni visual ni auditivamente, por citar algunas acciones.
HOMILÍA EN EL TE DEUM POR EL 163° ANIVERSARIO DE PUERTO MONTT
Textos: 1 Jn 3, 16-18 Iglesia Catedral, 12 de febrero de 2016
Sal 112 (111)
Lc 10, 25-37
1.- Nos reúne en este templo de oración – casi tan antiguo como la ciudad- un motivo trascendente: dar gracias a Dios por un nuevo aniversario de la fundación de Puerto Montt, acaecida el 12 de febrero de 1853. El humilde astillero de Melipulli se ha convertido con el paso del tiempo y el esfuerzo de sus habitantes en una de las ciudades que más ha crecido en Chile, convertida hoy en capital regional de pujante desarrollo y puente de unión con el extremo sur del país.
Hay mucho que agradecer a Dios y a tantas generaciones que han contribuido al engrandecimiento de la ciudad, desde los pobladores autóctonos de Melipulli, luego la llegada de los primeros colonos alemanes y suizos, y posteriormente, los venidos de otras naciones, así como los chilenos –muchos casados con colonos o descendientes- que formaron familia aquí y dejaron hijos trabajando con ahinco para sostener sus familias, cultivar la tierra, desarrollar el comercio, mejorar la infraestructura, organizar la vida social, política, cultural. No se podría omitir la presencia educativa, evangelizadora y social de la Iglesia Católica, desde la primera hora, a través de los sacerdotes, religiosas y laicos que han sido verdaderos pioneros de Cristo para incentivar un desarrollo integral y darle alma cristiana a la sociedad.
2.- Se dice que Puerto Montt ya no es como antes. Ya la gente no se conoce en la calle, ha crecido enormemente el parque vehicular, el ritmo de vida se parece al de las grandes ciudades y lamentablemente ha cundido la delincuencia y el vandalismo que destruye bienes públicos y privados. Por otra parte, la desconfianza y la animosidad que han marcado los últimos años de la vida pública en Chile también se dan entre nosotros. Absorbemos y reproducimos los rasgos negativos de la cultura actual: el individualismo, la indiferencia ante los temas de bien común o las necesidades del prójimo, la falta de ética en los negocios o en la vida pública, y el olvido de los grandes valores religiosos y morales. Pareciera que queremos relegar a Dios solamente al ámbito privado por un concepto errado de tolerancia o de falso respeto a la diversidad.
Sin embargo, no todo es negativo. Han mejorado las condiciones de vida de nuestro pueblo, hay grandes progresos en el ámbito de la conectividad hacia las zonas alejadas, se ha ampliado la cobertura de educación en sus distintos niveles, hay buen índice de ocupación laboral, con un ingreso masivo de la mujer, por ejemplo a la industria acuícola, aunque se ciernen sombras de despidos. El nuevo Hospital de Puerto Montt es un símbolo del esfuerzo por mejorar el acceso a una salud de buena calidad.
Recientemente, con motivo del aniversario de la fundación de Santiago, en esta misma fecha, pero 312 años antes, se publicó un interesante reportaje con variadas entrevistas a distintos personajes que viven en la capital del país. La pregunta era: ¿Qué nos gusta y que nos disgusta de nuestra ciudad? Lo mismo podríamos hacer aquí con el fin de destacar aquello que nos identifica como ciudad, y que merece cuidado, mantención, apoyo público y privado. Podríamos considerar nuestros emblemas, por ejemplo, Angelmó, la Cruz de Tenglo, la costanera con vista al mar (y sin construcciones en altura), Pelluco, además de los monumentos y edificios patrimoniales, etc. Gracias a Dios, vemos iniciativas públicas y privadas en torno a estos íconos que, si los respetamos y mantenemos en buenas condiciones, no sólo tienen interés turístico sino que son símbolos de identidad.
3.- El Papa Francisco nos ha llamado a mejorar nuestra convivencia ciudadana, fomentando una cultura del encuentro y el diálogo, y cuidando la casa común que es nuestra tierra y medio ambiente, como un don que hay que cultivar y proteger para las generaciones futuras. Así por ejemplo, los incendios que en este tiempo se originan en tantos lugares, la mayoría a causa de la irresponsabilidad humana, los problemas que generan los basurales cerca de poblaciones, los accidentes en carretera nos hablan de falta de conciencia y falta de responsabilidad, individual y colectiva, que afecta desde la familia hasta el Estado, en la educación y en políticas públicas. El Papa Francisco, en su Encíclica Laudato Si’ hace un urgente llamado a superar la indiferencia que nos aletarga mediante lo que él llama una “conversión ecológica integral”, lo que significa renovar profundamente las cuatro grandes relaciones del ser humano- con Dios, con los demás, con la creación y con uno mismo-, para entablar una nueva relación, más solidaria con las personas, más respetuosa de la naturaleza creada, más serena y pacífica con uno mismo, y sobre todo, de mayor confianza en Dios, que es la referencia fundamental del hombre, origen, camino y término de todo. Esta renovación global se va haciendo no sólo en las grandes decisiones de política ambiental sino también de día en día a través de la educación en la familia, en la escuela, en los medios de comunicación, en la Iglesia. Se trata de crear hábitos virtuosos, de un nuevo estilo de vida, más amigable con los demás, con la creación y con Dios. Algunos ejemplos que pone el Papa y otros más que son muy atingentes a nuestra vida diaria en Puerto Montt o en cualquier lugar: no ensuciar ni tirar basura a la calle, no malgastar el agua y la luz, no usar lenguaje grosero, ser amable con los demás en la calle, en el trabajo, en la casa; pedir perdón, dar gracias, pedir permiso, no rayar las paredes, no robar ni destruir los bienes públicos o privados, cuidar los animales, no contaminar el ambiente, ni visual ni auditivamente, por citar algunas acciones. Pero, las pequeñas grandes acciones que hay que motivar, promover y realizar son las obras de misericordia, corporales –como atender a los pobres, visitar a los enfermos, acoger a los migrantes, ver a los presos, enterrar a los muertos- y las espirituales- enseñar al que no sabe, aconsejar, acompañar, consolar, orar por los vivos y difuntos.
4.- Lo más importante es la motivación interior para mejorar nuestras relaciones con los demás, con Dios, con la creación. Esta no puede ser sino el amor, “como fuerza de purificación de las conciencias, fuerza de renovación de las relaciones sociales, fuerza de proyección para una economía distinta, que pone en el centro la persona, el trabajo, la familia, en lugar del dinero y el beneficio” (Francisco, Catedral de Isernia, Año jubilar celestiniano, 5 de julio de 2014).
San Juan nos dice que “Dios es amor”, y que “quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él”. “Hemos conocido lo que es el amor en Aquél que dio la vida por nosotros”, añade el apóstol. El amor es un don que viene de Dios, como gracia del Espíritu Santo, pero es una tarea diaria por realizar. “Por eso, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos”. Por tanto, “no amemos de palabra y con la boca sino con obras y de verdad” (1 Jn 3, 16-18). La parábola del buen samaritano que hemos escuchado en el evangelio es la respuesta de Jesús a la pregunta del maestro de la Ley: “¿Y, quién es mi prójimo?”. Dentro del sistema socio-religioso del judaísmo el prójimo o próximo debía no sólo ser del mismo pueblo de Israel –por ser el pueblo elegido- sino que debía reunir condiciones para poder acercarse a él, no debía estar impuro legalmente para no contaminar a los demás, como p.e. los leprosos. El samaritano – representante de un pueblo odiado por los judíos- se acerca al hombre asaltado por los bandidos y dejado herido al borde del camino y se hace prójimo de él, aún pasando a llevar la ley. Su acción de detenerse, curar las heridas con aceite y vino, cargarlo en su cabalgadura, llevarlo a la posada, dejar monedas al posadero hasta su vuelta, todos esos gestos superan con mucho las estrechas fronteras de lo que era considerado prójimo y muestra lo que es el verdadero amor, la compasión, la generosidad, el desinterés y sobre todo la misericordia. El buen samaritano es Jesús y quienes aman como El.
El Salmo decía que en las tinieblas brilla una luz: el que es justo, clemente y compasivo. Esa luz es la fe que se hace operante por el amor (cf. Gal 5,6). También nuestra sociedad actual necesita hombres justos, testigos que teman a Dios y sean apasionados de sus mandatos. Hombres y mujeres que en medio de las tinieblas reflejen los destellos de esa Luz, que es Cristo, el Justo, el Clemente y Compasivo. Así, contribuiremos a edificar una sociedad más humana, justa, fraterna, respetuosa de la vida y de la dignidad de cada ser humano, servidora de los más necesitados, en la perspectiva de la civilización del amor, enseñado y vivido por Cristo y los santos.
5.- La iniciativa del Papa de convocar un Año Jubilar extraordinario de la Misericordia, quiere ser la respuesta evangélica ante la violencia, las guerras, el terrorismo, los atentados a la vida humana, especialmente contra los no nacidos, ante la dificultad para perdonar y la facilidad para juzgar y condenar a los demás sin examinarnos a nosotros mismos: se requiere volver a descubrir el rostro misericordioso de Dios Padre visible en su Hijo Jesucristo. “Hay tanta necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y la llevan a los diversos ambientes sociales. Este es el tiempo de la misericordia”, ha dicho el Papa. “Se necesitan cristianos que hagan visible a los hombres de hoy la misericordia de Dios, su ternura hacia cada creatura. Convertirse y realizar obras de misericordia. Estas dos cosas son el motivo conductor de este Año Santo”. Es útil recordar que en el antiguo Israel el Año jubilar (cada 50 años) era un tiempo de descanso para la tierra y los animales, de liberación de los esclavos, de remisión de las deudas y de retorno de los bienes a sus dueños. Se reducía la máquina productiva, se regresaba a la familia y se daba tiempo y lugar a la acción de gracias a Dios. Jesús habla de su misión como anuncio de la Buena Nueva a los pobres, la libertad a los oprimidos, la vista a los ciegos y la proclamación de un Año de gracia del Señor (cf. Lc 4,18-21).
La experiencia y la Palabra de Dios nos aseguran que “el mundo de los hombres puede hacerse cada vez más humano, únicamente si introducimos en el ámbito pluriforme de las relaciones humanas y sociales, junto con la justicia, el “amor misericordioso” que constituye el mensaje mesiánico del Evangelio” (S. Juan Pablo II, D.M., 14)
6.- Al terminar estas palabras volvemos nuestra mirada de fe y devoción hacia la Patrona de Chile y de sus Fuerzas Armadas y de Orden, y también de nuestra arquidiócesis, la Santísima Virgen del Carmen, Reina y Madre de misericordia, como lo hemos rezado desde niños. A Ella le pedimos, una vez más, que nos enseñe a construir una gran nación de hermanos, donde cada uno tenga pan, respeto y alegría. Amén
+Cristián Caro Cordero
Arzobispo de Puerto Montt
Puerto Montt, 12-02-2016