Cardenal llamó a recibir la vida y la paz que trae Jesucristo Resucitado

En menaje pascual:

Cardenal llamó a recibir la vida y la paz que trae Jesucristo Resucitado

Cientos de fieles llegaron hasta la Catedral Metropolitana para celebrar la Vigilia Pascual. La liturgia fue presidida por el cardenal Francisco Javier Errázuriz y con ella la Iglesia celebra la Resurrección de Jesucristo.

Sábado 15 de Abril de 2006
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Con una Catedral completamente a oscuras se dio inició a la Vigilia Pascual, como una señal de espera de la resurrección de Jesucristo. La celebración litúrgica fue presidida por el Cardenal Francisco Javier Errázuriz y concelebrada por el Deán del Cabildo Metropolitano, Monseñor Damián Acuña, entre otros sacerdotes. En la entrada del templo, el Arzobispo de Santiago bendijo el fuego, simbolizando con ello la acción del Espíritu Santo y la luz que trae Jesucristo vencedor de las tinieblas y de la muerte. Signo de esa luz es también el cirio pascual, que se encendió con el mismo fuego bendecido. En ese instante, la Catedral se vio iluminada con las velas que portaban los fieles.

Luego, se proclamó el Pregón Pascual, signo de la nueva luz, que es Cristo resucitado, tras lo cual se pasó a la Liturgia de la Palabra, con textos bíblicos que relatan los aspectos centrales de la Historia de la Salvación. El Cardenal Errázuriz, posteriormente, tomó la renovación de las promesas bautismales a los fieles asistentes, para dar paso a la celebración de la Eucaristía, que revive el misterio pascual de Jesucristo, quien da su cuerpo a la muerte, para rescatar, con su resurrección, a quienes estaban sometidos, por el pecado, a la muerte, como lo expresa San Pablo.

Mensaje Pascual

En su mensaje de Pascua de Resurrección, el Cardenal Francisco Javier Errázuriz comienza señalando cómo Jesucristo, en la cena pascual, momentos antes de ser entregado a su muerte, recordó junto a sus apóstoles el paso de Dios, “que intervino en la historia de Israel, liberándolo de la esclavitud”.

“Para celebrar la Cena pascual, Jesús se reunió con sus discípulos en Jerusalén, en la ciudad de la alianza y de la paz. Sabía que su tiempo estaba cerca, que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre. Con sus discípulos recordó con profunda gratitud, unido en espíritu a todo su pueblo, el paso del Señor que intervino en la historia de Israel, liberándolo de la esclavitud de Egipto”, recordó el Arzobispo de Santiago, haciendo especial mención de la gratitud que el pueblo de Israel sentía por Moisés, “que defendió los intereses de Dios y del pueblo ante el Faraón, que los guió a través del Mar Rojo y del desierto, que subió a la montaña a escuchar la voz del Señor, y a recibir los mandamientos de su Dios, el cual se manifestó como un Dios clemente y fiel, tardo a la ira y pronto al perdón, cuya misericordia se extiende por mil generaciones, sin dejar, sin embargo, impune el pecado de los padres”.

Más adelante, el Cardenal Errázuriz manifiesta en su mensaje: “Esa cena pascual la celebraban con Jesús, a quien su fe confesaba como el Mesías. El paso de Jesús por este mundo y su próximo tránsito de la muerte a la vida, para liberar al pueblo de toda enemistad con Dios, aparecía ante su fe en la perspectiva de la hazaña de Moisés y de los grandes designios de salvación de Dios para con los hombres. Con ellos, sus discípulos, estaba el gran amigo de Dios, su Hijo muy amado, el mismo rostro benevolente de Dios, vuelto hacia los hombres, aquel cuya comida era hacer la voluntad del Padre, el que había venido para hacernos hermanos, amigos y colaboradores suyos, para darnos vida eterna, y abrirnos los caminos a la felicidad, la verdad y la paz. Había llegado la hora, su hora, de dar la vida por nosotros, consciente de que nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Así nos pidió que nos amaramos los unos a los otros como él nos ha amado”.

“Después –agrega el mensaje pascual del cardenal Errázuriz- se cernieron sobre él las sombras de la aflicción y de la muerte. Se había convertido en piedra de tropiezo para quienes prefieren la mentira a la verdad, la enemistad al amor, la opresión a la justicia, el egoísmo a la generosidad, ser servidos a servir, la traición a la fidelidad, la venganza al perdón, la corrupción a la honestidad, el placer ilimitado a la sobriedad y la contemplación, los caminos tortuosos, que amenazan la vida propia y la ajena, a los caminos de Dios, que conducen a la alegría, la oración y la felicidad. Le dieron muerte, después de torturarlo, en el patíbulo de la cruz”.

“Y lo siguen golpeando y aún tratando de exterminar los que no lo respetan o ejercen violencia contra sus hermanos; y los que tratan de desdibujar su personalidad, su rectitud, su sabiduría y su bondad, y pretenden hacerlo cómplice de quienes lo condenaron y le dieron muerte, y con gran despliegue económico, difunden falsedades acerca de su persona y de Judas, desechadas hace 17 siglos por carecer de verdad. ¿Por qué no usan tanto dinero inútil en dar empleo a los pobres, o enseñanza a los más desposeídos?”, se pregunta el Arzobispo de Santiago en su mensaje. Y Agrega: “Pero la muerte ya no tiene poder sobre Cristo. Con inmensa alegría hemos celebrado su Resurrección. Como lo dice la secuencia del domingo: después de haber muerto, quien nos guía a la vida reina vivo. Nos ha reconciliado con el Padre, liberándonos del dominio de la muerte y del pecado. Nos ha abierto las puertas de la vida, las puertas del cielo y de la tierra. Nos ha invitado a vivir, compartiendo con nosotros, como amigos de la verdad y la sinceridad, su vida, sus proyectos y sus mismos sentimientos. Nos propone desvivirnos por los hermanos y los necesitados con un corazón compasivo y generoso, sin indiferencias ni enemistades, rechazando el soborno, la infidelidad y la traición, lejos de toda esclavitud, de toda opresión y de toda adicción, practicando la justicia y la fraternidad, y construyendo la paz”.

“Queridos amigos y hermanos de Nuestro Señor, alegrémonos profundamente con su resurrección y acojamos la vida y la paz que él nos trae. Alegrémonos con su madre María y con todos los apóstoles, con quienes comparten nuestra fe y con quienes sin compartirla aprecian profundamente la vida y las enseñanzas del Señor. Que nuestro espíritu se abra siempre a todos los dones que vienen de sus manos y a toda enseñanza que sale de su corazón, para colaborar junto a él con mucha pasión en la construcción de su Reino, de modo que en nuestro pueblo todos tengan vida, y la tengan en abundancia”, termina señalando el Arzobispo de Santiago en su mensaje pascual.

Fuente: DOP Santiago
Santiago, 15-04-2006