Ante el Cardenal Francisco Javier Errázuriz, el clero de la Arquidiócesis de Santiago renovó sus promesas sacerdotales durante la solemne Misa Crismal. En la Eucaristía, además, se bendijeron los óleos y el crisma que se utilizarán durante el año en los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Unción de los Enfermos.
En medio de familiares, amigos, integrantes de comunidades parroquiales y de colegios, los presbíteros que desarrollan su labor pastoral en la Arquidiócesis de Santiago renovaron este mediodía sus promesas sacerdotales, y su fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia, en el marco de la solemne Misa Crismal que presidió el cardenal Francisco Javier Errázuriz, en la Catedral Metropolitana. La Eucaristía fue concelebrada por el Nuncio Apostólico en Chile, los Obispos Auxiliares y Vicarios Episcopales y por más de 300 sacerdotes.
La Misa Crismal se celebra en todas las catedrales del mundo en el día en que la Iglesia recuerda la institución de la Eucaristía y del sacerdocio. Se llama Misa Crismal porque durante ella se bendicen los óleos y el crisma que serán usados en todas las parroquias y capillas en la administración de los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Unción de los Enfermos durante todo el año.
Sacerdotes: Instrumentos de vida
En esta ocasión, La homilía (prédica) estuvo a cargo de Monseñor Cristián Contreras Villarroel, obispo auxiliar de Santiago. “Los sacerdotes –dijo- son un signo elocuente de la cercanía de Dios con la humanidad. Llamados por Jesús, el Verbo eterno que se hizo carne y habitó entre nosotros, somos servidores de la Palabra, de la Eucaristía y ministros de la Reconciliación. Por esta razón, porque debemos ser los servidores y testigos de la cercanía y de la benevolencia de Dios, es que nos reunimos con nuestro Obispo para renovar las promesas sacerdotales y para llevar a nuestras comunidades y parroquias el Óleo bendito para los enfermos y el óleo bendito para los que se inician en la vida cristiana. También seremos portadores del Crisma consagrado para los niños bautizados y para los jóvenes que recibirán el sacramento de la adultez cristiana, la confirmación. Es el santo crisma con el que serán también ungidos los nuevos sacerdotes y obispos. Somos portadores de instrumentos de vida; no de muerte. No somos portadores de armas homicidas, como jamás debiéramos ser pastores indolentes ante el sufrimiento de la humanidad. No es menor nuestra misión sacerdotal porque hemos sido llamados para dar vida y para ser ministros de vida eterna. Eso nos debe hacer servidores humildes, disponibles; jamás señores u hombres autoritarios, enojados, faltos de gratuidad o incapaces de acoger. Que todos quienes nos encuentren puedan decir: “¡hoy se cumple la palabra del Señor en medio nuestro, hoy he recibido una buena noticia para mi vida!”.
También destacó el testimonio de diversos sacerdotes que, en campos distintos, han ejemplificado su amor por el prójimo y por la Iglesia. Entre otros, mencionó al Pbro. Nicolás Vial y su labor en la pastoral penitencial, Mons. Alfonso Baeza y Mons. Ignacio Muñoz por su dedicación a la pastoral social y de los trabajadores. A su vez agradeció a los sacerdotes Gerardo Ouisse y Pierre Dubois, simbolizando en ellos la labor misionera de tantos presbíteros extranjeros en nuestro país.
América Latina y su Iglesia
Más adelante, Monseñor Contreras Villarroel se refirió a los desafíos que la Iglesia tiene en el marco de la preparación de la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano, cuyo lema será: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
“Es que América Latina gime con dolores de parto esperando la manifestación de los hijos de Dios”, señaló en su homilía Mons. Contreras. “No podemos –agregó- defraudar a los pobres y sufrientes. No podemos hacerlo. No tenemos derecho a hacerlo. Así lo ha pensado el Consejo Episcopal Latinoamericano y así lo ha refrendado nuestro Papa Benedicto. Tenemos una oportunidad histórica y eclesial para llegar a nuestros hermanos con la Buena Noticia de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Esta misión debiera exorcizar una de las tentaciones más grandes entre nosotros: hacer del sacerdocio un proyecto individualista y no algo comunitario.
El Papa Juan Pablo II afirmaba categóricamente en su Exhortación Apostólica “Pastores dabo vobis”: “El ministerio ordenado, por su propia naturaleza, puede ser desempañado sólo en la medida (…) que esté en comunión jerárquica con el propio Obispo. El ministerio ordenado tiene una radical ‘forma comunitaria’ y puede ser ejercido sólo como una ‘tarea colectiva’” (n. 17). ¿Es esto burocracia? No lo creo. ¿Es esto cargar a los sacerdotes más allá de sus fuerzas? Creo todo lo contrario. Es, por el contrario, un llamado a tener un proyecto presbiteral relevante para los tiempos que vivimos, a vivir comunitariamente nuestro sacerdocio”.
“Para que nuestros pueblos tengan vida en Cristo, deberemos anunciarlo explícitamente y deberemos hacer operantes todas aquellas instancias comunitarias de participación y reflexión como son los consejos parroquiales, los consejos económicos, la vida de los decanatos y la riqueza de las Vicarías zonales y ambientales. La Iglesia, también en palabras de Juan Pablo II, debe ser la casa y la escuela de la comunión, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo (cfr. Tertio Millennio Ineunte, 43). Esperanzas del mundo a las que Jesús responde como Ungido para llevar la Buena Nueva a los pobres; la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos; la libertad a los oprimidos y la proclamación del año de gracia del Señor”, agregó Monseñor Contreras en su homilía.
“Para cumplir nuestra misión –agregó el Obispo Auxiliar de Santiago- debemos conocer bien nuestro mundo y sus culturas; debemos estar serenos, conscientes que somos discípulos y misioneros de Jesucristo, el Alfa y la Omega, el principio y fin. Esta es nuestra fortaleza. No somos ajenos a los logros de la cultura actual, como tampoco somos sacerdotes para evadir la realidad, sino para transformarla; para hacerla más conforme al proyecto de Dios. No debemos temer a quienes caricaturizan al Señor y a la Iglesia; lo vemos en estos días. Y ante ello debemos ser firmes y auténticamente eclesiales para fortalecer la fe de nuestros hermanos”.
La pasión hoy
En su homilía, Monseñor Cristián Contreras hizo especial referencia a los hechos de violencia que han impacto a nuestra sociedad en los últimos días, como es el caso del asesinato de un joven en la capital. “Esta celebración –señaló- es el pórtico para entrar en las celebraciones del triduo pascual. En lo personal no puedo entrar en estos benditos días omitiendo el impacto provocado por la noticia de un joven cruelmente asesinado en nuestra ciudad de Santiago. Conmueven todas las muertes y más cuando la vida es quitada con una violencia inusitada. Conmueve la violencia en tantas de nuestras poblaciones. ¿Pueden darnos luces estas celebraciones de la fe sobre ésta y otras realidades dolorosas? Nuestra fe en Cristo nos dice que sí. Desde Cristo crucificado podemos descubrir y ser solidarios con todos los sufrientes de la historia y a reconocer en ellos los rasgos del mismo Cristo crucificado. Así lo hicieron los Obispos en el Documento de Puebla, cuando afirmaban que la situación de extrema pobreza y de marginación de tantos hermanos nuestros, adquiría “en la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela”.
“La Cruz nos revela el misterio del pecado y nos pide no subestimar el mal en el mundo. Es que el pecado de las personas cristaliza en estructuras de iniquidad. Ayer fue la esclavitud; hoy tenemos nuevas formas de sometimiento. Existe la “mala vida” organizada que lucra con la debilidad y exclusión social de los más pobres, como lo hacen los elegantes delincuentes con la dignidad de las personas: narcotraficantes y sus redes; o los que lucran prostituyendo a niñas y muchachos, chilenos e inmigrantes, en nuestra ciudad”, afirmó el Obispo Auxiliar de Santiago.
“El Viernes Santo –agregó- nos invita a elevar una mirada al Cristo de la Cruz, el mismo del pesebre, eternamente contemporáneo y solidario con nuestras dolencias. La Cruz nos revela el misterio del amor de Dios y del valor decisivo que en la existencia humana tiene la entrega y el sacrificio; como el de Jesús que pasó por la vida haciendo el bien y se hizo “compañero” (el que comparte el pan, “cum panis”) de nuestro destino de eternidad, ofrendándonos como viático el sacramento de su Cuerpo entregado y su Sangre derramada. Todo lo contrario de las nuevas ideologías o embestidas culturales que nos presentan una antropología del puro bienestar, del individualismo y del placer egoísta a cualquier costo”.
Citando al Papa Benedicto XVI, Monseñor Contreras terminó señalando en su homilía: “No es el poder el que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no obstante, todos necesitamos su paciencia. El Dios que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres”.
Fuente: DOP Santiago
Santiago, 13-04-2006