Comentario del Pbro. Samuel Fernández, decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, publicado por el diario La Tercera el sábado 8 de abril, sobre el llamado evangelio de Judas.
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Padre Samuel Fernández
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Indudablemente, no se trata de un texto escrito por Judas, de ser así, Judas debería haber vivido unos 200 años; se trata de un manuscrito del siglo IV, es decir, más de 300 años después del nacimiento de Jesucristo, que contiene un relato que lleva por título "El Evangelio de Judas".
Los evangelios más antiguos, son los de san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan, que están escritos pocos años después de la muerte y resurrección de Jesús, y en su redacción participaron testigos directos de la vida de Cristo, que escucharon sus predicaciones, conversaron con él, lo vieron curar a los enfermos, después de su muerte lo vieron resucitado y, por testificar su resurrección, fueron capaces de dar la vida. Con razón san Juan, en su primera carta, afirma que da testimonio de "lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos" (1Jn 1,2).
Los Evangelios, por estar inspirados cuentan con una autoridad especial, y por su antigüedad son los documentos más importantes para conocer históricamente a Jesús. En los siglos posteriores, diversos grupos comenzaron a componer historias sobre Cristo que mezclaban datos de los Evangelios con las especulaciones, interpretaciones y fantasías de cada autor. Estos son los llamados evangelios apócrifos. Algunos de estos escritos surgieron para satisfacer la curiosidad de los fieles, y son leyendas fantasiosas acerca de la vida de Jesús; mientras otros nacieron del deseo de propagar particulares opiniones acerca de Cristo, sostenidas por algún determinado grupo y, para darle autoridad, los firmaban con el nombre de algún personaje antiguo.
Hoy se conservan muchos textos apócrifos, todos muy posteriores a los Evangelios del Nuevo Testamento, y contienen las historias más pintorescas que nos podamos imaginar. Es muy fácil acceder a ellos, están en castellano, en muchas bibliotecas y en las librerías católicas. Nadie los mantiene escondidos ni prohibidos, y los manuscritos de la mayoría de ellos están en poder de las grandes Bibliotecas europeas, tales como la Biblioteca Nacional de Francia y la Biblioteca Británica.
El supuesto Evangelio de Judas no debió ser un texto de mucha importancia ni siquiera en su época, prueba de ello es que hoy se conserva un solo manuscrito, porque pocos tuvieron interés en copiarlo y difundirlo. De la obra de Homero, por ejemplo, se conocen más de 640 manuscritos, y del Nuevo Testamento se conservan 5.600 manuscritos, muchos de ellos del siglo II y III, e incluso algunas páginas del siglo primero. No hay ningún texto más seguro en su transmisión que el Nuevo Testamento, esto lo reconoce cualquier persona que sepa un poco del tema.
Quien quiera conocer a Jesús debe recurrir a los testigos directos de su vida, y estos testimonios se conservan en el Nuevo Testamento. Desconfiar de los testigos directos y confiar en testimonios tardíos y de segunda mano no tiene ninguna lógica. Pretender que la verdad sobre Jesucristo se encuentra en un texto tardío, del que se conserva un único manuscrito del siglo IV, encontrado hace algunos años en Egipto, es algo que ningún estudioso serio, que busque con sinceridad la verdad, podría aceptar.
Las Cartas de san Pablo y los cuatro evangelios fueron redactados cuando los testigos directos de la vida de Cristo aún estaban vivos. Estos escritos han sido conservados y transmitidos como un tesoro por una comunidad viva, que los ha leído, copiado y difundido públicamente a lo largo de la historia. La difusión ha sido tan amplia que la Iglesia, aunque hubiese querido, no podría haber deformado los Evangelios, puesto que desde el inicio del cristianismo han sido demasiado conocidos por todos.
De todos modos, una cosa hay que reconocer: el revuelo que ha causado el anuncio de la publicación de este texto revela la profunda fascinación que despierta en tantos corazones la figura de Jesús de Nazaret. Incluso los que lo rechazan con mayor fuerza, no pueden dejar de hablar de Él.
P. Samuel Fernández E.
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Católica de Chile
Santiago, 10-04-2006