Queridos hermanos:
El inicio del Adviento -tiempo preparatorio a la Navidad- encuentra al pueblo chileno en una hora de dificultad y de aflicción. Tal vez eso mismo nos ayudará a comprender mejor el misterio que nos preparamos a celebrar, y esa comprensión nos permitirá reencontrar la esperanza y la alegría, allí donde ellas verdaderamente están.
El Relato Evangélico
El relato evangélico (Lucas, 2,1-20) nos permite evocar a un matrimonio joven José, carpintero, y María, su esposa, viajando desde Nazareth hasta Belén -dos o tres días de viaje a pie- en pleno invierno. Ella está \"encinta y próxima a dar a luz\" En Belén \"no hay lugar para ellos en la posada\" y María tendra su nifío a la intemperie, en una gruta. El niño es \"envuelto en pafíales\" y \"recostado en una pesebrera\".
Todo esto nos habla de pobreza, de desamparo y de paciencia.
Si seguimos leyendo, encontraremos el relato de la aparición del ángel a los pastores y de la visita de estos \"a María, a José y al niño\". Aquí se nos habla de una gran \"claridad\" que asusta a los pastores. Pero enseguida les dice el ángel que \"no teman\", que viene a \"anunciarles una buena nueva que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo\". Y se habla de \"gloria\", de \"gracia\", de \"paz\" y todos \"se maravillan\" de lo que ha sucedido.
¡Qué bien se unen en el relato evangélico los dos aspectos: pobreza, desamparo y paciencia, por un lado y, por otro, claridad, alegría y admiración!
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Miremos ahora, queridos hermanos, cómo estamos.
Muchos de nuestros hermanos -no sabemos cuántos, pero son muchos- por diversas circunstancias, se encuentran hoy día al borde la miseria, si no en ella. Y decimos: al borde de la miseria, porque quienes visitan a Chile, después de vivir en ciertos países de Asia o de Africa, nos dicen que nuestra más extrema pobreza no es comparable con lo que se ve en esos países. Pero eso no quita que, para muchos chilenos, hoy, una vida tranquila y digna, sin angustia, sin hambre, sin mendicidad, sin trabajos deprimentes, no es posible. Y este no es problema de ellos solamente, ni es problema sólo del Gobierno o de las Municipalidades: es problema de todos nosotros.
¿Qué podemos decirles en esta Fiesta de Navidad a esos hermanos nuestros? Mucho. Pero antes, podemos y debemos hacer algo, hacer más de lo que hacemos. Lo que haríamos si nuestro hermano de padre y madre tuviera hambre o si, en la casa del lado, viviera una familia que no tiene qué comer. ¿Qué haríamos? Compartiríamos con ellos lo que tenemos. ¡Hermanos! ¡compartamos! Este trago amargo de la cesantía, de la miseria, compartámoslo, por el bien del que reciba y por el bien del que dé. Y saldremos de esta prueba más unidos que antes.
Lo vimos con ocasión de las inundaciones recientes: ¡cuánta solidaridad, a veces sencilla, a veces hasta heroica, brotó espontáneamente por todas partes! Lo hemos visto estos últimos años con los niños impedidos: ¡cuánta generosidad, de tanta gente, al ver al problema! ¡Queridos hermanos! ¡abramos los ojos a la pobreza ajena, veamos y demos!
Ayudar con amor y oración
A los sacerdotes y diáconos, a los religiosos y religiosas, a los ministros laicos, a los dirigentes de movimientos les pedimos que, mientras dure esta emergencia, den lo mejor de sus esfuerzos a esta ayuda fraterna y solidaria, ya sea que vivan y trabajen en medios muy tocados por la miseria, ya sea que lo hagan en ambientes más favorecidos. Que en toda ayuda, promovida, intercambiada o dada, aparezcan el respeto a la dignidad del que necesita y el amor al hermano que sufre. Que ninguna consideración política, que ninguna amargura, que ningún afán de buscar o denunciar culpables se mezclen con una acción que debe ser fraternal, solidaria y transparente como el Evangelio.
Y para que esto sea así, oremos e invitemos a orar. En el amor a Dios, que se expresa y se ejercita en la oraci.ón, está la fuente del auténtico amor al prójimo. Oración y solidaridad son las dos caras de un mismo amor.
No sólo el hambre
Se puede sufrir mucho, sin llegar a tener hambre, y hoy se sufre mucho, aun sin tener hambre. La recesión afecta a todos o a casi todos. Es duro perder el trabajo, con muy poca esperanza de encontrar otro, al menos por ahora. Es duro verse lleno de deudas, al borde de la quiebra, o, por el contrario, ver que los que a uno le deben no le pagan y no le pueden pagar. Que el producto de nuestro trabajo no se vende o se vende por menos de su valor. O tener que vender el televisor, los muebles, la casa, el campo, que eran parte de nuestra vida. La angustia, el desaliento, la depresión pueden doler más que el hambre o el frío.
En la noche de Navidad, al llegar a la hospedería, María estaría cansada ya que estaba a punto de dar a luz. José tendría hambre después de haber caminado días enteros. La noche iba a ser fría puesto que se estaba en pleno invierno. Pero \"no hubo lugar para ellos en la posada\". Y Jesús, recién nacido, fue colocado en una pesebrera, no en una cuna, y tal vez tiritó de frío, a la intemperie, en esa gruta. Les decíamos, queridos hermanos, que compartiéramos con los que sufren. Es bueno recordar que Jesús también compartió nuestros sufrimientos desde niño y que en su agonía participó de nuestras amarguras y conoció todas nuestras angustias. ¿No es verdad que eso cambia, al menos para quien tiene fe, todo el sentido del sufrimiento?
El bien de la prueba
La pérdida de los bienes materiales, la vuelta, aunque involuntaria, a una vida más sencilla, a muchos les ha hecho bien. Algunos han dado público testimonio en el sentido de que los reveses económicos les han ensefíado a desapegarse de las cosas materiales. Los han vuelto más compresivos para los sufrimientos de quienes están peor que ellos, o lo han estado siempre. Los ha vuelto más humildes. El desafío de la prueba ha despertado en muchos un coraje, una energía, insospechados antes, un sentido del trabajo y de la responsabilidad que les hará salir adelante. Muchas familias han visto renacer entre ellos un sentido latente de solidaridad; se han unido más que antes. Algunos han encontrado a Dios, o lo han reencontrado. Muchos han descubierto que, cuando se pierde o no se tiene el dinero,queda siempre lo gratuito: la fe, el amor, la amistad, la dignidad, y, pese a todo, a través de todo, la paz y la esperanza.
El retorno de los exiliados
Chile espera con cariño el retorno de los exiliados. Porque son chilenos como nosotros, porque han sufrido más que nosotros, porque son hermanos nuestros. ¡Que su regreso a la patria sea un signo de reconciliación! ¡Que vuelvan sin rencores y sean recibidos con amor!
Para los seres queridos que los esperan, su llegada, o la esperanza de su retorno, serán el mejor regalo de Navidad. Y para ellos, el regalo de Navidad será la patria y la familia recobradas.
La Iglesia, que, en muchas partes del mundo, los acogió en el destierro con un rostro amigo, los acoge ahora a su regreso con el rostro insustituible de la patria.
¡Mea culpa!
Queridos hermanos: los males tienen sus causas y también sus remedios. Se han cometido errores. Ha habido excesivo dogmatismo, se ha creído más en la cátedra que en la vida, no se ha dialogado lo bastante. Entonces, aprendamos todos a escuchar, a enfrentar la realidad, partiendo de la vida.
Se ha creído que, a través del dinero y de las cosas materiales, se puede llegar al hombre. Ahora sabemos que hay que ir derecho al hombre, a su corazón, a su trabajo, a su vida. Y los bienes materiales vienen \"por afiadidura\", pero vienen.
Se ha pecado de suficiencia. Se creía tener respuesta a todos los problemas. Se iba a mejorar la vida de los hombres, sin necesidad de pedir su participación o su ayuda. Y no nos fue bien. Evitemos entonces esos males para el futuro. Busquemos la verdad con humildad, entre todos.
¡Cómo no vamos a superar estos momentos difíciles si llegamos a un consenso, si buscamos juntos caminos de futuro!
¡Como no vamos a salir adelante si pedimos a Dios que nos ayude! Si Él nos creó, si Él nos quiere, si Él nos espera, ¿cómo no habrá de guiarnos para encaminar nuestros pasos hacia la civilización del amor?
¡Feliz Navidad!
¡Queridos hermanos! ¡arrodillémonos ante el pesebre! Contemplemos esa escena de sencillez y de paz. Abramos los ojos del corazón a la inmensa \"claridad\" que brilla en la noche de Navidad. Oigamos la voz que nos dice: \"¡No tengan miedo!\" Abrámonos a la \"buena nueva\" que trae \"alegría\" para todo el pueblo. No miremos hacia atrás. Dejemos de lado los lamentos y las acusaciones. Acudamos a Dios -es el niño del pesebre- acudamos a Dios orando, adorando, amando, agradeciendo la prueba, pidiendo perdón por la culpa y suplicando por el remedio.
Reaprendamos en la escuela de la vida y del dolor, la lección que se nos dio hace 2.000 años en Belén: desapego y sobriedad; trabajo, constancia y paciencia; caridad fraterna, compadecer y compartir; y, sobre todo, confianza y esperanza en nuestro Dios que es sencillo, es bueno, todo lo puede y nos ama.
Para todos los chilenos ¡Feliz Navidad!
Para los que nos gobiernan o nos administran ¡Feliz Navidad!
Para quienes los apoyan y para quienes discrepan ¡Feliz Navidad!
Para los que sufren la miseria y para los que conocen la angustia y la depresión ¡Feliz Navidad!
¡Feliz Navidad! para quienes están bien, sorteando las dificultades y para quienes conservan la esperanza.
Para los que están fuera de la patria. ¡Feliz Navidad! y ¡Feliz Navidad! para los que los esperan.
¡Feliz Navidad! para los niños y para los ancianos. Para los sanos y para los enfermos.
¡Feliz Navidad! para los lisiados e impedidos, para los no videntes y para los sordo-mudos.
¡Feliz Navidad! para los hospitalizados y para el personal que los atiende.
¡Feliz Navidad! para los encarcelados y para sus gendarmes.
¡Feliz Navidad! para los católicos y para los no católicos, para los creyentes y para los no creyentes.
¡Feliz Navidad! para los justos y para los pecadores.
¡Que la gran claridad de la noche navideña ilumine nuestra propia conciencia, e ilumine el camino de Chile y del mundo!
Es el ardiente deseo de
LOS OBISPOS DE CHILE
1er Domingo de Adviento
28 de noviembre 1982.