Queridos hijos, lisiados, impedidos o minusválidos:
Vamos a dirigirles una breve palabra de cariño y de aliento. Y luego nos dirigiremos a sus familias. Finalmente diremos algo también para todos.
1. Todos somos, fuimos, seremos o podemos llegar a ser lisiados: la infancia y la vejez, la posibilidad de la enfermedad o de la invalidez forman parte del destino de todos nosotros.
Ese destino de limitación y de sufrimiento, ustedes lo llevan muchas veces con una fortaleza y una paciencia que nos admira y nos mueven a ayudarlos. Nuestra conciencia nos dice sin embargo que no agradecemos a Dios como debemos todo lo que hemos recibido de él y que no les ayudamos a Uds. como debiéramos.
Los lisiados fueron los predilectos de Jesús. Lo buscaban, lo rodeaban, lo acompañaban. Y el Señor los acogía, estaba con ellos y, a veces los sanaba. Queremos que ustedes sean y se sientan en la Iglesia los privilegiados. Queremos ayudarlos y quererlos como en toda familia unida hay una atención más cariñosa para el enfermo, para el más débil.
Les pedimos que se ayuden los unos a los otros. Nadie llega mejor al lisiado que otro lisiado. Les encomendamos la misión apostólica entre los minusválidos. Les pedimos que sean los apóstoles de aquellos cuyas dolencias y limitaciones comparten y, por lo mismo, comprenden mejor.
Les pedimos también que recen por ellos y por nosotros. Ante Dios, la paciencia y la aceptación, resignada o alegre, de su voluntad valen más que la mucha actividad en la que a veces nos complacemos a nosotros mismos más que a Dios. Uniendo sus sufrimientos a los de Cristo ustedes contribuyen inmensamente a la salvación del mundo.
¡Que el Señor los bendiga, los acompañe y los ayude! Y que a todos los lleve, cuando llegue la hora, allí donde El estará esperándolos con su amor, \"allí donde enjugará toda lágrima de vuestros ojos, allí donde ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemido, ni penas porque todo lo anterior habrá pasado y porque todo se volverá nuevo\" (cf. Apoc. 21,4-5).
2. A los padres, hermanos y parientes de lisiados, les invitamos a mirar el enfermito, al inválido, como a Cristo mismo, a tenerle un especial cariño y a reconocer en el sufrimiento que llevan en el alma una gracia y una bendición de Dios.
Cuando llegue la hora en que la verdad les será revelada en su plenitud, ustedes comprenderán, mejor que ahora, que al confiarles un hijo enfermito o limitado, el Señor les dio una prueba muy grande de su confianza. Y que al permitir ese sufrimiento que tal vez los acompañe toda una vida, los ha probado y bendecido a la vez.
Hagan todo lo que puedan para que el impedido -niño o adulto-.- progrese todo lo que pueda progresar. Ayúdenlo sin sobreprotegerlo. Háganlo sentirse útil y realizado. Ayúdenlo a comprender que Dios lo quiere más que a los demás. Procuren que reciba todo lo que Dios, en su Palabra y en sus Sacramentos, entrega en forma privilegiada a sus hijos sufrientes para que, si se han achicado para ellos los horizontes de este mundo, se les abran de par en par los de la gracia y de la gloria.
3. A ustedes, por fin, queridos hijos, que gozan de la plenitud de la salud y de la vida, los exhortamos a querer, a respetar y a servir con especial amor y delicadeza a nuestros hermanos minusválidos.
Ellos no piden una compasión inútil y a veces deprimente. Piden que los integremos a nuestra vida, que les demos amistad, que les ofrezcamos la posibilidad de trabajar, de conversar, de crecer, de vivir, de amar.
Los ojos podrán no ver, los oídos no oír, los músculos no responder al deseo y, en algunos casos, la inteligencia no funcionar normalmente. Pero el corazón está vivo, siente, sufre, espera, ama y busca amor y nosotros debemos responderles.
Les pedimos que cooperen con todos sus medios a la invitación que les hace la Teletón. Que den todo lo que puedan, y más de lo que puedan. La solidaridad en torno al lisiado que la Teletón ha despertado en nuestro país nos dignifica y nos une. No nos quedemos al margen.
Y demos también nuestra amistad a las familias que tienen en casa un enfermito, un minusválido. Ayudémosla a llevar con alegría la cruz que el Señor les ha dado y a ver en ella una bendición. Y compartamos con ellos esa cruz y esa bendición. Y así compartiremos todos la doble alegría de dar y de recibir, de servir y de ser atendidos, de ser amados y de amar.
LOS OBISPOS DE CHILE
Santiago, diciembre 4 de 1981
