Cuando concluye el año, en el ambiente del tiempo de Navidad, es bueno realzar una mirada del conjunto del año. Nos hace bien. Hay muchas situaciones de bien, de éxito, de esperanza; como también de fracasos, temores, errores que han ocurrido en la vida del mundo, del país, de nuestra ciudad, de la familia y personal, que conviene discernirlas. Es necesario detenernos para mirar y mirarnos, sin acusaciones, sin culpar a otros sino para mirarse a sí mismo con profunda serenidad, descubriendo que en nosotros hay bien, y que sin duda, este puede ser mejor, y para mirar con la humildad de la verdad nuestros errores y pecados.
Al intentar resumir el año ¿cuáles son los aspectos que mejor puedo destacar? ¿En qué momentos fui justo, bueno, verdadero? ¿En qué situaciones me equivoqué, pequé y ofendí a Dios y a los hombres?
Al mirar los acontecimientos que nos han afectado en este último tiempo, surge una reflexión que podemos compartir.
Somos testigos de una falta de diálogo y unidad para enfrentar el futuro del municipio de nuestra ciudad, el movimiento de los jóvenes estudiantes con la fuerza de los ideales, pero también con la manipulación de parte de otros sectores, el suicidio de una joven de un colegio básico agredida psicológicamente por sus compañeras, la muerte del ex general Pinochet con muestras de divisiones, la muerte en el abandono de un niño y su madre sin identificar. Estas y otras situaciones dejan al descubierto nuestras debilidades y olvido del compromiso en nuestros ideales.
Nos podemos preguntar: ¿Por qué suceden estas cosas? ¿Cuáles son los males de fondo que las originan? Ciertamente que algo nos pasa, y esto no permite que obre en nosotros el bien, la verdad, la solidaridad auténtica con los otros.
Todos deseamos ambientes más fraternos y solidarios, y un sistema más eficiente en la búsqueda del bien común por parte de la organización del Estado. Todos andamos en busca del bien; pero no siempre movidos por el bien más importante de todos, el bien común. La tendencia de la cultura que se desarrolla entre nosotros, nos lleva a sobre valorar el bien personal, para hacerlo más importante que el bien de todos; e incluso buscarlo a costa de otros.
Algo nos pasa. Corremos el riesgo que se invierta gravemente el orden de las cosas, porque cuando dejamos de estar pendientes del otro por su propio bien, y comenzamos una relación con los demás y sus problemas con el objetivo final de aprovecharnos de sus necesidades para conseguir dividendos particulares, ocurre que la persona la “cosificamos” materializándola como un producto desechable del consumo. Así, las personas se vuelven importantes, no por el valor que tienen por sí mismas sino por el bien personal que puede tornarse en beneficios personales o grupales.
Pero ¿por qué nos ocurre esto? Algo nos pasa. Desde una mirada de la fe, descubrimos que la raíz de todos nuestros problemas es la sistemática ausencia de Dios en todo lo nuestro. Hemos ido separando de tal modo “la tierra del cielo” que comprendemos las cosas sólo con los criterios del hombre. Esto implica aplicar los criterios de moda y que se muestran eficientes a todo lo que hacemos y pensamos. Así se vuelve más importante el producto final que la persona, porque en la máquina de la producción las personas aparecen como meros instrumentos de la productividad material e incluso social.
Dios es el seguro para que el hombre no se pierda, pues él es permanente recuerdo que el ser humano no es absoluto en sí mismo sino que está llamado a velar por el otro, porque el otro es ante todo su hermano. Cuando desaparece Dios del horizonte, el otro se nos vuelve objeto, rival, enemigo y por tanto se desarrollan las fuerzas destructivas que se guardan en toda la naturaleza humana a causa del pecado. Sin Dios, nos domina la indiferencia, la despreocupación o una solidaridad interesada o movida solo por los sentimientos de un momento, pero que se apagan cuando pasan las emociones.
No es posible que muera un niño de hambre y en el olvido de todos. No es posible que una persona permanezca sin identidad por la burocracia de los servicios del Estado. No es posible hacer carnaval, insulto y violencia ante la muerte de un hombre. No es posible la despreocupación y la ofensa fácil al otro. ¿Dónde quedó el reconocimiento del otro como mi hermano? ¿Dónde quedaron los deseos de buena voluntad? Esto no puede ser posible en una sociedad donde, mayoritariamente, decimos creer en Dios.
La imagen de Dios no es un cuadro estático e impersonal. Dios está pendiente de nosotros y busca un lugar en nuestras vidas, en nuestra historia, en la vida social. Y no entrará, si no damos desde nuestra libertad un lugar para él. No basta con decir “yo creo”, el desafío es vivir diariamente en la fe que declaro porque, sólo de esta forma, la fe es viva y testimonial. Es un compromiso diario el ser solidarios, preocupados del otro. Es un desafío diario acoger al que piensa distinto de mí, generando espacios de encuentro, diálogo y respeto. Es un trabajo diario la honradez y la responsabilidad en lo personal e institucional. Es un desafío diario creer y vivir como cristiano, porque de otra forma nos volvemos “ateos prácticos” diciendo que creemos, pero viviendo como si no creyéremos.
Comienza un nuevo año y corre el riesgo de tener las mismas desilusiones, y situaciones no queridas para la sociedad, la familia y la vida personal, sino entramos de fondo en la raíz de los problemas. Cuando se olvida lo esencial, cuando se olvidan las razones del amor a la familia, a la patria, del servicio público, de una buena vecindad, entonces también se va opacando la belleza del servicio desinteresado: el dar sin esperar recibir recompensa. Se va opacando la transparencia y la honestidad, se enturbian los nobles valores y el diálogo se hace turbio y poco sincero.
La paz se construye con solidez cuando comienza a surgir en lo profundo del corazón. Y ella brota cuando la verdad y la justicia se encuentran, cuando miro con honestidad la vida personal, familiar y social. Brota cuando descubrimos que en lo hondo de nosotros hay un deseo de bien. Con paz se construye el diálogo y se abraza al otro como hermano. Que en nuestros días florezca la paz y la fraternidad. Buen año para todos.
† Marco Antonio Ordenes Fernández
Obispo de Iquique
Iquique, 31 Diciembre de 2006