La Semana Santa es imagen de toda vida humana: dolor y muerte frente al gozo y optimismo que todos buscamos.
Y Jesús, al hacerse igual a nosotros, asumió nuestros sufrimientos, y con su amor los transformó en vida nueva y alegre.
Cristo, el Señor, ha resucitado y nosotros con Él. Al ser bautizados, renovamos las promesas bautismales para morir al mal y para re-iniciar siempre una vida fuerte, de bien y de amor a Dios y a los hermanos.
Aprendamos de Jesús: al entregar la vida por amor, va naciendo vida nueva.
Alegremos a nuestra familia, a la Iglesia y al mundo. Que se note que estamos felices por este triunfo de Cristo y ahora de nosotros.
Tratemos de permanecer claramente en el seguimiento de Jesús. Hoy no basta con ser creyentes en general y con buenos valores y principios. El que es conciente de su bautismo debe renovar con fuerza el ser un verdadero discípulo de Jesucristo, iniciando algunas etapas de conocimiento más profundo del Evangelio, de participación comunitaria en la Iglesia y de compromisos serios de servicios de amor en alguna obra social. Sin esto la vida cristiana se diluye y va perdiendo toda fuerza.
Muerte y Resurrección estén siempre presente en nuestra vida: en medio de trabajos y dificultades entregando amor; y en los gozos y calmas, creciendo en la vida de Jesús en nosotros, para dar buenos frutos y vivir con alegría.
Sólo así transformaremos el mundo, colaborando en la construcción del Reino de Dios aquí en la tierra, para bien y salvación de todos.
Nos dice Jesús: "Animo, yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33).
Y también recordando que la victoria que vence al mundo es nuestra fe.
Un abrazo de Pascua de Resurrección.
† Enrique Troncoso Troncoso
Obispo de Melipilla
