Muy queridos amigos: ha llegado la Navidad y mi deseo es que todos podamos estar contentos y que esta fiesta no pase así nomás, sino que deje pozo en nuestras vidas. Lo que quiero decir, es que a veces muchos acontecimientos que celebramos cada año los vivimos tan a la carrera, que lo único que queremos es que las festividades pasen pronto y librarnos de tanto agobio. Quisiera por el contrario que la Navidad tanto para ustedes como para mí sea un momento de gracia. Para esto quiero proponerles la siguiente meditación.
En el evangelio leemos que Jesús nació en un pesebre porque no había lugar para ellos en la posada, esto nos ha llevado a imaginar a un José, golpeando de puerta en puerta y angustiado porque estas se cerraban.
Los orientales son personas muy acogedoras, saben por experiencia que no acoger a un peregrino puede significarle a éste la muerte, ya sea por el calor del día o el frío de la noche o porque puede perderse en la inmensidad del desierto. No es que a José se le cerraran las puertas, sino que él, al ver tan llenas las posadas, que no eran otra cosa que un patio donde la gente se tumbaba junto al fuego, se dio cuenta que eso no era un lugar apropiado para que María diera a luz, ese momento requería de intimidad, respeto y silencio. Por esto José buscó un lugar que él preparo con esmero para que ahí naciera el Salvador.
Queridos amigos, en medio de nuestras bullas y prisas, es difícil poder llegar a tener una experiencia de Dios en nuestros días, también nosotros necesitamos buscar con atención y prepararnos interiormente para acoger a Jesús. José limpió aquel pesebre y puso pajas limpias para que naciera el Niño, ¿qué hemos de limpiar y disponer en nuestra vidas para que Navidad no sea sólo un recuerdo de algo que pasó hace mucho tiempo, sino darme cuenta que es un milagro salvador que hoy, se realiza para mí.?
Tratemos en este tiempo de vivir el espíritu de esta fiesta, ojalá lo podamos mantener a hasta el seis de enero. Tratemos de hacer un poco de silencio, vamos a nuestras iglesias y en oración, sin decir nada, contemplemos el misterio del Dios que se hace pequeño para que nosotros seamos grandes. En la tranquilidad de nuestros hogares, como familia y a solas, iluminado por las luces que nos adornan estos días, pensemos. ¿Cómo estoy con Dios y con los míos? Reflexionemos, agradezcamos, propongámonos metas, lloremos, ¡sí lloremos!, pero con esperanza, demos gracias con alegría por tantos bienes recibidos y por creer.
No desaprovechemos la oportunidad que tenemos en Calama de visitar los Nacimientos que con tanto cariño se levantan en los distintos barrios de la ciudad, allí donde todos somos invitados no para mirar, sino para adorar al Niño, ofreciendo el incienso, el baile, la oración. Unámonos a la oración que la gente de estas tierras, con fe sencilla y profunda ha elevado por generaciones de esta manera.
En Belén desde los primeros tiempos del cristianismo se han levantado algunos templos sobre el lugar donde nació el Salvador, ahí hay una estrella de plata que indica el lugar del Nacimiento, este altar está hoy dentro de una inmensa iglesia que permanece en pie desde la edad media, es un gran templo cuya entrada tiene solo una puerta, ésta es baja y angosta. Llama la atención este detalle, que tiene un gran significado: para adentrarnos en el misterio de Dios hemos de abajarnos, hacernos pequeños, sólo así entenderemos lo que Dios quiso enseñarnos. Aprendamos la lección que nos indica, que para ser felices no se necesitan muchas cosas, sino querer servir y estar cerca de las personas que queremos; para ayudarles, tenderles la mano y hacerles sentir lo importante que son.
Queridos amigos, vivamos estos días de Navidad que son mucho más que el 25 que ahora celebramos, mantengamos este espíritu, contemplemos a Jesús, conversemos con este Niño que nos ve, nos oye, y nos ama, y que así Navidad deje un pozo de alegría y de gracia en nuestros corazones.
Les bendigo con cariño y rezo por Ustedes.
† Mons. Guillermo Vera Soto
Obispo de Calama
