Homilía 2o Aniversario de Pascua de Don Fernando Aristía R.
Reunidos para hacer memoria y dar gracias
Introducción
Cada vez que los discípulos del Señor nos reunimos para celebrar las maravillas de Dios, recogemos lo pasado, lo hacemos presente, y de algún modo preparamos lo que viene. Así nos lo enseña la historia de la salvación vivida por el antiguo pueblo de Israel, y la del nuevo pueblo, que somos nosotros.
Esto quiere ser esta celebración de la fe que realizamos en este segundo aniversario de la Pascua del recordado Don Fernando Ariztía Ruiz, Obispo Emérito de Copiapó. Como hombres y mujeres creyentes, hacemos memoria de su paso entre nosotros, lo agradecemos, y miramos al futuro de la Iglesia, llenos de esperanza, renovando la alianza con nuestro gran Pastor, el Señor muerto y resucitado.
Los textos de la Palabra de Dios que hemos proclamado nos iluminan para comprender y celebrar mejor esta Eucaristía o gran acción de gracias, a la que hemos sido convocados esta tarde.
Recordar e imitar a los pastores
Primera lectura: Hb 13, 7-21.
El autor de la carta a los Hebreos nos habla de la fidelidad en el camino de la fe, señalando que es importante la verdad que han enseñado los pastores de la Iglesia. Aunque ellos cambien o desaparezcan, Cristo permanece y es El con quien debemos estar unidos.
El autor se pregunta cuál es el culto propio de los cristianos, una pregunta que el apóstol Pablo había respondido diciendo: “ofrezcan a Dios sus vidas como víctima pura, santa e inmaculada.”
Hay que recordar que los destinatarios de la carta son judíos que habían sido excomulgados de la comunidad mosaica por haberse convertido a la religión de Jesús de Nazaret. Son expulsados del culto, pero ahora tienen un culto mejor; a imitación de su Maestro, han de ofrecerse ellos mismos, han de ser un sacrificio de alabanza, unidos a Cristo, el gran mediador y la gran víctima agradable a Dios.
La carta invita a la comunidad a recordar y tener presente a sus guías o pastores, ya que el culto que ella ofrece al Señor es el que ofrecieron ellos, a los cuales los cristianos deben la predicación del Evangelio. Talvez sus guías o pastores habían muerto a manos de Nerón, y ahora deben imitarlos.
El cuidado y las preocupaciones pastorales exigen de los evangelizados una gran responsabilidad. Lo que han de hacer los cristianos no es simplemente tener un recuerdo romántico, sino un gesto de madurez en su conversión al Señor. O sea, se trata de seguir el camino del Evangelio en la proclamación y en el ejercicio de la fe, bajo la obediencia de nuevos pastores. Ellos, los pastores que ya no están, hicieron su tarea con amor y dedicación total, en el tiempo que les correspondió. Ahora es la comunidad de los nuevos iniciados en la fe la que debe continuar la obra, aportando su testimonio de vida y su mensaje para el Reino de Dios.
Este texto nos trae a la memoria la gran labor de Don Fernando, realizada con entrega y sacrificio a través de 26 años de pastoreo entre nosotros. Su preocupación por anunciar el Evangelio en todo tiempo y en todos los ambientes de Atacama es el resultado de su inmenso amor a Cristo, y del anhelo de ser fiel a los ideales de una Iglesia que desea seguir con docilidad el mandato de su Señor cuando le ha dicho: “Vayan y anuncien a toda criatura lo que yo les he enseñado, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.”
Cómo no tener presente hoy su profundo testimonio de hombre de oración, su vida sencilla y cercana, de gran preocupación por los pobres, débiles o perseguidos, su filial devoción a la Madre de Dios. No se nos olvida su poder de estimular con simpatía y su gran capacidad de hacer crecer en dignidad y esperanza a toda persona que venía a pedir un consejo.
No hay duda de que lo leído hace pocos momentos en la Carta a los Hebreos: “acuérdense de aquellos pastores de Uds. que les enseñaron la Palabra de Dios” lo estamos haciendo con cariño esta tarde, mirando y pensando en Don Fernando. Es un recuerdo activo, que nos hace dar gracias por este regalo que el Señor nos dio en su persona.
Prolongar y proseguir la tarea
Pero no hay que olvidar lo que el mismo autor de la Carta a los Hebreos dice después de exhortar a recordar a los pastores que ya no están. Agrega: “reflexionando sobre su vida, imiten su fe.”
Esto quiere decir que la siembra del Evangelio hecha por los pastores en su momento debe ser cuidada, mantenida y cultivada por quienes han sido parte de su rebaño. Yendo a la labor de don Fernando, nos toca a nosotros seguir dando testimonio y anunciando el mensaje y las virtudes que él de modo incansable anunció. La importancia de la oración y de la vida sacramental, el sentido del servicio a los demás, la capacidad de ser justos con el prójimo en la relaciones de la vida laboral y de la política, la preocupación por los débiles y necesitados.
Ha sido aprobado en el parlamento el proyecto de levantar en nuestra hermosa Plaza de Armas un monumento en homenaje a don Fernando. Esto está muy bien, pero sería poca cosa si nos quedáramos contentos sólo con eso. El mejor homenaje a su memoria será vivir en la vida de cada día, allí donde nos movemos o trabajamos, las grandes virtudes y valores que él nos inculcó tenazmente, tantas veces con una “talla” o con una pizca de humor.
El hermoso estribillo del salmo responsorial, (Salmo 22) “El Señor es mi pastor, nada me habrá de faltar”, nos pone en el primer plano a Cristo, nuestro Buen Pastor, que con su gran misericordia y paciencia, ha conducido a su rebaño por campos de pastos nutritivos y de aguas abundantes, que son una alusión a su Palabra de vida y a sus sacramentos reconfortantes. Don Fernando, en su labor de pastor al estilo de Jesús, ha sido un incansable servidor del pueblo que el Señor le encomendó, para ejercitar su triple tarea como Obispo: guiar por el camino de Jesús, enseñar la doctrina de los apóstoles y santificar al pueblo con los tesoros de los méritos de Cristo crucificado y glorioso.
Comer el Pan de vida
Jn 6, 35-40
El Evangelio que ha sido proclamado entre nosotros está tomado del conocido capítulo 6 de Juan el evangelista, y es llamado el capítulo del “discurso del pan”.
Jesús había dicho pocos momentos antes: “Yo soy el pan bajado del cielo”. La gente se le rió, burlándose de que El dijera eso, cuando todos lo conocían desde niño, sabían quién era: el hijo del carpintero José, ubicaban su casa en el barrio del pueblo. Las palabras de Jesús suscitaron una gran murmuración, como había pasado también en el Antiguo Testamento, cuando el pueblo peregrino en el desierto tiene hambre, no hay qué comer, y murmura contra Moisés y contra el Dios que lo trata así.
¿Cómo deshacer la causa de la murmuración y la burla de todos, conciliando su origen humano con lo que él ha dicho de ser el pan bajado del cielo? Lo malo es que la murmuración es señal de que la gente no quiere creer. Se deja de murmurar contra Dios cuando uno se abre a la voluntad del Señor y acepta lo que El propone.
Cuando le preguntan sobre su origen, Jesús no responde a quienes se quedan en el plano meramente humano, sino que exige la fe de reconocer que El es el Enviado y el Revelador de Dios, de quien proviene como pan de vida para el hombre.
Lo interesante es que cuando Jesús habla así, Yo soy el pan de vida, es porque el regalo de la vida ahora queda vinculado no sólo al hecho de creer en El, sino al hecho de comer el pan. Sólo Jesús, -y no el maná de Moisés-, es el pan vivo que ha bajado del cielo y tiene el poder de comunicar la vida eterna.
Cuerpo entregado y Sangre derramada
Por primera vez se habla de “comer”, aludiendo a la sabiduría de Dios, en cuanto alimento espiritual, pero también hay una referencia al “pan eucarístico”, el Cuerpo y la Sangre del Señor. El, en este capítulo 6, en la sinagoga de Cafarnaúm, comienza a hacer su catequesis, gradual pero exigente, para que sus seguidores vayan aprendiendo el nuevo alimento con el que el Dios de la alianza quiere alimentar la vida de su pueblo, y prepararlo para la vida que nunca termina.
La Iglesia santa ha recibido de su Esposo y Señor, en el atardecer de la Última Cena, el gran regalo del sacramento de la Eucaristía. En sus diversos nombres, Cena del Señor, Sacrificio, Memorial, Santa Misa, Santísimo Sacramento, acompaña y fortalece la peregrinación de los discípulos a través de la historia.
Esta tarde queremos recordar también a Don Fernando, como cristiano, sacerdote y Obispo, siendo un gran adorador y fervoroso ministro o servidor de este sacramento. Una de sus principales tareas ha sido la de repartir del mejor modo posible el Pan consagrado, que es el Cuerpo del Señor, partido para la vida del mundo, y el Vino consagrado, que es la Sangre derramada para la santidad de la humanidad.
Su preocupación por la catequesis de la Eucaristía como proceso de vida cristiana, y la liturgia, dignamente celebrada y participada, eran de gran valor para él. A quienes tantas veces lo acompañaron en la Santa Misa, hasta los últimos días de su vida, les será muy difícil olvidar los sabrosos comentarios de la Palabra de Dios que preparaban el corazón para recibir el Pan de vida.
Pero hay una cosa de gran importancia en este punto que fue evidente en la vida de don Fernando: buscar la coherencia entre lo que se cree y lo que se vive. Adorar este Santísimo Sacramento y participar del banquete de la Eucaristía que el Señor nos dejó, nos obliga a morir con El a nuestros pecados para resucitar con El a la vida nueva, de donación y servicio a la voluntad del Padre del cielo y a los hermanos que nos necesitan.
En la última etapa de su vida, transcurrida entre nosotros, don Fernando, con serenidad y fe profunda, más de alguna vez nos dijo: “Qué maravilloso debe ser ver y experimentar, más allá de la muerte, la hermosura y el gozo de la posesión del Dios, amado, alabado y servido a través de los años de esta vida.”
Esperemos que el Año de la Eucaristía, concluido el 23 de octubre pasado, el mismo día de la canonización de nuestro San Alberto Hurtado, haya sido un tiempo favorable para una re-catequización de toda nuestra Iglesia Diocesana en este sacramento. Se trata del sacramento que es el centro de la vida de la Iglesia,
Que toda la gran comunidad eclesial, sacerdotes, diáconos permanentes y todos los fieles en general, valore cada vez más la celebración de la Santa Misa, en forma digna, participada y proyectada a la vida personal, familiar, laboral y social de todos y cada uno de los cristianos. En especial, que la Misa del Domingo, día en que celebramos la Pascua del Señor muerto y resucitado, sea el lugar de encuentro de la familia, que es la Iglesia doméstica.
Mirando el futuro con esperanza
Conclusión
Este segundo aniversario de la pascua del querido don Fernando es un hermoso momento de nuestra Iglesia diocesana. Una excelente ocasión para recordar su figura de gran pastor al estilo de Jesús, que con su santidad de vida, su sencillez, su compromiso con la verdad y la justicia, y su inmenso amor a los pobres, nos muestra un camino a seguir.
Es también una oportunidad para renovar nuestro compromiso con el Evangelio, con nuestra Diócesis, que quiere ser servidora, misionera y una gran familia. Esto fue lo que don Fernando anunció y vivió en toda su vida, especialmente el largo tiempo que pasó en estas queridas tierras y valles de Atacama.
La Santa Madre de Dios, a quien veneramos con la hermosa advocación de Ntra. Sra. de la Candelaria, y a quien Don Fernando tanto amó y sirvió, nos ayude con el amor de su Corazón materno a vivir la Buena Nueva de su Hijo en la vida diaria, con una transformadora esperanza.
“A Cristo el Señor sea el honor, el poder y la gloria,
Por los siglos de los siglos. Amén”
† Gaspar Quintana, CMF
Obispo de Copiapó
Copiapó, 25 de noviembre de 2005.