Dio sus primeros pasos por Chillán el 14 de agosto de 1923, cuando, proveniente de Santiago, llegó a nuestra ciudad para ingresar al Noviciado de la Compañía de Jesús. Luego regresaría como sacerdote en varias oportunidades.
La ciudad de Chillán es clave en la vida de Alberto Hurtado Cruchaga. Fue la tierra donde inició su preparación al sacerdocio bajo el rigor de la vocación jesuita en el año 1923. Luego, en marzo de 1939, ya como sacerdote, volvería conmovido por el dolor y la desesperanza de una comunidad destrozada por un trágico terremoto, a la cual sirvió como socorrista. Años más tarde, lo traería su labor pastoral como asesor nacional de la Acción Católica, donde recorrió el país despertando las conciencias de cientos de jóvenes cristianos, llamándolos a ser protagonistas de la sociedad chilena. Por último, se recuerda un paso por la ciudad para las Fiestas Patrias del año 1948, donde hizo la homilía del Te Deum.
Su noviciado en Chillán
Alberto Hurtado dio sus primeros pasos por Chillán el 14 de agosto de 1923, cuando, proveniente de Santiago, llegó a nuestra ciudad para ingresar al Noviciado de la Compañía de Jesús. Entonces, sus antecedentes eran los de un joven promisorio, recién titulado de abogado con distinción unánime en la Universidad Católica de Chile.
Lo cierto es que su vocación al sacerdocio no fue definida de un día para otro, sino por el contrario, requirió un largo período de discernimiento. Finalmente decidió abandonarlo todo, cuando pudo tenerlo todo, asumiendo que su camino era servir como un pastor de la Iglesia.
En el andén de la Estación Central, su madre no dejaba de llorar. Se iba su cariño y su esperanza. Varios amigos y compañeros lo acompañaron hasta San Bernardo, desde donde prosiguió sólo hasta Chillán.
Una vez traspasadas las puertas del noviciado, Alberto Hurtado se somete a la vida ordinaria de todo novicio que ingresa a la Compañía de Jesús. El Maestro de novicios era Jaime Ripoll, y el Rector, José López. Ambos lo conocían de su etapa como alumno del Colegio San Ignacio.
Los otros novicios que entraron ese año fueron: Abdón Maldonado (1º de febrero); Hernán Irarrázaval (11 de febrero); Luis A. Vallejo (25 de abril); Miguel A. Olavarría (12 de julio); José Garrido y Antonio Jüptner (ambos el 23 de septiembre).
El edificio del noviciado era de adobes y madera en forma de E, inmenso, de dos pisos, con grandes galerías de vidrios en sus costados, orientado de norte a sur con su entrada principal por la Avenida O`Higgins. En el centro del patio existía una gruta de Lourdes, a los costados se ubicaba una capilla de regulares proporciones, la Escuela Apostólica, un gimnasio cerrado, carpintería, etc.
Vida en el noviciado
El padre Ripoll, era un hombre estricto. Estaba convencido que los novicios chilenos eran de raza blanda y cómoda, por lo que debía endurecerlos. De esta forma, al día siguiente de su llegada, el joven Alberto Hurtado fue sometido a su primera probación: salir a la calle a ganar el jubileo. Cuatro días después a su primer retiro, dirigido por el padre Ismael Guzmán Ovalle, quien le ordenó escribir el "Ego" en latín.
El 23 de agosto fue trasladado junto con los demás novicios en el dormitorio grande, donde se le entregó su primera sotana. En la tarde hubo abrazo y presentación a los demás compañeros.
Era un cambio drástico en su vida, pero el sueño de servir a Dios era mayor que cualquier prueba. Así lo expresaba en su primera carta como novicio, dirigida a su gran amigo Manuel Larraín: “Por fin me tienes de jesuita, feliz y contento como no se puede ser más en esta tierra. Reboso de alegría y no me canso de dar gracias a Nuestro Señor porque me ha traído a este verdadero paraíso, donde uno puede dedicarse a Él las veinticuatro horas del día, sirviéndolo y amándolo a todas horas y donde toda acción tiene el fruto de ser hecha por obediencia. Tú puedes comprender mi estado de ánimo en estos días, con decirte que casi he llorado de gozo.” En la misma carta, expresaba sus ganas de vivir la santidad: “Quisiera ser fervoroso, pero que la devoción me lloviera del cielo. Quisiera ser santo más que ser muy alabado y tenido y bien tratado en comida, vestidos y cosas... quisiera ser fervoroso y santo, y no pongo los medios adecuados”.
El día del novicio Alberto Hurtado, al igual que sus compañeros, se iniciaba con el toque de la campanilla inaugural a las cinco de la mañana. Entonces se levantaba y se duchaba con agua helada, incluso en invierno. Luego, participaba en la celebración del Te Deum en Latín, prosiguiendo con una hora de meditación en su celda y, por último, la Santa Misa. Todo, antes del desayuno.
Posteriormente, había un espacio para el estudio de las reglas de la congregación y las normas de su fundador, San Ignacio de Loyola. El resto del día se distribuía en labores de campo, en el huerto, en el establo, pero también en la cocina, en labores de aseo, etc. Al término del almuerzo, se le permitía media hora de siesta, aunque en su silla.
Al caer la tarde, había que rezar el brevario y el rosario. Se comía algo liviano, y se daba tiempo para un pequeño recreo donde aprovechaba de caminar por la viña. Al final del día, debía encerrarse en su celda y dormir.
El novicio Alberto Hurtado hizo catecismo en la Escuela Apostólica del Colegio, donde compartió con los niños más modestos de Chillán. Asimismo, asistía junto a otros compañeros al Hospital San Juan de Dios, ubicado a pocas cuadras, donde consolaba a los moribundos y les acompañaba en una intensa vida de oración.
En una característica propia de su personalidad, no tardó mucho tiempo en destacarse dentro de sus compañeros. De esta forma, a casi un año de su ingreso, fue nombrado “Bedel” o jefe novicio. En este rol le correspondía levantarse antes que todos para anunciar las actividades y acostarse último al final del día. Además debía anunciar el inicio y término de cada clase, así como las horas de refectorio, acompañándose de una campanilla. Por otra parte, debía escribir el diario del noviciado.
Los jueves por la tarde, gozando de permiso, solía salir a dar un paseo por la ciudad. Entre sus destinos favoritos estaban Chillán Viejo, la Estación de Ferrocarriles y la Quinta Agrícola (Actualmente la Facultad de Agronomía de la Universidad de Concepción).
Los domingos por la tarde, los novicios se dispersaban por la ciudad, especialmente por los barrios, para hacer catecismo. Iban en grupos de tres, provistos de una campanilla, recorriendo la ciudad según los sectores asignados. En el caso de Alberto Hurtado, frecuentemente lo hacía en los sectores de Chillán Viejo, El Bajo y Las Canoas.
Su partida del noviciado
A inicios del año 1925, pasa a formar parte del grupo de “media”. Con ello, se le abren las puertas para que prosiga una formación más completa fuera de Chile. Es así como el 05 de abril inicia un viaje que lo llevaría a Córdoba (Argentina), donde, el 15 de agosto, se consagraría al Señor con sus votos religiosos.
Su estadía en esas tierras trasandinas se prolongaría por dos años, donde, producto de momentos difíciles y su cercanía al Cristo pobre, adquiriría una experiencia que le serviría de sobremanera en su camino de purificación y maduración como jesuita.
Fuente: Comunicaciones Chillán
Chillán, 27-10-2005