Homilía en la Solemne Misa de Fin del Año de la Eucaristía
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Homilía en la Solemne Misa de Fin del Año de la Eucaristía

Anfiteatro Municipal de San Bernardo. 10 de Octubre de 2005

Fecha: Miércoles 12 de Octubre de 2005
Pais: Chile
Ciudad: San Bernardo
Autor: Mons. Juan Ignacio González Errázuriz

Con esta solemne celebración Eucarística la diócesis de San Bernardo pone fin al Año de la Eucaristía a que nos convocara el Siervo de Dios Juan Pablo II, cuya figura ha quedado para siempre marcada en la vida de la Iglesia y particularmente en la que peregrina en la diócesis de San Bernardo, nacida de su paternal solicitud.

Estamos aquí reunidos todos los miembros de nuestras comunidades. Nuestro Obispo Fundador, el querido don Orozimbo, los sacerdotes y diáconos, los religiosos y las religiosas, los ministros y monaguillos, nuestro matrimonios y la juventud y el pueblo cristiano, junto a su Obispo. Destacamos la presencia de todas las parroquias de nuestra diócesis, con sus grupos de tercera edad, sus grupos juveniles, sus catequistas y ministros.

¡Es la Iglesia de Dios que camina en esta diócesis!

¡Es el pueblo de Dios que viene a celebrar la liturgia celestial!

¡Somos los ciudadanos de una ciudad terrena, la Patria chilena, que sabemos que vamos camino de la ciudad celeste, la Vida eterna, que todos esperamos!

¡Nos acompañan desde el cielo la multitud de los santos, nuestros antepasados, que se unen hoy desde la felicidad de la gloria a este momento de la vida de nuestra diócesis.

Estamos aquí, convocados por el Señor Jesús para elevar nuestro corazón en adoración, en acción de gracias, en petición de perdón, mediante el acto más trascendente de nuestra fe católica, la renovación incruenta del sacrificio del Calvario sobre el altar de Dios. Cristo nuestro Señor, que por todos murió en la cruz y nos redimió del pecado, estará con nosotros no solamente con su espíritu, como hace siempre que se reúnen dos o mas en su nombre, sino que con su presencia real y sustancial en la pan y el consagrado, que contienen al mismo Señor.

Tenemos por escenario natural la vista hermosa de nuestra patria, desde sus nevadas cordilleras hasta los fértiles valles con que el Señor nos ha bendecidos, desde los que habitan los campos hasta los cristianos que viven en nuestras ciudades. Todos convocados por el amor de Dios. Todos unidos por encima de las cosas que nos dividen.

Queridos hermanos y hermanas, estamos aquí para dar un testimonio público de nuestra pertenencia a la Iglesia Católica, en la cual están todos los medios para nuestra salvación y con cuyas enseñanzas queremos siempre vivir.

Esta celebración diocesana tiene lugar cuando en Roma está reunido el Sínodo de los Obispos para meditar sobre la Santísima Eucaristía, donde se contiene el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús. Hacia allá dirige hoy esta asamblea sus oraciones pidiendo a Dios las bendiciones para todos esos hermanos nuestros, reunidos junto a Pedro, nuestro Papa Benedicto XVI.


La Misa de todos los siglos

En el libro de los Hechos, San Lucas atestigua la asidua celebración de la eucaristía en Jerusalén en los primeros años de la vida de la Iglesia: los que habían creído, «perseveraban en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de vida, en la fracción del pan y en las oraciones», dice el Espíritu Santo en los Hechos de los Apóstoles. (Hch. 2,42).

De las formas en que ésta se celebraba tenemos huellas muy valiosas. Además de la breve descripción de la eucaristía que nos ofrece San Pablo, hacia el año 55, en la primera carta a los Corintios (1 Corintios 10,16-17.21; 11,20-34) tenemos otros relatos de textos muy antiguos. Como la llamada Doctrina de los Apóstoles, que señala que los cristianos «Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, para que vuestro sacrificio sea puro. Todo aquel, sin embargo, que tenga contienda con su compañero, no se reúna con vosotros hasta tanto no se hayan reconciliado, a fin de que no se profane vuestro sacrificio. Pues éste es el sacrificio del que dijo el Señor: "En todo lugar y en todo tiempo se me ha de ofrecer un sacrificio puro, dice el Señor, porque soy yo Rey grande, y mi nombre es admirable entre las naciones" [+Mal 1,11-14]» (Díd. 14).

Hermanos y hermanas, apiñados junto a este altar queremos tributar a Dios Todopoderoso por medio del Sacrificio de su Hijo Jesucristo, el culto de adoración que es propio de los hombres y mujeres que reconocemos al Señor como nuestro Dios. Queremos ofrecer el sacrificio de su Hijo unigénito y junto a El nuestras pobres vidas, para pedir perdón al Señor por tantos agravios que le hemos hecho, por tantos pecados que hieren el Amor infinito de Dios por nosotros.


La Misa Dominical

Al final de este año de la Eucaristía, queremos también preguntarnos en este solemne momento acerca de nuestro amor personal a Jesús en el Santísimo Sacramento y particularmente por nuestro compromiso con la Iglesia Católica a la cual hemos sido llamados. Uno de los propósitos que quisiera proponer a todos hoy día es promover una verdadera campaña de apostolado de los laicos para que aumente sustancialmente el numero de nuestro hermanos católicos que asisten a la misa dominical. Según lo que conocemos un gran porcentaje de los que se declaran católicos no asisten a la Misa Dominical sin una verdadera causa que los justifique. Nos enseñó el Papa Juan Pablo II “Nadie olvida en efecto que, hasta un pasado relativamente reciente, la « santificación » del domingo estaba favorecida, en los Países de tradición cristiana, por una amplia participación popular y casi por la organización misma de la sociedad civil, que preveía el descanso dominical como punto fijo en las normas sobre las diversas actividades laborales. Pero hoy, en los mismos Países en los que las leyes establecen el carácter festivo de este día, la evolución de las condiciones socioeconómicas a menudo ha terminado por modificar profundamente los comportamientos colectivos y por consiguiente la fisonomía del domingo. Se ha consolidado ampliamente la práctica del « fin de semana », entendido como tiempo semanal de reposo, vivido a veces lejos de la vivienda habitual, y caracterizado a menudo por la participación en actividades culturales, políticas y deportivas, cuyo desarrollo coincide en general precisamente con los días festivos. Se trata de un fenómeno social y cultural que tiene ciertamente elementos positivos en la medida en que puede contribuir al respeto de valores auténticos, al desarrollo humano y al progreso de la vida social en su conjunto. Responde no sólo a la necesidad de descanso, sino también a la exigencia de « hacer fiesta », propia del ser humano. Por desgracia, cuando el domingo pierde el significado originario y se reduce a un puro « fin de semana », puede suceder que el hombre quede encerrado en un horizonte tan restringido que no le permite ya ver el « cielo ». Entonces, aunque vestido de fiesta, interiormente es incapaz de « hacer fiesta ».(7) (DD 4).

Es cierto que para muchos católicos resulta difícil asistir a la Santa Misa el Domingo o el Sábado por la tarde, sin embargo creo que en muchos casos, estudiando bien las posibilidades actuales de traslado de un lugar a otro, de medios de movilización, algunos de ellos haciendo un esfuerzo podrían hacerlo. Se han ido extendiendo la costumbre de justificarse muy fácilmente cuando no se puede asistir. Algunas veces será una causa verdadera. Otras no lo serán. En todo caso, la asistencia a la Eucaristía en otro día de la semana no sustituye el deber de la Misa dominical. En el caso de comunidades mas alejadas de los lugares donde hay Misa dominical hay que organizarse para asistir el Domingo. Nuestro enfermos y personas de la Tercera edad que no pueden ir a Misa, lo oyen habitualmente por la Radio o la TV, pero es muy importantes que pidan a los párrocos y ministros que les lleven la santísima eucaristía a sus casas, recibiendo así la visita del Rey de reyes y Señor de Señores que da las fuerzas para sobrellevar con alegría la enfermedad y la ancianidad.

Junto con este propósito que como comunidad diocesana nos queremos hacer, creo esencial que cuando se pueda se asista a la Misa Dominical en familia. Como todos sabemos el ejemplo es el mejor predicador. ¡Que pena tan grande descubrir que los jóvenes y los niños no van a la Santa Misa porque sus padres tampoco lo hacen! Queridos papás y mamás, el legado mas grande que se puede dejar a los hijos, el que dura para siempre y marca la vida de la familia, es haberlos visto a ustedes vivir fe en Jesus. Papas y mamás, organizad bien las cosas para acompañar muchas veces a los hijos a la Santa Misa.


La liturgia es la oración de la Iglesia, no la actuación del sacerdote

Quiero ahora dirigirme a los muchos jóvenes que hoy están presenten y que son una prueba palpable de la vitalidad de nuestra Iglesia. No es raro oír decir en algunos ambientes que los jóvenes se alejan de la Iglesia porque la misa es aburrida, porque falta más dinamismo y participación. Como que la Eucaristía sería una representación, donde hay actores, roles, diálogos, cantos etc. etc. y por tanto mientras mas animados y participativos mas entretenida la Misa. Es un argumento que desconoce lo que es lo esencial de todas las celebraciones litúrgicas.

Como siempre ha enseñado la Iglesia “la Liturgia es la obra de Cristo total, Cabeza y Cuerpo. Nuestro Sumo Sacerdote la celebra sin cesar en la Liturgia celestial, con la santa Madre de Dios, los Apóstoles, todos los santos y la muchedumbre de seres humanos que han entrado ya en el Reino.(CEC N.1187). En realidad, la Eucaristía es algo divino, es Dios que quiere hacerse presente entre nosotros, los textos de la Santa Misa, los canto y las lecturas expresan esa unión. El sacerdote que la celebra es un instrumento de Dios para hacerse presente y por ello no le corresponde ser un protagonista, un actor ni introducir sus propias iniciativas e ideas. La Misa, queridos jóvenes, exige de todos que nos demos cuenta que estamos participando de lo divino, de la presencia de Dios en nuestro mundo y más aun, estamos participando del Sacrificio de Cristo en la Cruz, junto a María a las Santa Mujeres y a Juan, el apóstol joven, que es cada uno de ustedes.

“La celebración litúrgica comprende signos y símbolos que se refieren a la creación (luz, agua, fuego), a la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la historia de la salvación (los ritos de la Pascua). Insertos en el mundo de la fe y asumidos por la fuerza del Espíritu Santo, estos elementos cósmicos, estos ritos humanos, estos gestos del recuerdo de Dios se hacen portadores de la acción salvífica y santificadora de Cristo” (CEC 1189)

Por estas razones no podemos dejarnos llevar por aspectos solo humanos, porque el sacerdote es simpático, es participativo, hace cosas que otro no hacen. En la Misa participamos de la vida de Dios, nos unimos a la Iglesia que está en cielo y a nuestros hermanos que en toda la tierra celebran. El concilio Vaticano II enseño que «En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos» (SC 8).

Queridos jóvenes, es cierto que nuestro mundo esta lleno de signos y emblemas que nos atraen, no gustan. Pero no hay ningún símbolo o signo tan maravilloso como aquellos que se expresan en la celebración de la liturgia y por ello, llamo a todos los jóvenes de nuestra diócesis a renovar su deseo de participar en la Misa, y sobre todo en la Eucaristía de los días domingos, organizándose para que esa participación sea llena de frutos espirituales que luego nos ayudan a vivir como cristianos en medio del mundo.

Como les señaló el Santo Padre a los jóvenes del todo el mundo reunidos en Colonia: “a veces, en principio, puede resultar incómodo tener que programar en el domingo también la misa. Pero si tomáis este compromiso, constataréis más tarde que es exactamente esto lo que da sentido al tiempo libre. No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad también a los demás a descubrirla. Ciertamente, para que de esa emane la alegría que necesitamos, debemos aprender a comprenderla cada vez más profundamente, debemos aprender a amarla. Comprometámonos a ello, ¡vale la pena! Descubramos la íntima riqueza de la liturgia de la Iglesia y su verdadera grandeza: no somos nosotros los que hacemos fiesta para nosotros, sino que es, en cambio, el mismo Dios viviente el que prepara una fiesta para nosotros. Con el amor a la Eucaristía redescubriréis también el sacramento de la Reconciliación, en el cual la bondad misericordiosa de Dios permite siempre iniciar de nuevo nuestra vida”

Jóvenes de nuestra diócesis, es cierto que les ha correspondido vivir en un mundo quizá más difícil que el de sus padres y abuelos, pero la enseñanza de Cristo que nos tramite la Iglesia es abundante y nos da fuerzas para vivir en cristiano todos los momentos de la vida.

Entre ustedes hay muchos que han sentido la llamada de Dios a la vida religiosa y al sacerdocio. La Iglesia les pide que dejen entrar a Cristo en su corazón. La Iglesia y especialmente nuestra diócesis, necesita hombres y mujeres audaces, capaces de jugársela por Jesús con la vida entera. No temamos, cuando un joven o una joven da el paso de entregar su vida a Jesus, amarlo sólo a él, en forma exclusiva, vienen todas las alegrías y el Señor nos asegura que en esta vída tendremos muchas alegrías y luego ganaremos la vida eterna.

También nuestro Papa Benedicto ha dicho a los jóvenes en colonia: “Quien ha descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia él. Una gran alegría no se puede guardar para uno mismo. Es necesario transmitirla. En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de exclamar: ¡No es posible que la vida sea así! Verdaderamente no. Y de este modo, junto al olvido de Dios existe como un "boom" de lo religioso. No quiero desacreditar todo lo que se sitúa en este contexto. Puede darse también la alegría sincera del descubrimiento. Pero, a menudo la religión se convierte casi en un producto de consumo. Se escoge aquello que agrada, y algunos saben también sacarle provecho. Pero la religión buscada a la "medida de cada uno" al final no nos ayuda. Es cómoda, pero en el momento de crisis nos abandona a nuestra suerte. Ayudad a los hombres a descubrir la verdadera estrella que nos indica el camino: Jesucristo.

Estas palabras del Papa me hacen pensar en un desafío que hoy planteo a nuestra juventud. Asistir siempre a la Misa con un amigo o amigo o con varios. Organizarse para ir en grupo y asi estar todos juntos cuando nos juntamos todos con Jesús, en la misa de cada domingo.

El padre Alberto Hurtado, que en los próximos días será declarado santo decía a los jóvenes hace ya años:“La prueba de la fe es el amor, amor heroico, y el heroísmo no es o­bligatorio. El sacerdocio, las misiones, las obras de caridad no son ma­teria de obligaciones, de pecado, son absolutamente necesarias para la Iglesia y son obra de la generosidad. El día que no haya sacerdotes no habrá sacramentos, y el sacerdocio no es obligatorio; el día que no haya misioneros, no avanzará la fe, y las misiones no son obligatorias; el día que no haya quienes cuiden a los leprosos y a los pobres no ha­brá el testimonio distintivo de Cristo, y esas obras no son obligatorias... El día que no haya santos, no habrá Iglesia y la santidad no es obli­gatoria. ¡Qué grande es esta idea! ¡La Iglesia no vive del cumplimiento del deber, sino de la generosidad de sus fieles!”


Las familias

Quiero decir unas palabras a los padres y madres de familia aquí presentes y a los que nos están escudando por las ondas radiales que trasmiten esta Misa. La Iglesia ha enseñado siempre que los padres son los primeros educadores de sus hijos, particularmente en la fe. No se puede dejar esta parte decisiva de la misión que tienen encomendada por Dios en manos sólo de los colegios y escuelas, de los grupos parroquiales. La Iglesia les pide una actitud activa en la formación de los hijos, particularmente en aquellos temas que tiene un elemento moral, que les ayuda a tener conductas coherentes con la fe católica. En especial, los padres han de ayudar a los hijos a comprender que la cercanía a Dios, la necesidad de la oración y de recibir los sacramentos, es determinante para que lleguen a ser verdaderos cristianos, como uds. mismo se comprometieron al momento de bautismo.

Quisiera insistir en que a los papás y mamás les corresponde ser capaces de tener una apertura para comprender a los hijos en las etapas de crecimiento más delicadas. Entre esos temas esta la educación en una sexualidad y afectividad conforme a la moral de Jesucristo. No es la escuela el lugar donde los jóvenes deben ser informados acerca de estos aspectos tan importantes de la vida de cada uno de ellos. Es la mamá, la que con la sabiduría que viene de Dios y la experiencia humana, explica a su hija la realidad de ser mujer, el valor de la purera y la castidad y la importancia de la virginidad. Es el papá el que en el momento oportuno conversa a solas con su hijo de los procesos de maduración, cuando en ellos empieza se despierta la afectividad. Pero queridos papás y mamás, la visión de la Iglesia es que todo este proceso de acompañamiento de los hijos debe ir de la mano con su acercamiento a los sacramentos, a la vida de oración y al encuentro con Jesus, que es para ellos el ejemplo vivo de un joven. Por esta razón el crecimiento humano de los hijos, las diversas etapas de su maduración como personas, debe ir de la mano con su proceso de conocimiento de Jesús, de las enseñanzas del Maestro, y eso implica que a ustedes, queridos padres, les corresponde ayudarles también en ese caminar a Cristo.

¡Vamos a dejar acaso que nuestros jóvenes sean desformados por campañas sobre el ejercicio de su sexualidad aberrantes – como la que hoy observamos – permitiendo que los corrompan con visiones profundamente erradas de lo que son ellos, de lo que pueden y de su capacidad de comprender la verdad!

Hermanos míos, defender la fe de los hijos puede implicar muchas veces asumir una actitud activa, que no permite que personas que no conocen la verdad sobre el hombre y la mujer redimidos por Cristo, destruyan la inocencia y el futuro de vuestros hijos.

Por último, queridos padres y madres, tened el santo deseo que algunos de los hijos o hijas sean llamados por Dios a su servicio. Para eso es necesario fomentar ya en la casa y desde pequeños el amor a Dios, porque no hay regalo mas grande para una familia que ver a uno de los suyos entregados a Dios. Puede costar un poco dejar que los hijos se vayan a servir a Dios, pero es el servicio más grande que pueden hacer a la Iglesia y al Señor Jesús.


Los mayores, nuestro ejemplo y nuestra fortaleza

Queridos hermanos y hermanas de la tercera edad, nuestros mayores, a quienes miramos con particular respecto y veneración, también ustedes tienen en la Iglesia una misión muy determinante, que se relaciona con la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. El paso de los años va dando a cada uno la perspectiva de lo esencial, el vivir cara a Dios y en constante preparación del encuentro con el Padre de los Cielos. Muchas veces están más cerca de la Iglesia que muchas personas y reciben habitualmente la Sagrada Eucaristía, alimento que les fortalece y anima ante las dificultades de la vida. Ustedes tienen una enorme responsabilidad en la formación de nuestros jóvenes, en especial cuando vivimos en una sociedad donde muchas veces el papá y la mamá deben salir de casa para trabajar.

Las abuelas y los abuelos, las tías y tíos, cumplen un papel muy esencial en la enseñanza de la fe de los nietos y sobrinos. Muchas veces son ustedes los llamados a enseñarles la verdades de nuestra fe, y muchas también los niños aprenden de su mano a asistir a la Santa Misa los Domingos. Cuantas veces son ustedes los llamados a enseñar las oraciones de cristianos a nuestros niños. Cuantas otras deben ustedes suplir los silencios a las carencias de los padres en la enseña y formación de los jóvenes.

Por eso, en nombre de Dios les digo no es la vejez una época vacía o inútil. Es época de lucha espiritual, de heroísmo, de santidad. A pesar de la decadencia física, la gracia de Dios rejuvenece el alma con fuerzas sobrenaturales, haciendo la santidad tan posible cuando eran mas jóvenes.

Un encargo quiere hacerles hoy el Obispo. Rezar por las vocaciones de los nietos y sobrinos y enseñarles a asistir a la Santa Misa el domingo y las oraciones propias del cristiano. De abuelas y abuelos piadosos salen hijos también piadosos, amantes de Dios y capaces de entregarse a El completamente en el sacerdocio y en la vida religiosa.


Los valores cristianos de nuestra Patria

Por ultimo, en esta solemne ocasión no quiero dejar de recordar a todos que el destino de la Patria y de la Iglesia lo ha puesto el Señor en nuestras manos. Somos nosotros los católicos del tiempo presente lo que debemos trabajar para que Chile siga siendo una nación cuya vida social, económica, política y cultural siga alumbrada por la fe cristiana que heredamos de nuestros antepasados y que son el bien mas grande que hemos recibido de Dios.

El triste espectáculo de otras naciones cristianas, hoy alejadas del Señor por el olvido de Dios y la vigencia de un relativismo moral donde cada uno vive para si mismo, debe ser un acicate para que cada uno de nosotros ejerza sus opciones teniendo siempre presente que quienes conducen una nación cristiana debe también serlo. Por eso la Iglesia ha llamado a que cada uno se forme clara conciencia de lo que piensan quienes aspiran a la conducción de nuestra nación y tomando en cuenta las enseñanzas de la moral cristiana, decida en conciencia a quien dar sus preferencias en las próximas elecciones La Iglesia no habla ni puede hablar de política. Porque es un campo que corresponde a cada cristiano en lo más profundo de su conciencia. Pero tiene la obligación de alumbrar todas las realidades humanas desde la luz del evangelio

Queridos hermanas y hermanos, aquí delante del Altar de Dios, donde en unos momento mas se va a hacer presente el Señor Jesus verdaderamente, con su cuerpo, con su sangre, con su alma y con su divinidad, bajo las formas del pan y del vino, delante de las reliquias de San Alberto Hurtado, que desde hoy comienzan a peregrinar por nuestra diócesis, queremos expresarle a Dios nuestro Señor, a Jesucristo su Hijo muy amado, que esta diócesis de San Bernardo quiere mantenerse siempre fiel a las enseñanzas de la Iglesia. Todos, Obispos, clero, y el pueblo cristiano, pedimos humildemente a María, la Madre de la Iglesia y Madre de cada uno de nosotros, que nos ayude a ser siempre fieles a las enseñanzas de su Hijo. Que San Bernardo, Patrono de nuestra diócesis nos ayude a ser hombres y mujeres coherentes con nuestra fe.

† Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo
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