Homilía en el Te Deum de Fiestas Patrias 2005
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Homilía en el Te Deum de Fiestas Patrias 2005

Fecha: Domingo 18 de Septiembre de 2005
Pais: Chile
Ciudad: Concepción
Autor: Mons. Antonio Moreno Casamitjana

Es una hermosa tradición chilena, reunirnos en esta fecha autoridades nacionales y regionales, Jefes de las Fuerzas Armadas, representantes de países amigos, directivas de organizaciones sociales y miembros del pueblo cristiano, en las diversas Catedrales de Chile, a dar gracias a Dios en un solemne himno de alabanza.
Damos gracias por lo que somos y por lo que hemos recibido de Dios a lo largo de nuestra historia.

Si en una oportunidad como ésta nos dirigimos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo con sentimientos de gratitud por tantos bienes que reconocemos como dones divinos, y también de esperanza y súplica por lo que aún no hemos logrado realizar, es porque pertenecemos a un pueblo cuyas raíces son cristianas, y lo sigue siendo la savia vital que lo anima. Por eso es cristiana la cultura que define nuestra existencia como pueblo y nación.

Es un hecho que nuestra cultura nacional incorpora aportes diversos, entre los que se destacan los de los pueblos originarios con sus características raciales y culturales, pero ellos aparecen en nuestra historia, organizados, ordenados, sostenidos por un espíritu que es el de la fe cristiana transplantada a esta tierra en la que echó raíces, asimiló elementos nuevos y con notable éxito, aunque en una realización no totalmente acabada (como sucede con todas las realizaciones del hombre en la historia), produjo esta realidad nueva que es el pueblo chileno, en el concierto de la gran cultura latinoamericana.

Esta alma que en diversas formas y medidas nos anima a todos es la que explica que todos, sin distinción, podamos reconocer al Padre Alberto Hurtado como un modelo de chilenidad. Como alguien que conoce e interpreta en profundidad el alma chilena. Cercano a todos. Que nos hace pensar a todos, ya sea para darnos confianza y empuje en nuestra tarea de construir nuestra patria, ya para reconocer errores y defectos, y animarnos a superarlos para ser verdaderamente libres.
En su reciente visita al Presidente de Italia, el Papa Benedicto XVI recordaba con satisfacción, el fundamento de las buenas relaciones existentes entre la Iglesia y el Estado Italiano, citando el Concilio Vaticano II, según el cual, “la comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomos en su propio campo. Sin embargo, ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres” (G.sp.76). Esto significa que la acción del Estado, en sí autónoma en la esfera de lo temporal, no agota las necesidades del hombre para su plena realización. Esta tiene exigencias superiores a las del mero orden temporal, que derivan de la realidad integral del hombre y de su destino eterno. Es en este nivel que la Iglesia ofrece su colaboración al Estado en el marco de la búsqueda del bien de los hombres, a fin de que su desarrollo material vaya acompañado del desarrollo espiritual y moral que lo hace propiamente humano.

Esto es lo que la Iglesia Católica se esfuerza por cumplir, por misión de su fundador, en cada pueblo y nación, teniendo en cuenta su situación, su historia y su cultura. En Chile, como en Italia, con la conciencia y responsabilidad de velar por una cultura que está “íntimamente impregnada de valores cristianos”.

Era la consideración de esta realidad histórico-cultural la que impulsaba al P. Hurtado en los años cuarenta del siglo pasado, a recordar a los chilenos, en una ocasión como ésta, predicando en Chillán la homilía del Te Deum, el desafío que esta implícito también en la alabanza que hoy dirigimos a Dios. ¿Cómo cumplir la misión que Dios nos ha confiado y que está estampada en los mismos dones que con generosidad ha regalado a nuestra Patria?. ¿Cómo superar las divisiones y alcanzar la definitiva reconciliación para sumar fuerzas en el logro de las grandes metas respecto a las que, si bien es cierto ha habido importantes avances, aún hay tanto por hacer?.

El Beato Alberto Hurtado advertía en su tiempo una transformación espiritual de los chilenos que significaba la pérdida de la austeridad, el desprendimiento, la generosidad, el valor de emprender grandes cosas. Rasgos del carácter chileno – decía - impresos en la misma geografía de Chile, pero que él, educador de juventudes y director de almas, veía debilitarse bajo el atractivo del bienestar material y la búsqueda del placer. En esa actitud encontraba el P. Hurtado el obstáculo de base para poder enfrentar y encontrar solución al problema de la pobreza, de la marginación, de las divisiones que ya entonces llegaban al nivel del odio y los prejuicios irreconciliables. Por eso, llamaba insistentemente a asumir sin vacilaciones las exigencias de la justicia y también de la caridad, es decir, del amor fraterno.

Cuando la Iglesia, ahora por boca de Benedicto XVI, ofrece su colaboración a la gran tarea de construir una nación en la que sus habitantes alcancen el pleno desarrollo humano, se coloca también en ese nivel.

Hoy, sabemos que el pleno desarrollo de las personas y los pueblos no se alcanza exclusivamente por el camino de las posibilidades que abren las ciencias y las técnicas, en nuestros tiempos sorprendentemente desarrolladas. Precisamente en tiempos recientes hemos asistido a la catástrofe de dos sistemas que quisieron realizar científicamente una humanidad nueva fundada en una nueva moralidad, prescindiendo de cualquiera referencia a Dios. Hoy sabemos que los fundamentos propuestos por el nazismo y el marxismo para la construcción de un hombre y un mundo nuevos eran falsos o insuficientes, y por eso peligrosos. Pero, como lo he hecho notar Benedicto XVI, tampoco basta con propósito como la justicia, la paz, el respeto por la naturaleza y por las diferencias, cuya definición (así como la de ese otro gran bien que es la libertad) queda sólo en manos de la política. Para construir algo universal y definitivo se requiere una referencia superior, más alta, se necesita la referencia a Dios , principio del ser y de la verdad absoluta. Sin eso, caemos necesariamente en lo subjetivo y lo relativo.

Precisamente, esta mentalidad subjetivista y relativista, hoy se hace dominante. El Papa Benedicto ha hablado de una “dictadura del relativismo”. Anunciando lo que ella sabe porque lo ha recibido de Jesús y, antes, de los profetas de Israel, la Iglesia tiene por misión advertir que hay una ley superior a la que, por nuestro bien, debemos atender. Que hay una medida moral que no es la de nuestras capacidades, lo que somos capaces de hacer, sino que es la que corresponde a la visión que Dios tiene de nosotros y de nuestras obras, y de las cosas creadas por El. En un momento crítico de la historia del pueblo judío, el profeta de la segunda parte del libro de Isaías que acabamos de escuchar, llama, en nombre de Dios, a sus compatriotas a superar los criterios puramente humanos y abrirse a los de Dios que dice: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos – oráculo del Señor - . Porque como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros; mis planes, que vuestros planes” (Is. 55,8s = Dgo. XXV).

Es verdad que hoy no todos, en la sociedad, son creyentes; pero hay un paso previo a la fe religiosa que todo ser humano debe enfrentar, y es el de su postura frente a la verdad. Es la búsqueda de la verdad la que lleva a Dios, y en Dios la búsqueda de la justicia se fortalece con la caridad, la compasión. Cuando esto se ve realizado en alguien como el Padre Hurtado y tantos otros, convence. El nos ha hecho comprender a todos lo que es la solidaridad, que no es otra cosa que la expresión del amor compasivo. Hoy todos comprendemos que la solidaridad que urgía y practicaba el P. Hurtado no es un sentimiento destinado a quedar confinado en el ámbito de los fieles devotos. Cada chileno piensa que así debieran ser las cosas en Chile. La atención a los hombres, mujeres niños que viven en la calle, iniciada por el Padre Hurtado, hoy se ha convertido en política de Estado. Nadie piensa que sea una práctica supraracional, que queda en el puro marco de la fe sin relación evidente con la vida real. Pero el acto solidario no responde a la pura justicia conmutativa. Es un hecho que más de alguno de los que deambulan por las calles de Concepción, sin tener un hogar, con sus vidas destruidas, están así por su propia responsabilidad, por lo que han hecho o dejado de hacer. La justicia de la solidaridad del P. Hurtado no está medida por lo que hicieron y merecen, sino por una justicia más fundamental: por lo que ellos son. Debo ser solidario con ellos porque son seres humanos, hermanos míos, y debo tratarlos como tales.

El Evangelio de hoy nos habla de la sorpresa que produce la manera de proceder de Dios sobre una mentalidad que piensa sólo en términos de justicia. Dios no nos da de acuerdo con lo que hemos ganado con nuestras obras, sino de acuerdo con lo que necesitamos por ser seres humanos, creados a su imagen y semejanza, destinados a participar de su vida divina. De la misma manera tenemos que mirarnos unos a otros, como hermanos de igual dignidad, llamados a la común solidaridad. Cuando actuamos así – seamos o no creyentes – estamos aportando a la construcción del Reino de los Cielos, en cuanto vamos dando forma a una sociedad que presenta ya los signos de lo definitivo.

Esto es lo que la Iglesia tiene el deber de ofrecer al mundo. En primer lugar por la participación de los cristianos que, poseedores de ese espíritu, tienen el deber de participar en la construcción de la sociedad. En seguida, participando con sus instituciones colegios, universidades, instituciones de caridad, de promoción humana, de salud, etc. Personas e instituciones que piensan en función del ser y actúan de acuerdo con ello. Lo que soy y lo que los demás son, lo es que el hombre, como hombre y mujer, lo que las cosas son. Y esto no es “religioso”. Está en la base de la preocupación propiamente filosófica, de la necesidad de pensar la realidad.

La Iglesia tiene confianza en la razón humana. Sólo así tiene sentido su fe en un Dios que se presenta como la Verdad. La Iglesia siempre llamará a abrirse a ella, a buscarla incansablemente, a avanzar y construir desde ella. Si se trata de educación, que responda a la verdad del hombre; si se trata de la familia y del matrimonio, que partamos estableciendo el verdadero concepto de familia y matrimonio; si hablamos de la organización del trabajo, que responda a las necesidades verdaderas del trabajador como persona y padre o madre de familia; si se trata de la sexualidad humana, que respetemos la verdad que se encierra en la diferenciación sexual; y, por último, si se trata de la vida humana, que definamos cuidadosamente la noción de persona humana en toda la extensión de su existencia cuyo altísimo valor todos de alguna manera reconocemos, pero en lo que cualquiera ambigüedad trae consecuencias desastrosas .

Un incansable buscadora de la verdad, Edith Stein, judía, atea, filósofa, discípula de Husserl después de descartar las filosofías de moda en su tiempo: idealismo, positivismo, marxismo, nazismo porque se dio cuenta de que, no llevaban, por su mismo método, a la verdad, la encontró en el testimonio de vida de una santa: Teresa de Avila. Se convirtió, adoptó la vida religiosa, murió mártir judeo-cristiana, en una cámara de gas. Estoy seguro de que la figura del que próximamente será San Alberto Hurtado es un don de Dios para que en Chile, cuantos buscamos la verdad, viéndolo a él, percibamos que él vivió en la verdad, y siguiendo su ejemplo, muchos podamos encontrarla cada vez más plenamente ahí donde él la encontró.

† Antonio Moreno Casamitjana
Arzobispo de la Ssma. Concepción

CONCEPCION, Septiembre de 2005.
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