Queridos hermanos:
Los acontecimientos recientes, sucedidos en Linares, en Talca, en Santiago y en otras partes del país y las campañas sistemáticas en algunos órganos de prensa, de radio o de televisión en contra de la Iglesia, de sus instituciones y de sus pastores nos llevan a la convicción de que hay en Chile personas interesadas en desprestigiar a la Iglesia, en especial a algunos obispos y sacerdotes -e incluso a este Comité Permanente- quitándonos nuestra autoridad espiritual.
Se parte de hechos aislados, muchas veces falsos, o mañosamente arreglados. Se pretende así amedrentamos para que dejemos de defender la dignidad del hombre y la justicia social, dos valores a los que no podemos renunciar: son parte integrante del Evangelio de Jesús.
Pero nos preocupa la desorientación que sufren muchos católicos de buena voluntad, quienes no tienen otra fuente de información que estos medios de comunicación, sin que nosotros tengamos la oportunidad de defendemos con iguales medios.
También nos inquieta el amedrentamiento que van sufriendo las comunidades cristianas: en algunos lugares no se atreven ni a hacer reuniones de catecismo por temor a ser denunciados corno políticos.
Queremos prevenirles con esta carta para que no crean las informaciones falsificadas y a veces insidiosas que se están sembrando a través de algunos medios de comunicación.
Sería más cómodo para nosotros no ver la angustia de los pobres, no escuchar las quejas de los maltratados -torturados incluso- y despreocuparnos de la justicia. Pero faltaríamos a nuestro deber.
Algunos pensarán tal vez -como Saulo en el martirio de Esteban- que se persigue a la Iglesia por faltas o errores que estuviera cometiendo. Algunos creerán, incluso, que, al hacerlo, están purificándola de infiltraciones o utilizaciones por otros. A ellos les decimos -como el Señor a Saulo-: "¡Yo soy Jesús, a quien tú persigues!". No hay dos Iglesias: hay una sola, la que tiene por pastores a sus legítimos obispos.
Los obispos tenemos el deber de enseñar a todos los católicos y a quien nos quiera oír. Es la primera de nuestras obligaciones: ser maestros de la fe y de la conducta humana. No faltan quienes se muestran respetuosos de nuestro magisterio cuando hablamos de cosas "espirituales"; pero lo niegan en la práctica cuando lo aplicamos concretamente a la vida cotidiana.
Reafirmamos que la fe y la moral cristianas se predican para ser vividas y constituyen la base de las enseñanzas sociales de la Iglesia que son obligatorias para todo católico.
Por el ejemplo de Jesús y por la historia de la Iglesia sabemos que nunca será fácil anunciar la verdad del Evangelio y que el discípulo no puede ser mejor tratado que el Maestro. Estamos dispuestos a seguir dando nuestro testimonio y lo haremos para que ninguno de Uds. sea confundido y llevado a separarse de sus pastores.
Los obispos de Chile, como todos los chilenos, podemos tener distintas maneras de interpretar la realidad; pero todos lo hacemos con criterio de pastores, buscando encarnar el Evangelio en la vida de Chile. Suponer que alguno de nosotros es marxista, o pro marxista, es un absurdo o una maldad.
Nos extraña que, habiendo restricciones a la libertad de prensa en Chile, sea posible calumniar a la Iglesia Católica con tanta facilidad.
Continuaremos vigilando para evitar toda instrumentalización de la Iglesia de cualquier sector que provenga.
Y a todos quienes comparten con nosotros el sufrimiento y que muchas veces han debido sufrir mucho más, les recordamos el lema del Congreso Eucarístico: "¡No teman! ¡Abramos las puertas a Cristo!".
El Comité Permanente del Episcopado
Santiago, 29 de mayo de 1980