Te Deum Laudamus
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Te Deum Laudamus

Homilía en Solemne Misa de acción de gracias por la Independencia de Chile. Iglesia Catedral de San Bernardo, 17 de Septiembre de 2005

Fecha: Sábado 17 de Septiembre de 2005
Pais: Chile
Ciudad: San Bernardo
Autor: Mons. Juan Ignacio González Errázuriz

TE DEUM LAUDAMUS. Te damos gracias ¡Oh Dios!, canta hoy la Iglesia para agradecer la Patria que el Creador nos ha dado, la casa común, el hogar de nuestros antepasados, la tierra fértil, la provincia señalada en la región antártica famosa, que cantó Ercilla, la nación soberana que nos legaron los Padres de la Patria.

Reunidos bajos la bóveda de esta Iglesia Catedral, autoridades civiles, militares y eclesiásticas, junto a los ciudadanos y al pueblo de Chile, agradecemos al Señor este nuevo aniversario de la Independencia Nacional y nuestro recuerdo vuela a las generaciones anteriores que nos legaron esta nación que hoy esta en nuestras manos, que nos enorgullece y a la que amamos con toda el alma.

Elevamos agradecidos a Dios el alma, al ver tantos bienes que Dios nos ha regalado, tantos dones que adornan a nuestros hombres y mujeres, tantas virtudes que descubrimos en la vida social y personal de sus habitantes, tantos hombres y mujeres buenos, que sirven desinteresadamente a su prójimo, que hacen el bien en silencio.

Agradecemos al Dios de toda bondad nuestras familias, cuna de la virtudes y de la vida social, agradecemos al Señor la mujer chilena, reducto donde viven las grandes virtudes nacionales, los hombres de trabajo y los empresarios, los hombres de armas que velan por la seguridad de nuestra nación, los que alumbran la cultura, los artistas y los maestros, que enseñan con perseverancia esforzada a nuestros jóvenes el camino del bien.

Miramos a nuestro Dios dándole gracias por tantos hombres y mujeres que sirven a Chile desde la vida pública, políticos, gobernantes y legisladores, jueces y servidores de la justicia, que día a día se esfuerzan por que vivamos en una nación de hermanos, donde reina el amor y el servicio, especialmente a los mas pobres y desposeídos de nuestra tierra.

Y como no agradecer esta tierra nuestra, este valle del río Maipo, que a los pies de aquellas montañas eternamente blancas, en el que germina la riqueza de nuestro campo y de la industria y se producen los bienes que nos permiten vivir y progresar como una zona particularmente bendecida por el creador.

Destaco también como una don particular del Señor a nuestra tierra del Maipo y a toda esta diócesis, la cercanía y la plena concordia entre las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, que nos permiten, en el pleno respeto a los ámbitos propios de cada uno, trabajar mancomunadamente por nuestros hermanos, servir a todos sin distinción y poder llegar a los mas pobres y desamparados, que son los hijos mas queridos de la Iglesia y de la Patria.

¡Gracias Señor, por tantos bienes, que nosotros, en solemne promesa, queremos cuidar y usar para servirte y servir a nuestros hermanos!

Alabamos a Dios por esta naturaleza maravillosa que cantamos en nuestro himno nacional, que es un reflejo de la presencia y la acción del Creador entre nosotros. Y esa alabanza se hace más fuerte, al caminar con paso decidido hacia el Bicentenario de la Republica. Con la gracia de Dios somos ya una nación madura, que recorre serenamente la camino de su historia y quiere guardar la fidelidad a los valores y principios en los cuales fue fundada la nación por los padres de la Patria.

Agradecemos al Señor la Iglesia y todas las expresiones del espíritu humano que reconocen a Dios como el centro de la vida del hombre y de la sociedad. Y no dejamos de agradecer también las pruebas que en tantos años de historia el Señor ha permitido que sufra la nación, pruebas y dificultades que han fogueado nuestra sociedad en la fortaleza y la perseverancia y que nos hacen comprender que todos los bienes que el hombre pretende alcanzar exigen siempre el sacrificio y el esfuerzo.

Queridos hermanos y hermanas.

Hoy es un día de fiesta, de particular alegría y acción de gracias al Creador, pero es un día en el que debemos reflexionar sobre el amor a esta patria nuestra, el respeto de sus tradiciones y la presencia de aquellos valores y virtudes que han hecho de Chile, “una nación fuerte, principal y poderosa”, como canto el poeta –conquistador.

Detengamos hermanos, en la memoria histórica de la Patria, es decir en la capacidad de una nación y de sus ciudadanos de comprender que la patria está constituida por un pasado, un presente – que estamos viviendo- y un futuro, que es el legado que dejaremos a los que nos sigan.

Si una nación y sus habitantes pierden la capacidad de reconocer su memoria histórica, el presente será difícilmente comprendido y el futuro se nos mostrará cada vez más difuso, como quien avanza entre nieblas y oscuridades, porque no conoce de donde viene ni sabe a donde va.

Como Pastor de esta diócesis y profundo amante de mi patria y su historia, veo con claridad que Chile va en un proceso de paulatino olvido de su memoria histórica. Los hechos del pasado no alumbran el presente y hemos reducido nuestra capacidad de observar la historia a los acontecimientos recientes, olvidando la riqueza enorme de casi 200 años de vida independiente y otros 200 de vida como Capitanía General y nuestro pasado anterior, con los pueblos originarios que poblaron esta tierra, cuyo aporte nadie puede desconocer y que recogemos como un precioso legado.

Chile, queridos conciudadanos, es una nación atrapada en los últimos 30 años de su historia y, como escribió el gran libertador Simón Bolívar, los hechos de la historia hay que observarlo de cerca y juzgarlos de lejos. Es necesario un esfuerzo conjunto de todos nosotros para recuperar una memoria histórica de largo plazo y vencer así las rencillas y divisiones que en los años recientes nos han afectado, creando entre hermanos barreras que parecen infranqueables, que ponen en riesgo el proyecto de nación que soñaron nuestros antepasados y al cual nosotros debemos ser fieles.

Para que ello no siga sucediendo, el único remedio verdadero es recoger el legado de los grandes hombres –indiscutidos y aceptados- que nos dieron la casa común, nos entregaron los valores y principios desde donde hemos construido nuestra nación y construyeron esta tierra soberana.

Las heridas que sufre el alma de Chile son consecuencia de nuestra incapacidad de unirnos todos en un proyecto común que nace en los albores mismos de la patria independiente que hoy celebramos y cuya huella nosotros tenemos obligación moral de seguir.

Chile tiene vocación de unidad, de allí que hasta los intentos federalistas del siglo XIX no prosperaron. Pero la unidad no se funda sólo en la realidad territorial, se enraíza en lo más profundo del alma nacional, en la fe cristiana y los valores perennes que desde ella alumbran los caminos de nuestra patria y sobre los cuales construyeron los hombres y mujeres que nos han antecedido.

Creo que para nadie es un misterio que Chile, al igual que muchas naciones de Occidente, pasa por una profunda crisis moral, que afecta por igual a todos. Sin embargo, tal crisis es solo perceptible en su verdadera profundidad desde la mirada de la ética cristiana.

Nos es fácil hoy contar éxitos materiales, que recibimos también como dones divinos, pero si estos no van acompañados de los progresos morales, terminan por traicionar al hombre, como vemos que sucede en las sociedades mas desarrolladas.

Uno de los aspectos en que se muestra la sabiduría de una nación y sus gobernantes es aprender de los errores pasados y de los ajenos para no volver a cometerlos.

La unidad del ser humano y la unidad de la patria exigen que todos comprendamos que el progreso de Chile va de la mano con su bienestar moral, con el crecimiento de las virtudes cristianas y ese crecimiento hoy no es armónico.

Con cuanta sabiduría escribió el Beato Alberto Hurtado ya en 1948: “Una Nación, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua, o sus tradiciones, es una misión que cumplir. Y Dios ha confiado a Chile esa misión de esfuerzo generoso, su espíritu de empresa y de aventura, ese respeto del hombre, de su dignidad, encarnado en nuestras leyes e instituciones democráticas. Y seguía, con frase fuerte, “Pero el ¡A ti, oh Dios te alabamos!, entonado tiene también otro sentido: mezcla de dolor arrepentido por la tarea no cumplida, la Patria alza su voz pidiendo el auxilio del cielo para cumplir la misión confiada, para ser fiel a esa misión que Dios ha querido estampar en la austeridad de nuestras montañas y campos. La austeridad primitiva desaparece: el dinero ha traído fiebre de gozo y de placer. El espíritu de aventura, de las grandes aventuras nacionales, se debilita más y más, una lucha de la burocracia sucede a la lucha contra la naturaleza. La fraternidad humana, que estuvo tan presente en la mente de nuestros libertadores al acordar como una de sus primeras medidas la liberación de la esclavitud, sufre hoy atroces quebrantos al presenciar cómo aún hoy miles y miles de hermanos son analfabetos, carecen de toda educación técnica, desposeídos de toda propiedad, habitando en chozas indignas de seres humanos, sin esperanza alguna de poder legar a sus hijos una herencia de cultura y de bienes materiales que les permitan una vida mejor; los dones que Dios ha dado para la riqueza y la alegría de la vida son usados para el vicio; las leyes sociales bien inspiradas, pero son casi ineficaces; la inseguridad social amenaza pavorosamente al obrero, al empleado, al anciano.

“Chile – seguía - tiene una misión en América y en el mundo: misión de esfuerzo, de austeridad, de fraternidad democrática, inspirada en el espíritu del Evangelio. Y esa misión se ve amenazada por todas las fuerzas de la vida cómoda e indolente, de la pereza y apatía, del egoísmo”.
Terminaba este hombre de Dios diciendo: “Pero esta misión ha dejado de cumplirse porque las energías espirituales se han debilitado, porque las virtudes cristianas han decaído, porque la Religión de Jesucristo, en que fuera bautizada nuestra Patria y cada uno de nosotros, no es conservada, porque la juventud, sumida en placeres, ya no tiene generosidad para abrazar la vida dura del sacerdocio, de la enseñanza y de la acción social. Es necesario, antes que nada, producir un reflotamiento de todas las energías morales de la Nación: devolver a la Nación el sentido de responsabilidad, de fraternidad, de sacrificio, que se debilitan en la medida en que se debilita su fe en Dios, en Cristo, en el espíritu del Evangelio”

Queridos hermanos y hermanas, compatriotas de esta tierra amada.

¿Acaso no somos testigos hoy de una desintegración sin precedentes de la familia, centro de sociedad de la sociedad y del Estado? Un 51% de los niños que nacen en Chile lo hacen fuera de cualquier vínculo formal entre sus padres. Muchos de ellos tendrán graves dificultades en su futuro.

¿Acaso no sabemos que en las últimos décadas y ha caído a la mitad el número de matrimonios celebrados en Chile, llegando a ser una institución en desuso?

¿Acaso no hemos visto como la promiscuidad sexual, la violencia familiar, los abusos sexuales se ha ido apoderando de nuestros jóvenes, alentados por una pornografía abierta en la TV y por políticas profundamente erradas?

¿Acaso no sufrimos al ver tanto embarazo de jóvenes que ya parten su adolescencia con una vida hipotecada y un difícil futuro?

¿Acaso no captamos que hemos puesto en discusión elementos centrales de nuestra sociedad, que ha sido la base de nuestro progreso como nación y comunidad de hermanos?

Hermanos míos, de lo profundo del corazón de muchos de nosotros sale un quejido amargo. Tenemos un aparente mejor pasar, hay más bienes, muchos tiene más, pero, como hemos señalado los Obispos de Chile, hay diferencias escandalosas, que en nuestra diócesis son especialmente perceptibles. La Iglesia no juega con las cifras, mira a cada persona porque cada uno de nosotros ha sido redimido por Cristo el Señor y cada uno está llamado a la plenitud de la vida eterna, pero, como experta en humanidad, va en defensa del más desvalido, de que no tiene medios para hacer oír su voz

Como ha señalado el Papa Benedicto XVI “en numerosas partes del mundo existe una extraño olvido de Dios. Parece que todo marchase igualmente sin El”. Nosotros sabemos que cuando el hombre se aleja de Dios se hace enemigo de si mismo y las relaciones entre los hombres pierden la fuente de donde mana la verdadera fraternidad: la filiación Divina, somos hijos de un mimo Padre de los Cielos, herederos de la vida eterna y hermanos de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que caminó y dejó sus huellas marcadas en esta misma tierra que pisamos.

El mismo Papa, nos decía “ Donde Dios desaparece el hombre no es mas grande: pierde la dignidad divina, pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final, es solamente un producto de la evolución ciega y no tiene ya dignidad divina y por ello puede ser usado y abusado, como vemos”.

Queridos hermanos, el mal que aqueja a nuestra tierra es precisamente este: querer construir una tierra donde Dios tiene un pequeño espacio en la vida personal e intima de cada persona, pero cuya presencia pública, en las leyes, en las escuelas, no es siempre querida y en algunos casos es rechazada. Vuelvo a citar al Papa, “es importante que Dios sea grande entre nosotros, en la vida publica y en la vida privada. Que en la vida publica esté presente con el signo de la Cruz en los lugares oficiales, que Dios este presente en la vida corriente, porque si Dios esta presente estamos orientado en un camino común”.

Un chileno y cristiano indiscutido, hombre de Dios reconocido en el mundo entero, Monseñor Manuel Larraín, obispo de Talca durante muchos años, escribió una frase que debe hacernos meditar: “El desarrollo es un humanismo que debe responder a la triple hambre: física, cultural y espiritual que atormenta al hombre individual y a la sociedad moderna”.

Las divisiones que como nación sufrimos se deben a que hemos perdido el sentido de nuestro proyecto común, del camino común, que es una nación donde todos caben y nadie está demás, donde cada uno tiene su lugar en el engrandecimiento de esta patria y de sus habitantes. Por eso, la hora presente requiere volver nuevamente a preguntarnos por nuestra capacidad de reconciliarnos. Este abandono de nuestro enfoque cristiano del hombre y la sociedad nos ha llevado a recorrer un complejo camino de reconciliación nacional que parece no terminar nunca. Es difícil encontrar una nación que habiendo sufrido procesos similares a los que antaño nos dividieron, pasado decenas de años ellos sigan gravitando tan fuertemente sobre la vida nacional.

Esta incapacidad de reconciliación es una dura espina que hiere el corazón de la Patria, nos ha hecho perder el norte y nos ha conducido a luchas interminables y que hoy permanece latente en nuestra sociedad.

Es necesario preguntarse ¿porqué después de tanto esfuerzos, las heridas siguen abiertas? Incluso cuando la Iglesia ha desplegado toda su fuerza evangelizadora en esta tarea. En la hora presente hemos de preguntarnos que hemos de hacer para el futuro. Esta realidad dolorosa hace necesario saber escoger a los hombres y mujeres que han de conducir a Chile en los años futuros con una abierta capacidad y determinación de conducir a la nación por los caminos de una reconciliación verdadera, que nos vuelva a poner en el camino de la paz y la concordia, dentro de un sano y necesario pluralismo.

¿Quién se negaría a aceptar que todo hombre o mujer de buen corazón quiere la reconciliación? En efecto, unos quieren perdonar después de que quien ofendió pida perdón, descubra y confiese su pecado ante quien fue agredido y sea juzgado y condenado por el delito. Es un camino posible, pero dificilísimo, porque requiere un grado de virtud que, por desgracia, las personas ofendidas no siempre tienen. Otro camino es la gratuidad del perdón. Para un cristiano la actitud de perdón puede darse sin pedir nada a cambio. Se perdona la ofensa por grave que ella sea y el alma entonces vuelve a la paz.

Un maravilloso pasaje de la Escritura - el de José en Egipto - nos da luces sobre el sentido de nuestro perdón.(Gen, 50). José estaba en actitud de perdón. No esperó que se postraran sus hermanos ante él.(que lo habían vendido como esclavo). Su corazón ya había perdonado antes, porque amaba a Dios. Esta es una gran enseñanza.

Es la misma actitud de padre del hijo pródigo que Jesús nos relata en la parábola: “Se dijo a sí mismo “me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros. Y, levantándose, partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. Entonces el hijo pidió perdón: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo. "Pero el padre dijo a sus siervos: Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies”. El padre estaba en actitud de perdón y antes que el hijo que pecó se lo pidiera ya había perdonado. Salía todos los días a esperar al hijo, ya perdonado.

San Pablo escribe “Pues si alguien ha causado tristeza, no es a mí a quien se la ha causado; sino en cierto sentido - para no exagerar - a todos vosotros. Bastante es para ese tal el castigo infligido por la comunidad, por lo que es mejor, por el contrario, que le perdonéis y le animéis no sea que se vea ése hundido en una excesiva tristeza. Os suplico, pues, que reavivéis la caridad para con él. Pues también os escribí con la intención de probaros y ver si vuestra obediencia era perfecta. Y a quien vosotros perdonéis, también yo le perdono. Pues lo que yo perdoné - si algo he perdonado - fue por vosotros en presencia de Cristo, para que no seamos engañados por Satanás, pues no ignoramos sus propósitos”.( 2 Cor, 2, 1-11)

También San Pablo en la carta a los Corintios, tiene una frase que nos debe hacer meditar: "Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!”(2 Cor. 5 18-20).

Nuestra fe cristiana, que es el fundamento de nuestra vida social, es profundamente optimista, con un optimismo que nace de la capacidad del ser humano de convertirse, de volver sobre sus pasos cuando descubre que ha errado, pues siempre encuentra la mano misericordiosa de Dios que sale a su paso y lo reconcilia.

Este es hoy el gran bien que pedimos para nuestra Patria herida: Que el Señor nuestro Dios nos conceda saber perdonarnos definitivamente, olvidando la injuria recibida y acogiendo al que ha pecado. Es un bien que pedimos con humildad, mientras hacemos el propósito de perdonarnos unos a otros, como oramos en la oración del Padre Nuestro.

Terminamos estas palabras nacidas del corazón y expresadas ante Dios y ante nuestras autoridades hoy reunidas en solemne liturgia de acción de gracias en nuestra Iglesia Catedral, invocando la misericordia del Creador sobre nuestra tierra y las bendiciones del cielo para cada uno de sus habitantes, poniendo estas humildes peticiones en las manos de Nuestra Señora del Carmen, a quien el Libertador O’Higgins pusiera como protectora y Reina de Chile y de los trabajos arduos y laboriosos de nuestra independencia nacional.

Que Dios guarde siempre a Chile como una nación cristiana y profundamente religiosa. Así sea

† Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo

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