Texto completo de la homilía pronunciada por el Cardenal Francisco Javier Errázuriz, en la solemne Misa celebrada con motivo de la Fiesta de Santiago Apóstol
Fecha: Miércoles 27 de Julio de 2005
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa
Nos reúne esta tarde en nuestro Templo Metropolitano, junto a la imagen tan venerada de la Virgen del Carmen, Dios nuestro Padre. De corazón nos invita a celebrar la fiesta del apóstol que dio su nombre a nuestra gran Ciudad, del Apóstol Santiago. Espiritualmente nos unimos a los peregrinos que han hecho el Camino a Santiago para celebrar la fiesta en el Santuario de Compostela, y a tantas otras diócesis a lo largo de América que lo veneran como su patrono.
No todas las ciudades del mundo fueron bautizadas con el nombre de un santo, y son pocas las que tienen la alegría de llevar el nombre de uno de los apóstoles de Jesús, en el cual él depositó toda su confianza, y al que distinguió con signos de especial amistad.
Su vocación a orillas del lago nos permite identificarnos de corazón con este discípulo de Cristo. Su vida tiene semejanzas con nuestra vida. El evangelio lo presenta como un hombre de trabajo, un pescador artesanal y esforzado. Se había quedado con su padre junto al lago. No había corrido hacia el Jordán, cuando llegó la noticia del bautismo de Juan, el hijo de Zacarías e Isabel. Era mejor que fuera a averiguar las cosas el hermano menor. Él permanecería junto al lago. Pero seguramente cuando Jesús llegó a Cafarnaúm su hermano Juan, el que sería evangelista, ya le había comunicado con qué maestro se habían encontrado junto al Jordán. También le habrá contado del milagro en las bodas de Caná. Increíble, ¡tantos litros de vino, y de la mejor calidad! Para Santiago, cuando lo vio, Cristo ya no era un desconocido. Le guardaba admiración. No le molestó que Jesús se subiera a la barca de Pedro y no a la suya cuando la necesitó para predicarle a la multitud. Le habrá agradado ser un testigo de su enseñanza, pero sin sentirse involucrado en primera persona. Así podía observarlo mejor, mientras continuaba distraídamente reparando las redes.
Nos es fácil identificarnos con este hombre que pasa del trabajo en el lago, de un trabajo infructuoso y de esa noche deprimente, al trabajo en la orilla, reparando las redes; de la decepción por no tener pescado alguno para la venta, a la escucha de palabras que hacían arder su corazón; de ser un curioso observador de la aventura de Pedro, de adentrarse inútilmente al lago, para lanzar nuevamente las redes precisamente donde no se hallaban los cardúmenes, a colaborar con todas sus fuerzas en sacar tal cantidad de peces, que las redes amenazaban romperse.
Al recordar al Apóstol en su primer encuentro con Jesús, no podemos dejar de identificarnos con él y de pedirle: Santiago apóstol, mira a los habitantes de esta gran Ciudad, que pasan por alegrías y por pesares, por agotadores jornadas y por decepciones, por rivalidades y por esperanzas, y mueve sus corazones a sentir una profunda admiración por Jesucristo, a escuchar sus palabras de vida eterna, también en medio de las labores cotidianas, a creer en su palabra y en sus peticiones, a remar mar adentro al inicio de este milenio, a echar con confianza y audacia las redes de la evangelización misionera, a colaborar con el fruto de sus obras milagrosas, y enséñanos a creer en Él y a seguirlo, dejando lo que sea, cada vez que Él nos invite y nos de una vocación de mayor consagración a su Reino, llamándonos a ser pescadores de hombres.
Sabemos que el Señor lo privilegiaba, tomándolo consigo junto a Pedro y a Juan, cuando estaban por ocurrir acontecimientos de gran importancia. Así estuvo presente en esa hora en que Cristo, lleno de compasión y de poder, resucitó a alguien por primera vez. Ocurrió en la casa del jefe de una sinagoga, de Jairo. Las palabras de Cristo no las pudo olvidar más: “Talitá kum, es decir, Niña, a ti te digo, levántate” (Mc 5, 42). Tampoco olvidó la alegría que explotó en ese hogar porque la niña de doce años volvió a la vida. Hermosa experiencia la de Santiago. Para todos, la niña ya estaba muerta. Para Jesús, sólo dormida. Más tarde, cerca de la casa de Lázaro y después de un milagro semejante, escucharía que su Maestro era la resurrección y la vida. Ya lo intuía. Y después, ¡cuántas veces en los momentos difíciles de su vida, probablemente también antes de su martirio, le habrá dicho a Jesús: Creo en ti, espero en ti, que eres mi resurrección y mi vida.
No serán pocas las experiencias de esperanza, de resurrección y de vida que habrán tenido desde su atalaya privilegiada los miembros de los consejos parroquiales que han venido a celebrar con nosotros esta Acción de Gracias. El llamado de Jesús a prestarle este servicio a la comunidad de los bautizados que viven en el territorio parroquial, es una gracia extraordinaria. De alguna manera ustedes son los principales testigos de la bondad de Cristo, cuando Jesús entra en las casas, llamado por tantos dolores y enfermedades, extiende su mano para ayudar a salir de dolorosas agonías espirituales, y dice a los esposo, a los hijos, a los abuelos, a fin de devolverlos a la vida nueva y a la comunión con Dios y entre ellos: A ti te lo digo, levántate. Quienes hemos recibido cargos de responsabilidad por las comunidades tenemos innumerables razones para vivir, unidos a la Virgen María y al Apóstol Santiago, implorando y agradeciendo, llenos de asombro por la sabiduría y el poder del Señor.
En otra oportunidad Jesucristo invitó a Pedro, a Juan y a Santiago a subir con él a la altura de un monte. En el Tabor serían testigos de su transfiguración. También ésta, una experiencia inolvidable. ¡Cuándo iba a pensar el impetuoso Santiago, hombre con los dos pies en la tierra, que un día se abriría el cielo ante sus ojos, que vería nada menos que a Moisés y a Elías, a esos personajes legendarios e inolvidables de la historia de su pueblo, a esos precursores que habían hablado con Dios y ya gozaban de su presencia, y que escucharía esa voz que provenía de la nube luminosa, proclamando que Jesús es el Hijo amado del Padre, en quien Él se complace, y recomendándoles que lo escuchen!
Nos impresiona ese encuentro del cielo con la tierra. También conmovió a los apóstoles, y por eso Pedro, sin saber lo que decía, quiso prolongar esa experiencia. Sin pensar ni en él ni en sus dos compañeros, le dijo a Jesús: “Maestro, es bueno estarnos aquí, Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No nos cuesta comprenderlo. Realmente la experiencia de cercanía con el cielo, de admiración y de amistad embargaba su espíritu de asombro y de paz. Es bueno estarnos aquí.
Dondequiera que tenemos experiencias de cielo, nos colma un sentimiento de felicidad. Puede ser en la contemplación de las cosas de Dios, en la lectura de las Escrituras, en las celebraciones litúrgicas, en obras de caridad, en visitas a enfermos, llevándoles al Señor, en el cuidado de la Casa de Dios, en la administración de bienes que son de Dios, y que él quiere utilizar para levantar y dar trabajo a sus hijos más pobres. Puede ser en el apoyo dado a matrimonios. También podemos experimentar esa alegría de sabernos cerca de Él al trabajar construyendo el Reino en el servicio público, al colaborar con Él en trabajos pastorales, en la docencia, en la catequesis, en la formación de sacerdotes y diáconos, como también en la defensa de los derechos de quienes están desvalidos ante el poder.
Cuando en unos momentos más entreguemos la Cruz del Apóstol Santiago a algunas hermanas y hermanos nuestros, sabemos que ellos representan a innumerables bautizados que han colaborado, al igual que los condecorados, a que muchos chilenos hayan tenido por su solidaridad y su fe, experiencias de cielo. A todos ellos, que llegue la profunda gratitud de nuestra Arquidiócesis por sus servicios, y por haber perseverado en la decisión, tan cristiana, de permanecer en la esperanza y el amor.
¡Qué bueno es estarnos aquí! ¿Qué otra impresión de la gran Ciudad y de sus comunas quieren lograr y transmitir las autoridades regionales y comunales que nos acompañan? Los trabajadores que atraviesan cada mañana la Ciudad, los escolares y estudiantes que van a sus aulas, las secretarias que corren a sus trabajos, los señores preocupados por su empresa o su banco, el trabajador ambulante, los que quisieran respirar la belleza de la ciudad y de sus construcciones, los niños que llegan a sus casas y permanecen en la calle, la dueña de casa que le quita el polvo a los muebles y sale al almacén o al supermercado, los deportistas que apresuran su paso para llegar puntualmente al entrenamiento, todos quieren hallar una ciudad acogedora, limpia, con gente pacífica, donde cultivar el respeto y la amistad, para decir con gratitud: ¡Qué bueno es estarnos en nuestro querido Santiago!
¿Qué experiencia nos transmite para ello el apóstol Santiago en su fiesta? En ese momento de gloria en el Tabor se abrieron las ventanas del corazón para mirar a lo alto y compartir la conversación del cielo. Es cierto, nunca seremos muy felices si nuestra convivencia no abre su espacio interior, sus templos y sus plazas a la presencia de quien nos promete la felicidad y la paz, de Nuestro Señor. Por otra parte, ¡cuánto gozo experimentamos cada vez que escuchamos la voz del Padre, que nos presenta a quienes encontramos en la calle, en la casa o en el trabajo, diciéndonos: estos son mis hijos muy amados, trátenlos conforme a su dignidad, escúchenlos! Y ¡cómo crecen nuestras relaciones, cuando al igual que Pedro pensamos en las necesidades de los demás más que en las propias, y les ofrecemos construir para ellos y con ellos una morada, porque queremos que permanezcan junto a nosotros, prolongando horas y días de felicidad!
Queridas autoridades edilicias, con gusto hacemos nuestras las preocupaciones y los proyectos que han traído hasta este templo en la fiesta del Apóstol Santiago. También les agradecemos de corazón cuanto hacen para que el Señor encuentre moradas en esta ciudad y pueda pasar por sus calles, siendo acogido. A Él le pedimos que bendiga los esfuerzos que realizan para que nadie sucumba ante la tentación de huir de esta gran Ciudad, por los túneles de la droga o del alcohol, de la deshonestidad o de tráficos que hieren la dignidad de las personas. Pedimos que tengan éxito lo que hacen por favorecer el esfuerzo y la honradez, el clima de fraternidad y de paz, las oportunidades de estudio, comunicación y trabajo, la transparencia del aire, del agua y del trato humano.
También nosotros nos sentimos comprometidos con la gran Ciudad. Nuestro esfuerzo ha sido y seguirá siendo el de llevar siempre el agua viva del Evangelio a nuestra convivencia, hasta los rincones más olvidados, de manera que todos nos acerquemos a Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien, y a los hermanos, para servirlos en su nombre. Amén.
Santiago, 25 julio 2005