Homilía en la Pascua de mi hermano, el Padre Miguel Ortega Riquelme
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Homilía en la Pascua de mi hermano, el Padre Miguel Ortega Riquelme

Fecha: Martes 07 de Junio de 2005
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: P. Cristián Precht Bañados


Inesperada y sorpresiva ha sido la partida de Miguel. El rumor corrió de boca en boca y, a las pocas horas, éramos muchos, muchísimos, los que pronunciábamos su nombre con cariño y creciente incredulidad. No podía ser verdad. Miguel es uno de aquellos de cuya muerte hablamos pero nunca imaginamos. Muchos, muchísimos empezamos a sentir el vacío producido; muchos, muchísimos, empezamos a recomponer la memoria agradecida. Su partida repentina dejaba un sin fin de conversaciones inconclusas y otras tantas manos amigas deseosas de estrechar la suya una vez más.

Es que Miguel, mi hermano Miguel, el Padre Miguel, no es una persona que pudiera pasar inadvertida. Su ingenio y su talento, su religiosa irreverencia, su enorme libertad de espíritu, el bien decir de sus palabras y la frescura de su humor interminable, unido a su amor intransable por Jesús y el Evangelio, dejaban honda huella en cada persona que cruzara su camino. A favor y en contra -mucho más de lo primero que de lo último- nadie podía quedar pasivo ante la provocación de sus profundas convicciones.

Tal como lo dije el día de ayer, no le perdono a Miguel que se haya ido sin despedirse. Y sólo me lleva a cambiar de opinión, la envidia que me da el verlo morir revestido junto a un altar, a punto de empezar la Santa Misa. ¡ Todo un símbolo de la vida sacerdotal ! Y de saberlo en camino a la resurrección de los muertos, el don más precioso que espero y esperamos.

Escuchar testimonios sobre la vida de Miguel sería interminable: Rector de tres Colegios… el Seminario Menor, el Instituto de Humanidades Luís Campino, el Colegio Notre Dame de la Anunciación y, ahora último, asesor muy querido del Colegio Parroquial de la Inmaculada Concepción. Veintitantos años dedicados a la educación y miles de jóvenes que lo conocieron muy de cerca, además de los miles que recibieron su palabra ingeniosa y creativa como Vicario Juvenil de la Arquidiócesis de Santiago. El hombre que marcó con su sello una pastoral novedosa y original en tiempos en que los jóvenes buscaban sentido, esperanza y lugares de participación en que pudieran construir y reconstruir sus sueños. Así nació la Semana para Jesús, el Festival Una Canción para Jesús, los días del Reino, los Retiros para los animadores juveniles en Padre Hurtado y tantas otras iniciativas que después cosechamos con nuevos bríos a través de la Vicaría de la Esperanza Joven. Pero, no sólo eso, también tendríamos el testimonio agradecido de los jóvenes adictos a quienes auxilió en la pequeña Fundación de San Francisco de Asís. Miguel fue uno de los primeros que llamó la atención sobre la droga incipiente, cuando ésta sólo olía a Marihuana y Neoprén. Entonces, más de alguno, dijo que era un cura exagerado...

Podríamos escuchar testimonios chilenos y argentinos de su maratónica campaña por la paz entre nuestros pueblos, con caminatas al Cristo de los Andes y un millón de firmas de jóvenes de ambos pueblos, depositadas a los pies del Papa Juan Pablo II para reforzar su ministerio mediador. Más de una madre puede estar agradecida de estas gestas y estos gestos. Más de algún joven pudo formar su familia y no tuvo que derramar su sangre en una guerra fratricida. Y hoy, cuando se oyen voces de objetores de conciencia, sería bueno que relean la Carta a un Joven llamado al Servicio Militar, escrita por Miguel en los años setenta y que le valió hasta amenazas contra su vida. No sería ésta la única ni la última vez que invitó a los jóvenes al camino de la no violencia activa. O de la “Paz activa”, como a él le gustaba decir.

Largos y hermosos serían los testimonios de tanto peregrino que en estos treinta años ha dejado sus ruegos y esperanzas junto a la Virgen del Cerro San Cristóbal que, desde la altura, custodia la ciudad. Miguel nos deja un Santuario luminoso, con menos antenas que oculten a María y un lugar abierto y acogedor para celebrar la Liturgia al aire libre. Y sobre todo nos deja su imagen de capellán dominical, repartiendo dulces a los niños y compartiendo con esa hermosa comunidad de caminantes mañaneros.

No faltarían tampoco los testimonios agradecidos de sus años de Párroco en San Joaquín, donde despertó sus primeras vocaciones, de los años de Capellán de La Moneda, ni de su último tiempo en esta casa la de la Inmaculada Concepción de Vitacura tratando de hacer comunidades en edificios y condominios. Y, lo más notable, todo este tiempo, treinta y seis años de ministerio sacerdotal, multiplicando la Palabra con todos los medios a su alcance.

Miguel Ortega publicó más de setenta libros. Casi ochenta. Ni siquiera él sabía exactamente cuántos fueron. Ni menos cuántas ediciones se han hecho de cada uno de ellos. Es una investigación que vale la pena realizar. A los pocos años de ordenado sacerdote escribió el libro de sus amores: “Todo Comenzó en Galilea”… una cristología diáfana y atrayente, aun hoy plenamente vigente. Y el día Jueves recién pasado, dos días antes de su muerte, entregó finalmente al editor su obra póstuma: nada menos que un libro sobre el Padre Alberto Hurtado, fruto de un estudio acucioso de su vida, su obra, sus escritos.

Entre todas esas obras, un lugar especial ocupaba en Miguel “el Pan de la Palabra” con el que devolvió la bendición de la mesa a miles y miles de hogares en el mundo entero. Esa pequeña gran obra se ha editado en más de diez idiomas. Se han impreso ediciones autorizadas y más no autorizadas en América del Norte, del Sur, centroamérica y Europa. Y para orgullo de sus amigos, se lo ha encontrado en la mesa de las grandes urbes y de pequeños pueblos, como en Tucurú, un pueblo montañoso y lejano, a un día de marcha de ciudad de Guatemala, donde vi esas oraciones con mis propios ojos.

La Palabra de Dios en la voz y en la pluma de Miguel se ha vuelto oración, enseñanza, mensaje e interpelación. A Miguel le debemos la oración que rezamos en el Santuario del Cerro, en la visita del Papa y las que hoy se recitan en honor de nuestros santos: Teresita de los Andes y el Padre Alberto Hurtado. Del computador de Miguel salieron casi enteras las Cartas a los Jóvenes promulgadas por nuestros queridos arzobispos, Don Raul, Don Juan Francisco y Don Carlos. Y si me apuran un poco más les puedo decir que mientras todos aplaudíamos la homilía genial del Papa Juan Pablo en el Estadio Nacional, en el silencio de la tribuna yo daba gracias a Dios por el Padre Miguel cuya pluma maestra el Papa había sabido valorar…

Pero, en fin, más importante que las palabras dichas al viento, son aquellas escritas con letras de incondicional afecto en el corazón de sus discípulos. Algunas de ellas las hemos escuchado en estos días en testimonios públicos y privados. Dios lo sabe mejor que ninguno de nosotros. Lo sabe, lo reconoce y lo agradece, pues el Señor ama al maestro que ayuda a sus hijos a descubrir su propia vocación.

Hay entre nosotros jóvenes y adultos que descubrieron su vocación a la vida religiosa y al sacerdocio ministerial, su llamado a la política, al arte, a las ciencias sociales, sus ganas de vivir y de servir, gracias al contacto con la vida de Miguel. Y hay cientos de matrimonios que leyeron su Carta a una Pareja de Novios y que recibieron de sus manos la bendición nupcial. Y esta es realmente la peregrinación más importante que hay que hacer si queremos calibrar la calidad de un verdadero sembrador. Son semillas sembradas por Dios, en el corazón de muchos, a través del Padre Ortega, su fiel servidor. Uds. pueden preguntárselo personalmente a los PP. Cristián Contreras, quien preside esta Eucaristía, a los PP. Felipe Ortega y Rodrigo Tupper, que animan la celebración, a Fray Enrique Contreras y a los PP. Felipe Egaña, Pedro Pablo Garín, Galo Fernández, Javier Ossa, Pedro Ossandón, Luís Peña, Pedro Ríos, Tomás Scherz y varios más, en quienes resonó el llamado con urgencia, gracias al ministerio sacerdotal de este cura vibrante y tan acogedor. Y no deja de ser notable:el Padre Miguel que era muy celoso de los derechos de autor de sus libros, nunca se quedó enredado en derechos de autor en materias vocacionales. Las consideró vocaciones de Dios y de la Iglesia y, simplemente, las puso en manos de los formadores del Seminario evitando seguir metido en un proceso que ya no le pertenecía.

Miguel, nuestro hermano, ha sido un hombre apasionado con alma de poeta y palabra de profeta, dueño de un desplante y osadía que no todos supieron entender. Miguel ha sido un gran enamorado de la belleza: la del campo y de la ciudad, la de la escultura, la pintura, la cultura precolombina, especialmente la mapuche, el barroco colonial, el arte moderno… Con los escasos medios que tuvo a su alcance, y con aquellos que se pudo conseguir, se hizo mecenas de muchos jóvenes que incursionaban en el mundo de las artes, especialmente si le traían un rostro de Cristo hermoso y novedoso, ante quien Miguel siempre se rindió. Sus hermanos y sus amigos esperamos crear la Fundación Miguel Ortega y exponer en público todas las obras de arte que fue juntando y rastreando a lo largo de su vida.

Hermanos y amigos todos,

Tengo el privilegio de haber conocido como pocos el alma del Padre Miguel, cosa nada fácil ya que – como buen castellano – le gustaba más hablar de lo que hacía que lo que sentía. Sin embargo, 45 años de amistad cercana, de formación y de trabajo pastoral compartido, permiten a uno internarse en el misterio. Por eso se muy bien que Miguel fue un enamorado sin tregua de la persona de Jesús, nuestro Señor. Y lo fue con un realismo casi tangible. Puedo dar testimonio de que nunca subió al púlpito o a una tribuna cualquiera sin que el Señor estuviese explícitamente en sus palabras y en sus intenciones. El estaba profundamente convencido de lo que la fe dice con hermosura: que Jesús es “el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre”. De que El ha recibido de Dios Padre el Nombre sobre todo Nombre, ante el cual se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en todo lugar, por haberse despojado de todo lo suyo en favor de la humanidad dolida. Miguel no tenía dudas de que quien ve a Jesús ve al Padre y que por eso, la hermosura del Señor supera todo lo imaginable. Hoy estoy seguro que lo puede constatar con sus propios ojos, seguramente admirado de que todo lo que buscaba era infinitamente más que lo que alcanzó a vislumbrar en esta vida.

Miguel buscó esa hermosura con pasión. Era impresionante verlo contemplar los rostros de Cristo de cualquier tiempo, edad, cultura y expresión. Se detenía, se emocionaba, los tocaba con una reverencia como si estuviera palpando la belleza del Señor. Desde que lo conocí en el Seminario que se entretenía dibujando trazos que pudieran asemejarse el Rostro de Jesús que él llevaba inscrito en lo hondo de su corazón.

Por esta misma razón, no hay nada que lo apasionara tanto como pensar con insistencia y cómo anunciar su nombre a la gente de hoy, especialmente a los jóvenes, a los políticos, a los artistas. A eso se deben sus libros y las mil iniciativas pastorales que le debemos a su genio creativo. Y confieso que eso es lo más grande que siempre recibí de su amistad y me encanta decir en voz alta que invertimos horas y horas de nuestra vida pensando y soñando en cómo evangelizar la gran ciudad. Por eso para él, estar junto a la Virgen del Cerro San Cristóbal, le hablaba de María, le hablaba de la belleza del lugar y le hablaba de Santiago pues le conmovía mirar con ella desde la altura la vida de nuestra ciudad que él se sentía urgido a evangelizar.

¿ Defectos ? ¿ Quién no los tiene ? ¿ Horas de aflicción ? ¿ Días y meses depresivos ? ¿ Por qué iba a liberarse de esos rasgos tan humanos este hermano que en toda su vida sintonizó con la sensibilidad y la belleza ? Era regalón y centro de mesa. Su misma enfermedad le ayudó a que así fuera. Pero no era blando ni blandengue. Cuando había que defender la justicia, los Derechos Humanos o proponer la verdad del Evangelio lo hizo con fuerza, con pasión, con la misma que sabía discutir y disentir. Pero, por lo mismo, cualquier rasgo de su vida que se apartara de los caminos del Señor, le dolía con una tremenda intensidad y lo invitaba a ahondar su amistad con Jesús y a practicar con otros el arte de acoger sin juzgar y de ejercer la misericordia sin ocultar la verdad.

Con la vida de Miguel pueden sentirse orgullosos sus padres, doña Zoila y Don Antonio, que lo engendraron a la fe desde antes del parto. De su ministerio sacerdotal pueden admirarse sus grandes maestros espirituales: Don Manuel Larraín Errázuriz y Don Raúl Silva Henríquez quienes lo amaron como a uno de sus hijos predilectos. De su aporte a la evangelización puede estar agradecida esta Iglesia de Santiago que lo recibió por adopción, después de su llegada de Talca, y que lo puede lucir entre los más destacados. De su amistad y de su fidelidad podemos sentirnos más que agradecidos todos los presentes y, especialmente, los que tuvimos el privilegio de su cercanía. Y yo lo digo y lo repito: el mejor regalo de mi amigo, el Chico Ortega, fue haberme entusiasmado con Jesús, el Señor, Rostro humano de Dios y Rostro divino de la humanidad: ese que convierte, seduce y entusiasma. El único que tiene derecho a pedir la vida entera pues antes El la ha dado por cada uno de nosotros. A El sea la gloria, el honor y la gratitud, ahora y por los siglos de los siglos.

P. Cristián Precht Bañados.

Santiago, 6 de Junio del 2005.
Parroquia de la Inmaculada Concepción
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