Muy queridos hermanos y hermanas:
Celebrando la fiesta de la Virgen María, auxiliadora de los cristianos, hemos deseado manifestar nuestra fe de creyentes en el Señor Jesús, Hijo de María, con este signo festivo y misionero:
Es la alegre Pascua de Cristo, hecho historia humana para hacer actual y permanente el servicio de una Iglesia que, en María Auxiliadora ve un modelo de entrega total especialmente a los jóvenes y a los pobres y pequeños.
Desde pequeño aprendí que María Auxiliadora, formaba parte de la comunidad Iglesia, con su estilo de mujer activa y generosa para auxiliar siempre a los sufrientes.
Ese lema “Ser auxiliadores con la Auxiliadora” fue modelando mi vida de creyente y, luego de religioso y sacerdote según ese ejemplo de servicio absoluto.
Es por este motivo que en esta su fiesta, en que la auxiliadora es ejemplo de acción de nuestra Iglesia Magallánica, he escogido para poner mi servicio episcopal en esta Iglesia diocesana, en manos del Santo Padre.
Un 27 de marzo de 1974, el entonces Santo Padre de la Iglesia Pablo VI me nombraba obispo de Punta Arenas – XII Región de Magallanes.
Un mes después el Sr. Cardenal de Santiago don Raúl Silva Henríquez me ordenaba como obispo.
El 3 de mayo de ese año tomaba posesión de esta Iglesia diocesana, que me acogía con mucha fe y esperanza.
En mi primer saludo a la comunidad le pedía que me llamasen “Padre Obispo”, ya que deseaba ser un padre comprensivo y generoso para todos, especialmente para los sufrientes.
Así también pensé en el lema de acción como obispo: “Que sean uno”.
Era lo que Chile más necesitaba en esa oportunidad y era la tarea que debía asumir: ir animando una verdadera y profunda comunión en la diversidad de opciones ideológicas, sociales, culturales y políticas.
Hoy al presentar esta carta de renuncia al gobierno pastoral de la diócesis, dejo su aceptación en manos del actual Santo Padre con el que renuevo mi total y absoluta comunión de fe y vida.
El decidirá lo que sucederá a futuro. Mientras tanto desearía exponerles brevemente lo que nos dice la Palabra de Dios.
1. Pertenecemos a una Iglesia que sirve siempre:
En la lectura del Apocalipsis se ve, por un lado, una Iglesia martirial reducida a la mínima expresión de vida y sin embargo, en la figura de la mujer que vence, vemos que por María, esta Iglesia siempre tiene vocación salvadora por la redención de Cristo.
Es lo que anima nuestra vida hoy, en medio de las incomprensiones, amarguras e ingratitudes.
Estas actitudes negativas son las que le faltan hoy en el tiempo, a la pasión eficaz de Cristo, para que sea ésta salvadora.
Es lo que me ha animado en mi vida pastoral al dejar, luego de 31 años esta Iglesia magallánica, que sigue salvando a las mujeres y hombres de hoy.
2. Somos una Iglesia encarnada en el tiempo.
La carta de Pablo a los Gálatas en la segunda lectura, nos presenta el gran regalo a la historia humana, que es la encarnación de Cristo para el tiempo.
Este es el verdadero humanismo, que se hizo posible por la generosidad de María, que siempre escoge la mejor parte.
El auxilio de María a la historia humana se hace patente.
Ella ha sido para mí un modelo de encarnación en mi vida episcopal.
Traté de actuar con la fe encarnada en las necesidades de los hermanos y hermanas.
Por este motivo, di parte de mi vida y salud para que la vida de Cristo – manifestada en la Iglesia, fuera un servicio a todos sin ninguna distinción.
Si no siempre lo logré, fue por mi debilidad humana y pido perdón por esta falta de mayor encarnación.
3. Vida mejor.
Es gracias a la intervención de la Virgen que la hora salvadora de Jesús, se anticipó para tener una vida mejor para esa familia, y en ella, para todas las familias de esta Iglesia magallánica.
Aquí he deseado hacer presente la hora salvadora de Cristo, para animar la vida de los grupos más vulnerables.
El esfuerzo por la formación de personas en retiros, cursos y jornadas han robustecido la presencia de la Iglesia en sectores poblacionales y rurales.
He animado, querido y defendido al grupo de los jóvenes para que sintieran que éste pastor los deseaba integrados a este nuevo tipo de sociedad.
Igualmente para con las personas sencillas, los pobres, los pequeños, los marginados.
La religiosidad popular, la pastoral con los exiliados han sido un signo positivo de esta Iglesia que, con el ejemplo de María, desea ser auxilio permanente para todos.
Con razón se puede experimentar que con la creación de muchas comunidades eclesiales somos “comunidad de comunidades”.
Fue ella la que me animó en situaciones complejas y difíciles y me ayudó a encontrarme más en profundidad con Cristo.
Apreciados hermanos y hermanas:
Este será mi ofertorio: La respuesta que espero para que exista un cambio en mi vida pastoral.
Les pido a ustedes que me ayuden con su oración y amistad a vivir este espacio de tiempo, en espera de la respuesta de la Iglesia.
La consagración de los dones humanos por la fuerza del Espíritu Santo, alimentará, una vez más, mi vida y me convertiré en Eucaristía, es decir, en acción de gracias, sacrificio y resurrección para la vida de nuestra historia.
Así sea.
Mayo 24 de 2005
