l. La Gruta de Belén es el lugar de encuentro de todos los hombres. Como un símbolo llegan allí sencillos y modestos pastores, así como los estudiosos Reyes Magos, que ofrecen al Niño los dones de oro, incienso y mirra (Mt. 2, 1).
Allí se junta el creyente, que ve en el Niño al Hijo de Dios, con el israelita en el que no hay engaño en la esperanza del Mesías, y con el pagano que descubre en Belén la realización perfecta de los anhelos del hombre.
2. En Belén está no un salvador, sino El Salvador. El no viene para una sola raza, una lengua, un color, una clase social. Es el Salvador de todos los hombres, sin distinción. Es ésa la universalidad de su mensaje, es ése su llamado a la catolicidad.
Viene a sanar toda enfermedad, a mitigar toda dolencia, a enderezar los caminos tortuosos, a allanar los montes (Is. 40, 3-5).
3. Cuando los hombres son capaces de encontrar en Belén los amplios horizontes de la fe, esa Gruta se convierte en fuente de alegría, de serenidad, de luz y de paz.
Pero esa fe cristiana es mucho más que un sentimiento. Ella es compromiso y desafío. Es la aventura de los que siguen a Cristo, al mismo Cristo de Belén que' más tarde diría que no ha venido a traer la paz sino la guerra ya enemistar al hijo con su padre (Mt. 10, 34-36).
Cuando esa fe no se expresa en la vida, es decir, en la relación de padres a hijos, de esposo a esposa, de comerciante a cliente, de bienestar a miseria, entonces hay crisis, entonces hay ruptura.
La ruptura del joven rico que, a pesar de ser bueno, no tuvo el valor de seguir a Cristo (Mc. 10, 17-31); la ruptura de Judas que habiéndolo seguido lo abandonó (Mt. 26, 14-16); la de Herodes, cuya ambición de poder sacrificó a inocentes criaturas (Mt. 2,16-18); la de fariseos y saduceos que, por no romper una tradición supuestamente religiosa, llevaron a Cristo al Calvario (Mt. 26,1-15).
4. Encontrar a Cristo en Belén es encontrar la paz personal y la paz social, es encontrar la felicidad del hombre y de la sociedad.
Ese encuentro no es posible sin una verdadera reforma interior en cada uno de nosotros.
Cambiar interiormente es empezar a ver en el otro al hermano, aunque sea pobre o anciano o inválido. Es reconocer en cada hombre al sujeto de derechos, al hijo de Dios, digno de ser respetado, reconocido y amado. Es comprender la necesidad de ser señor de los bienes y no esclavo de los mismos. Es entender que toda autoridad es servicio a los demás.
Encontrar a Cristo en Belén es encontrar ya realizadas en Ellas Bienaventuranzas y asumidas como norma de vida. Es aprender a perdonar, a servir y a amar. Es aprender a ser sencillo, a ser veraz, a ser pacífico. Es aprender a caminar por el camino de Cristo.
Allí, en esa Gruta Santa, debería encontrarse el sacerdote y el fiel, el profesional y el analfabeto, el soldado y el civil, el rico y el pobre, el maestro y el discípulo, el industrial y el obrero, el sano y el enfermo, el hogareño y el exiliado, el justo y el pecador. Allí deberíamos encontramos todos.
Que la tarjeta de Navidad y el regalo de Pascua no nos aparten del mensaje esencial del Pesebre de Belén: encontramos todos juntos en el mismo portal, contemplando al mismo Cristo, amando lo que El nos enseñó a amar y despreciando lo que El nos enseñó a despreciar.
En esta Navidad, los Obispos de Chile deseamos que la Gruta de Belén nos mueva a todos los chilenos a una renovación interior, para que nos descubramos como hermanos y marchemos unidos en la verdad, para alcanzar la plenitud de la perfección en Cristo (Ef. 4, 15).
Por la Conferencia Episcopal de Chile,
+ José Manuel Santos Ascarza
Obispo de Valdivia
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
21 de diciembre de 1979