Te Deum Ecuménico de Fiestas Patrias
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Te Deum Ecuménico de Fiestas Patrias

Catedral Metropolitana de Santiago, 18 de septiembre 2004

Fecha: Sábado 18 de Septiembre de 2004
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa


I. INTRODUCCIÓN

1. Cuando recordamos con alegría el acontecimiento que proclamó a Chile como Patria soberana, lo primero que hacemos juntos los chilenos y nuestras autoridades, es acercarnos a la Casa de Dios con ánimo agradecido, para alabarlo por todas las obras de su bondad y sabiduría, para encontrarnos con sus designios de amor y de paz.

II. MOTIVOS DE GRATITUD

2. En verdad, el Todopoderoso ha hecho en nosotros grandes cosas. Y esta hora de profundo agradecimiento y de gozo nos invita a acercarnos a Él, a manifestarle nuestro reconocimiento, y a exclamar con la Madre de Jesús: Su nombre es santo. Su misericordia se extiende de generación en generación.

Cuando despunta la primavera, nuestra gratitud se remonta al Dios Creador, que nos dejó una de sus obras más hermosas en la admirable geografía de nuestra Patria. Y lo alabamos porque tamaña belleza puso en manos de hombres y mujeres talentosos el pincel y la pluma, el cincel y la inspiración artesana, como también la creación musical y la contagiosa alegría de guitarras, arpas, quenas y charangos. A veces faltaron oportunidades, pero hoy surgen los talentos cuando aparecen quienes los invitan con dedicación abnegada. Prueba de ello son los coros de niños que a lo largo de Chile crecen cantando, y los admirables músicos de las orquestas juveniles que nacen en muchas ciudades.

3. Al Señor le agradecemos la alegría de vivir en nuestra tierra, en medio de un pueblo acogedor y sufrido, familiar y solidario, misericordioso y esforzado, que no descansa hasta tener una vivienda propia, un empleo estable y, para sus hijos, las oportunidades que no tuvieron ni sus padres ni sus antepasados. Nos alegran los signos de amor a Dios de nuestra gente, cuyas manos estrecha con confianza en la felicidad y en los pesares.

Con gusto compartimos además comunes rebeldías: contra la opresión, la prepotencia, la corrupción, la injusticia y los engaños, y contra todo lo que amenace nuestro honor y nuestra libertad soberana. Nos alegran estas saludables energías que Dios nos sembró en el alma. Y con esperanza constatamos la tenacidad con que los mineros, los campesinos y los pescadores extraen riquezas, y la de quienes las elaboran y buscan para ellas los mejores mercados, a fin de terminar con el dolor del desempleo y la pobreza. Asimismo nos infunde confianza el espíritu de lucha, que se abre paso entre nosotros, contra la adversidad y el desánimo, cuyo mejor símbolo en estos días han sido nuestros tenistas en las recientes olimpiadas.

4. Al Señor, y a todos los que construyen con Él nuestra sociedad,
le agradecemos la democracia, con la estabilidad política y económica de que disfrutamos, los avances en el campo de la enseñanza y la investigación, como también en el ámbito sereno y acucioso de la Justicia. Le agradecemos la nueva legislación que crea tribunales para la Familia, el progreso en la equidad para afrontar enfermedades, y los adelantos en las obras públicas que admiramos. Lo alabamos por la significativa reducción de la extrema pobreza, por el seguro al desempleo, y por la creciente esperanza de que la lucha contra la pobreza, la cesantía y el dolor de la inhumana indigencia, sea asumida en todos los programas políticos, y llegue a ser cada vez más una parte medular del diseño de las empresas. Nos inspira confianza la voluntad de numerosos empresarios y trabajadores de construir sus empresas como comunidades laborales, que junto a la eficacia y el avance tecnológico, velan por el bien integral de quienes trabajan y de sus familias.

Nos alegra constatar el respeto que se han ganado nuestras Fuerzas Armadas y de Orden, y los lazos de cercanía que los Altos Mandos anudan con sus pares de otras naciones. Y con esperanza registramos los primeros frutos de los tratados internacionales, con los cuales nos incorporamos como país hermano al bienestar y a la responsabilidad de naciones desarrolladas, dejándonos desafiar por sus mejores logros, pero sin amenazar nuestra identidad y sus grandes valores éticos y espirituales. Bien sabemos que a veces los pueblos corren el peligro de despreciar sus propias raíces para acoger sumisamente invasiones éticas y culturales.

Le guardamos mucha gratitud a Dios, quien como Alfarero ha modelado y sigue modelando con nosotros esta cultura multiétnica que tanto amamos. Reconocemos en su alma los valores humanos más nobles, tanto los que atañen a la dignidad y a la misión de hijos y colaboradores de Dios, como los que se refieren a la familia, el trabajo y la convivencia social. Así, la acción de gracias a Dios por nuestra Patria tiene su expresión más profunda en el reconocimiento de la riqueza y la trascendencia de sus valores y de sus dimensiones espirituales.

5. Y pensando precisamente en esta sed de bien y de verdad que
dinamiza a nuestro pueblo, le agradecemos de corazón al Padre de los cielos que haya llegado hasta nosotros la Buena Noticia de contar con Jesucristo para poner un nuevo comienzo a la Historia, de modo que tengamos vida en abundancia. Quiso acercar nuestra existencia a Cristo, para que lo reconozcamos como el Primogénito entre muchos hermanos. Por el anuncio de esta Buena Nueva sabemos que Dios trabaja incansablemente para ayudarnos a desterrar el mal y el pecado, de modo que reproduzcamos la imagen de su querido Hijo.

La gratitud por la Patria se une así a la acción de gracias por Jesucristo, que vino a este mundo a revelarnos la fidelidad y la cercanía de Dios, nuestro Padre común, como también a revelarnos la grandeza y la dignidad del hombre, y a abrir el camino hacia la plenitud de nuestra vocación temporal y eterna. El mejor ejemplo de ello lo tenemos en el espíritu de oración y de lucha por las causas más nobles que animó al P. Alberto Hurtado, que caminó tras las huellas de Jesucristo y se convirtió en un don de Dios para nuestra Patria. Él nos inspira en la construcción de una sociedad más fraterna, creyente y solidaria.

III. EN CAMINO AL BICENTENARIO

6. El horizonte de esta celebración se abre al mundo entero. Y lo que más nos ha impresionado y estremecido últimamente son los hechos crueles y violentos que han golpeado a pueblos lejanos. No son nuevos, pero la televisión los presenta cercanos, instantáneos, en nuestros propios hogares. Nos enmudece hasta el día de hoy el horror del impacto y el incendio de las torres gemelas. Cayó una nueva guerra sobre Afganistán. Y fuimos testigos de la invasión de Irak. Hasta ahora no aparecen los arsenales de armas de exterminio masivo. Tampoco la instalación de la democracia y de la paz. Desde la distancia el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidos observaba esta guerra y se ha conmovido por tantos otros atentados terroristas, como el de los trenes ensangrentados en Madrid; los atentados suicidas en Palestina, y las respuestas, similares en dolor y en muerte; las inmundas limpiezas étnicas en otros países del globo; los secuestros y las matanzas inmisericordes de padres y de niños inocentes, paralizados por el temor en Beslán, sin que tuvieran nada que ver con la difícil situación de Chechenia; y el secuestro de voluntarias generosas, para utilizarlas como inútil moneda de cambio, y terminar probablemente con sus vidas.

Ha cundido el terror y el miedo en la población de muchos países. Sus ciudadanos viven en la inseguridad y el temor. Nos preguntamos con ellos: ¿Cuál es el límite de la crueldad y de la irracionalidad del ser humano? ¿Qué se puede esperar de la maldad y del fanatismo? Planteada así la crisis, también pensamos en nosotros. De las torturas del pasado se ocupa aún con admirable abnegación y respeto la Comisión que ha acogido con dolor los testimonios de quienes sufrieron la crueldad y todos sus efectos infamantes. Pero también en el hoy a veces cunde el temor por los asaltos con violencia, las violaciones, las desapariciones, los enfrentamientos entre bandas enemigas y los homicidios.

Como solución para derrotar la violencia y el terrorismo se aprueban mayores penas, se establecen nuevos tribunales y más cárceles, y a nivel mundial resurge el concepto de la guerra preventiva. Con él se aprueba que el más fuerte pueda por sí mismo calificar de inminente y probable agresor a una asociación o a un pueblo, y después atacarlo, paralizarlo o destruirlo. ¿Qué ocurriría si trasladásemos este concepto a las relaciones interpersonales, y a la interacción entre ciudades y naciones? También el gobierno de Rusia promete atacar a los grupos terroristas en cualquier lugar del mundo. ¿No provocarán estas acciones mayor violencia? ¿Detendrán la espiral del terror? ¿Serán capaces de disuadirlo?

Lejos de los escenarios de mayor riesgo, lo que más queremos los chilenos es la paz. Aquella paz en la cual no hay tronos para soberbios y para poderosos; la paz que derriba muros de enemistad, y permite a todos una vida digna y reconciliada. Lo sabemos: Quien trabaja por la justicia pone los fundamentos de la paz. La paz es obra de la justicia y la solidaridad. En efecto, ¡cuántas veces la violencia y el terrorismo irrumpen con ocasión de una violencia anterior más silenciosa, pero igualmente cruel? Me refiero a las situaciones de injusticia. Éstas forjan insatisfacciones y agresividades, que a veces se tornan ciegas y crean huracanes de violencia.

Preparando la celebración del Bicentenario, y recordando la dicha que Jesús les promete a los que buscan la paz, luchemos con más intensidad y con más prontitud contra la inequidad, la injusticia y la intolerancia, acortemos de verdad la brecha entre los ingresos más altos y los más bajos, busquemos mejores condiciones para que aumenten las fuentes de trabajo, busquemos el diálogo social dondequiera que haya conflictos, atendamos al clamor de los grupos que se sienten discriminados, aumentemos los esfuerzos por dar mejores oportunidades de educación y capacitación a los más pobres. Las merecen; es más, su dignidad las exige. Apoyemos también a las familias cuyos miembros no descansan, y se maltratan.

Y no olvidemos que si los marginados por carencias familiares, laborales, económicas y sociales son jóvenes, su situación es aún más crítica, porque ella cierra el camino y frustra a quienes tienen muchas energías para ser, crear, crecer, esperar y surgir. Ese choque lacerante puede invitarlos a la anarquía y aún a la violencia contra todo lo que constituye un sistema por el cual se sienten rechazados. Ayudémoslos a salir de la marginación. La paz es obra de la justicia que anuda y da consistencia a muchas redes de integración social, que multiplica oportunidades.

7. El año que concluye desde las últimas Fiestas Patrias, nos deja
otra tarea impostergable. Se refiere a la restauración de la confianza. El conocimiento de eventuales delitos, las filtraciones -verdaderas o ficticias- de las investigaciones serias que hacen los Tribunales de Justicia, y el trabajo inquisitivo y apresurado de varios medios de comunicación nos han sorprendido con polifacéticos escándalos: verdaderos, aparentes o del todo inexistentes. De hecho, de tiempo en tiempo algunos medios de comunicación no nos transmiten adecuadamente la realidad de ese Chile que respetan y admiran los pueblos hermanos. Pero la realidad de ciertos hechos escandalosos, y los nombres de quienes por largo tiempo han aparecido como inculpados, ya sea en delitos económicos, en tráfico de influencia, en abusos de menores, en tráfico y consumo de droga, etc. terminan por minar la confianza. Muchos chilenos se preguntan: ¿A quién podemos creerle? ¿Dónde están las personas honestas y las instituciones creíbles a las cuales se les puede dar plena confianza?

Queremos vivir en paz. Pero la paz social requiere un clima de confianza. Es lo que más deseamos. La confianza nos acerca y anuda relaciones de empatía, de proyectos compartidos, de reconocidas bondades. Se basa en sabernos muy queridos por Dios, y se transmite gratuitamente como un precioso don. Con gratitud se recibe, y es capaz de generar paz, y de despertar creatividad, apoyo gratuito y con él el gozo. La necesitamos en nuestras relaciones interpersonales, sobre todo al interior de la familia. Sin ella no hay diálogo fecundo. Queremos depositarla en todos los servidores públicos, a quienes los elegimos para que sean desinteresados buscadores del bien común, preocupándose preferentemente de los más afligidos. La queremos tener en quienes velan por la Justicia. También queremos depositar toda nuestra confianza en los educadores, en quienes nos hablan del amor de Dios, administran sus sacramentos y son artífices de comunión entre nosotros, y en todos los que se desviven como voluntarios, sirviendo a la sociedad. Y nos importa recibir noticias confiables, realmente fidedignas, a través de los medios de comunicación social.

Estamos ante una inmensa tarea. Deben pasar al primer plano de la noticia los rostros innumerables de los servidores públicos que tienen derecho a nuestra confianza, porque han dedicado su vida entera a los demás y al país. Debemos tomar conciencia del bien que realizan tantas instituciones de voluntarios y voluntarias, que florecen a lo largo de Chile. En la educación hay que abrirle más espacio a esos objetivos transversales que generan confianza, porque apuntan a la sinceridad, la honradez, la lealtad, la fidelidad, la búsqueda de la verdad y el servicio generoso y abnegado. En las campañas electorales deben primar los programas y desaparecer las descalificaciones. Las instituciones cuestionadas tienen que acoger con gratitud las críticas que las afligen, potenciar las motivaciones vocacionales de quienes prestan servicios, multiplicar los espacios de capacitación, y afianzar el trabajo de sus comités de ética. Las Universidades y todos los institutos de enseñanza superior han de incluir en el currículum de todas sus carreras los cursos de ética profesional que las atañe. Y sobre todo ha de crecer entre nosotros la alegría de preocuparnos por los demás, por su felicidad y su bienestar, de dialogar con ellos con transparencia, y de alabar a Dios por el don que nos ha regalado en ellos, y por la posibilidad que nos ofrece de amarlos, acogerlos y apoyarlos. Así se genera confianza y se vive en un ambiente de paz.

8. Concluyo con una última reflexión. En nuestro país son muchos
los jóvenes que se preguntan por el mañana. Lo hacen también sus padres y sus educadores. Constatan diversos signos de progreso y propuestas de bienestar. Están dispuestos a construir y a estudiar, a trabajar y a cantar, a comprometer su libertad solidarizando, y a cuidar la vida, procurándole a cada una, sobre todo a la más desprotegida, las condiciones que le permitan desarrollarse. No quieren que otros les construyan un mañana. Quieren participar con sus propias intuiciones y con proyectos para Chile en su tercer centenario.

Pero ante sus ojos no pasan desapercibidos los subproductos que ofrece una sociedad consumista e incipientemente libertina que apartan de la verdadera felicidad, tales como el egoísmo, las adicciones, el ansia de poseer más, el rechazo de los compromisos para toda la vida. Perciben que en la sociedad emergen interrogantes impensables para sus abuelos. Vacila el sistema de valores que han recibido de ellos. Saben que Chile debe hacer opciones cuando el mundo entero, y con él nosotros, se globaliza e ingresa a una nueva era, cuya configuración es incierta. Existencialmente se preguntan por el sentido del progreso y por el precio que se paga cuando se adoptan estilos de vida que el país no quería. Buscan el silencio interior que requieren tantos cambios, para apropiarse de aquello que es más verdadero, más noble y más adecuado como material de construcción de una convivencia fraterna y feliz, donde primen la verdad, la justicia, la confianza y la paz.

Nos encontramos nuevamente -como individuos, como familias y como sociedad- ante esa opción fundante que Moisés le planteó al Pueblo elegido, a partir de su larga amistad con Dios y de la autoridad moral de que gozaba ante los suyos. Así exhortaba al pueblo con sabiduría: “Mira, - le decía - yo pongo ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos de Yahvéh tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas a Yahvéh tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, sus preceptos y sus normas, vivirás y te multiplicarás; Yahvéh tu Dios te bendecirá en la tierra que vas a entrar a poseer. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas (...) perecerás sin remedio (...). Escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia, amando a Yahvéh tu Dios, escuchando su voz, uniéndote a él.” (Deut. 30, 15ss).

Desde esta perspectiva -la que se ocupa de las dimensiones interiores de nuestra vida nacional- todos somos constructores de la sociedad. Y Chile crece, cuando cada uno sabe que su vida tiene dimensiones históricas, y que con ella Dios decide el futuro de la Patria. Chile crece, cuando cada uno deja hablar a su conciencia, y opta día a día por obrar el bien y alejarse del mal. Chile crece, cuando aprendemos a ser amigos de Dios y queremos vivir en paz con nosotros mismos. De hecho, la paz del corazón es el corazón de la paz.

Por ello son incontables los jóvenes, y también los adultos, que se acercan a Jesús, sabiendo que Él los llama por su nombre. De sus labios escuchan palabras de vida eterna. Saben que Cristo es nuestra paz, que derribó el muro de separación entre los que estaban lejos y los que estaban cerca. Quieren trabar una sincera amistad con Él, asumir su sabiduría, y seguirlo como discípulos suyos, coherentes con sus convicciones, siguiendo el ejemplo de María, la madre del Señor, de Juan XXIII, de Martin Luther King, de Teresa de Calcuta, de Teresa de Los Andes, del Padre Alberto Hurtado, de Laurita Vicuña y de tantas mujeres y hombres admirables de nuestro entorno y de la historia patria. Quieren construir la comunión y seguir a Cristo por la ruta de la renuncia y del amor hasta el extremo, ya que optan por la esperanza, la vida y la felicidad.

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Recordando su herencia espiritual, en unión con los Obispos, pastores y ministros que participan en este Tedeum, quisiera concluir estas palabras deseando de corazón a Vuestra Excelencia, como Presidente de la República, que el gobierno logre impulsar con sabiduría todas las iniciativas que redunden en bien de los chilenos. En este nuevo aniversario deseo asimismo a todo Chile, en el año de la canonización del P. Alberto Hurtado, que su espíritu esté presente en las acciones que emprendamos preparando el Bicentenario de nuestra República, y que así dejemos atrás injusticias, agresividades, temores y desconciertos, para construir contentos, con confianza, esfuerzo y ánimo esperanzado, esa Patria que ha de ser un espacio favorable a la vida y a la juventud, a la familia y a la fraternidad, al encuentro con Jesús y a la paz.

+ Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago
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