TEXTOS:
Hechos de los Apóstoles 3, vs. 1-9.
Evangelio de San Lucas 8, 4-15 .
Como todos los años, la llegada de septiembre nos recuerda también la llegada de las Fiestas de nuestra Independencia. EL TE DEUM, que es parte de ellas desde nuestro comienzo republicano, nos invita a alabar hoy al Dios vivo, 194 años después, y a reconocer sus dones. Es bueno recordar ahora que el comienzo de nuestra vida independiente estuvo marcado, junto con todas las otras ceremonias tradicionales, por esta alabanza: A Ti, Dios, te alabamos, a ti te bendecimos. Y además por la petición al Señor que la bendiga, que proteja a sus Autoridades, a sus Fuerzas Armadas y a sus habitantes.
El recordado Padre Hurtado dijo en un TE DEUM hace 56 años en Chillán: “Una Nación, más que por sus fronteras, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua, o sus tradiciones, es una misión que cumplir. Querer que la Patria crezca no significa tanto un aumento de sus fronteras cuanto el cumplimiento de su misión. ¿Cuál es la misión de mi Patria? ¿Cómo puede realizarla? ¿Cómo puedo yo colaborar en ella? Dios ha confiado a Chile esa misión de esfuerzo generoso, su espíritu de empresa y de aventura, ese respeto del hombre, de su dignidad, encarnado en nuestras leyes e instituciones democráticas”.
Sabias preguntas para los tiempos actuales de cambios acelerados, y para prepararnos al Bicentenario que se acerca. Preguntas sabias porque ellas acercan la Patria a cada uno de nosotros, a cada chileno, y nos invitan a ser hoy los actores de su construcción. Por eso estas preguntas permanecen y permanecerán. La Patria es una misión, una misión que hay que cumplir, y que hay que cumplir hoy. Ella será, por lo tanto, lo que construyan sus hijos, todos sus hijos sin excepción alguna, juntos o individualmente.
Respondiendo a estas palabras, creo que debemos reconocer los actuales logros de Chile: crecimiento económico; una mayor disminución de la pobreza, más lograda en nuestra Región; mayor crecimiento de la educación secundaria y universitaria; oportunidades dadas por los tratados de comercio internacionales; estabilidad en las instituciones de gobierno en democracia, lo que ha significado un reconocimiento internacional para Chile; un aumento de la transparencia de la gestión pública, el respeto de las diferentes convicciones religiosas, y tantos otros.
También es larga la lista de las tareas por cumplir: hay que juntar los esfuerzos personales a los comunes contra la corrupción, la injusticia, los engaños, y contra todo lo que amenaza el bien común y nuestra libertad. En concreto, tenemos que luchar con tenacidad contra ese factor desequilibrante, que es la siempre creciente desigualdad en la distribución de la riqueza, que, además de ser injusta, ha sido causa de disturbios en otros países. Además, tenemos que seguir la lucha decidida contra la pobreza, la droga y sus derivados.
La Iglesia Católica quiere contribuir con entusiasmo con lo que Ella puede aportar a esta lucha creativa. Acabamos de escuchar en la proclamación del Evangelio cómo a Pedro le piden una limosna y él contesta que no tiene ni oro ni plata. La Iglesia Católica no tiene ni oro ni plata: tiene quizá menos influencia, ha disminuido algo el promedio nacional de quienes se declaran católicos, y ha debido soportar situaciones internas delicadas, profusa y reiteradamente publicadas. Por defender algunos valores, siguiendo, creo yo, la recomendación de San Pablo de proclamar la Palabra y sus consecuencias a tiempo y a destiempo, ha sido señalada por algunos como una institución conservadora, que sólo mira al pasado y a conservar su status. No tenemos ni oro ni plata, como el apóstol Pedro. En el texto que escuchamos, éste responde así a la petición: “Pero, lo que tengo te lo doy; en nombre de Jesús, levántate y anda”. Creemos que lo que queremos entregar a Chile es un verdadero tesoro. La Iglesia Católica quiere seguir entregando la persona de Jesús y su Evangelio, cualquiera que sea el lugar en el que le corresponda estar. Quiere proponer al país la concepción de la vida que Él aporta, con las consecuencias que tiene una vida cristiana vivida en plenitud, con entrega al ciento por ciento, tanto en lo personal como en lo social, político y económico, tanto frente a Dios como con todos los chilenos, con una consideración humana y fraternal de toda la vida. Todo esto quisiéramos entregarlo para construir mejor nuestro país, y para que junto con tantos otros chilenos, podamos lograr que al llegar a nuestro Bicentenario, tengamos una sociedad mejor basada en los grandes valores de nuestra tradición.
Para la Iglesia Católica no cabe duda que la mejor forma para avanzar hacia el Bicentenario, además de las obras viales, remodelaciones y festejos de que se habla, sería hacer un diálogo nacional, que sea un verdadero encuentro de los chilenos, porque se basa en el respeto de las diversas ideas, credos o filosofías. Para que exista un verdadero diálogo, no basta que las personas hablen, expongan sus ideas y las discutan. Esto puede ser hasta engañosamente llamado “diálogo”. Para que sea verdadero debe existir un pre-juicio, un único pre-juicio: creer que siempre lo que el otro aporta me va a enriquecer. Que las actitudes y valores del otro, su sinceridad, sus ideas, su riqueza personal, sus experiencias de vida, me darán un aporte que me va a enriquecer y a abrir una cercanía a su mundo. El diálogo requiere, por eso, una disciplina. Es distinto, por ejemplo, hablar sólo de cifras económicas, sin duda verdaderas, a dialogar con personas, exitosas o sufrientes, que pueden contar con sencillez lo que el éxito o el sufrimiento significa en sus vidas; ciertamente, este diálogo no modifica las cifras económicas, pero sí modifica la percepción que uno tiene de los problemas, su importancia desde el punto de vista humano total, y la certeza de hacia donde hay que ir.
Los acontecimientos de la historia que han desembocado en guerras, en divisiones o revoluciones, en el mundo y en nuestro país, son ejemplos extremos de incapacidad de diálogo. Terminan inevitablemente con el predomino de unos sobre otros, y con proyectos que a unos satisfacen y que otros rechazan.
En un ambiente propicio a escuchar y a reflexionar, sería fructuoso hablar sobre nuestros valores de fondo, sobre cómo podemos entrar en la globalización ya mundializada con la mayor claridad posible, sabiendo que si no tenemos esta claridad, podemos correr el peligro de poner en riesgo nuestras raíces, nuestra cultura, nuestras costumbres, y acoger posiciones culturales, morales o valóricas que nos pueden alejar de ellas. Por ejemplo, viviendo nosotros en una región tan influida por Gabriela Mistral, o en este centenario de Pablo Neruda, tenemos que pensar cómo ellos se harán presentes en nuestro mundo de mañana. O, también, si la llamada “farándula”, que todo lo banaliza, aunque llene muchas páginas o tiempo en los medios de comunicación, e incluso logre la presencia de personas públicas, constituye una expresión valedera de la legítima entretención.
No cabe duda que en el mundo actual, aún con todos sus crecimientos, hay una cuota de temor bastante más grande que en años anteriores. La pobreza y las guerras de los países pobres sigue adelante. Hace ya tres años el atentado contra las torres en Nueva York marcó un momento de mucha sensación de inseguridad, o de que entrábamos en un mundo nuevo, desconocido para nosotros hasta ahora. Hechos recientes, cómo los actos de terrorismo en España o en Rusia, confirman que estamos entrando en una época nueva, en la cual el valor de la persona queda absolutamente disminuído, lo que ciertamente inspira temor e inseguridad. Un motivo más que nos invita a mirar nuestro futuro más en común con todos los chilenos, y reforzar así nuestras verdaderas “seguridades”.
Para usar una imagen, ¿recibiremos todo este mundo nuevo, como una caña que sólo puede inclinarse del lado que está el viento, o cómo un árbol que tiene un tronco, que tiene raíces y que está orgánicamente hecho para recibir el efecto benéfico del viento, sin que éste lo destruya? Es una imagen de la forma como podemos trabajar nuestro futuro.
Junto con alabar al Señor, queremos agradecerle, y al mismo tiempo, pedir por todos los chilenos sin excepción, pedir especialmente que logremos respetar y fortalecer todas nuestras Instituciones, ya que un país no puede vivir sin ellas. Pedir que nuestro agudo espíritu crítico se afine y pueda ser ejercido, especialmente por los medios de comunicación, en una forma que junto con ser más pro-positiva, nos ayude a avanzar, auque se ponga en claro aquellas cosas que están mal. Y que dentro de nuestras Instituciones respetemos especialmente a quienes tienen la delicada tarea de gobernarnos, desde el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial. Que participemos ampliamente en las elecciones municipales que vienen, ya que la comuna es cada día más importante en el crecimiento de las personas, y que ojalá cada día se convenzan más los que no están inscritos o quienes no votan para que ejerzan sus derechos a elegir y a participar, y que así también en esta ocasión podamos crecer juntos en nuestra democracia. Y que apreciemos cada vez más las instituciones tan necesarias porque son más cercanas a las personas, como los sindicatos y toda la organización social.
En este hermoso día 18 y en este año de gracia de 2004, cantamos ahora la alabanza del Señor, y le encomendamos que junto con el incienso suba a Él nuestra oración, para que podamos construir juntos nuestro propio país, nuestra convivencia, el tejido social de participación y de justicia que el país necesita, y las instituciones y valores que nos legaron quienes fueron los Padres de la Patria. Así sea.
+ Manuel Donoso D.
Arzobispo de La Serena
La Serena, 18 de septiembre de 2004