Homilía en el Te Deum 2004
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Homilía en el Te Deum 2004

Fecha: Sábado 18 de Septiembre de 2004
Pais: Chile
Ciudad: Puerto Montt
Autor: Mons. Cristián Caro Cordero

Puerto Montt, 18 de septiembre, 2004

Lecturas: 1 Tes. 4,9-12
Sal 117 (116)
Mt. 5,1-2. 13-16

1. Como es tradición, nos reunimos en este Templo Catedral para celebrar el solemne Tedeum de acción de gracias a Dios por el 194° aniversario de la Independencia Nacional; o, más exactamente, de la constitución de la Primera Junta Nacional de Gobierno.

Damos gracias al Creador y dueño de todo por la Patria que nos dio y por la historia que hemos vivido, con sus luces y sombras.

Patria significa “tierra de los padres” y saberse perteneciente a ella es uno de los aspectos esenciales de la experiencia colectiva de un pueblo. Así, p.e. sucedió con el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento que consideró la “tierra prometida” como un don de Dios.

El hecho de guardar las tumbas de los padres y antepasados (cf. Gen. 47,30; 50,5) y de tener en medio el Templo -lugar de la presencia de Dios- le dieron un valor religioso a la tierra de los hebreos.

Pero, en verdad, toda tierra y toda Patria tiene este sentido religioso pues prepara la Patria definitiva. Así lo expresaba hermosamente el Cardenal Raúl Silva Henríquez (Q.E.P.D.):

“La Patria transfigurada, purificada de todo lo que aún la ensombrece, la Patria celestial, preparada y previvida en germen en la Patria terrenal -Chile, el de ayer, el de hoy, el de nuestros hijos, tierra bendita, tierra buena y de todos; Chile, nuestro gran amor, nuestra gran tarea, nuestro gran regalo-, ese Chile del que Valdivia escribió: “Esta tierra es tal, que para poder vivir en ella y perpetuarse, no la hay mejor en el mundo”.

Por eso, con justicia hemos cantando con el Salmo responsorial 117 (116):

“¡Alabad al Señor todas las naciones,
aclamadle, pueblos todos!
Porque es fuerte su amor hacia nosotros,
su fidelidad dura por siempre”.

2. La celebración de las Fiestas Patrias encuentra a nuestro país en un crecimiento económico sostenido, reconocido internacionalmente, con importantes reformas en el ámbito de la educación, la salud, la justicia y avances significativos en el campo de la vivienda y la infraestructura. Con todo, persisten vastos sectores de pobreza, y la percepción diaria del ciudadano medio es de vivir con estrechez económica. En otro ámbito, ha aumentado el temor y la inseguridad ciudadana, debido a la delincuencia, muy ligada al problema de la marginalidad juvenil.

Por otra parte, el país se prepara para el Bicentenario de la Independencia Nacional (2010), con diversas obras y proyectos de mejoramiento urbano. Próximamente, habrá elecciones municipales y en Diciembre 2005, la presidencial, lo que hace prever un ambiente de discusión y polarización política. ¿No será, en cambio, la “ocasión de un debate constructivo sobre el futuro de Chile”?. Así lo han planteado los Obispos de nuestra Patria invitando a los católicos y personas de buena voluntad a reflexionar con altura de miras sobre el país que queremos construir. Para ello, han elaborado un documento de trabajo, titulado “En camino al Bicentenario”, con la esperanza de que ayude a que se reúnan personas de los más diversos ámbitos de la vida social, reflexionen sobre los grandes temas nacionales y propongan caminos de compromiso para construir una Patria mejor.

Últimamente, la agenda pública, a nivel nacional, en buena medida ha estado marcada por los medios de comunicación social, y saturada por diversos procesos judiciales con fuerte connotación política que, por sus características, no han dejado indiferentes a nadie. Como ha dicho un Comunicado del Arzobispado de Santiago, todo lo sucedido “nos obliga a hacer una reflexión profunda y serena respecto al país que estamos construyendo -y del cual todos somos responsables- y a los valores éticos y morales en que fundamentamos nuestro trato mutuo y nuestra convivencia. Sin respeto, sin verdad, sin sinceridad y sin justicia es imposible construir la comunidad” (Arzobispado de Santiago, Comunicado de Prensa N°95, del 12 de agosto, 2004).

Tal vez el aspecto más preocupante es la crisis de credibilidad y confianza que envuelve a instituciones fundamentales del país y a sus personeros. Tampoco la Iglesia Católica ha escapado a este cuestionamiento.

La investigación judicial de posibles hechos ilícitos y, aun antes de ello, la simple denuncia de los mismos presentados insistentemente y con profusión de detalles por algunos medios de comunicación, fácilmente conducen a la condena anticipada de las personas involucradas y siembra un manto de sospecha sobre las diversas instituciones y todos sus miembros.

Hay aquí un gran desafío ético para los medios de comunicación y, a la vez, un imperativo de coherencia moral para los representantes de las más importantes instituciones del país. Cito el reciente Documento “En camino al Bicentenario”, de la Conferencia Episcopal de Chile, al que aludía más arriba: “Necesitamos una discusión seria y a fondo acerca de la colusión de derechos cada vez más evidente entre la libertad de expresión e información y el derecho primario de respetar la dignidad de las personas, su nombre y su reputación. Debemos alentar todos los esfuerzos que hacen los medios por tener una línea editorial constructiva, y un código de ética profesional coherente con la confianza que la gente pone en sus comunicadores” (n.60).

3. La Palabra de Dios que se ha proclamado en esta celebración proyecta una potente luz para nuestro caminar, aquí y ahora, como personas individuales y como pueblo. Son certezas y valores universales sin los cuales -como dice el Salmo 127/126- en vano se cansan los albañiles, pues se construye sobre arena (cf. Mt 7,24-27) la propia vida, la familia, las organizaciones intermedias, y la sociedad toda.

El Apóstol san Pablo, en la Carta a los Tesalonicenses, -de la cual se leyó un pequeño trozo- pone dos fundamentos esenciales de la convivencia social: el amor mutuo y el trabajo.

Respecto al primero, señala: “no tenéis necesidad de que os escriba porque vosotros mismos habéis sido instruidos por Dios para amaros mutuamente”.

En efecto, la enseñanza fundamental de Cristo fue la del amor de unos con otros, como señal distintiva de sus discípulos (cf. Jn 13,34).

Lo notable es que el Apóstol felicita a los tesalonicenses porque practican el amor fraterno con todos los hermanos, pero a la vez los exhorta a que “progreséis más y más”.

Aquí está el alma de todo progreso material, socio-económico o cultural: progresar en el amor de unos con otros, privilegiando a los más débiles y necesitados. La escuela de este amor social está ciertamente en la familia y en una educación valórica. De lo contrario, y lo estamos viendo en el mundo actual, nos invade el individualismo, la agresividad, la violencia, el desprecio por la vida humana, que se expresa en el terrorismo, el aborto, la manipulación de embriones, los atentados contra las personas y los bienes.

El segundo pilar que destaca san Pablo es el trabajo.

Relaciona así estrechamente amor y trabajo “para subrayar que el amor auténtico no es el que se cruza de brazos esperando simplemente recibir, sino el que se pone en camino para dar (Hech 20,35)” (comentario de la Biblia, Casa de la Biblia).

El llamado es a “que os apliquéis a vivir pacíficamente, ocupándoos en vuestros asuntos, y trabajando con vuestras propias manos como os lo tenemos recomendado, a fin de que viváis dignamente…”

En la 2° Carta a los tesalonicenses dirá: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Tes 3,10).

Inmediatamente surge la pregunta ¿y los que no tienen trabajo?
Aquí está uno de los principales desafíos del presente y futuro, como lo muestran los índices de cesantía en las recientes encuestas -felizmente más bajos en nuestra región- : asegurar un trabajo, estable y renumerado justamente a todos los que lo requieren, en especial, los jefes de familia y los jóvenes. Habría que añadir: trabajo que tenga en cuenta -especialmente en el caso de la mujer- el bien de la familia, que cuide los recursos de la naturaleza y contribuya al bien común de la Patria.

Expresamos nuestro reconocimiento a quienes dan trabajo de muchas formas y alentamos a quienes puedan crear nuevas fuentes de trabajo que lo hagan con generosidad. Dios se los recompensará.

4. Al binomio amor fraterno -trabajo que hemos comentado, el Evangelio de S. Mateo, proclamado hoy-, añade dos comparaciones de Jesús exhortando a ser “sal” y “luz”, completando así cuatro pilares de una nueva convivencia social.

La imagen de la sal hace referencia a su utilización para evitar la corrupción de los alimentos. Apunta a la misión de los discípulos de Cristo de aportar al mundo el fermento del Evangelio para engendrar una nueva humanidad. Sin el mensaje de Jesús, anunciado y vivido, el mundo cae en la corrupción o en la frialdad del materialismo.

Por eso, causa pena comprobar que el relativismo y la decadencia moral que invade a Europa va a la par con el alejamiento de sus raíces cristianas y con el desconocimiento de todo lo que Viejo Continente debe a la fe que plasmó la cultura de Occidente.

¡Que no nos vaya a pasar a nosotros que, so pretexto de los derechos individuales, del pluralismo y de la neutralidad del Estado, se carcoman los cimientos de nuestra identidad como nación, marcada por los valores humanistas y cristianos!

Volvamos a la segunda comparación: la de la luz. La imagen de la ciudad situada en lo alto de un monte -cuya luz le viene del Señor (cf. Is. 60,1-3.19-20)- y la de la lámpara que se pone sobre el candelero para que alumbre a todos los de la casa apuntan a la misión de los discípulos de Cristo de ser “hijos de la luz”, es decir, pregoneros de la Verdad de Dios. Deben dar decidido testimonio ante todos los hombres, mediante sus buenas obras, y así glorificar a Dios.

“El que obra la verdad va a la luz para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios”, le dirá Jesús a Nicodemo (Jn 3,1).

Y San Juan exhortará: “Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad…” (1 Jn 3,18-19).

Ser de la verdad y vivir en la verdad es llevar una existencia iluminada por la fe y la moral. “Toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz” (Ef. 5,9), porque “Dios es Luz y en El no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1,5). Quien sigue a Cristo no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida (cf. Jn 8,12).

Así pues, el llamado al amor fraterno y al trabajo -que hacía San Pablo- se amplía y proyecta en la misión universal que Jesús da a los que viven según las bienaventuranzas: ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”, es decir, fermento de una nueva humanidad, la civilización de la verdad y del amor, según Juan Pablo II.

Nuestro Beato P. Alberto Hurtado, sj., así lo explicaba:

“El hombre necesita pan, pero ante todo necesita fe; necesita bienes materiales, pero más aún necesita el rayo de luz que viene de arriba y alienta y orienta nuestra peregrinación terrena: y esa fe y esa luz, sólo Cristo y su Iglesia pueden darla. Cuando esa luz se comprende, la vida adquiere otro sentido, se ama el trabajo, se lucha con valentía y sobre todo se lucha con amor. El amor de Cristo ya prendió en esos corazones…”.

5. Entremos ahora en el Tedeum de Acción de Gracias. Al inicio hemos purificado nuestras mentes y corazones. Después hemos escuchado la Palabra de Dios. Ahora vamos a presentar nuestras ofrendas y peticiones, culminando con el Padre Nuestro y el saludo de la Paz.

El Tedeum -antiquísimo himno de glorificación de Dios Uno y Trino- elevará nuestro espíritu para alabar y agradecer al Creador por los beneficios recibidos, a nivel colectivo, familiar y personal.

Participar en él nos compromete a seguir trabajando con más fe, amor y competencia para hacer de Chile “la copia feliz del Edén”.

Encomendemos a la intercesión de la Stma. Virgen del Carmen, Reina de Chile y Patrona de nuestra Arquidiócesis, los anhelos, dolores y esperanzas de los hijos de esta tierra, para que Ella los presente ante Jesús, único Salvador de los seres humanos.
Amén

† Cristián Caro Cordero
Arzobispo de Puerto Montt
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