Varios son los desafíos y las invitaciones pastorales que aparecen en el futuro próximo. Todos ellos requieren nuestra atención y nuestra participación, aunque en diversa medida. Ellos son:
- La invitación a los constructores de la sociedad a reflexionar en torno a un documento de trabajo para pensar el Chile del futuro, desde Septiembre de 2004.
- Carta pastoral a las familia, en Octubre o Noviembre de 2004.
- La canonización del P. Alberto Hurtado, en 2005
- La Misión Juvenil, en 2005
- La preparación de las futuras Orientaciones Pastorales, que tendrán vigencia hasta el 2010, y que haremos durante 2005 y 2006.
- El año Eucarístico y el Sínodo de Obispos sobre la Eucaristía, en 2005.
- La preparación de la V conferencia General del Episcopado de América Latina, que será en Febrero de 2007.
- El Bicentenario de la Independencia Nacional, el 2010.
Hemos pensado que la mejor manera de asumir estos llamados es buscar un núcleo articulador que pueda armonizarlos. Núcleo del cual tome inspiración y fuerza toda iniciativa pastoral y hacia el cual converjan todas las iniciativas y acciones pastorales que se programen. O, por lo menos, vincularlos de alguna manera para evitar una dispersión pastoral y que termine siendo más importante la que movilice más recursos o tenga más presencia en los medios de comunicación social.
Para no “inventar” una trama que después resulte artificial, parece lo mejor fijarnos en el camino recorrido por la Iglesia en los últimos años y en los desafíos y oportunidades que el Espíritu de Dios suscita para nosotros en la historia de este tiempo. Y, en este sentido, el anuncio de Jesucristo vivo y su seguimiento en el discipulado comunitario, es la categoría pastoral que privilegiamos, pues respeta y valora el proceso pastoral emprendido en los últimos años.
Quisiéramos también que este verdadero programa para la Iglesia en nuestro país en el próximo tiempo, se haga realidad sobre todo en la vida y la dinámica de la pastoral ordinaria, y, particularmente, en los sacerdotes. Es evidente que son necesarias diversas actividades extraordinarias, pero se trata de que éstas no ahoguen a aquellas sino más bien que las potencien.
¿Qué haría Cristo hoy?
Tenemos ante nosotros la instalación progresiva de una cultura postmoderna (o de modernidad tardía) que aún es designada con distintos nombres. La hemos descrito muchas veces en relación al mundo global y que, en ese sentido, abarca todos los acontecimientos que tenemos por delante. El cambio cultural es tan contundente que requiere del máximo esfuerzo de la Iglesia para discernir la cultura emergente, para evangelizar a quienes la comparten y, en muchas dimensiones, para gestar una nueva cultura alternativa. Esta cultura emergente, al menos en su envoltorio, parece muy ajena a la tradición cristiana. Para nosotros, significa abordar una situación nueva, en la cual las costumbres y las leyes inspiradas por el cristianismo han dejado de ser una evidencia.
En esta nueva situación tenemos que atrevernos a dar respuesta a la pregunta ¿qué diría y qué haría Cristo en mi lugar?, y llegar a ser, desde nuestra identidad cristiana y católica, personal y comunitariamente, una respuesta viva, que nos convierta a Jesucristo y sea energía puesta al servicio de un nuevo orden social. Tenemos que descubrir y valorar en las perspectivas y esperanzas su raíz humanista, las “semina Verbi”, que buscan el encuentro con el Evangelio, para florecer y ser siembra que madurará como cultura de la vida, la libertad, la solidaridad y la felicidad. Los tiempos son providenciales, es decir, son una voz, una invitación y una promesa de Dios, porque están en las manos de Dios. Y en verdad, de hecho ya lo son, porque están en las manos de quien es Señor de la Historia. En este contexto espiritual de sereno y confiado optimismo queremos "anunciar" y "hacer discípulos" (Cfr. Mt. 28,19-20).
El gozo de anunciar el Evangelio hoy
Por lo tanto, el núcleo articulador, en continuidad con las Orientaciones Pastorales vigentes, es el encuentro con Jesucristo vivo, acentuando aquello que nos lleva a un discipulado cristiano que se proyecta en la misión evangelizadora. Es decir, apuntamos al encuentro con Cristo vivo en su Iglesia, que madure en un discipulado cristiano tal que es capaz de inculturar el evangelio en medio de nuestra realidad, conscientes de la enorme riqueza que podemos aportar. El Evangelio es el mejor regalo que podemos ofrecer. El Evangelio es Palabra de Dios que vivifica la historia, Palabra hecha carne, historia y cultura, también en nosotros, en nuestras familias y en nuestras comunidades. Evangelizar es el acto más grande de solidaridad que podemos hacer con nuestros contemporáneos. Tenemos vocación de protagonistas de esta cultura y no de víctimas, como solemos aparecer, para incidir en su transformación “desde dentro y con la sola fuerza de la Palabra”, como diría el Papa Pablo VI.
En nuestro pueblo hay una profunda devoción a la Santísima Virgen. Podemos evangelizar presentándola como discípula de Jesús, y desde la aparición en Guadalupe, desde sus santuarios, como la gran promotora de la inculturación del Evangelio.
Desde el núcleo articulador descrito, queremos presentar la figura multifacética del P. Alberto Hurtado. En él, el encuentro y el discipulado de Jesucristo maduró en un activo y admirable servicio de solidaridad en otro momento importante de cambios en nuestra sociedad. En este sentido, la vida santa del P. Alberto Hurtado se vuelve emblemática para muchos cristianos. Da sentido a la Misión Juvenil, pues es preferencialmente entre las generaciones jóvenes que Cristo debe ser anunciado para que sea también amado y seguido donde se vive o tiene eco esta cultura que se divulga a profusión a través de los medios de comunicación social. Da sentido a la preparación de la Vª Conferencia del Episcopado Latinoamericano, que se ha propuesto, en principio, tratar el tema del discipulado en este nuevo contexto continental. Da sentido al Bicentenario – y por ende- a las próximas Orientaciones Pastorales, que deben catapultar a la comunidad eclesial a ser protagonista de una nueva etapa del país. Desde el espíritu y la misión de Cristo queremos tener más claridad sobre el proyecto de país que juntos queremos construir, que es, por lo demás, la pregunta que subyace al documento de trabajo “En camino al Bicentenario” que presentamos a los constructores de la sociedad. En fin, da sentido al Año y al Sínodo sobre la Eucaristía, sacramento que congrega en torno a la mesa del Señor, ofrece Pan de Vida y Pan de Sentido a una humanidad desconcertada, y envía a esta Iglesia, en medio de la “gentilidad”, para transformar el mundo en Reino.
La misión desde la identidad eclesial
No es superfluo recordar, en este punto, que la identidad eclesial se fortalece en la misión y la misión postula una clara identidad eclesial. Si nos detenemos en mirarnos a nosotros mismos, en querer fortalecer la Iglesia sólo de cara al pasado... caeremos en el mismo pecado en que caen quienes quieren aprender a amarse a sí mismos y a realizarse a sí mismos para, sólo después, amar a los demás y construir la sociedad. De Jesús, de la historia de la Iglesia, del Concilio y del Magisterio de los últimos Papas aprendemos que la Iglesia, sacramento de comunión con Dios y con los hombres, encuentra su dicha y su razón de existir en la misión que le confió su Señor.
Necesitamos vivir este proceso con una profunda apertura al Espíritu y, por lo tanto, en oración, pues no hay que ser muy perspicaces para entender que la misión eclesial deberá brotar de una profunda vitalización pentecostal y llevar a novedades en nuestra manera de vivir la fe, y en nuestra manera de ponernos al servicio de la fe. Por lo tanto, busquemos coherencia, conversión y audacia de discípulos, que implica cambios personales, estructurales e institucionales, impulsados por el Espíritu de Jesús. A veces muy fuertes. No olvidemos que la adhesión al espíritu de Jesús, implica también desprenderse de adherencias históricas y culturales ajenas a Él. Entre los primeros cristianos significó abandonar el Templo y prescindir de la circuncisión, evitando así el espíritu veterotestamentario de la primera comunidad.
Un sueño sería tener la capacidad de ponernos de pie para anunciar que “al Espíritu Santo y a nosotros nos ha parecido”, que el anuncio del Evangelio y el seguimiento de Jesús en su Iglesia es la esperanza que no defrauda (Rom,5,5), un camino de vida y de libertad, un lugar de encuentro con Cristo vivo y con los hermanos, una promesa hecha realidad para los más pobres, y no una carga insoportable sobre los hombros de las nuevas generaciones.
EL COMITÉ PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE,
POR ENCARGO DE LA ASAMBLEA PLENARIA
Santiago, 20 de Agosto de 2004