Desafíos de nuestra propuesta matrimonial: el evangelio del matrimonio
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Desafíos de nuestra propuesta matrimonial: el evangelio del matrimonio

Fecha: Miércoles 26 de Mayo de 2004
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Cristián Contreras Villarroel

Palabras iniciales

Antes de exponer sobre el tema que se me ha propuesto para esta ocasión, quisiera previamente referirme a los datos que nos proporcionó don Roberto Méndez, Director General de Adimark. Las estadísticas y los gráficos presentados en relación a las opiniones dominantes en temas éticos y morales o bien las tendencias prácticas en relación a la considerable baja de matrimonios y al descenso de la tasa de natalidad, ciertamente reflejan aspectos de lo que se está viviendo hoy día como cultura. Esta es una constatación de la realidad. No podemos ocultarla ni desconocerla. Ciertamente no es lo que como creyentes queremos para nuestra patria. Y por eso estamos esta mañana reunidos aquí: para reflexionar, para potenciar lo bueno de nuestra pastoral familiar y para ver los modos cómo podemos ser más relevantes en nuestras propuestas. Por lo tanto, constatamos con humildad esta realidad, que no es la ideal, pero que es la realidad y entonces sería muy importante que el próximo congreso acerca de la familia pudiera ayudarnos a identificar las causas culturales, ideológicas y doctrinales que están en la base de esta realidad nueva que empezamos a vivir.

Todas las encuestas que se refieren al concepto de familia y de matrimonio, al debate acerca del inicio de la vida humana causada por la distribución en consultorios de la píldora del día después, a través de una resolución del ministerio de salud, son temas así llamados ?valóricos (a los que habría que agregar otros como el problema de la distribución de la riqueza en nuestra patria, la pobreza y extrema pobreza que todavía existen y subsisten, la cesantía, etc.). Todos estos elementos así llamados valóricos, las encuestas actuales siempre las comparan con la situación de inicios de la década del 90, que en Chile coincide con el retorno a la democracia.

Yo los invito a que leamos la encíclica ?Centesimus annus?, con la cual el Papa Juan Pablo II conmemoró el centenario de la encíclica ?Rerum Novarum?. El Papa titula el capítulo tercero ?El año 1989?, que coincide con la caída de los socialismos reales. Pero también advierte acerca de lo inaceptable que es la afirmación de que la derrota del socialismo deje al capitalismo como único modelo de organización económica. El Papa habla del cuidado que tienen que tener esas sociedades que han visto destruirse un sistema de décadas de dominación con la arremetida cultural que proviene del sistema liberal capitalista. Creo que nosotros, en nuestra patria, tenemos que verificar si no son estos elementos también la causa del deterioro del sustrato cultural y cristiano.

Entonces, ver las causas, ver con mucho realismo y mucha verdad lo que acontece, pero también saber que esto hunde sus raíces en largos procesos culturales e ideológicos. Si ayer o hasta el año 89 el ideal del hombre para el marxismo era el proletariado emancipado, hoy día ese ideal de hombre, después del fracaso de los socialismos reales, se ha desplazado al ideal de un hombre liberado de todo tabú, emancipado de toda tutela moral y ética. Y eso no tiene un rostro concreto y claro como lo tenía en su definición ideológica el marxismo, sino que es mucho más difuso. Este ideal de hombre, por una parte, junto a lo que es la imposición de un capitalismo salvaje en lo económico y en lo cultural, por otra parte, es un cóctel suicida. Yo creo que si los creyentes no tomamos el pulso a esta realidad, nuestra respuesta no podrá ser relevante, no porque la propuesta que nace del evangelio y de la tradición no sea relevante, sino por defecto del evangelizador, vale decir por defecto de nosotros.



INTRODUCCIÓN

Con belleza plena de sentido, las Sagradas Escrituras nos ofrecen los relatos primordiales de la historia de la humanidad. Deseo referirme preferentemente a los dos textos en que se nos ofrecen los relatos de la creación ya que, en los dos, ocupa un lugar destacado lo que podríamos llamar ?el evangelio del matrimonio? origen y puerta de entrada al ?evangelio de la familia?.

En el primero de los textos, puesto por escrito alrededor del siglo VIII antes de Cristo, la Biblia subraya la complementariedad entre el varón y la mujer. Dice textualmente: ?hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (?) y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó? (Gén 1, 26-27). La criatura humana es, pues, varón y mujer, en su mutua complementación. Y este ser nuevo, a imagen y semejanza de Dios recibe la vocación de crecer, multiplicarse, llenar la tierra y someterla; ejercer su señorío sobre todas las otras creaturas (cfr. 1, 28). Nótese bien que el autor sagrado considera una ?bendición? esta misión que Dios le asigna al hombre (varón y mujer) recién creado. Y lo subraya diciendo que lo que había hecho era muy bueno (Gén 1, 31).

En el segundo relato (Gén 2, 7ss), la Biblia subraya la profunda unidad que existe entre el varón y la mujer. Mientras todas las creaturas son modeladas a partir de la arcilla de la tierra, la mujer lo es a partir del corazón del varón: de su propia costilla. Nada había hasta entonces semejante al varón en toda la creación. Ahora, gracias a Dios, ?esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Su nombre será Hembra pues ha sido sacada del Hombre. Por eso, un varón abandona padre y madre, de junta a su mujer y se hacen una sola carne? (Gén 1, 23-24). En este texto hay unidad de origen, unidad de especie, unidad de proyecto. Tan férrea es la unidad del matrimonio que, una vez abandonada la casa paterna y materna, el varón se une a su mujer ?y se hacen una sola carne?.

Podemos decir que en los relatos primordiales de la Biblia el matrimonio es concebido como la plenitud de la creación (su momento culminante) y como la única creatura (la primera institución) que sólo existe gracias a la unión entre dos creaturas humanas: un varón y una mujer.

Bien sabemos que cuando el Libro Sagrado nos habla de los orígenes no sólo dirige nuestra mirada hacia el pasado remoto de la humanidad. La Biblia nos habla también de la creación que se continúa realizando en nuestra propia existencia y, por lo mismo, nos invita a dirigir nuestra mirada hacia la profundidad actual de nuestro ser.

Por lo tanto, leyendo cuidadosamente estos textos inspirados, vemos que el evangelio del matrimonio acontece en la unidad y la estabilidad del varón y la mujer que se reconocen ?hueso de mis huesos, carne de mi carne? y se hacen una sola carne?. Y acontece también como la complementariedad del varón y la mujer que están llamados a alcanzar su plenitud humana en la intimidad de esa mutua relación. Esa es la imagen y semejanza más acabada de Dios con que contamos los seres humanos.

Ni la historia ni el sentido de la historia se agotan en el relato de la primera creación. Estas alcanzan su cumbre más alta en la nueva creación que inicia el Verbo de Dios al hacerse hombre y aparecer como esposo de la nueva humanidad. En esta nueva creación se realiza el anhelo de Dios de desposarse para siempre con la humanidad entera y con cada persona en singular; en hacer fecunda nuestra vida en una plena comunión con El ?para que demos fruto en abundancia?. De esa manera, el sí de la fe que pronunciamos al acoger el llamado de Dios, se hace posible por el sí de Dios hacia nosotros que siempre nos ama primero.

Por esta razón, la realidad sacramental del matrimonio produce y manifiesta, a la vez, la gracia de una nueva creación, unida a Dios, en todos aquellos esposos que aceptan hacer de sus vidas un sacramento de la nueva humanidad. Aproximémonos a esta realidad.

1. La mutua complementariedad, don original

Hemos hablado del evangelio del matrimonio. Veamos por qué. Bien sabemos que es una buena nueva encontrarse con una persona con quien compartir la vida entera en el matrimonio y es mejor noticia cuando junto a ella se encuentra también la complementariedad que a ambos los hace crecer, desarrollarse, proyectarse, plenificarse y hasta multiplicarse. Es una buena noticia encontrar a una persona que nos ame, que crea en uno, que nos sostenga, nos estimule y nos impulse a superarnos. Y es mejor noticia todavía cuando esta realidad es mutua, y mutuamente se creen, se aman, se sostienen y se superan.

El secreto de esta mutua relación descansa en la clave que nos otorga el Evangelio de Jesús a nuestra vida: amarnos como el Señor nos ama, nos cree, nos sostiene, nos lleva a plenitud, llegando a ser en El una nueva creatura sin negar nuestra naturaleza original. Así también sucede entre el varón y la mujer a través de una mutua complementación que es física, psíquica y espiritual. Entonces el matrimonio se puede transformar en un auténtico evangelio que nos hace salir de la prisión del amor a sí mismo y nos lleva a descubrir la libertad y alegría que siempre se encuentra en el amor a la otra persona.

Esta realidad nos desafía a saber buscar la felicidad en el bien de la otra persona; a superar la tentación de ?mi? realización personal a cualquier costo, independiente de la persona amada y, por cierto, a derrotar la incapacidad de asumir la cruz que toda relación de amor conlleva. Como nos recuerda el Papa en Salvifici Doloris, no existe posibilidad de engendrar en el amor, sin enfrentar el parto del amor, es decir, no se puede llegar a la plenitud de una mutua relación si no se está dispuesto a pagar el precio necesario para que esta relación de amor vea la luz del día.

2. Estabilidad propia del amor maduro

Un evangelio tan grande, una empresa tan hermosa requiere, sin lugar a dudas, de la estabilidad propia de un amor maduro.

Una persona vacilaría, con toda razón, entregar plenamente el corazón ? y también su propio cuerpo ? a otra incapaz de comprometerse. En cambio, ni Abraham ni María, padre y madre de la fe, vacilan en entregar lo mejor y lo más íntimo de sus vidas a la voluntad de Dios que es roca estable e inconmovible de la vida.

En nuestros días, la falta de estabilidad suele ser la causa de muchos amores malogrados, así como de un desencanto juvenil ante el matrimonio, pues los jóvenes no están dispuestos a entregar lo mejor de sí mismos en una relación provisoria, cambiante, inestable, aunque paradójicamente desencantados por las experiencias matrimoniales que les ha tocado ver, sucumben a relaciones carentes de la institucionalización que exige la naturaleza del amor.

La cultura de lo desechable y de lo transeúnte ha terminado por aprisionar el amor que no se entrega si teme ser desechado, y que no se da plenamente si percibe que será recibido como un don pasajero o transeúnte. El amor del matrimonio no es ni será jamás un producto de consumo, sino una empresa basada en el don mutuo, valorado como un bien para toda la vida y con la necesaria estabilidad como para poder desplegar toda su hermosura en lo favorable y en lo adverso, con salud y enfermedad.

Nuestro desafío, por lo tanto, es internarnos en la pedagogía del amor fiel, de valores como la fidelidad a la palabra empeñada, de cumplir las promesas hechas. Y para eso, la pedagogía requiere de la presencia y del don de Dios, pues sin la gracia se dificulta enormemente la estabilidad que consiste no sólo en amar, sino en ?permanecer en el amor?. Es un don que conlleva una decisión personal y no un mero sentimiento por intenso que éste nos puede parecer. El amor, en efecto, es una decisión moral que sumerge a la persona en una dinámica dialogal y responsorial con Dios y con su prójimo.

La estabilidad, el hasta que la muerte los separe, la indisolubilidad del matrimonio atestiguada en la Escritura y afirmada por la Iglesia, no puede aparecer como una prescripción lanzada al rostro de la vida o del sentimiento, sino como la más plena afirmación del amor y de la vida, realizada por Jesucristo que sella con su propia sangre la unión de la pareja humana (Obispos de Chile, 1971).

3. Sacramentalidad del matrimonio

El amor mutuo, estable y complementario, tiene en la Iglesia su momento constitutivo en la celebración sacramental del matrimonio. Es el momento solemne del don mutuo y de la bendición de Dios, ante la comunidad reunida y ante un testigo cualificado. Es el momento en que volvemos a los relatos primordiales y somos testigos de cómo Dios ?crea? una nueva creatura: ya no son dos, sino una sola carne. Es el punto de partida de una gracia sacramental que hace de los contrayentes un verdadero y propio ?sacramento viviente? del amor de Dios para la humanidad.

Dios proyecta su mejor imagen y semejanza en la relación estable del varón y la mujer, desde el momento de la creación. Pues bien, en este momento solemne de nueva creación, Dios compromete sus dones esponsales para que la pareja de contrayentes pueda experimentar y vivir con la fidelidad que Él tiene hacia nosotros.

Es interesante notar que todos los sacramentos de la fe se constituyen en torno a ciertos elementos simbólicos, cargados de sentido: el pan, el vino, el agua, el aceite. En el matrimonio, en cambio, no hay un elemento simbólico tan constitutivo como comer el Pan consagrado o beber de la Copa de salvación. Obviamente existen los anillos, un signo explicativo que no es de la esencia del matrimonio. Lo que constituye el sacramento, es decir, su signo sacramental, es el mutuo consentimiento: un acto íntimo y público, a la vez, que compromete totalmente a las personas. Por eso, podemos decir que el elemento simbólico del matrimonio está en la entrega de la persona, del cuerpo y del espíritu, ?para amarse y respetarse durante todos los días de la vida?, expresado en el mutuo consentimiento.

Esta constatación nos debe llenar de asombro, pues en la sencillez de la celebración del matrimonio está presente la profundidad del sentido litúrgico de la Iglesia que supone siempre a las personas y la historia de Dios con las personas. La culminación de la Eucaristía, el ?ite missa est?, es hacer que los que comulgan se constituyan en testigos del Señor en el mundo, allí donde aman, trabajan, se recrean; en una palabra, en los gozos y sufrimientos de la vida cotidiana. Allí se sigue ofrendando la vida como Cristo: cuerpo entregado y Sangre derramada por la salvación cotidiana de la humanidad. La culminación del sacramento del Matrimonio, es constituir en signos e instrumentos del ser y del amor de Dios, a dos personas humanas, que ? elegidas por El ? se ponen en camino para dar fruto y un fruto que permanezca para siempre: es el fruto de la fecundidad, es el fruto de los hijos y de los nietos, es el fruto de la familia, es el fruto de la madurez humana que llega a amar venciendo el egoísmo y con plena gratuidad.

En esta realidad sacramental se cumple lo que constituye el ideal litúrgico cristiano, enunciado certeramente por San Pablo: ?Por ese cariño de Dios los exhorto hermanos, a que ustedes ofrezcan su propia existencia como sacrificio vivo, consagrado, agradable, como el culto auténtico de ustedes. No se amolden a este mundo, sino déjense transformar por la nueva mentalidad, para que ustedes sean capaces de distinguir lo que es voluntad de Dios: lo bueno, lo conveniente, lo acabado? (Rom 12, 1-2). Y, posteriormente continúa el texto explicando la Iglesia-comunión como Cuerpo de Cristo y exhortando a vivir con el amor que le es propio a una auténtica comunidad. De esta manera, el sacramento del matrimonio prolongado en la vida de esta ?nueva creatura? que son los esposos, es el ?espacio? y el ?lugar? donde ?en una sola carne? pueden ofrecer sus propias vidas como culto auténtico y agradable a Dios, es decir, hacer de su alianza de amor una liturgia de alabanza y bendición.

4. Una pedagogía matrimonial

Invitar a los jóvenes ? y a todas las personas ? a descubrir el evangelio del matrimonio, implica ayudarles a descubrir el don y el gozo que hay en compartir y no sólo en competir; en complementarse y no sólo en destacarse; y más profundamente, en que necesitamos ser salvados pues no somos autosuficientes. Esto implica entrar en la pedagogía de los gestos cotidianos como dar las gracias, pedir disculpas, compartir el pan, el techo, la ropa, pasando por las actitudes profundas de alegrarse por el bien del otro, de estar disponibles para ofrecer una mano para trabajar y un hombro para acoger; de compartir el tiempo y no sólo los bienes materiales, de guardar las confidencias sin jamás ser infidentes; del respeto por el cuerpo propio y el ajeno, por la intimidad propia y la de las otras personas. Es decir, implica formarnos en la espiritualidad de comunión que, con tanta belleza, propone el Papa Juan Pablo II en su Carta Novo Millennio Ineunte, 43.

La pedagogía prematrimonial no es sólo el acompañamiento inminente que se ofrece pocos meses antes del matrimonio, sino que reclama con energía la preparación remota ? la catequesis de la vida ? que se da sobre todo en la vida familiar y que debiera ocupar un lugar central también en nuestra catequesis de jóvenes, en el acompañamiento de los alumnos de enseñanza media y universitarios. Es la pedagogía que se aprende en la experiencia vivida más que en las palabras, en las actitudes más que en hechos aislados. De ahí la importancia del amor estable de dos personas que efectivamente se regalan su existencia de por vida. Y de ahí también el cuidado necesario para superar las desavenencias, evitar las separaciones y rupturas entre dos personas cuyo proyecto matrimonial se deteriora o se viene al suelo.

No es el momento para exponer lo mucho que en la Iglesia de todos los días, laicos, religiosas, diáconos y sacerdotes, realizan en el acompañamiento matrimonial y, especialmente, en las crisis que llevan a separaciones o rupturas. No es el momento para decir cuánto y cómo comprendemos el dolor, que muchas veces compartimos, que causan los fracasos matrimoniales. Pero, en el contexto de lo que hemos expuesto, debemos subrayar la importancia que tienen las experiencias logradas y maduras de amor esponsal (no sin tensiones ni crisis), en la imagen con que los niños y los jóvenes pueden proyectar su propia vida matrimonial.

Ahora bien, la preparación al matrimonio supera el ámbito doméstico y requiere necesariamente del ámbito social, político y estructural. Por eso, junto con constatar que la nueva Ley de matrimonio civil en Chile incorpora el concepto de preparación próxima al matrimonio civil ?campo en el cual la Iglesia tiene una enorme experiencia? es necesario preguntarnos por los valores personales, familiares y sociales que deseamos sean el sustento de nuestra convivencia en sociedad. En efecto, si queremos cultivar la estabilidad en el amor matrimonial, no podemos propiciar, a la vez, el consumismo y el utilitarismo irresponsables, ni podemos alegrarnos de que vivamos de golpes de emoción, o insensibles a la inestabilidad en las relaciones laborales. Si de verdad nos interesa que la familia sea efectivamente la célula básica de la sociedad tenemos que propiciar, a la vez, una convivencia social justa y equitativa, respetuosa y estimulante, que propicie la verdad en el amor y el amor a la verdad. Una sociedad que aspire a ser efectivamente solidaria.

El gran desafío que implica hacer del matrimonio un bien en sí mismo y un evangelio para la sociedad, requiere necesariamente de decisiones políticas y sociales que favorezcan, respalden y estimulen la vida matrimonial y la vida familiar. Es la sociedad con que sueña el Profeta Oseas y que la expresa en un poético discurso esponsal:

??Esto dice el Señor:
?Me casaré contigo para siempre,
me casaré contigo a precio de justicia y derecho,
de afecto y de cariño.
Me casaré contigo a precio de fidelidad
y conocerás al Señor.

Aquel día oráculo del Señor,
yo daré órdenes a los cielos
y ellos responderán con lluvia sobre la tierra,
la tierra responderá con trigo, vino y aceite nuevos,
que serán para Israel.

Yo estableceré a mi pueblo en esta tierra,
me compadeceré de la ?no-compadecida?
diré a ?No-mi-pueblo?: ?Tu-mi-pueblo?,
y él dirá: ?Tú mi Dios???.
(Os 2, 21-25).

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