Homilía del Presidente de la CECH en la Misa de Oración por Chile en el Santuario de Maipú
La Iglesia de Argentina y Chile, respondiendo a la voz de sus pastores, hoy se encuentra en oración y reflexión. La plegaria y el pensamiento tienen un nombre: paz.
Y hoy como ayer, el pueblo cristiano de Argentina y Chile acude a los santuarios de María, porque sabemos que bajo su manto, hoy como ayer, sabremos sentimos hermanos. Y si ayer estrechábamos las manos y brotaban de nuestros labios las mismas oraciones, hoy, a uno y otro lado de la cordillera, sólido altar de granito, pedestal del Cristo de Los Andes, en Luján y aquí en Maipú, nuestras manos se buscan y, estrechadas, se hacen oración. Si ayer nos inquietaba conquistar nuestra legítima independencia, hoy nos encontramos para vivirla en fraternidad, unión y paz.
Así como la montaña andina que nos une, enfrenta los vaivenes de los sismos, temblores y terremotos, hay épocas en que otros sismos sacuden la vida de nuestras provincias. No está aún en nosotros dominar los sismos de la naturaleza, pero sí está en nosotros el prevenir, encauzar y evitar los sismos que amenazan nuestra convivencia, nuestra fraternidad, nuestro común afán de cooperación, desarrollo y paz.
Pues la paz no depende de potencias ciegas, no está sujeta al fatalismo de fuerzas descontroladas. El tener la paz, aumentar la paz, vivir la paz depende del hombre y es un don de Dios. La paz, don de Dios, supone en el corazón del hombre una apertura al hermano, una apertura al diálogo, al querer la justicia.
La paz, porque es don de Dios, tenemos fe en conseguirla; la paz, porque es don de Dios, la pedimos en la oración; porque es don de Dios, queremos hacemos dignos de ella.
Nuestro quehacer cristiano nos lleva al pasado, a las intervenciones de Dios en la historia tal como las ha recogido el Libro Sagrado. Traigamos ese pasado a nuestro hoy. Porque recordar, en el lenguaje bíblico, es eso: traer el pasado para que ilumine nuestro presente, nuestra búsqueda de la paz.
El tiempo de paz no es solamente la oposición al tiempo de guerra. La paz bíblica designa el bienestar de existencia cotidiana, el estado del hombre que vive en armonía con la naturaleza, en armonía consigo mismo, en armonía con Dios. La paz bíblica es bendición, reposo, gloria, riqueza, salvación, vida.
El autor sagrado nos habla de una paz cósmica y de una paz cívica: "Aquel día haré para ellos una alianza con las fieras salvajes, con las aves del cielo y los reptiles de la tierra. Arco y espada y armas romperé en el país y los haré dormir tranquilos" (Oseas 2, 20).
"Retoñará el vástago de Jesé.
No juzgará por apariencias
ni sentenciará sólo de oídas.
Juzgará con justicia a los desvalidos,
sentenciará con rectitud a los oprimidos.
Se terciará como banda la justicia
y se ceñirá como fajín la verdad.
Entonces el lobo y el cordero irán juntos
y la pantera su tumbará con el cabrito,
el novillo y el león engordarán juntos,
un chiquillo los pastoreará)." (Isaías 11, 1.3 -6)
"Si siguen mi legislación y cumplen mis preceptos poniéndolos por obra, yo les mandaré la lluvia a su tiempo: la tierra dará sus cosechas y los árboles sus frutos. La trilla alcanzará a la vendimia y la vendimia a la sementera. Comerán hasta saciarse y habitarán tranquilos en su tierra. Pondré paz en el país y dormirán sin alarmas y la espada no cruzará el país" (Levítico 26, 3 -6).
En esta palabra: paz, Dios se expresa, de tal modo, que su salvadora palabra hecha hombre, encarnada, aparece en la carta a los Efesios, cuya lectura hemos oído, como nuestra paz (Efesios 2, 14) y su proclamación se presenta como un evangelio de la paz (Efesios 6,15) y Dios mismo se manifiesta como el Dios de la paz.
En el Nuevo Testamento vemos cumplida la esperanza de paz del Antiguo. Si la paz fue entendida como el buen estado de las cosas querido por Dios, ahora se manifiesta en qué consiste propiamente.
La misión del Bautista es enderezar los pasos por las sendas de la paz (Lucas 1, 79). El mensaje del nacimiento del Mesías lleva los acordes de la paz: "en la tierra paz a los hombres que quiere tanto" (Lucas 2, 14). La palabra de Jesús, que sana y que perdona, da la paz, y sus discípulos transmitirán esa paz por mandato del Maestro. Y así esta paz, don de Dios, nos viene por Cristo, en el Espíritu Santo, desde el Padre.
La paz nos viene por Cristo
Por la cruz, Cristo ha dado muerte a la enemistad entre Dios y el hombre, y por ello ha dado muerte a la enemistad entre los hombres. Jesús ha instaurado la paz, pues ha unido en un hombre nuevo: a los que estaban cerca, el pueblo escogido, y a los que estaban lejos, nosotros, los no judíos.
?El es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia
pues Dios, la plenitud total, quiso habitar en El
para por su medio reconciliar consigo el universo,
lo terrestre y lo celeste,
después de hacer la paz con su sangre derramada en la cruz".
La paz nos viene por Cristo en el Espíritu Santo
La paz es un fruto del Espíritu Santo, la paz es un vínculo, una amarra que debe conservar la unidad en el Espíritu: "Un favor les pido, yo, el prisionero por el Señor: que vivan a la altura del llamamiento que han recibido. Sean humildes y sencillos, sean pacientes y conllévense unos a otros.
Esfuércense por conservar la unidad que crea el Espíritu, estrechándola con la paz" (Efesios 4,1-3).
La paz nos viene por Cristo, en el Espíritu Santo, desde el Padre
Así se ha revelado el origen de toda la historia de la salvación, con el Dios de la paz. la paz es la manifestación salvador a del Dios Uno y Trino, el don de la paz es la meta de la vocación y, a la vez, ya ahora, un poder sobrecogedor en el corazón de los cristianos.
"Que el Dios de la paz, que sacó de la muerte al mismo Pastor del rebaño, portador de una sangre de alianza perpetua, a nuestro Señor Jesús, los equipe con dones de todas clases para realizar su designio y nos utilice para ir realizando lo que El estima indicado por medio de Jesús el Mesías" (Hebreos 13,20-21).
Así pues, esta palabra paz puede ponerse junto a los términos fundamentales del Nuevo Testamento: justicia, fe, vida, amor, gracia. La palabra paz, como reconciliación con Dios, se traduce en las relaciones entre los hombres como esfuerzo positivo de concordia, de modo que en las bienaventuranzas del Señor se convierten en un componente esencial del amor al prójimo: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque a ésos los va a llamar Dios hijos suyos" (Mateo 5,9).
El Episcopado de Argentina y de Chile concluía su reciente mensaje reafirmando:
"La paz de Cristo es un tesoro inapreciable y una oferta inefable. El que la pide la alcanza, el que la busca la encuentra y el que la espera la recibe.
Fue cantada en la Navidad, promulgada en las Bienaventuranzas, merecida en la cruz y encomendada a la Iglesia.
Desde entonces la paz tiene un nombre: Cristo.
Desde entonces los hombres son hermanos.
Desde entonces la paz es posible.
Desde entonces la paz es un deber."
Cómo extrañamos entonces que el Concilio Vaticano II nos encomiende a los Obispos "enseñar según la doctrina de la Iglesia los modos como hayan de resolverse los gravísimos problemas sobre la guerra y la paz y la fraterna convivencia de todos los pueblos" (Chr. Dnus.). Todo el capítulo V de la Constitución Gaudium et Spes del mismo Concilio está dedicado al fomento de la paz y la promoción de la comunidad de los pueblos. No es posible en una homilía detenerse en tan importante como actual documento.
Baste ahora algunos de sus puntos: "La paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra de la justicia".
"Es absolutamente necesario el firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la paz. Así, la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar".
Cada año, por iniciativa de Paulo VI, de feliz memoria, se celebra en la Iglesia Universal el día de la Paz. Y desde su institución el Papa nos envió su Mensaje. Tal vez no dimos importancia entonces a sus palabras; retomémoslas hoy. En su último Mensaje para el Año Nuevo 1978 nos decía: "La paz no es un sueño puramente ideal, no es una utopía atrayente, pero infecunda e inalcanzable; es un deber y una realidad; una realidad mutable y que debe ser creada en cada período de la civilización, como el pan que nos alimenta, fruto de la tierra y de la divina providencia, pero a la vez obra del hombre trabajador".
Esta paz bíblica que nos entrega el plan de Dios, esta paz que para nosotros cristianos tiene un nombre y es Cristo, coincide con los hombres y mujeres de Chile y Argentina.
Es un trabajo común, una empresa mancomunada, una realidad de hoy y que está con nosotros mantenerla y defenderla.
Queremos la vida, y no la muerte.
Queremos preocupamos de la promoción y desarrollo de nuestras posibilidades con que Dios ha enriquecido nuestra tierra.
Queremos que con nuestro acero se hagan arados y fecundar la tierra, y que sus trigales nos den el pan para todos los que vivimos bajo este cielo.
Que cada mañana podamos salir a la luz del día a empuñar las herramientas que hacen grandes a nuestros pueblos.
Queremos que en nuestros rostros brille la sonrisa de la amistad, y que nuestras manos se alcen para estrechar al hermano.
Y como hermanos, en torno a la mesa familiar se dialogue y se resuelvan los problemas y diferencias que separan.
Y aunque todos debemos empuñar las armas de la paz, de un modo especial pedimos a los que informan a la opinión pública que sean constructores de paz y armonía.
Que el poder maravilloso de los Medios de Comunicación Social -obra también del Creador- sirva para fundamentar la concordia y jamás para encender los odios entre hermanos.
Como Pastores hemos pedido a las Autoridades con humildad pero conscientes de nuestra responsabilidad ante Dios y ante la Historia que "en virtud de sus afirmaciones cristianas impidan toda acción belicista, detengan el envolvente dinamismo armamentista y salvaguarden los legítimos derechos de la soberanía nacional con un amplio criterio de diálogo y fraterna comprensión, recordando que 'todo puede ganarse con la paz y todo se pierde con la guerra' (Pío XII)" (Declaración de los Episcopados de Chile y Argentina).
Para los dos países ha llegado la hora de la prueba de su adhesión a los valores del Evangelio.
Todos los hombres de buena voluntad debemos trabajar por la paz. Desde la sencilla mujer cristiana que va desgranando las cuentas del Rosario hasta los que tienen mayores responsabilidades de decisión.
A todos pedimos que se ore con insistencia, porque la oración hecha con fe alcanza lo que se implora. Roguemos al Padre, en nombre de Cristo y por mediación de María:
''Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre os será concedido".
Y este día, en que por una providencial coincidencia Argentina celebra a María bajo el título de. Ntra. Señora de las Mercedes y nosotros aquí en Chile y en este Santuario Nacional con el título de Ntra. Sra. del Carmen, le rogamos que interceda por nosotros.
María, Reina de la paz, mira a estos pueblos hermanos Chile y Argentina, a quienes recibiste como hijos junto a la Cruz de tu Hijo Unigénito: toma nuestras manos entre las tuyas de Madre y así, unidos por Ti, seguiremos la ruta de paz, de la justicia, del amor.
Con la sencillez de Francisco de Asís, decimos desde el fondo del corazón:
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Francisco de Borja Valenzuela Ríos
Arzobispo - Obispo de San Felipe
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
Santiago (Maipú), 24 de septiembre de 1978.