Redentoristas chilenos celebran a su patrono

Redentoristas chilenos celebran a su patrono

 
Domingo 31 de Julio de 2005
Con una solemne eucaristía, que se relizará en el altar de San Alfonso María de Ligorio, en la Basílica del Perpetuo Socorro (Blanco Encalada 2950) y que será presidida por el Superior Provincial de los Misioneros Redentoristas de Chile Padre Pedro Irizar, CSsr. y el Rector del Instituto Superior de Teología y Pastoral "Alfonsiano" Padre José Padilla Cancino, CSsr., los Redentoristas celebraran a su Santo Fundador, este 1 de Agosto, a las 10,00 de la mañana.

El santo, el moralista y el confesor

Alfonso María vio la luz de este mundo en medio de una aristocrática familia del entonces reino de Nápoles; su partida de bautismo da cuenta de estos antecedentes, en los siguientes términos: El 29 de septiembre de 1696, sábado, Alfonso María Antonio Giovanni Francesco Cosmo Damiano Michel Angelo Gasparo de Liguori, hijo de los esposos don Giuseppe de Liguori y doña Caterina Anna Cavalieri, fue bautizado por mí, Giuseppe del Mastro, párroco;.....

Su condición de hijo primogénito de su aristocrática familia hizo que su futuro estuviese determinado de antemano por la voluntad de su padre, quien consideró que la carrera de abogado para su hijo era la más conveniente para aumentar la dignidad de la familia. Comenzó así, a estudiar Derecho, desde muy niño, de tal modo que a los 16 años recibe los títulos de Abogado tanto en Derecho Canónico como Derecho Civil. Por cierto que comienza también a frecuentar y con mucho éxito, los Tribunales, donde consigue gran respeto y aprecio por su labor de jurista.

La sociedad napolitana en tanto se debate entre rencillas de la nobleza y las penurias del pueblo pobre. Alfonso tiene que moverse en el ambiente del cual forma parte su familia, es decir, entre fiestas, boatos y falsedades. Su padre, don Giuseppe, no escatima esfuerzos en buscar para su primogénito la ocasión de hacer un buen y ventajoso matrimonio, por supuesto que según las perspectivas de alcanzar una mayor influencia social.

Pero Alfonso no se sentirá cómodo en esos ambientes de nobleza, y comienza a frecuentar otros ambientes, que en definitiva decidirán el rumbo de su vida. Ingresa a una Confraternidad en la cual junto con otros doctores y sacerdotes cultivan la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de los Sacramentos y la devoción a la Virgen María. Estos son los Oratorios fundados por San Felipe Neri. Así, Alfonso, por medio de esta Confraternidad, conoce el otro mundo, aquel que desde el boato de la alta sociedad no se divisa ni se percibe: es el mundo de los lazzaroni, los pobres de Nápoles. Alfonso se dedica al cuidado de enfermos en el Hospital de Los Incurables. Este será el mundo al cual Alfonso de Ligorio entregará todos sus esfuerzos y dedicación.

Cuando tiene unos 25 años de edad, realiza unos ejercicios espirituales durante una Semana Santa. Años más tarde reconocerá que esos días fueron para él el más grande regalo que la misericordia de Dios le había hecho. Impresionado ante la imagen de Cristo Crucificado pronuncia su adiós a las vanidades del mundo y promete vivir sólo para Dios y para su propia salvación. De ahora en adelante sus dedicaciones a cuidar a los enfermos incurables se alternarán con las visitas a Jesús en el Santísimo Sacramento.

Por otro lado la labor de Alfonso como abogado en los tribunales sólo conoce el éxito; sin embargo un acontecimiento vivido allí cambió definitivamente el rumbo de su vida. Desde hacía algún tiempo estaba trabajando en un pleito entre dos pudientes familias napolitanas. Alfonso, estudioso y meticuloso, al mismo tiempo que amante de la justicia en todo su sentido, dedica lo mejor de sí, como profesional, a defender la familia que según su criterio estaba en la verdad, sin embargo el Tribunal falla en su contra, en razón de arreglos extrajudiciales realizados fuera del Tribunal y abiertamente en contra de la justicia. Alfonso siente el golpe de la injusticia; en su desazón, sale del Tribunal repitiéndose interiormente: ¡Mundo te he conocido!...¡Adiós, Tribunales!

La decisión de Alfonso de abandonar el ejercicio de la abogacía es firme; se encierra en su cuarto y no quiere atender razones; se suceden y acrecientan los enfrentamientos con el duro carácter de su padre; rechaza, así, una y otra vez participar en nuevos pleitos judiciales al mismo tiempo que no desea por ningún motivo participar de fiestas ni actividades de la nobleza.

En una ocasión en que visitaba los enfermos del Hospital, meditaba sobre qué rumbo dar a su existencia. En medio de su meditación, percibe como una iluminación divina, una voz que le dice: ¡Sígueme!. Esto, se sucede una y otra vez, hasta que finalmente Alfonso no se resiste más y exclama: ¡Dios mío, aquí estoy; haz de mí lo que quieras! Se dirige ante una imagen de la Virgen de la Merced y como signo de su decisión, deposita a los pies de la imagen su espada de caballero que portaba como símbolo de su pertenencia a la nobleza napolitana.

¡El día 27 de octubre de 1723, a la edad de 27 años, Alfonso de Ligorio se reviste con la sotana del clero napolitano! ¡Es ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1726!


Sacerdote misionero en el camino de los abandonados y pobres

Alfonso se hace miembro de una asociación de sacerdotes, la Asociación de las Misiones Apostólicas. Comienza así su apostolado misionero en los alrededores de Nápoles.
Dos grandes personajes de la vida de santidad en la Iglesia, influyeron poderosamente en su vocación misionera. Uno de ellos es Santa Teresa de Jesús, quien será su maestra en la oración y en el amor a Jesús crucificado, tanto que llegará a llamarla tiernamente como su segunda madre, después de la Virgen María. El otro es San Francisco de Sales, de quien beberá el espíritu misionero.

Alfonso se dedica con entusiasmo al apostolado misionero y sobre todo a la predicación; sus palabras son sencillas, al alcance de todo entendimiento. Se dedica con particular empeño en el apostolado del Sacramento de la reconciliación. Su formación había sido en torno a una moral basada en el rigor, y en ese contexto, muchos sacerdotes negaban la absolución a los que acudían a confesarse. Alfonso, en cambio, asume una nueva actitud: desarrolla la benignidad pastoral centrada en la misericordia: Jesucristo había dado su vida en la cruz por la salvación y el perdón de todos, sin ninguna distinción, además de habernos llamado a ser misericordiosos como el Padre Dios es Misericordioso.

Como sacerdote misionero, Alfonso continúa su atención preferencial a los Lazzaroni, los pobres; ellos son los más abandonados de la atención pastoral de un clero que muchas veces tiene puestas sus preocupaciones en cosas más mundanas que en la salvación de las almas de aquellos que más lo necesitan. Su dedicación a la instrucción de los pobres lleva a Alfonso a desarrollar un método pastoral pionero al mismo tiempo que profético: los reúne en pequeños grupos, en los barrios populares, en las casas, en las capillas, en los lugares de trabajo. Allí imparte la catequesis, celebra el sacramento de la reconciliación, y muchos son los que descubren a Cristo y transforman sus vidas por el amor y el cariño con que son acogidos. Las reuniones se multiplican en las plazas, en los talleres, en los galpones, en donde los pobres viven; se realizan al finalizar las jornadas de trabajo, por lo que recibirán el nombre de Capillas al atardecer. Esta obra de Alfonso seguirá dando frutos hasta mucho tiempo después.

En sus primeros tiempos de sacerdote, Alfonso aún vive en su casa paterna. Las relaciones con su padre fueron ablandándose paulatinamente, hasta que un buen día llegó la reconciliación definitiva. No obstante, hacia el año 1729, Alfonso decide dejar la casa paterna e integrarse en el Seminario que el Padre Mateo Ripa decide abrir para preparar misioneros que fueran a evangelizar la China. Alfonso también quería ser de aquellos misioneros.

La atención de Alfonso, poco a poco fue centrándose cada vez más en los pobres que se multiplicaban en el reino de Nápoles, especialmente entre los pastores de ovejas y cabras de las montañas; pueblo pobre, analfabeto y hambriento. Realidad muy contrastante con la que se vivía en el gran centro urbano que era la ciudad de Nápoles.

La dedicación de Alfonso a sus apostolados lo llevan a un estado en que sus fuerzas físicas se ven muy debilitadas. Es necesario reponer energías y recuperar la salud quebrantada. Transcurría la primavera de 1730 y decide dirigirse a las montañas de la ciudad de Scala, en Santa María de los Montes. Allí se encontró, de manera impresionante, con el abandono y la miseria de los montañeses. Alfonso, inflamado de misericordia por los abandonados y pobres no los ignora, al contrario, se dedica a ellos y así, el descanso se transformó en una constante y fructífera misión.

Terminado el tiempo propuesto, Alfonso vuelve a Nápoles con la decisión marcada en su temple: hay que dedicarse a atender a los abandonados y los pobres. Va surgiendo y madurando cada vez más la idea de una Congregación Misionera que se dedique a este apostolado. Dos personas influyeron poderosamente en la maduración de esta idea en Alfonso: El obispo Falcoia y la monja María Celeste Crostarrosa. ¡La fundación se concretiza el 9 de noviembre de 1732!, dando origen a la Congregación del Santísimo Salvador, que después derivaría en la denominación de Congregación del Santísimo Redentor, nombre del Instituto religioso que hoy reúne a los seguidores de Jesucristo según el carisma de San Alfonso, conocidos también como Misioneros Redentoristas.


Misioneros entre los más abandonados y entre los más pobres

Las misiones del nuevo Instituto se suceden rápidamente y con ellas las primeras fundaciones de las comunidades redentoristas. Las misiones son extensas y sin prisas; duran al menos quince días, en los cuales se pretende iniciar al pueblo en la meditación y la oración en torno a las verdades de nuestra fe: la encarnación, la pasión de Jesucristo, la confianza en la mediación de María Santísima, etc. El lenguaje era sencillo pero de mucha convicción. Precisamente este era el gran fin que se debía conseguir en la misión: convencer la inteligencia y ganar la voluntad para la conversión. Se debía, por lo tanto, abandonar la intimidación, el método del terror, muy utilizado por entonces, de amenazar con las penas del infierno para lograr la conversión. Las que perseveran son las conversiones por convicción y no las por intimidación.

Pero Alfonso no sólo quiso acercarse a los más abandonados y entre ellos a los más pobres, sino que quiso además quedarse en medio de ellos, hacer su vida en medio de ellos, por eso es que el distintivo de las casas fundadas para su Congregación era el de estar ubicadas en medio de los pobres y viviendo al estilo de los pobres. Esto no sólo ayuda a la misión en lo que concierne al testimonio sino que además alcanza a otro objetivo propuesto por Alfonso como era el de renovar periódicamente la misión para no perder los frutos logrados, puesto que la perseverancia siempre ha sido y lo seguirá siendo, una virtud difícil de hacerla vida.
Misionero de la pluma y los escritos.

Alfonso puede ser calificado como un hombre extremadamente erudito, es decir muy preparado intelectualmente hablando. Por otro lado, el contexto histórico en que le correspondió vivir es el del siglo 18 conocido como El siglo de las luces o también como el de La Ilustración. Puso al servicio del apostolado misionero todas sus capacidades intelectuales, especialmente las que dieron origen a sus escritos tanto en obras de Misionología, de Espiritualidad y sobre todo en sus obras de Teología Moral.
La reforma de la vida cristiana tiene en los retiros espirituales una fuente de inspiración que Alfonso aprovecha al máximo, por ello es que la predicación de retiros es tarea central en su apostolado. Estos ejercicios forman parte del esquema
misionero popular pero también con destinatarios en los miembros de las clases dirigentes de la sociedad, y por supuesto que sacerdotes, religiosos y religiosas. De estos ejercicios espirituales brotan una cantidad de escritos como Reflexiones para los obispos, Visitas al Santísimo, Práctica de amor a Jesucristo, etc.

Sus obras pasaron largamente del centenar, en más de 20.000 ediciones, y en más de 70 idiomas. De entre todas ellas, tal vez la más importante es su Teología Moral, obra por la cual es considerado el más grande moralista de los tiempos modernos y que le ha valido la declaración de Doctor de la Iglesia y Patrono de Moralistas y Confesores.

Los sinsabores y malsabores de los finales de su vida.
El año 1762 el Papa Clemente XIII designó a Alfonso Obispo de la diócesis de Santa Agüeda de los Godos, cuando tenía 66 años de edad. Esto, no obstante la decisión de Alfonso de no aceptar ningún cargo jerárquico fuera de la Congregación; sin embargo ante la insistencia del Papa y a pesar de su débil salud, finalmente aceptó la responsabilidad. Allí se dedicó con entereza a sus oficios de pastor ocupándose especialmente del cuidado del Seminario para preparar sacerdotes capacitados para el ministerio de la Predicación y de la Confesión; misionó además toda su diócesis, y por supuesto que se ocupó especialmente de atender la pobreza de los pobres y el abandono de los abandonados. Tras repetidos intentos, finalmente el Papa Pío VI acepta su renuncia al obispado, en 1775, luego de 13 años de fructífero gobierno de su diócesis.

Sin embargo una última y tremenda cruz espera a Alfonso hacia el final del camino, para purificarlo totalmente en su amor al crucificado y a su Iglesia. Preocupados por la aprobación por parte del rey de Nápoles, algunos Redentoristas elaboraron un reglamento de acuerdo a las exigencias del gobierno real, distinto del reglamento aprobado por el Papa Benedicto XIV en 1749, por el cual Alfonso había luchado hasta conseguirlo. Alfonso, en su ancianidad y como rector mayor del Instituto, engañado, firmó aquel reglamento sin darse cuenta de las trampas en que lo habían hecho caer. El rey de Nápoles acepta el reglamento pero la Santa Sede lo desconoce y considera como miembros fuera de la Congregación a los que habitan en el Reino de Nápoles. Así, Alfonso se encuentra fuera del Instituto religioso fundado por él y por el cual había luchado toda su vida.

En medio de esta prueba sólo atina a expresar: ¡Voluntad del Papa, es voluntad de Dios!

Alfonso muere rodeado de sus hermanos de comunidad el día 1 de agosto de 1787, a los 90 años de edad, cuando las campanas de su convento señalaban la hora del Angelus.

Fue beatificado en 1816 por el Papa Pío VII. Canonizado, es decir, elevado a los altares para ser venerado como Santo, por el Papa Gregorio XVI en el año 1839. Es declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Pío IX en el año 1871. Y finalmente es nombrado Patrono de Moralistas y Confesores en el año 1950 por el Papa Pío XII.

El recuerdo de este gran hombre en la Iglesia de nuestros días lo manifiesta la existencia de su gran obra apostólica plasmada en la Congregación del Santísimo Redentor, extendida por todo el mundo, en los cinco continentes, en las más diversas lenguas y culturas, en los conocidos popularmente como Misioneros Redentoristas.

Para mayores informarciones, contactarse con el Padre José Padilla Cancino CSsr., Rector del Instituto Superior de Teología y Pastoral Alfonsiano y Coordinador del sito web de los Redentoristas en Chile
www.redentoristas.cl


Fuente: Comunicaciones Instituto Alfonsiano
Santiago, 31-07-2005