Año tras año, el mundo renueva su esperanza y vuelve a expresar sus propósitos de paz y de fraternidad, estimulado por la presencia del Señor que nace en Belén.
Los Obispos Católicos de Chile, al hacerles llegar nuestro saludo navideño, quisiéramos expresar también nuestra esperanza:
- contemplando al Niño débil en que se manifiesta el Dios Todopoderoso, esperamos que los chilenos aprendamos a penetrar el interior de las personas, superando las apariencias exteriores. Así podremos reconocer el aporte que cada uno puede hacer para el bien de la Patria. En efecto, más allá de las maneras de pensar y de decir, más allá de la edad o la condición social, se encuentran -con toda su riqueza- los talentos que el Señor ha concedido a cada hombre, para el bien de los hermanos;
- mirando a Jesús de Nazaret, a María, a José y a los pastores que creyeron en quien contemplaban, nosotros esperamos que todos reconozcamos la especial presencia de Dios que se manifiesta en los más pobres y débiles de esta tierra;
- fijándonos atentamente en el que nace, veremos que se trata nada menos que de Dios hecho hombre. Esperamos que si Dios nos ha amado tanto como para hacerse igual a los hombres en todo, menos en el pecado, nosotros seamos capaces de hacer otro tanto. Esperamos, pues, que reconozcamos la dignidad de la persona humana, que restablezcamos la plena justicia, y que construyamos un pueblo en que el único privilegio que exista sea el privilegio de servir a los demás.
Al expresar nuestra esperanza -¡cuántas más quisiéramos expresar!- nos damos cuenta que, en el fondo, esperamos que se restablezca la Paz: la paz que se construye y la paz que es un don; la paz del corazón y la paz fruto de la justicia; la paz que procura el desarrollo y la paz que surge de la contemplación; la paz inestable de los hombres y la paz estable que sólo Dios puede conceder.
Junto a los Reyes venidos de oriente para adorar al Niño que nace, dejemos nuestros dones junto al pesebre, y pidámosle al Príncipe de la Paz que El nos conceda lo que nosotros no sabemos realizar: que purifique el corazón y la mente de quienes creen que el hombre ha sido hecho para luchar contra su hermano; que borre las heridas profundas que son fruto de nuestros conflictos fratricidas; que las enormes sumas que destinan los hombres para la guerra se inviertan en nuestros pueblos que necesitan ese mismo dinero para dar trabajo, comida, educación y salud; que acalle la voz de quienes llaman a la guerra y que, finalmente, extienda por todo el orbe su reinado de Paz. Sólo así podremos cantar con verdad el Himno de Navidad:
“Gloria a Dios en el cielo
y paz en la tierra a los hombres
que El tanto quiere”
† Juan Francisco Fresno L.
Arzobispo de La Serena
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
Santiago, 20 de diciembre de 1976