Arzobispo hizo un llamado a orar más por las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada, destacando como instancia privilegiada el tiempo de Misión Jóven y la Eucaristía como “centro vital” de todo camino vocacional.
Un encuentro de sacerdotes, tanto religiosos como diocesanos, se realizó en la casa de retiros Nazareth de Puerto Montt donde se reflexionó sobre el “Misterio Pascual en la Vida Sacerdotal”, tema a cargo del sacerdote jesuita Eduardo Ponce.
El encuentro finalizó al medio día con una solemne exposición y adoración Eucarística. Por la tarde se realizó la reunión mensual de presbiterio en el mismo lugar.
Posteriormente todos los sacerdotes se dirigeron hacia la iglesia Catedral donde el Arzobispo presidió la Solemne Misa Crismal a las 19 horas.
Durante la Eucaristía Monseñor Cristián Caro hizo una detallada catequesis sobre el significado de la Misa Crismal. Luego llamó a preocuparse y orar más por las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada, destacando como instancia privilegiada el tiempo de Misión Jóven y la Eucaristía como “centro vital” de todo camino vocacional.
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Homilía en Misa Crismal
Iglesia Catedral de Puerto Montt, Miércoles Santo 4/IV/2012
Textos: Is. 61,1-3ª.6ª.8b-9 / Sal 88 / Apoc. 1,5-8 / Lc 4,16-21
1. El Jueves Santo es el Día de la Eucaristía, del sacerdocio y del mandato del amor fraterno. Nosotros lo anticipamos, en cierto modo, celebrando en esta tarde del Miércoles Santo, la Misa Crismal.
Hoy se congrega todo el presbiterio y también los Diáconos en torno al Obispo, unidos como las cuerdas a la lira, según la expresión de san Ignacio de Antioquía.
Representamos a Cristo, Cabeza del gran Cuerpo de la Iglesia, formada por la multitud de fieles que colman este Templo Catedral.
Los sacerdotes renuevan hoy los compromisos hechos el día de su Ordenación, es decir, su fidelidad en el servicio de Cristo, de la Iglesia y del pueblo que se les ha confiado. “Todo gesto ministerial, a la vez que lleva a amar y servir a la Iglesia, ayuda a madurar cada vez más en el amor y en el servicio a Jesucristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia; en un amor que se configura siempre como respuesta al amor precedente, libre y gratuito de Dios en Cristo” (PDV, 25) recordaba Juan Pablo II, que hoy hace 25 años visitaba Puerto Montt.
2. En esta Santa Misa, el Obispo con su presbiterio, consagra el crisma, hecho de aceite vegetal mezclado con sustancias aromáticas; es el óleo que consagra a las personas, a los templos y altares para Dios.
Puesto, con la señal de la cruz, sobre la cabeza del bautizado simboliza que el cristiano es ya “para siempre miembro de Jesucristo, sacerdote, profeta y rey”. En el Sacramento de la confirmación, mediante la unción del santo Crisma en la frente, “los bautizados se enriquecen con la fortaleza especial del Espíritu Santo, se unen más estrechamente a la Iglesia y se obligan, con mayor compromiso, a difundir y defender la fe, con palabras y obras, como auténticos testigos de Cristo” (L.G., 11).
El santo crisma es derramado sobre la cabeza del que ha sido ordenado obispo y con él se ungen las manos de los sacerdotes, para que actúen en todo en la Persona de Cristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia. “Sigan a Cristo, sean sus manos y su corazón” nos decía el Beato Juan Pablo II.
También los Templos sólidos y los altares fijos son dedicados a Dios mediante la unción con el Santo Crisma, recordándonos que Cristo Jesús es Templo y Sacrificio, Sacerdote y Altar, que se ofrece al Padre y se nos da como alimento en la Eucaristía.
Cada vez que se efectúa la unción con el Santo Crisma se significa que Jesús es el Cristo, el Ungido o consagrado por el Espíritu Santo, como lo recuerda el Evangelio de hoy, (cf. Lc 4,18), y como El mismo definió su identidad: “Aquel a quien el Padre consagró y envió al mundo” (cf. Jn 10, 36).
Junto con el Crisma, el Obispo bendice también el Oleo para la unción de los enfermos –asociándolos al Cristo sufriente-, y el Oleo de los catecúmenos, para ungir a los adultos que serán bautizados.
Es bueno, hermanos sacerdotes, recordar la dimensión de la alegría, propia de los ungidos: “Dios, tu Dios te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros”. Y San Pablo en 2 Cor 2,14 dirá “Valiéndose de nosotros, Cristo esparce en todo lugar el buen olor de su conocimiento”. “La casa se llenó de la fragancia del perfume”, dirá San Juan, comentando la unción con perfume de nardo puro hecha por María de Betania en los pies de Jesús, anticipando así su sepultura.
La alegría y el buen aroma de la caridad deben caracterizar nuestra vida y ministerio de ungidos del Señor. Son dones de Dios que hay que pedir y también cultivar, no solo los ministros ordenados del Señor, sino también los fieles que han sido ungidos en el bautismo y la confirmación y son un “pueblo profético, sacerdotal y real”.
3. “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír” (Lc. 4,21). Así comenzó la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Acababa de leer el pasaje de Isaías 61,1-2, donde el profeta, en primera persona, se presenta a sí mismo como ungido por el Espíritu Santo y enviado para llevar la buena nueva a los pobres, vendar los corazones rotos, anunciar la redención a los cautivos y a los prisioneros la libertad; y anunciar el año de gracia del Señor (el año jubilar). Como un heraldo, el profeta anunciaba la llegada del Mesías que traería una plenitud de bienes, liberando al pueblo de sus aflicciones.
Al decir “hoy se ha cumplido esta Escritura”, Jesús señala que El es el Mesías, el Ungido por el Espíritu Santo (el Cristo) para anunciar y hacer presente la salvación a todos los hombres.
Lo notable es que ese “hoy” sigue vigente es siempre actual, porque Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre (cf Heb. 13,8). Y nosotros, ministros del Señor, con toda verdad y con temor y temblor, también podemos decir: “Hoy se cumple en cada uno de nosotros esta Escritura que acabáis de oír”.
Por eso, decimos con San Juan, autor del Apocalipsis: “Al que nos amó y nos libró de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho estirpe real, sacerdotes para su Dios y Padre, a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”.
El Papa Benedicto -comentando el cap. 4 de Efesios- ha dicho al clero de Roma- y también a nosotros: “Hemos recibido una llamada”.
“Hay una voz que me ha llamado, una voz que sigo. Y mi vida debería ser un entrar cada vez más profundamente en la senda de la llamada, seguir esa voz y así encontrar el verdadero camino y guiar a los demás por este camino”.
San Pablo nos exhorta a comportarnos de manera digna de la llamada recibida: la primera llamada, en el bautismo para pertenecer a Cristo -esto nos toca a todos-, y luego la llamada a ser pastores a su servicio, atentos a su voz para ayudar también a los demás a oír la voz del Señor que llama.
Así, la vocación sacerdotal es una llamada a la esperanza para construir el “nosotros” de la Iglesia. Implica eclesialidad en el sentido de dejarse ayudar por el “nosotros” y de construir este “nosotros” de la Iglesia. En otras palabras, “el ministerio ordenado tiene una radical
y puede ser ejercido sólo como una ” (PDV, 17).
Esto implica algunas virtudes que S. Pablo destaca, y que son los elementos del caminar juntos: primero, la humildad, luego la mansedumbre, la magnanimidad y el “sobrellevarse mutuamente con amor” (Ef. 4,2). En resumen, la llamada de Dios nos invita a entrar por el camino de Cristo, manso y humilde de corazón, que pasó haciendo el bien. Esto supone presbíteros humildes y libres de vanaglorias, capaces de entregarse con caridad pastoral y de afrontar el “analfabetismo religioso”- que aflige también a los cristianos- para dar a conocer la verdad a todos los hombres.
4. Ahora bien, “el gran sufrimiento de la Iglesia de occidente –decía el Papa es la falta de vocaciones sacerdotales”. Y añadía: “el Señor llama siempre; lo que falta es la escucha”. Recordemos que Jesús al ver a la muchedumbre se conmovió en las entrañas porque estaban como “ovejas sin pastor” y mandó a sus discípulos: “Rogad, pues al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Las vocaciones son la respuesta de Dios a una comunidad orante, decía el beato Juan Pablo II. Acudamos a nuestros dos monasterios con jóvenes para orar y ver orar.
Entre el 22 y el 29 de abril celebraremos la Semana Vocacional. El umbral gozoso de esa semana será la Ordenación diaconal de Cristián Bahamonde. ¡Cómo no agradecer a Dios su llamado y cómo no retribuir su don, con una oración insistente en las familias, los colegios, las parroquias, los decanatos y los movimientos apostólicos, -haciendo de todos ellos ambientes favorables, lugares de discernimiento, acompañamiento y verificación vocacional- para que el Señor nos dé pastores según su corazón! Con creatividad pastoral preparemos y realicemos la Semana Vocacional, aprovechando el testimonio de la Ordenación del nuevo diácono y convidando jóvenes con signos vocacionales a la primera Jornada Vocacional Arquidiocesana, el sábado 28 de abril, en nuestro Seminario Menor de Puerto Montt. ¿Qué haces? ¡Estar atentos a los jóvenes, escuchar y atreverse a llamar! multiplicar los grupos de oración y adoración por las vocaciones; realizar talleres de discernimiento vocacional, celebraciones penitenciales, retiros, jornadas vocacionales, dar testimonio de la propia vocación, con alegría y el buen olor de la caridad.
En su Mensaje para el Domingo del Buen Pastor, 29 de abril, IV de Pascua y Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, el Papa dice que “las vocaciones son un don de la caridad de Dios”. En el origen de la llamada divina está la iniciativa del amor infinito de Dios, que se manifiesta plenamente en Jesucristo”. Es preciso, por tanto, volver a anunciar, especialmente a las nuevas generaciones -la gran oportunidad es la Misión Joven- la belleza cautivadora del amor de Dios, que toma la iniciativa, se acerca y acompaña –como lo hizo con los discípulos de Emaús- por su Hijo y su Espíritu.
En la apertura al amor de Dios y como fruto de ese amor, nacen y crecen todas las vocaciones: así con el trato frecuente con la Palabra y los Sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía, será posible vivir el amor al prójimo en el que se aprende a descubrir el rostro de Cristo Señor.
Amor a la Palabra de Dios, a través de una creciente familiaridad con la Sagrada Escritura, oración personal y comunitaria atenta y constante, y Eucaristía son el tesoro precioso para descubrir los signos vocacionales y sentir la llamada de Dios en medio de tantas voces que llenan la vida diaria.
Pero, sobre todo, que la Eucaristía sea el “centro vital” de todo camino vocacional: es aquí donde el amor de Dios nos toca en el sacrificio de Cristo, expresión perfecta del amor, para que amemos “como” Cristo amó.
Pienso que si lográramos que nuestros niños de Primera Comunión y nuestros jóvenes de Confirmación participaran todos los domingos en la S. Misa, y acompañáramos espiritualmente a esos jóvenes tendríamos vocaciones. Esa debía ser una de las metas de la Misión Joven. Cada año hacen su confirmación alrededor de 1600 jóvenes y muchos más niños su Primera Comunión. ¡Cómo no va a estar llamando el Señor a algunos de entre ellos! Pero deben permanecer cerca del Señor, de su Palabra y del altar, de la mano de la Virgen y de rodillas ante el Santísimo y en el Confesionario. Otra meta de la Misión Joven es convocar en forma abierta a jóvenes para hablarles de Jesucristo, que lo conozcan, lo amen y lo sigan.
Vuelvo a recomendar a este respeto el Catecismo Juvenil, YOUCAT.
En este sentido, la Misión Joven y el Año de la Fe se potencian mutuamente. La fe es un encuentro personal con Cristo, al ser tocados por su amor y poner en El la confianza. Pero la fe tiene también un contenido. Necesito saber quién es el Señor, cuál es su camino, cuál es su verdad, qué vida me quiere transmitir. Y todo eso, en la Comunidad de la Iglesia, el “nosotros” eclesial
5. Volvamos nuestra mirada de fe hacia la gran creyente, modelo y guía de todas las vocaciones en la Iglesia, la Virgen María. “Por la fe, María acogió la palabra del ángel y creyó en el anuncio de que sería Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc. 1,38), “dice el Papa en la Carta Apostólica convocando el Año de la Fe.
Confiemos también nosotros a la Madre de Dios, proclamada “bienaventurada porque ha creído” (Lc. 45), este tiempo de gracia que es la próxima Ordenación diaconal y la Semana Vocacional, en el contexto de la Misión joven y del Año de la fe, que estamos preparando.
¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén!
† Cristián Caro Cordero
Arzobispo de Puerto Montt
Fuente: Comunicaciones Puerto Montt
Puerto Montt, 05-04-2012