Este año se cumplen 100 años de la canonización de Gerardo Mayella, por eso la Congregación del Santísimo Redentor ha propuesto la celebración del “año gerardino”, colocando en el centro de la atención, la figura de este santo del siglo XVIII.
San Gerardo fue un enamorado del Señor en el sacramento de la Eucaristía; nada había más sublime para él que recibir al Señor sacramentado y adorarlo en el sagrario; también tuvo una gran preocupación por los pobres y desposeídos. Su figura se venera en la Basílica del Perpetuo Socorro, ubicada en la calle Blanco Encalada 2950.
Su historia
En Muro, una pequeña ciudad del sur de Italia, nació Gerardo, el año 1726. Su familia la constituían sus padres Domingo Mayella y Benita Galella y otros cuatro hermanos; Gerardo era el menor. Una familia ejemplar donde doña Benita resplandecía por su sencillez, humildad y piedad, virtudes que impregnó en toda su familia y particularmente en su pequeño Gerardo.
Al cumplir siete años de edad, Gerardo comenzó a frecuentar la escuela donde se manifestó desde temprano como un niño extraordinario por la rapidez con que aprendió a leer y escribir y además porque mientras los demás muchachos de su edad se dedicaban a los juegos propios de su edad, Gerardo prefería las devociones religiosas y las oraciones.
El padre de Gerardo era un humilde sastre del pueblo que con mucho esfuerzo lograba mantener a su familia. Cuando Gerardo tenía doce años de edad falleció don Domingo, su padre, y debió, por lo tanto, asumir el sostén de su familia; se hizo aprendiz de sastre poniéndose al servicio de otro sastre del pueblo y pese a los maltratos que éste le infligía estuvo a su servicio durante cuatro años. Después de esta experiencia laboral, se puso al servicio del obispo de Lacedonia hasta la muerte de éste; fueron tres años de vejaciones y sufrimientos por el difícil carácter del obispo y los maltratos hacia Gerardo. Con esta segunda experiencia laboral regresa a Muro cuando tiene 19 años de edad e inicia una nueva experiencia: se establece como sastre con su propio taller; el trabajo va bien y lo que recauda, que no es mucho, lo divide entre su familia, los pobres y ofrendas para misas.
El llamado del Señor
El llamado que siente que el Señor le hace lo lleva a solicitar el ingreso con los frailes capuchinos, solicitud que no es aceptada. Decide hacerse ermitaño, pero sus exageraciones en las mortificaciones llevan a su director espiritual a obligarle a desistir de esa experiencia.
En 1749, los misioneros redentoristas predican unas misiones en Muro; Gerardo se enamora del estilo de vida de estos misioneros y solicita ser admitido en el grupo; el Superior es el Padre Cafaro quien lo rechaza aduciendo como razón la mala salud de Gerardo, pero éste insiste tanto que el Padre Cafaro aconseja a su familia que lo encierren en su habitación. No obstante Gerardo logra escaparse, descolgándose por la ventana y da alcance a los misioneros que ya habían partido de Muro; les implora: “Llévenme con ustedes, denme una oportunidad; si no valgo, me despiden”. Ante tanta insistencia, el Padre Cafaro lo envía a la comunidad Redentorista de de Iliceto con una carta que decía: “Les mando a otro hermano inútil”.
Ya con los Redentoristas, Gerardo se enamora totalmente del estilo de vida que Alfonso, el fundador de los Redentoristas, había establecido para la vida en común; vibra de emoción al descubrir que el amor a Jesús en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía es el centro de vida de la comunidad, acompañado de un profundo amor a María. Realizó su primera profesión religiosa el 16 de julio de 1752. Desde aquel día, a excepción de alguna breve visita a Nápoles y del tiempo pasado en Caposele, donde murió antes de la medianoche del 15 de octubre de 1755 contando sólo 29 años de edad, la vida de Gerardo se desarrolló en la comunidad de Iliceto.
En su vida de santificación Gerardo se entregó de lleno a los oficios menos reputados y de más difícil ejecución; el preferido de ellos fue el de portero del convento donde vivía la comunidad, porque allí podía acoger a los mendigos y a mucha gente necesitada que acudía en busca de ayuda. Fue un trabajador incansable provocando la admiración de todos los que lo veían trabajar porque no comprendían cómo podía tener tantas energías una persona de condición física tan desmejorada; demás está decir que esas energías las adquiría en su profundo contacto con el Señor mediante la oración. Fue un enamorado del Señor en el sacramento de la Eucaristía; nada había más sublime para él que recibir al Señor sacramentado y adorarlo en el sagrario; por ello es que podía adorarlo tan apasionadamente en los pobres donde ciertamente el Señor está en medio de nosotros.
Modelo de los hermanos legos
Pío IX calificó a San Gerardo de “perfecto modelo de los hermanos legos”, y León XIII afirmó que ha sido “uno de los jóvenes más angelicales que Dios haya dado a los hombres por modelo”. Otros afirman de él que fue el más famoso taumaturgo del siglo XVIII; son innumerables los relatos que consignan alguna intervención milagrosa de San Gerardo. Una de esas intervenciones a favor de una mujer en dificultades en el momento de dar a luz le ha conferido la confianza popular de las mujeres embarazadas y lo han constituido su patrono y protector.
San Gerardo es un santo popular y concita admiración y devoción especialmente entre los más abandonados y los más pobres, los primeros destinatarios del Evangelio de Jesucristo.
Fuente: DOP Santiago
Santiago, 07-06-2005