Late en todo hombre un gran deseo: la espera ansiosa de una buena noticia.
El enfermo, largo tiempo postrado, espera la palabra del médico que le diga: “¡estás sano!”
El encarcelado espera el anuncio de su libertad.
El que lleva muchos meses sin trabajo espera al que lo llame: “ven a trabajar conmigo”.
El que clama justicia y no es oído espera que alguien le asegure: “yo te haré justicia”.
El que, esclavo de su orgullo, de su dinero, o de su bienestar, siente en lo íntimo un vacío, espera a alguien que le enseñe a amar.
Todos vivimos en anhelante espera, deseando lo que nos hace falta para ser felices y hacer felices a los demás.
Ese anhelo, ese deseo, esa esperanza nos preparan para una auténtica Navidad.
Navidad es la visita de Dios a los hombres.
Navidad es la respuesta de Dios a nuestros deseos.
Navidad es la buena noticia largamente esperada.
Hay hermanos que dicen:
“¡Llamé y nadie me escuchó! ¡Busqué y nada encontré! ¡Pedí amor y sólo hallé indiferencia, sordera, egoísmo, rechazo, prepotencia, odio! ¡Ya me cansé de esperar!”
En la noche de Navidad, el Ángel aparece a los pastores de Belén. Ellos sienten temor. “No tengan miedo”, les dice el Ángel, “les traigo una buena noticia, causa de alegría para todos.
¡Hoy nació para Uds. un Salvador, un Enviado, el Señor!”
¿Perdiste la esperanza?
¿Nada te interesa ya?
¿Ha sido demasiado larga la espera?
¿La resignación o la rebeldía ya se arraigaron en tu alma?
Escucha al Ángel del Señor:
“¡Les traigo una buena noticia, causa de alegría para todos!
¡Viene el Salvador, el Enviado, el Señor!”
¿Crees tú que viene, con más fuerza y eficacia que todos los que el mundo adora como salvadores?
¿Crees tú que es el Enviado, el único capaz de salvar a todos los hombres y de salvar el hombre todo?
¿Crees tú que es el único Señor, el que conduce la historia y que no hay otros señores fuera de El?
Cristo viene a ver su obra.
A los unos los encontrará dormidos, en su conformismo indiferente.
A los otros los hallará ausentes o distraídos, siendo que El nos pide estar en vela siempre.
A otros los sorprenderá maltratando a sus hermanos, como si El no hubiera de venir más.
A otros, cerrado el Evangelio, para no oír la Palabra que molesta e interpela.
“¡Despierten, les grita Cristo, dejen el mal y vengan!
Trabajen para suprimir la injusticia y el pecado.
Amen: no sea que tenga que decirles: ‘Tuve hambre y no me dieron de comer; estuve enfermo o encarcelado y no me vinieron a ver; estuve desnudo y no me dieron con qué cubrirme’.”
Navidad, tiempo de amor.
De amor generoso, que comparte el pan, el afecto, la seguridad, la alegría.
De amor humilde, que reconoce errores, que sabe pedir perdón, que sabe perdonar y servir.
Hermanos, muchos esperan en Cristo y en su Iglesia, en nosotros que la tenemos en nuestras pobres manos, y nos quieren más fieles a nuestro Señor y Maestro: ¡no los frustremos!
Los pastores eran pobres. Pero el recién nacido era más pobre que ellos. Por eso no fueron a saludarlo solamente con un corazón lleno de cariño. Le llevaron sus dones, sencillos pero reales. Hagamos nosotros lo mismo. No nos quedemos en buenos sentimientos: pasemos a la acción.
¡Atrás los viejitos pascueros, los árboles de pascua, los trineos y la nieve de algodón, las tarjetas lujosas, las fiestas millonarias, los regalos espléndidos: no son chilenos y no son cristianos!
¡Adelante el pesebre, Jesús, María y José!
Para muchos la Navidad este año será triste: no hay plata. Los sueldos no alcanzan. Hay cesantía.
Que el que pueda gastar mucho, voluntariamente no lo haga, por respeto a la pobreza ajena y para poder ayudar a los que no tienen.
Reservemos los juguetes a los más pequeños. El niño más grande prefiere ropa, zapatos, y los necesita.
Durante el año escolar, los chicos tienen almuerzo en sus escuelas. Ahora, en el verano, la desnutrición amenaza. Ayudemos a los comedores populares que se han organizado en varias poblaciones, para atender a este problema, y con el esfuerzo de los mismos pobladores.
Visitémonos unos a otros para conocemos, para que ricos y pobres se comprendan, se ayuden y se quieran mutuamente.
Acordémonos de los que están presos o tienen familiares presos, o fuera del país, o lejos de la casa. De los enfermos y ancianos. De los cesantes y de los que no tienen lo necesario para vivir dignamente.
Busquemos soluciones de fondo, pero no olvidemos las situaciones de emergencia. Austeridad para gastar, generosidad para compartir, esfuerzo para producir: llevemos al pesebre esos dones actuales y eficaces con el mismo corazón sencillo y afectuoso de los pastores de Belén.
El Comité Permanente del Episcopado
Santiago, diciembre 12 de 1974