1. Del 18 al 25 del presente, la Iglesia Católica está celebrando su 40º Congreso Eucarístico Internacional en la ciudad de Melbourne, Australia. Por petición expresa del Papa Paulo VI, dicho evento tiene como tema central de reflexión el \"mandamiento nuevo\" que Cristo nos dejó: \"Ámense unos a otros como yo los he amado\" (Juan 13,34). Católicos de los diversos continentes han peregrinado hasta Melbourne y allí, a la luz de este lema, tratan de profundizar en diversas dimensiones y exigencias del misterio eucarístico, como ser sus proyecciones ecuménicas, su relación con los problemas sociales y las urgentes necesidades de los países del \"Tercer Mundo\".
2. A nosotros, los católicos de Chile, se nos ha invitado a unirnos a este acto. Estamos seguros que tal invitación contiene un llamado del Señor y deseamos responder a ella. Queremos hacerlo con nuestras oraciones y, especialmente, tratando de discernir el mensaje y las exigencias que Dios envía a través de él a nuestra Iglesia chilena, dados los cruciales momentos que vive nuestra patria.
3. Estamos a escasos días de importantes elecciones. La contienda política se desarrolla en un clima violento y duro, y el apasionamiento amenaza con hacer perder a muchos cristianos la objetividad y serenidad de espíritu necesarias para valorar, a la luz de la fe, el sentido verdadero y profundo de lo que en Chile se está debatiendo hoy. Existe el riesgo de enfocar las cosas en una perspectiva egoísta y sectaria, encerrándose cada cual en el círculo de los intereses inmediatos y estrechos del propio grupo, partido o candidato. Semejante actitud conduce a postergar los auténticos intereses comunes de los chilenos y, al mismo tiempo, oscurece la meta hacia la cual los cristianos debiéramos impulsar incesantemente la historia y la naturaleza de los medios que el Señor nos pide emplear al servicio de dicha tarea. En estas circunstancias, el Congreso Eucarístico de Melbourne aparece como una luz clara y un apremiante llamado de alerta.
4. Esa reunión de cristianos de diferentes países, raza y condición, que en Melbourne se juntan en torno a la mesa del Señor para compartir fraternalmente un mismo Pan, se nos ofrece como el signo vivo de la vocación de la humanidad. Dios nos creó y a través de su Hijo Jesucristo nos ha convocado para ser un gran pueblo de hermanos: de hermanos capaces de sentarse a una misma mesa para compartirlo todo entre sí, tal como el Señor comparte con nosotros todo lo que Él es y posee: su Cuerpo y su Sangre, su Padre y su Reino. Pero Cristo no limita esta entrega de sí a la Cena eucarística. Así también nuestros hermanos de Melbourne nos recuerdan -a través del lema y de los temas de reflexión escogidos para su Congreso- que nuestra fraternidad cristiana no puede reducirse a los instantes en que nos congregamos en torno al altar. La Eucaristía exige proyectarse en nuestra vida diaria. Ningún cristiano puede, sin incurrir en una farsa hipócrita, sentirse hermano de otro al compartir el Pan del Señor, si no busca compartir con ellos, con igual amor, el pan de cada día, y si no lucha denodadamente para que las relaciones de trabajo entre los hombres -de las cuales depende ese pan- lleguen a estar realmente impregnadas por aquella misma fraternidad que en torno al altar proclamamos. Cada chileno que participe en la Cena del Señor y que sinceramente desee amar a los demás como El nos amó, debe considerar como urgente tarea suya el promover todos aquellos cambios sociales que aseguren, en torno a la mesa común de los chilenos, un espíritu fraternal de amor y justicia, de igualdad y respeto mutuo. Cada vez que celebramos la Eucaristía deberíamos renovar ese compromiso, y con esa luz debería cada uno fijar su posición y su actitud personal frente a las próximas elecciones. Esa es nuestra verdadera meta: el esfuerzo por convertir nuestra fraternidad en torno al altar en auténtica fraternidad de la vida y del trabajo.
5. Otra cosa importante nos recuerda también el Congreso de Melbourne: que a esa comunidad de amor fraternal sólo puede llegarse por caminos de amor, por los caminos de Cristo. Es falso que mediante el odio y la violencia pueda construirse una sociedad mejor, porque toda sociedad permanece para siempre fatalmente marcada por el espíritu que le dio origen. Es falso que primero debamos hacer la revolución para que más tarde pueda venir el amor: porque si no estamos haciendo una revolución de amor no estamos trabajando con Jesucristo. Es falso que el odio pueda llegar -bajo ninguna condición- a ser moralmente legítimo: porque \"todo el que odia a su hermano (es decir, cualquiera, sin distinción de motivos ni de circunstancias) es un asesino y ningún asesino tiene la vida eterna en él\" (1 Juan 3.15). Es falso, también, que el fin justifique los medios y que sea lícito deformar la verdad para apoyar mejor una causa que se cree justa: porque el amor nos exige respetar el inalienable derecho a conocer la verdad que posee cada conciencia humana. Cristo no vino a exigir sangre ajena sino a darnos generosamente la suya, en la Cruz y en cada Eucaristía donde Él renueva su entrega. Cristo vino a traernos la vida, el amor, la verdad, el perdón, la reconciliación y la paz: ésos fueron sus caminos y sus medios de lucha. Quien no los use, quien –en medio de la contienda política- haya llegado a pensar que existen otros medios mejores y más eficaces, sepa que no está amando como Cristo nos amó a nosotros, que no tiene derecho a participar en la Cena del Señor ni a entrar en su Reino, y que tampoco nunca podrá -yendo por otros caminos- construir sobre la tierra la nueva humanidad que el Señor desea. Ésta es la advertencia que el Congreso Eucarístico de Melbourne nos hace.
6. Finalmente, invitamos a todos los católicos de Chile a unirse al Congreso Eucarístico Internacional frecuentando nosotros mismos la Eucaristía, con las disposiciones que el Señor nos pone. Hagámoslo teniendo presente la recomendación de San Pablo: \"Examine cada uno su conciencia y coma entonces el Pan y beba del Cáliz. Porque quien come y bebe sin fijarse que se trata del Cuerpo del Señor, come y bebe su propio castigo\" (I Cor. 11,28-29). Revisemos nuestro corazón y veamos hasta qué punto estamos luchando sinceramente por proyectar hacia la vida de Chile esa fraternidad que en cada Eucaristía celebramos. Purifiquemos nuestro interior de toda sombra de odio. Rectifiquemos las metas hacia las cuales tendemos y los medios que estamos usando para alcanzarlas. Y, alimentándonos con el Cuerpo y la Sangre del Señor, pidámosle su fuerza para amarnos unos a otros como El nos amó y poder así, algún día, hacer de Chile y del Mundo una familia de hermanos que comparten unidos su pan.
Por el COMITÉ PERMANENTE DEL EPISCOPADO,
† Raúl Card. Silva Henríquez
Arzobispo de Santiago
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
† Carlos Oviedo Cavada
Obispo Auxiliar de Concepción
Secretario General de la Conferencia Episcopal de Chile
Santiago, 21 de febrero de 1973.