1ª Estación

Jesús es condenado a morir (Jn 18, 37-40)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
El pueblo gritó crucifícalo!
Y Pilato se lavó las manos.
El pueblo pidió su sangre.
Y Pilato dejó que se lo llevaran.
Meditamos, Señor, tu camino hacia la cruz…
te ofrecemos nuestro silencio…
Te condenamos, Señor, todos los días
te relegamos a un pequeño rincón de la vida
porque no hay lugar para Ti entre los dioses de este tiempo:
éxito, poder, trivialidad, consumismo.
A morir te condenamos, Señor,
cuando pisoteamos la dignidad de los hermanos y hermanas,
cuando a los jóvenes les cerramos puertas,
les ignoramos a causa de prejuicios,
cuando no les sabemos escuchar
o les escuchamos demasiado tarde…
Dios misericordioso y eterno,
que en el misterio de la Cruz nos revelas tu amor infinito,
ayúdanos a ser humildes discípulos misioneros de tu Hijo Jesús,
testigos de su Resurrección, fuente de salvación y de gracia,
para que nosotros y nuestro pueblo
tengamos en Él Vida abundante.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.

2ª Estación

Jesús carga con la cruz (Jn 19, 6-7. 16-17)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Ya no se oye el clamor de las entusiastas multitudes
hoy se ofrece al Maestro burlas, provocaciones y bofetadas.
Un cuerpo herido por golpes y azotes
recibe un pesado madero como carga…
Cuenta, Señor, con nuestros hombros…
para llevar tu Cruz y nuestra cruz…
El madero que cargas, Señor, lleva impreso nuestro rostro
lo abulta nuestra historia de debilidad y miseria.
Pero Tú cargas nuestras culpas, Señor,
con el amor generoso de la joven madre
que contra toda adversidad saca a flote su familia,
con la fortaleza de nuestros pueblos originarios
que, olvidados y desoídos, nos heredan su cultura.
Queremos cargar la cruz contigo, Señor,
hacer nuestro el dolor de los hermanos,
sufrir con ellos su angustia, su enfermedad y su abandono.
Padre de bondad y gracia,
que en la cruz de tu Hijo Jesucristo lavas todas nuestras culpas,
derrama en nosotros la sabiduría de tu Espíritu
y haznos capaces de amar hasta el extremo,
sufriendo con quienes sufren
y cargando solidariamente la cruz de los hermanos.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.

3ª Estación

Jesús cae por primera vez (Mt 11, 28-30)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Jesús Transfigurado, ese mismo ahora sangra y cae al suelo.
“Éste es el Hijo, el Amado y predilecto”.
Jesucristo de las heridas y moretones,
tu mano nos levanta después de una caída.
Contigo, Señor, nos levantamos siempre.
Meditamos un instante este misterio…
El camino de tu Cruz, Señor,
nos pone frente al espejo de nuestros tropiezos
en medio de una cultura que del árbol caído hace leña,
donde es más fácil pisotear y atropellar
que ayudar a los hermanos a levantarse.
Te hacen desplomarte, Jesús, y caes al suelo.
Como se hace caer a los jóvenes en su desesperación.
Como se arroja a los pobres en su exclusión.
Como se humilla a las personas vulneradas y abusadas.
En Ti, Señor, somos dignos. De tu mano nos levantamos.
Dios de misericordia,
que en Cristo tu Hijo nos manifiestas la inmensidad de tu amor,
fortalece nuestra fe y nuestra esperanza,
enséñanos a crecer aprendiendo de nuestros tropiezos
y suscita en nosotros la disposición del buen samaritano,
siempre atento a ayudar al hermano a levantarse.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.

4ª Estación

Jesús se encuentra con su madre (Jn 19, 25 – 27)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Sabías que una espada te atravesaría el corazón,
pero tu dolor, María, es indecible;
desde tu angustia de mujer y madre
te escuchamos susurrar “hágase en mí su voluntad”
“hagan lo que Él les diga”.
Junto a todas las madres que sufren por sus hijos,
con sus hijos o sin ellos,
meditamos en silencio el dolor de María ante la cruz.
¡Alégrate, María! La voz del mensajero parece lejana
cuando el bendito fruto de tu vientre
camina flagelado como víctima a su altar.
El hijo que besas será crucificado
como tantos hijos condenados a muerte
incluso antes de nacer, por su raza, por su condición o credo.
En el abrazo sacramento de la Madre al Redentor
sustenta cada madre su esperanza de mujer
su entrega sin límites por la vida y por quienes ama.
Dios de la Vida en abundancia,
mira con amor a estos hijos e hijas tuyos peregrinos
y suscita en nosotros un espíritu humilde
como el corazón de María, nuestra madre,
que nos ofrece a tu Hijo, el mayor tesoro de la vida.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.

5ª Estación

Jesús es ayudado por Simón de Cirene (Lc 23, 26)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Obligado a ofrecer su hombro
pudo aliviar la pesada carga en tu tormento.
En tantos cirineos solidarios y compasivos
la ayuda la devuelves, Señor, todos los días.

Demos gracias a Dios presente entre nosotros
en cada persona que sirve con abnegación a sus hermanos.
Entre pasillos de hospitales y consultorios,
en las horas de visita a los privados de libertad,
en la compañía abnegada a niños y ancianos,
en el servicio a personas con capacidades especiales,
en situación de calle, de abandono y soledad…
“Dios es amor”, proclaman con su vida cirineos y samaritanos
consagrados al servicio de los más pequeños
y atentos a enjugar lágrimas y curar heridas,
a restablecer confianzas y esperanza.
Jesús, Siervo sufriente, se encarna en lo que duele.
Padre misericordioso,
mira con bondad la vida de tantos hermanos y hermanas
consagrados a servir a los que sufren y a los más débiles.
Que su testimonio misionero sea fecundo en nosotros
y conduzca a la vivencia de una cultura solidaria,
una mesa de la que nadie puede ser excluido.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.

6ª Estación

Verónica enjuga el rostro del Señor (2 Cor 4, 6)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Tu cara dibujada en sangre, sudor y lágrimas,
un rostro de cruz es la fuente de mi esperanza.
Creo firmemente en quien camina hacia su muerte.
Muerte, ¿dónde está tu victoria?
En silencio reconocemos
los rostros sencillos del Señor entre nosotros.
Cuántos rostros quedan impresos en nuestro corazón…
una joven triste en el patio de la universidad,
un funcionario prisionero de su trámite,
un muchacho que consagra su vida a la violencia,
voluntarios que ayudan a otros contra viento y marea…
Cuántas veces ha sido nuestro rostro el que se imprime
en la vida cotidiana de los demás,
con el ceño fruncido o la esperanza reanimada
con indiferencia o pena, con ilusiones y ganas…
Estampa tu rostro, Señor, en nuestra vida.
Dios de amor y misericordia,
en tu Hijo nos muestras tu rostro humano
y en Él mismo retratas el rostro divino de la humanidad.
Derrama en nosotros, que meditamos hoy
los misterios de su pasión y su cruz,
la gracia de reconocerte, seguirte y amarte.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.

7ª Estación

Jesús cae por segunda vez (1 Pe 2, 21b-24)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
El que ofrecía su mano y decía “levántate”,
el de la palabra alentadora “toma tu camilla y camina”,
el que resucitó a su amigo ahora vuelve a caer
en el suelo adolorido, Dios y hombre verdadero.
Desde nuestra historia de caer y levantarnos,
meditamos en silencio el camino de Cruz del Señor.
&texto3=Un madero voluminoso sobre un cuerpo maltratado
la angustia de un sendero que concluye en muerte:
vuelves a caer, Señor, y sufro contigo.
Sufro, ante todo, por mis caídas cotidianas,
las que guardo muy adentro en mi conciencia,
las que son motivo de escándalo y vergüenza
y aquellos penosos tropiezos con la misma piedra.
En mi debilidad, Señor, me sigues amando y levantando.
¡Tan fácil es reprochar las flaquezas del hermano
y tanto nos cuesta aprender de nuestras propias caídas!
Un madero voluminoso sobre un cuerpo maltratado
la angustia de un sendero que concluye en muerte:
vuelves a caer, Señor, y sufro contigo.
Sufro, ante todo, por mis caídas cotidianas,
las que guardo muy adentro en mi conciencia,
las que son motivo de escándalo y vergüenza
y aquellos penosos tropiezos con la misma piedra.
En mi debilidad, Señor, me sigues amando y levantando.
¡Tan fácil es reprochar las flaquezas del hermano
y tanto nos cuesta aprender de nuestras propias caídas!
Padre,
que miras a nuestros ojos, proclamas nuestro nombre,
y con tus brazos abiertos nos acoges y levantas.
Ten misericordia de nuestras flaquezas
y ayúdanos a levantarnos y a caminar de nuevo en Ti,
a reconocer los errores y aprender de ellos,
para recomenzar desde Cristo, tu Hijo
que contigo vive y reina, en la unidad del Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.

8ª Estación

Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén (Lc 23, 27 – 31)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
En medio del sendero doliente
quisiste, Jesús, hablar a las mujeres, excluidas ya en su tiempo.
Vinieron a consolarte, y ellas hallaron en Ti consuelo.
“Si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?”.
Desde nuestra historia de caer y levantarnos,
meditamos en silencio el camino de Cruz del Señor.
Mujer, amando y acompañando en el camino del dolor,
como la madre que nunca pudo sepultar el cuerpo de su hijo
o que sufrió en silencio abandono, violencia y abuso,
como las madres y esposas en la incertidumbre
afuera de una cárcel que ardió en llamas,
como tantas mujeres haciendo fila y consagrando su vida
para acompañar la enfermedad de sus seres queridos…
No lloramos por Ti, Señor,
lloramos por nuestra incapacidad de amar,
por nuestra indolente indiferencia
al verte sufrir, caer, llorar y morir, sin inmutarnos.
Padre justo y compasivo,
que en las santas mujeres de todos los tiempos
haces presente tu inagotable misericordia,
suscita en nosotros un corazón puro
y enséñanos a perseverar en una caridad a toda prueba
para servir a los más humildes y necesitados de tu amor
como permanentes misioneros de una Vida nueva.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.

9ª Estación

Jesús cae por tercera vez (Lc 22, 28-30a. 31-32)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Tentado y provocado en el tiempo de desierto
y puesto entre las trampas de escribas y fariseos…
querían tu caída, la procuraban y azuzaban.
Desde tu madero, Señor, brota mi fe y mi esperanza.
Nuestra vida ante el espejo de la cruz.
Meditamos en silencio el misterio de la Redención.
En tiempos de exigencias y contradicciones
detengamos nuestra mirada desde la Cruz de Cristo
en los adolescentes y jóvenes de nuestro país,
en su propia vida, pasión y muerte.
¿Cómo ayudarles a ser protagonistas de su resurrección?
Escuchemos sin prejuicios sus sueños y proyectos,
acompañémosle en sus frustraciones, penas y caídas,
acojamos con entusiasmo sus ganas de participar
y abramos espacio a su aporte creativo
para construir juntos una sociedad más justa
donde los jóvenes, en Jesús, tengan Vida abundante.
(unos 5 segundos de silencio)
Dios de todas las edades,
reaviva en los jóvenes la pasión por el bien
y el deseo de transformar la sociedad
según los valores de tu Reino.
Ayúdanos a acompañarles y animarles
para que no decaigan su esperanza ni su fe
en Cristo, su amigo y nuestro Señor.

10ª Estación

Jesús es despojado de sus vestiduras (Jn 19, 23 – 24)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Se reparten tu ropa y la echan a suerte,
desnudan el Cordero que quita el pecado del mundo.
La cruz que recibe tu cuerpo humillado
tejerá el hábito nuevo, el de la dignidad del ser humano.
Nosotros somos el cuerpo de Cristo.
Ante su desnudez, el silencio de nuestro corazón…
Hoy el cuerpo desnudo se compra y vende
en las calles, en la televisión e Internet,
todavía en nuestros tiempos se le tortura y flagela
incluso en nombre de valores.
Y los pobres despojados, no solo de vestiduras…
y los jóvenes despojados de su esperanza
y los niños despojados de su inocencia…
Ante tu cuerpo desnudado para darte muerte en cruz,
nos hacemos la pregunta por lo esencial de la vida
y ante la Cruz presentamos nuestra verdad ante Dios.
Santo Dios, alfarero de la Vida,
que en la gloriosa resurrección de tu Hijo
nos revistes con la plenitud de tu gracia,
toma en tus manos nuestra vida,
como la arcilla hazla de nuevo
y ayúdanos a ser instrumentos disponibles de tu amor.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

11ª Estación

Jesús es crucificado (Jn 19, 18-22)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Tu cuerpo, eucaristía y santuario,
atrapado entre los clavos y el madero
entre tus verdugos y unos pocos que te lloran
entre el ladrón orgulloso que te menosprecia
y el arrepentido que busca tu compasión.
Ante el madero de la Salvación… nuestro silencio.
Te crucifican, Señor, para la muerte
pero no se acaba nuestra peregrinación en el sepulcro.
Contemplamos los clavos y el madero
desde la tumba vacía que limpia la sangre.
Por eso sabemos que siempre hay salida
a la muerte injusta, al accidente fatal,
a la cruel soledad y la extrema penuria,
hay salida al sin sentido y a la no-respuesta.
Cuando todo oscurece, Señor,
Tú nos dices: “mírame, aquí, crucificado
para vencer contigo la muerte para siempre”.
Dios nuestro Padre,
a Ti clamó tu Hijo desde la cruz
y en Ti se abandonó para abrirnos camino hacia la Vida.
Concédenos la gracia de asumir nuestra cruz
y de ayudar a llevar la suya a tantos hermanos que sufren.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.

12ª Estación

Jesús muere en la cruz (Jn 19, 28-30)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Has recorrido el camino humano hasta el final
y en el Padre te abandonas y descansas,
grano de trigo que muere para dar fruto.
“Realmente este hombre era hijo de Dios…”
En señal de nuestra común-unión al sacrificio de Jesús, invitamos, a
quienes puedan hacerlo, a ponerse de rodillas.
Nuestro silencio ante la Cruz Santa de la salvación.
Enmudecieron sus seguidores esa tarde en el Gólgota
como tantas veces nosotros, sus discípulos misioneros
enmudecemos en la incapacidad de reconocerlo
en sufrientes, alejados y excluidos de la mesa de todos.
Cristianos apagados en un mundo hostil e indiferente,
debilitados por nuestros propios pecados y escándalos:
¡no tengamos miedo de mirarlo a Él!
Tal como somos nos abraza su cuerpo-ofrenda en sacrificio.
Cristo crucificado, ¡alabado sea mi tesoro!
A ti, Siervo humilde de Dios, se parezca siempre nuestra Iglesia.
Señor y Dios nuestro,
que en la santa muerte de tu Hijo
nos redimes y reconcilias en la plenitud de tu amor,
concede a esta familia creyente
que peregrina en este tiempo con el signo de la cruz
alcanzar la morada eterna y contemplar tu rostro.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.

13ª Estación

El cuerpo del Señor es bajado de la cruz (Jn 19, 32-35. 38)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Te habían visto sanar, perdonar y resucitar. Hoy te vieron sufrir y morir. Te oyeron decir de Lázaro “no está muerto, solo duerme”. En esa esperanza reciben en sus brazos tu cuerpo inerte. Permítenos abrazar, Señor, tu sacrificio. En silencio contemplamos este misterio.
El fruto bendito del vientre de María
lo colocan, sin vida, entre los brazos de la madre.
Cuántos brazos de madre, padre, hermano, amigo
se disponen a ofrecerse, a los pies de tantas cruces:
a los pies de la enfermedad y la muerte
de la droga, la violencia y la injusticia
de la mentira, el desamor y el fracaso
del hambre y la falta de un trabajo digno,
a los pies de la desigualdad y la discriminación
a los pies del sin-sentido que supone un mundo sin Dios.
(unos 5 segundos de silencio)
Padre de infinita misericordia,
que en el tránsito de muerte de tu Hijo amado
nos señalas el camino de la Vida que no acaba,
aumenta nuestra fe y nuestra esperanza
para que, renovados y fortalecidos
en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía,
desbordemos de gozo y gratitud por tu amor.
Por Cristo, nuestro Señor.

14ª Estación

El cuerpo de Jesús es sepultado (Jn 19, 40-42)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Ya no le acompañan multitudes:
en la soledad del sepulcro reposa el cuerpo del Mesías.
La sábana que lo envuelve no es la última palabra.
Aquí estamos, Señor, y esperamos tu victoria.
Cuando parece que todo está perdido,
Cristo, muerto y resucitado, es nuestra única esperanza.
Porque no hay amor más grande
que dar la vida por los amigos,
esta noche aguardamos el triunfo del Redentor.
Venga a nosotros tu Reino, Señor,
a tu Iglesia, pueblo de Dios, comunidad de servicio,
a este país nuestro que nos invitas a amar y cuidar,
tierra de sismos y de solidaridad,
tierra de recursos, de injusticias y esperanzas,
tierra de mártires y de promesas.
A Ti volvemos nuestros ojos
para ser tus testigos ahora y por siempre.
Dios de eterna sabiduría,
que nos creaste libres y capaces de amar,
guíanos en nuestro caminar
hacia una Vida más plena
y una sociedad más justa y fraterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

15ª Estación

Nuestra esperanza: la Resurrección (Mt 28, 1-7)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
La piedra será movida
quedará el sepulcro vacío
te buscaremos, Señor, entre los muertos
y allí no te encontraremos.
Con lámparas encendidas, Señor, esperamos tu victoria…
La luz de esperanza que encendemos
ilumina el final de este camino de cruz
que hemos recorrido como Iglesia peregrina.
En vigilia y en silencio continuamos nuestra espera
preparando nuestro espíritu
para proclamar con júbilo el anuncio de la Pascua.
Que la senda del Calvario nos fortalezca
y nos renueve en la principal certeza:
si el Señor no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe.
Que nada nos turbe ni espante
porque todo se pasa y Dios no se muda.
Quien a Dios tiene… ¡nada le falta!
Dios de Dios, luz de luz,
mira a tu pueblo fiel que espera
el anuncio glorioso de tu noche santa.
Derrama tu bendición sobre nosotros y nuestras familias,
para que este camino de cruz y la esperanza de esta luz
nos ayuden a anunciarte con alegría
para que todos tengamos Vida abundante
en Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.