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Maringwe 23, Lwanga Beira, martes santo, 19 de Abril del 2011 Queridos amigos y amigas: Pienso que igual que ustedes, especialmente los católicos, (pero los no católicos también imagino), estoy espantado asistiendo al medio numerito que estamos dando los curas y obispos en Chile y hacía rato que empezó en otros países. Dando jugo olímpico. Una vergüenza madre y, como alguien dijo, una oportunidad inmejorable para volver a la humildad. Una cosa hay que tener claro y no confundirse, ellos no son la Iglesia, y eso da una más certera claridad de que el que no está con los pobres siendo pobre no está con Jesús. De todo ese triste circo (por decir algo… porque escenario, cuadro, situación… elijan ustedes), lo que más me indigna no es la hipocresía tremenda de andar pontificando normas morales públicas y en el confesionario, en cuanto se hacen cochinadas en privado (aunque me avergüenza enormemente y me desarma el aprovechamiento de la autoridad en beneficio del propio placer). Pero insisto en que no me indigna tanto eso porque nunca compré mucho aquello de ‘la dignidad del sacerdote’ con cuellos y perfumes. Mi sacerdocio no es otro que el de Jesucristo que era carpintero, amigo de pescadores y de pecadores, especialmente de los pobres y que murió asesinado, desnudo en la cruz, después de ser perseguido y preso. Ese es mi sacerdocio y no quiero nunca olvidarme de eso. Lo que me indigna son los negocios raros. Las salidas en patota a Europa a ver la pobreza de San Francisco en Asís… La compra de departamentos superlujosos para que vivan amigos y familiares… Eso me indigna, el hambre del Lwanga. Entiendo así la tristeza de Jesús por la codicia de su amigo Judas que decía preocuparse de los pobres, pero era ladrón. El amor traicionado. Lwanga traicionado en una parroquia de Santiago… Se me aprieta la garganta, me salen las lágrimas y me pongo tartamudo de la rabia y de la pena… A comienzos de abril empecé a hacer la ronda anual de visitas a las comunidades. Partí por la lejana comunidad de Nyankhone. En Canxixe subieron a la camioneta chiquillos que iban a la visita, por el camino se terminó de llenar con otros. Llegamos justo casi al anochecer entre bajadas, subidas, todos pa’ juera, por ahí no, cuidado con la zanja, ahora súbanse de nuevo… Estaba la comunidad esperando con ramos y con cantos, todos alegres, preocupados, reunidos, gritando, cantando desde temprano esperando la visita. Se puro sale el corazón de la alegría, de la emoción admirada. “Para eso vine a África”. Saboreo la Misión como el primer día de llegada, hace ya casi 14 años. La Misión es eso: visitar. Ir a encontrarse con el que espera (y todos esperamos). Hacer con el otro un nosotros. Pucha que es bueno esto! Y en la noche ya después de haber comido en grupitos de las distintas aldeas que han venido, se enciende el fuego grande y comienzan los cantos. Desde el 2009 que no iba a Nyankhone y muchos de los cantos hablaban de ‘Rubeto’… Después comienzan a danzar iluminados por el fuego y por la Luna, iluminados por la alegría de recibir una visita que viene en nombre no de un gobierno ni de un Programa ni de una ONG, ni siquiera en nombre de una Iglesia, sino que viene en nombre de Dios, del Tata Dios. Se siente un ambiente de que hemos llegado, de que estamos en casa, de que como que no falta nada. Y se baila sin parar esa alegría. Y creo que una cosa que admira, alivia y libera, especialmente a los hombres, es que sea una alegría de canto y de danza sin necesidad de la bebida, de emborracharse buscándole la pepa a la vida. En Nyankhone me dormí cansado en la pequeña cabaña escuchando esos coros de jóvenes, niñas y viejos respondiéndose unos a otros. No sé qué hora sería en la noche pero no fui capaz de levantarme de pura fatiga pa asistir a los teatros que ya hacían reír a la gente. Seguramente me estaban imitando, o tal vez se reían de los curanderos o criticaban la violencia en la familia… A la mañana siguiente oración para abrir el día a las 6. Las chiquillas se van en lote a bañar a un estero cercano y traer el agua. Los jóvenes ayudan a buscar leña. Después del desayuno (un puré azucarado), una pequeña catequesis, confesiones y la Misa. Comulgan 4 ó 5 personas porque la gran mayoría de nuestra gente son polígamos, pero la verdad es que eso no me importa mucho. Son muy respetuosos de Dios y el Señor Dios corresponde bien y se requetemuere de amor por ellos. Y ellos, aunque de repente no estén muy seguros, creo que se dan cuenta, les gusta, lo sospechan, lo saben. Esas son mis noticias. Cuando vamos en esas cansadoras visitas, tratamos de darnos juntos cuenta de estos amores y de celebrarlos. Después de almuerzo salimos casi arrancando de las nubes de lluvia que nos perseguían.
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