Rezo diario del mes

Hablar el lenguaje del otro

Viernes 02 de Diciembre del 2022



Nos ponemos en presencia de Dios, persignándonos.


¡Oh María!, durante el bello mes que te está consagrado, todo resuena con tu nombre y alabanza. Tu santuario resplandece con nuevo brillo, y nuestras manos te han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presides nuestras fiestas y escuchas nuestras oraciones y votos.

Para honrarte, hemos esparcido frescas flores a tus pies, y adornado tu frente con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no te das por satisfecha con estos homenajes. Hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Éstas son las que Tú esperas de tus hijos, porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden depositar a sus pies, es la de sus virtudes.

Sí, los lirios que Tú nos pides son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos, pues, durante el curso de este mes consagrado a tu gloria, ¡oh Virgen Santa!, en conservar nuestras almas puras y sin manchas, y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aun la sombra misma del mal.

La rosa, cuyo brillo agrada a tus ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos, pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia, cuya Madre eres, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal.

En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que te es tan querida, y con tu auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y esperanzados.

¡Oh María!, haz producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y la mejor de las madres.

Amén.

Cuarta semana: Reencuentro

Tanto en el país como en la Iglesia, hemos sufrido heridas causadas por nuestros propios egoísmos, por nuestra indiferencia con quien sufre y por preferir una “paz de mala calidad” a aquella paz que surge de la justicia. En cambio, cuando construimos relaciones desde el diálogo y la justicia, es posible reencontrarnos con quienes habíamos tenido desencuentros. Es lo que sucede a María y a los apóstoles por el don del Espíritu: se habían dispersado por la muerte de Jesús y tenían miedo de la muchedumbre. Pero el Espíritu hace surgir en ellos el deseo de encontrarse con los demás, acogiendo la diversidad y gestando una unidad plural. María y los apóstoles entran en diálogo con los extranjeros: no les exigen adaptarse a ellos, sino que los escuchan y hablan el lenguaje del otro. Esta conversión pastoral y social –entablar conversación con los demás, saliendo de las categorías que nos son conocidas – es fundamental para el reencuentro que anhelamos.

Pentecostés (Hch 1, 14; 2, 1–12)

Los apóstoles perseveraban unidos en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y sus hermanos. Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar.

De pronto toda la casa donde se encontraban se llenó con un ruido parecido a un viento impetuoso que venía del cielo y se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes idiomas, según como el Espíritu les permitía expresarse.

En Jerusalén habitaban judíos piadosos de todas las naciones del mundo. Cuando se produjo este ruido, se reunió una multitud y todos quedaron asombrados, porque cada uno les oía hablar en su propio idioma. Admirados y sorprendidos decían:

—«¿Acaso no son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo es que nosotros los oímos hablar en nuestro propio idioma? Partos, medos y elamitas, los que vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto y Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y la zona de Libia que limita con Cirene, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes les oímos decir en nuestros propios idiomas las grandezas de Dios».

Todos estaban admirados y perplejos, y se preguntaban unos a otros:

—«¿Qué significa esto?»

Vivimos en permanente contacto con otras personas, cuando vamos a comprar el pan, al tomar la micro o por el mero hecho de salir de nuestra casa, ya nos relacionamos con otros. En Pentecostés, los discípulos dieron cabida a ese encuentro y reencuentro con los demás. Fueron capaces de escuchar y hablar en un lenguaje comprensible para cada persona. Ese gesto permitió que otros y otras asumieran responsabilidades y se empoderaran para llevar la Buena Noticia de Jesús a nuevas fronteras.

“Empoderamiento significa, entre otras cosas, dar más cabida a nuevas formas de participación y ejercicio del poder, especialmente de aquellos grupos que han estado más marginados del liderazgo eclesial, pero que están comenzando a cobrar un rol más relevante; en particular laicas, religiosas y laicos. Existe un claro deseo, percibido por las comunidades como voluntad de Dios, de avanzar en más corresponsabilidad, sinodalidad y liderazgos distribuidos.

Otro de los rostros que se asocia al empoderamiento y la activación es, en palabras de una comunidad, el de los «laicos que se atrevieron y continúan atreviéndose a denunciar las situaciones de abusos». En el coraje de esos hombres y mujeres que han alzado la voz con valentía, denunciando y abriendo caminos para la verdad y la reparación, se reconoce una luz y una esperanza.

El empoderamiento es visto entonces como otra señal de que, a pesar de todas las dificultades, hay en la sociedad y en la Iglesia personas que están dispuestas a salir al encuentro de nuevas realidades y desafíos: quienes se han atrevido a denunciar, quienes se organizan para mejorar sus condiciones de vida, quienes han superado el miedo o la comodidad.”

CECH, Informe de sistematización. Discernimiento eclesial (2019) 82.

  • ¿Qué necesitamos para escucharnos y comprendernos entre quienes pensamos distinto?
  • Como comunidad, ¿cómo nos hacemos responsables del mensaje de Jesús y de la renovación de la Iglesia?


¡Oh María, Madre de Jesús, nuestro Salvador y nuestra buena Madre! Nosotros venimos a ofrecerte, con estos obsequios que colocamos a tus pies, nuestros corazones deseosos de serte agradable y a solicitar de tu bondad un nuevo ardor en tu santo servicio.

Dígnate presentarnos a tu Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud.

Que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambien tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el tuyo.

Que convierta a los enemigos de su Iglesia y que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanzas para el porvenir.


Amén.


Oración final sugerida: Oración a la Virgen María
(San Alberto Hurtado)

¡Madre mía querida y muy querida!
Ahora que ves en tus brazos
a este Niño bellísimo y dulcísimo,
no te olvides de este esclavito indigno.
Aunque sea por compasión, mírame.

Ya sé que te cuesta apartar los ojos de Jesús
para ponerlos en mis miserias.
Pero, Madre, si tú no me miras,
¿cómo se disiparán mis penas?
Si tú no te vuelves hacia mi rincón,
¿quién se acordará de mí?
Si tú no me miras,
Jesús, que tiene sus ojitos clavados en los tuyos,
no me mirará.
Si tú me miras,
Él seguirá tu mirada y me verá.

Y entonces, con que le digas:
“¡Pobrecito! Necesita nuestra ayuda”
Jesús me atraerá a sí y me bendecirá y lo amaré,
y me dará fuerza y alegría,
y confianza y desprendimiento,
y me llenará de su amor y de tu amor,
y trabajaré mucho por Él y por Ti,
y haré que todos los amen
y amándote se salvarán.
¡Madre! ¡Y sólo con que me mires!

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