Devociones Marianas en Chile

Los pueblos de Chile, y la humanidad en su conjunto, comparten a una misma Madre: María Santísima. No obstante, ella recibe distintos nombres o advocaciones, según cómo se ha manifestado en una región o época histórica particular, o según cómo la ha percibido una determinada localidad en un momento concreto. La religiosidad popular y la arraigada tradición mariana de nuestros pueblos, nos sitúan ante una expresión concreta de la sinodalidad de la Iglesia, plasmada en una pluralidad de miradas que enriquecen la devoción a María. Bien lo captó el Papa Francisco en su visita a Chile: “María anda por nuestros poblados, calles, plazas (…). Es la Virgen de la Tirana; la Virgen Ayquina en Calama; la Virgen de las Peñas en Arica” (Iquique, 18 de enero 2018). A continuación, presentamos a algunas Patronas o devociones marianas distintivas de nuestra tierra chilena(1).


Nuestra Señora del Rosario de las Peñas (Arica)

Una de las numerosas leyendas sobre la aparición de la Virgen, nos traslada a 1642, a la angostura de Livílcar, donde un arriero sorprendió a una pastorcita que era atacada por una serpiente. Intentó protegerla, pero un rayo mató a la niña y al animal. En su terror, invocó a la Virgen y ella se hizo presente en una escultura de piedra, en la que se manifiesta como la Virgen del Rosario. El arriero abandonó sus ganados, informó a las autoridades de Arica y desde entonces, la devoción se arraigó entre los fieles.

El Santuario de la Virgen de las Peñas, que venera una imagen de piedra y 25 centímetros de extensión, se ubica en Livílcar, en el valle de Azapa, Arica. Su fiesta es celebrada dos días al año: el primer domingo de octubre y el 8 de diciembre.


Virgen de La Tirana del Tamarugal

La devoción se remonta a la llegada de Diego de Almagro a Chile, en 1535, para su futura conquista. Almagro llegó junto a una extensa comitiva — 150 españoles, 10.000 indígenas en calidad de rehenes, un príncipe inca, el sumo sacerdote del sol, y su joven y bella hija, Ñusta Huillac—, con el fin de apaciguar los ánimos, evitando un potencial alzamiento indígena. Sorprendido en conspiración, el sumo sacerdote del sol fue condenado, mientras su hija fue guarecida en la actual Pampa del Tamarugal. Ñusta se convirtió en una temible jefe militar que, conocida como la “Tirana del Tamarugal”, condenaba a muerte a cada español e indio bautizado que caía en su poder.

Un día, la joven conoció a un cristiano portugués, portador del escapulario, llamado Vasco de Almeyda. Se enamoraron y él convirtió a su amada al catolicismo. Esto fue interpretado como traición, y ambos fueron asesinados a flecha.

En el lugar en que reposan ambos cuerpos se levantó una cruz cristiana, la cual años más tarde, fue encontrada por Antonio de Rondón, fraile mercedario, que ordenó levantar en el sitio la iglesia actualmente conocida como “Nuestra Señora del Carmen de la Tirana”. 


Nuestra Señora de Guadalupe de Ayquina

A orillas del desierto de Atacama, el más árido del planeta, se ubica el oasis de Ayquina. Ahí transcurre el tradicional Carnaval dedicado a “Nuestra Señora de Guadalupe de Ayquina”, al que asisten peregrinos de Chile, Perú, Bolivia y Argentina.

La festividad rememora la milagrosa aparición de al Virgen, que según la tradición, habría ocurrido un 12 de diciembre de 1646. No se conoce cuántas veces se repitieron las apariciones, ni las fechas precisas, pero la tradición indica que desde el siglo XVIII, la Virgen vuelve a aparecerse el día de su se vuelve a aparece el día de su festividad, esto es, el 8 de septiembre.
La leyenda cuenta que Casimiro Saire, un humilde pastorcito de llamas de las vegas de Turi, llegaba a su rancho contando que él jugaba con el niñito de una bella señora, que vivía entre grandes plantas de cortadera (planta espinosa propia de la región), al fondo de una quebrada. Cuando los padres del niño se acercaron al lugar, se encontraron ante una imagen de una Virgen con el Niño Dios en sus brazos. La imagen, trasladada inicialmente a Turi, finalmente regresó al pueblo de Ayquina, donde se levantó una capilla en honor a Nuestra Señora de Guadalupe de Ayquina.


Nuestra Señora del Rosario de Andacollo

De gran significación histórica y religiosa es Nuestra Señora del Rosario de Andacollo. Según la tradición secular, la imagen fue traída a Chile por un grupo de españoles que, capitaneados por Bohon, fundaron la Serena en 1944. Cinco años después, la ciudad fue asaltada y quemada por los indios de Copiapó. Los dos españoles que sobrevivieron a los ataques, decidieron esconder la imagen entre los cerros de los minerales de Antacoya o Andacollo. Ahí permanecerá oculta, hasta que a finales del siglo XVI, fue hallada por un indio de Andacollo, cuyo nombre se ignora, quien tomó su precioso hallazgo en sus manos, la llevó a su casa y comenzó a rendirle culto. A medida que el culto se extendía, la autoridad eclesiástica decidió erigir una pequeña capilla en su honor, en el poblado de Andacollo, Norte Chico, ubicado en la región de Coquimbo. 


Purísima de Lo Vázquez

Antes de que el 8 de diciembre de 1854 se proclamara el dogma de la Inmaculada Concepción, “llena de gracia y del amor de Dios”, ya se veneraba con este título a la imagen de la Purísima, en una pequeña ermita levantada cerca del actual santuario.

Según cuenta la tradición, la pequeña imagen que se ubica a la entrada del santuario, fue casualmente hallada y puesta para su veneración por unos viajeros que hacían el recorrido entre Santiago y Valparaíso. Día a día aumentaba el número de devotos, por lo que don José Ulloa inició la construcción de la primera capilla. Ésta fue destruida por el terremoto de 1906. En 1940, se construyó el actual santuario, al cual peregrinan casi cien mil fieles cada 8 de diciembre, participando en misas se ofrecen durante toda la jornada a los peregrinos.


Nuestra Señora de La Merced

La devoción a “Nuestra Señora de la Merced” tiene una especial relevancia en nuestra Patria, porque con ella se inicia la predicación del Evangelio en Chile.
La imagen fue traída en una de las expediciones del gobernador Pedro de Valdivia, quien el 12 de febrero de 1541 proyectara los cimientos de la ciudad de Santiago. Uno de estos viajes por tierra, dirigido por el capitán Esteban de Sosa y antecedido por ochenta caballos, trajo consigo al padre Antonio Correa, el primer religioso que llegó a Santiago en 1548, trayendo la imagen de Nuestra Señora de la Merced. A los pies del cerro Huelén, el padre Correa fundó el primer convento y la primera comunidad de mercedarios de Chile, que albergó a los sacerdotes recién llegados, contribuyó a la enseñanza a los indios y, por sobre todo, extendió la evangelización.


Nuestra Señora del Carmen de Maipú

La llegada de Nuestra Señora del Carmen a nuestra patria se remonta a la Colonia. En esa época, numerosos capitanes españoles llevaban a la imagen de la Virgen del Carmen en sus escapularios, lo que dio a conocer la devoción. Desde entonces, fue invocada por los padres de la patria en todas las luchas. Entre ellos, San Martín y O’Higgins pusieron sus espadas a los pies de la Virgen; un cinco de enero de 1817, luego de haberla proclamado “Generala del Ejército Libertador”, en el campamento Plumerillo, en Mendoza. Las batallas de la cuesta de Chacabuco y los campos de Maipú, hicieron a O’Higgins clamar: “El Estado de Chile es deudor de la protección de la Madre de Dios, bajo la advocación del Carmen, de la victoria del Maipo. Ella nos salvó del mayor peligro que jamás se vio. Confiesan los enemigos del estado de América que hemos contado y encontraremos siempre como verdaderos católicos con la protección, venciendo (20 de noviembre de 1819). En honor a la Generala del victorioso ejército de Los Andes, O’Higgins envió en 1818 elevar un santuario en el mismo lugar de la batalla de Maipú, edificación que se llevó a cabo y que hoy es visitada por cientos de fieles.

Luego, en 1923, la Santa Sede nombró a la Virgen del Carmen como Patrona del pueblo de Chile. En su honor, es tradición que el último domingo del mes de la Patria, septiembre, se realice una procesión en su nombre, por las calles aledañas a la catedral de Santiago.


Virgen de la Candelaria

Procedente de “candela”, “Candelaria” es el título que recibe la Madre de Dios por ser portadora de Cristo, luz de los pueblos. La fiesta de la Candelaria rememora la Presentación de Jesús en el templo —a cuarenta días de su nacimiento— y la ceremonia de purificación de su madre, siguiendo por lo prescrito por la ley mosaica (Ex 13, 2-11).

La devoción llega a Chile con los españoles, tomando fuerza en las zonas de Carelmapu (cercanías de Puerto Montt), Copiapó y San Pedro (Concepción). Una de ellas, la procesión de la Candelaria de Carelmapu, es una singular procesión en el mar. Cada 1° de febrero, un grupo de buzos mariscadores y pescadores artesanales, sacan en andas la imagen desde el mar, y luego, la Señora de las Candelas es llevada a navegar por el mar de la bahía, con su ropaje amarillo, una corona y el Niño en sus brazos.


Virgen de Rapa Nui

Tras el ardor religioso motivado por la misión católica de 1970, el pueblo pascuense decide tallar una imagen de la Virgen María. Así aparece la imagen de María con el Niño, coronados por el Espíritu Santo; una pieza de gran importancia religiosa, artística y antropológica. En su dimensión religiosa, la figura nace como expresión de una renovada evangelización del pueblo pascuense. En su dimensión artística, la imagen posee tamaño natural. Tallada en miro tahíti, destaca la construcción de los ojos con vértebras de tiburón y negro de obsidiana, como la inmensa corona en la que sobresale una serie de conchas incrustadas. Expresión original del arte pascuense, la imagen expresa cómo la fe contribuye a la creatividad artística. Asimismo, en su dimensión antropológica es expresión de un trabajo colectivo. Tal como ocurrió con los “moais”, que fueron construidos mediante un trabajo comunitario, aquí la fe unió a los artistas en una obra anónima, que contribuyó a fortalecer la fe y la unión entre los habitantes de Isla de Pascua.


Basada en la recopilación del libro “Virgen María, forjadora del alma de Chile”, Mes de María 2010, elaborada por el P. Carlos Cox para la Conferencia Episcopal de Chile.
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