El trabajo, tan esencial en nuestra vida, no puede ser jamás una mera mercancía que se transa en el mercado. Ese trabajo es una forma de participación en la creación porque somos de algún modo colaboradores con Dios en su obra creadora. La empresa moderna tiene que aprender que el ser humano no participa en ella solo como un eslabón en la cadena productiva. Participa en ella como creador, como sujeto y debe obtener en justicia los frutos de su actividad.

No es comprensible que, en un país como Chile, con el nivel económico que hemos alcanzado, un trabajador que tiene un empleo estable esté más abajo de la línea de pobreza. Eso no es ético y no se condice con la dignidad humana. El salario ético no es una exigencia de la economía, es la consecuencia ética de la misma dignidad humana.





Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile, Carta Pastoral “Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile”, 27 de septiembre de 2012.

Tampoco nos son indiferentes los diversos escándalos en el ámbito económico, muchos de ellos causados por la codicia, generalmente en desmedro de nuestros compatriotas menos favorecidos, y que incluso han dañado seriamente en ciertas ocasiones el prestigio de la política.

Todo esto hiere a la familia chilena, que en su gran mayoría hace esfuerzos extremos para sobrevivir cada día con recursos mínimos, evidenciando así la vergonzosa brecha social entre ricos y pobres, quienes permanecen excluidos del desarrollo, situación que en reiteradas ocasiones hemos denunciado. Hoy prestamos especial atención a quienes han perdido su fuente de trabajo. Apelamos no solo a la generosidad, sino en primer lugar al sentido de justicia de todos aquellos que pueden colaborar a crear empleos decentes con salarios dignos.





Conferencia Episcopal de Chile, Mensaje de los Obispos al pueblo de Chile (Documento conclusivo 108ª Asamblea Plenaria CECh), 14 de noviembre de 2014.