Vemos crecer la conciencia del valor del respeto a la creación y a la dignidad de la vida. Se reconoce la interrelación existente entre el ser humano y todo el resto de los seres que conformamos este mundo. Esta conciencia genera un compromiso de responsabilidad ética que se plasma en respeto por todo lo que existe, de modo especial por toda vida humana. Se cuestiona una relación irresponsable con la naturaleza, interesada solo en su usufructo para la presente generación. De modo especial inquieta el cuidado del agua. Hay una mayor conciencia de la necesidad de respetar los derechos humanos, y también los derechos civiles y políticos centrados en el principio de libertad e igualdad. En los grupos más reflexivos se comienza a vincular estos elementos con los principios de solidaridad y responsabilidad.





Conferencia Episcopal de Chile, Orientaciones Pastorales 2014-2020 “Una Iglesia que escucha, anuncia y sirve”, 5 de enero de 2014.

Nuestra fe cristiana mira todo lo creado como un don de Dios, en el cual se comunica el mismo Dios y ofrece al ser humano una vocación de colaborador en la obra de Dios. Dios no abandona nunca su obra y en el Señor Jesús lleva a plenitud todo lo creado. El Dios creador y salvador cuida la vida de todo lo creado y llama al ser humano a colaborar en esta tarea.

La experiencia espiritual del cristiano se expresa en un modo de vida, en una ética que busca estar en el mundo a la manera del Señor Jesús, Así, la fe cristiana busca vivir una ética que se afirma en la mirada de integralidad de la creación, en la dignidad de las personas y de la vida, en la corresponsabilidad en el desarrollo, en la solidaridad actual y con las generaciones futuras.

El cuidado del medio ambiente constituye un desafío para toda la humanidad: se trata del deber ético, común y universal, de respetar un bien colectivo, destinado a todas las personas.

La necesidad de mayor justicia en nuestro país no se refiere solo a la desigual distribución del ingreso, a la falta de igualdad de oportunidades de educación y trabajo, a las diferencias entre hombre y mujeres o a las desiguales posibilidades de desarrollo de las regiones. También se refiere a la necesidad de una mayor justicia ambiental, es decir, del reconocimiento de que todos poseen los mismos derechos de acceso e idénticas opciones a los beneficios de la oferta ambiental y cultural del planeta. La justicia ambiental, así entendida, se expresa como protección e implementación política, social y económica de esos derechos, local y globalmente.





Pastoral Social Caritas, “Florecerá el Desierto. El don de la Creación y sus desafíos en nuestro tiempo, tarea para la Iglesia”, 27 de julio de 2012.