Mi historia como mamá

A poco más de un año y medio de nuestro matrimonio sacramentado, recibimos la noticia de que seríamos padres. Nuestra alegría fue enorme, felices de que llegara un nuevo integrante a la familia que estábamos formando. Me sentía dichosa, importante, ¡iba a ser madre! Preparamos con mucho amor su dormitorio, preocupados de que no faltara algo para el día de su nacimiento.

Fue un embarazo hermoso, tranquilo, en el que con mucha ilusión, esperábamos a nuestro bebé. Dios quiso prepararme para eso y de alguna manera supe, desde el momento en que me enteré que estaba embarazada, que nuestro hijo sería diferente.

Al compartírselo a mi esposo, padres y médico, se molestaron por mis temores. Pero yo estaba segura de lo que presentía. Y efectivamente llegó a formar parte de este hogar, nuestro amado hijo Iván, portador de Síndrome de Down. Fue acogido con inmenso amor por toda la familia, incorporado a ella con tanto cariño, que lo valoramos y agradecemos.

A los dos años supimos de la espera de nuestro segundo hijo, Leonardo. Un bebé maravilloso y que con el pasar de los años, se volvió  una pieza fundamental en la vida de su hermano mayor, acompañándolo en su rehabilitación, estimulándolo a que perseverara y regalándole mucho amor.

Como todos los padres, nos preocupamos de darle lo mejor que pudiéramos ofrecerle a nuestros hijos. En el caso de Iván, me preocupaba de sus ejercicios, de su estimulación, no había que perder tiempo. A los dos años comenzó a ir a Coanil, su avance era maravilloso, pero Dios quiso otra cosa y le vino una epilepsia severa que lo dejó sin habla y sin poder caminar de un día para otro. Tuvimos que adaptarnos y comenzar de cero. Eso no nos amedrentó y juntos, como familia, recomenzamos en este nuevo caminar. Como madre apoyaba a Leo en sus estudios, actividades extra programáticas, dudas y alegrías.

¡Qué regalo tan hermoso el ser madre!  ¡Cómo no recordar cuando Iván a sus 15 años, para el día de la madre, me regala un “mama”! Y la emoción fue enorme cuando a los 17 años da sus primeros pasos sin apoyo. ¡Qué emoción cuando Leonardo, por iniciativa propia, nos pide prepararse para su Primera Comunión!

Junto a nuestros hijos he reído con sus travesuras, me he alegrado de cada uno de sus logros, también he llorado en sus enfermedades, penas y tropiezos, he crecido como persona junto a mi esposo e hijos. Hoy solo puedo dar gracias por la dicha de nuestros dos amados hijos: Ivancito nos regaló mucho amor, alegrías, nos enseñó tanto, como el valor de la amistad, fidelidad, generosidad, para él no existía la maldad. En Leonardo vemos los valores que quisimos inculcar, como la honestidad, responsabilidad, fidelidad. El 10 de marzo de 2015, a sus 31 años, partió a la casa de Dios, nuestro hijo mayor. Hoy doy gracias por el gozo de haber sido su madre, como también de nuestro amado Leonardo. Dios ha sido nuestra fortaleza en todo momento. A Él pedimos por nuestros hijos y a Él damos gracias por haber favorecido esta maternidad.  

Verónica