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       RECORDANDO…

EN BUSCA DE UN TESTIMONIO DE VIDA

 

Hace muchos años, mi abuelo paterno, Rafael Guzmán, era un joven inquieto que caminaba por una calle de Santiago. De improviso observó que una monjita hospitalaria, con una toca muy amplia, tropezaba y se caía. Su sorpresa fue mayor cuando escuchó levemente: “Señor mío y Dios mío”. ¡Acontecimiento significativo! Fue el “chic” que motivó su conversión y una familia muy cristiana con vida activa en la iglesia. Mi madre fue la última hija entre 11 hermanos. Naturalmente también fue la madre de mi fe. 

Un día, como muchos, siendo niño, subí a caballo y acompañé a mi padre a un comentario de evangelio a un lugar no muy cercano de la Parroquia de San Ignacio, de tipo rural, de Chillán. No era novedad hacer aquello. Él y su familia estaban acostumbrados en el servicio al desarrollo de la comunidad; hoy eran insumos agrícolas y ayuda mutua; mañana era llevar adelante algún proyecto de la Capilla del pueblo de San Miguel. 

La Misión General y el Concilio Vaticano II estaban desarrollándose en la década del 60. ¡Gran acontecimiento! Mis padres eran buena tierra para que el aliento del nuevo Espíritu inundara a la Iglesia por aquellos lugares. Tal es así que en su afán de servicio, a los veinticinco años de matrimonio, mi padre, Raúl Anabalón del Valle, acompañado de su esposa Julia Guzmán Espinoza, fue ordenado Diácono permanente de la Iglesia de Chillán el seis de noviembre de 1971, por Monseñor Eladio Vicuña A.

A los catorce días de ordenado, bendijo su primer matrimonio, el nuestro: Raúl Anabalón Guzmán y Nancy Maturana Velasco, en la Parroquia de Melipilla, donde el Párroco era Don Pablo Lizama R. Nuestro afán ha sido hacer la voluntad de Dios en tres ámbitos: familiar, educacional y en el servicio a la Iglesia. 

Pasaron otros veinticinco años. Yo fui ordenado Diácono permanente el 16 de septiembre de 1996 por Monseñor Pablo Lizama R. primer Obispo de la Diócesis de Melipilla. 

Hasta hoy ya han pasado 12 años más y la Providencia de Dios se hace patente como todos los días. 

Estas palabras escritas son una pincelada en busca de un testimonio, como me han pedido. Sólo puedo decir una vez más: “Bendito seas Señor”.