Volver

Tercera semana de Cuaresma
Corazón contrito
Lucas 18, 9-14

Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado

La catequesis sobre la oración presentada en la parábola del fariseo y el cobrador de impuestos (el justo y el pecador), nos invita para que imitando a este último, dejemos reposar humildemente nuestro corazón en la infinita misericordia de Dios.

La parábola exagera los términos como si quiera hacer una caricatura que nos impacte. La contraposición entre los dos personajes es fuerte: (1) el fariseo que se vanagloria de sus “obras”, lo que Jesús muchas veces le reprobó a sus discípulos. (2) El cobrador de impuestos se le contrapone diametralmente. 

Dice el evangelista que Jesús dijo esta parábola para “algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás” (18,9). Esto nos recuerda una frase del evangelio de Juan: “Esa gente que no conoce la Ley son unos malditos” (Jn 7,49).  Con esta actitud el fariseo pone la mirada en el cobrador de impuestos que humillado ora a su lado. El fariseo:

(1) Se queda de pie: lo cual era una posición normal de oración. Pero mientras sigue las normas de la oración a nivel externo, no se comporta así a nivel interno, porque el contenido de su oración es otro. En realidad no ora.

(2) Declara su inocencia: lo cual tampoco es extraño en la oración israelita (por ejemplo el Salmo 26,6-7). Pero le agrega palabras odiosas que no pertenecen al espíritu sálmico: no alaba a Dios sino a sí mismo con la enumeración de sus virtudes personales. Y menciona precisamente aquellas prácticas religiosas en las cuales, los actos exteriores, no prueban necesariamente las disposiciones íntimas del corazón.

El cobrador de impuestos, cuyo trabajo objeto de desprecio generalizado (por estar al servicio del imperio y por corrupción administrativa), ora de manera diferente:

(1) Se mantiene a distancia, es decir lejos del altar. Se considera indigno, se presenta como un impuro.

(2) No levanta la mirada, siente vergüenza de su vida pasada en el pecado.

(3) Golpea su pecho, como signo de arrepentimiento. Darse golpes de pecho (¡qué expresión tan desacreditada hoy!) tenía un significado bello: se golpea justamente aquella parte del cuerpo, donde late el corazón, donde nacen los malos pensamientos y por lo tanto las malas acciones, como una manera de decir que se quiere dar muerte a esas malas actitudes, para el corazón pueda latir en sintonía con el amor de Dios.

“Éste bajó a su casa justificado y aquél no” (v.14). El cobrador de impuestos que reconoció que había pecado gravemente, que asumió la actitud justa que se debe tener en la presencia de Dios, aquel día salió perdonado. 

Delante de Dios, quien sondea los corazones (Salmo 139) ningún hombre tiene derecho a gloriarse de nada (ver Isaías 40,15).  Lo que tenemos que hacer es pedir perdón por nuestros pecados. Si le pedimos perdón, él nos lo concederá (ver Mateo 7,7).

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:

1. ¿Qué reprueba Jesús en el comportamiento del fariseo? ¿Me parezco en algo a él?

2. ¿Qué caracterizó la oración del publicano? ¿Qué me enseña?

3. Hoy es un buen día para buscar la paz del corazón imitando la oración del publicano y buscando el sacramento de la reconciliación. ¿Lo harás? (Mira el evangelio de mañana)