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Tercera semana de Cuaresma
Corazón endurecido
Lucas 11, 14-23

Rompió hablar el mudo y la gente se admiro. Otros, para ponerle a prueba, le pedía un signo del cielo

Hoy llegamos exactamente a la mitad de cuaresma. ¿Cómo va el camino?

Si la cuaresma es ejercicio de amor, como dijimos desde el primer día, es de esperarse que a estas alturas podamos evaluarnos al respecto. La mejor manera de hacerlo es preguntarnos: ¿Se ha abierto más mi corazón? ¿Qué lecciones de Jesús en esta escuela del desierto ya he incorporado vitalmente?

El evangelio de hoy habla del corazón endurecido de quienes habiendo tenido antes sus ojos suficientes signos de la obra liberadora de Jesús, buscan la manera de sacarle el cuerpo a la conversión. Para ello desautorizan el mensaje a partir de la desacreditación del mensajero.

Los adversarios afirman que Jesús: “Por (el poder del) príncipe de los demonios, expulsa los demonios” (11,15).  Jesús les responde que dicha afirmación no es coherente, porque si así fuera, entonces deberían decir lo mismo de los exorcismos que ellos mismos acostumbraban realizar (11,19).

Puesto que los exorcismos no necesariamente eran prueba de un poder divino, en aquella época acostumbraban pedir “una señal del cielo” (11,16). Jesús les responde que sus exorcismos son precisamente una señal del cielo porque se trata del “dedo de Dios” realizando esta obra (11,20; valga esta anotación: el “dedo de Dios” es una designación bíblica del poder de Dios, como figura en Ex 8,15; 3,18; Dt 9,10 y también en la literatura antigua). Con esto Jesús le dice a sus críticos que mientras Él expulsa los demonios como una manifestación auténtica del obrar de Dios, ellos no hacen más que realizar actos mágicos que, a la hora de la verdad no tienen eficacia a fondo sobre el mal (ver el contexto de la primitiva Iglesia, por ejemplo en Hch 9,13-17).

En el texto se distingue entre el “Príncipe de los demonios” y los “demonios” (11,15 y 19). La idea es que Satán (aquí con el título de “Beelzebul”) es el jefe de cuadrillas de demonios. Sobre esto, Jesús enseña que las victorias sobre los “demonios” que se realizan a lo largo de su ministerio, son un anticipo de la victoria final sobre Satán que se realizará en la Cruz (4,13 y 22,3).

Desde esta perspectiva, el ministerio de Jesús y también nuestra vida como discípulos de Él, se presenta como un campo de batalla (11,2-22) en el que tendremos que definirnos: ¿De qué lado estamos? (11,23).

No hay que darle chance al demonio con un retroceso.  Para impedirlo, una persona liberada debe mantenerse en la raya,  en el campo de Jesús, construyendo la fidelidad en la renovación continua de la fe y en el aprendizaje del Evangelio. Este es el verdadero “estar y recoger conmigo” (11,23).  Ése es el corazón que deja de “ser” duro y recorre el camino de la conversión.

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:

(Sugerimos responder la pregunta planteada al comienzo de las pistas de hoy)