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Segunda Semana de Cuaresma
Restaurar la comunión (III): parábola del padre misericordioso
Lucas 15,1-3.11-32

Me levantaré e iré a mi Padre” 

De nuevo la contemplación de la misericordia del Padre nos invita a un nuevo reposo sabático.  Estamos ante la que un autor contemporáneo llamó “la más grande historia corta jamás contada”.

Hoy podemos retomar con mayor calma el tema de la restauración de la comunión, como camino de conversión, que nos han presentado los evangelios de los últimos días.  Todas las rupturas se van sanando a partir de la memoria del amor de un Padre que hace recapacitar y volver al hijo perdido. Igualmente el hijo que nunca se fue de casa es invitado, a partir de la conversión del hermano, a aprender que la comunión con el Padre no es simplemente compartir la misma casa. Podemos apreciar en este evangelio todo el movimiento que va de la ruptura personal hasta la fiesta de la comunión.

Esta parábola del Padre Misericordioso está abordada en el cuarto domingo de cuaresma (21 de marzo). Remitimos a los lectores a esas páginas.

De camino hacia el Padre misericordioso
Lucas 15,11-32

“Había que hacer fiesta y alegrarse porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida”

Al terminar la segunda semana de Cuaresma somos invitados nuevamente a contemplar el corazón del Padre para dejar reavivar en el nuestro la alegría de sentirnos hijos, podernos encontrar más profundamente con Él y recuperar nuestra actitud de hermanos.

Hoy podemos leer el evangelio como la parábola del Padre que nos revela el amor único e incondicional por el hijo pecador y hace fiesta porque es reconocido por Él como padre, e invita al hijo que se consideraba justo para que reconozca a éste como hermano.

La parábola vuelve a invitarnos con  fuerza a ser misericordiosos como el padre (ver Lucas 6,36; 11,4) para no quedarnos fuera protestando por que Jesús hace fiesta con los pecadores (15,28.30).

Parece ser que una de las intenciones principales de Lucas sea llevar el hermano mayor que se siente justo, y por lo tanto no necesitado de conversión, a que reconozca al padre como Él es y acepte su misericordia; solo así podrá liberarse de una relación formal y legalista con Él y pasar a la alegría de sentirse hijo.

Sucede como San Pablo, quien de una observancia a la ley que se había vuelto para él un absoluto, pasó “al sublime conocimiento de Cristo Jesús mi Señor” (Filipenses 3,6.8) y se convirtió de su propia justicia a la misericordia del Padre que le fue ofrecida gratuitamente en Jesucristo. En este proceso de conversión profunda Pablo tuvo que cambiar la imagen de Dios que él tenía y descubrir su rostro humilde y misericordioso que Jesús nos revela.

Nuestra conversión sigue también este proceso descubrimos la misericordia del Padre que trata a todos justos y pecadores como hijos; y desde esta experiencia salimos de nuestro yo y centramos en Él nuestro corazón, pasando de la amargura de nuestro pecado o de la presunción de nuestra justicia, a la alegría del ser hijos del Padre.

Quedémonos en este día contemplando el corazón del Padre como Jesús lo revela en esta parábola (15,12.20.22.23.24.31-32). Así impregnados por su misericordia y sintiendo el gozo de ser hijos recuperaremos el sentido de la fraternidad.

 

Cultivemos la semilla de la Palabra en el corazón


1. ¿En qué se parece y en que se diferencia la actitud de los dos hijos de la parábola? ¿Con cuál de ellos me identifico más?

2. ¿Cómo manifiesto la alegría cuando un hermano mío cambia de camino y vuelve a la vida? ¿Me esfuerzo por ayudar a este cambio?

3. ¿Me considero una persona ‘justa’ que siempre hace bien las cosas y por esto merece ser tenida en cuenta? ¿Qué debo cambiar al respecto?

“Que las almas piadosas se hagan un deber en estos días de salvación: perdonar las ofensas, despreciar las afrentas y olvidar las injurias”
(San León Magno, “Sobre la Cuaresma”)