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Segunda semana de Cuaresma
Restaurar la comunión (I): parábola del rico y el pobre
Lucas 16, 19-31

Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán

 La fraternidad que nace del beber el cáliz de Jesús se rompe cuando no conseguimos compartir la mesa.

La parábola conocida como del “Rico epulón” retrata una escena familiar en nuestra sociedad. Pero no se limita a esto, también nos muestra segunda escena que ahora no vemos pero que vendrá. En el cambio de escena se muestra cómo Dios no es indiferente frente a la situación y cómo toma posición.

La historia gira en torno a la mesa, símbolo de acogida, de comunión, de hermandad:

(1) En la primera parte se describe la tremenda desproporción: por una parte, un rico que se permite los mejores vestidos y una opípara mesa para banquetear todos los días; y por otra parte, un pobre llamado Lázaro, mendigo, con las llagas al desnudo y hambriento (ver Lc 16,19-22).

(2) Con la muerte se invierten las situaciones: el último es llevado por los ángeles a la mesa de Dios, en el puesto de honra, al lado de Abraham; y del rico simplemente se dice que fue sepultado (ver 16,22).

El nombre “Lázaro” se comprende mejor ahora: “Dios ha socorrido”. Quien fue ignorado en la tierra y no tuvo sino a Dios de su parte, ahora goza de su íntima compañía: Él es su plenitud.

La mención de la “consolación” del pobre y del “tormento” del rico (vv.23-26), nos reenvía a la proclamación de las bienaventuranzas de Jesús: “Bienaventurados los pobres porque vuestro es el Reino de Dios... los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados; pero ¡Ay  de vosotros los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo!... ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre” (Lc 6,20-21ª.24-25ª). Esta es la realización del anuncio de la Buena Nueva a los pobres (ver Lc 4,18).

La parábola nos muestra qué es lo que sucede cuando se rompe la solidaridad entre ricos y pobres, cuando el criterio de vida de los primeros es el egoísmo, la indiferencia frente al indigente que está frente a su puerta. Al rico no se le reprocha que tenga bienes sino que se le sugiere con fuerza que no se preocupó de los pobres.

Cuando el rico atormentado intenta hacer algo por salvar a sus hermanos que siguen banqueteando en la tierra e ignorando a sus hermanos pobres, encuentra una única respuesta: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los oigan” (v.29). Se está hablando de las Santas Escrituras: allí se le pide a los israelitas que se preocupen de los pobres, de los huérfanos y de las viudas (ver Éxodo 22,21-24, por ejemplo). Todo ello queda consignado en el mandamiento del amor.

Al final vuelve y se le insiste a aquel que nunca se asomó por el mundo de la miseria: “Si  no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite” (v.31). Si no nos dice nada camino de la Palabra que nos enseña que el compartir y la comunión de bienes es el distintivo de la comunidad pascual (ver Hechos 2,42-44), tampoco el anuncio de la resurrección conseguirá decirnos nada y la miseria del crucificado seguirá prolongándose en sus pobres sin que se conmueva nuestra conciencia.

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:


1. ¿Cuál es el mensaje central de la parábola?

2. ¿Qué relación tiene con el misterio pascual de Cristo?

3. ¿Qué pasos de conversión me pide Jesús en esta cuaresma, de manera que mi vida comunitaria y mi responsabilidad social sea una expresión viva de la comunidad nueva que nació de la pascua?