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Centro Bíblico Pastoral para América Latina del CELAM

Estudio bíblico de base para la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
Segundo de Cuaresma – 24 de Febrero de 2013

 

LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS:
La Gloria hacia la cual nos lleva la Cruz
Mateo 17,1-9

 

“Señor, qué bueno es estarnos aquí”

 

 

“Tu pides una palabra, una revelación...
te he respondido, te he dicho, te he manifestado,
te he revelado todo dándote (mi Hijo) como hermano, compañero, maestro, heredad y recompensa.

Desde el día en que descendí sobre él con mi Espíritu sobre el Tabor, pronunciando estas palabras:
ESTE ES MI HIJO PREDILECTO, EN EL CUAL ME COMPLAZCO. ESCUCHADLO’,
he puesto fin a toda enseñanza, a cualquier otra respuesta. Te lo he confiado. Escúchalo, porque yo no tengo nada más que revelar, que manifestar”

(San Juan de la Cruz).

 


Introducción

 

Entramos hoy en la segunda etapa de nuestro caminar cuaresmal. Este domingo es como la otra cara de la moneda con relación al pasado: si allá contemplamos a Jesús en su humanidad probada, ahora lo vemos en su humanidad glorificada. Para ello nos acompaña el relato de la Transfiguración de Jesús, que este año leemos en Mateo.

El relato de la Transfiguración está conectado con la enseñanza que Jesús acaba de dar sobre el seguimiento: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 16,24). El seguimiento de esta manera causa conflictos a los discípulos, no es sino ver la reacción de Pedro frente al anuncio de la Pasión: “¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!”. A lo cual Jesús responde: “¡Quítate de mi vista, Satanás!” (16,22-23).

El seguimiento del Crucificado exige de los discípulos un replanteamiento de sus expectativas con relación a Jesús. Ellos esperan “gloria”, pero Jesús les habla de “muerte”.

En este contexto sucede la Transfiguración de Jesús.

El relato de la transfiguración de Jesús, sigue los elementos habituales de una “teofanía” (=manifestación divina): la luz, la blancura, la nube, a voz, la montaña.

El relato sigue este esquema:

(1) Una introducción: Ubicación, escogencia de personas y cambio de lugar (17,1)

(2) Una manifestación de Jesús: donde distinguimos a) el acontecimiento visible (17,2-3) y b) reacción de Pedro (17,4), c) un acontecimiento audible con la aparición de la nube (17,5) y d) la reacción de los discípulos (17,6).

(3) Conclusión (17,7-9)

 

Para el evangelista Mateo el episodio reviste una gran importancia. Es interesante notar cómo en medio de su narrativa va repitiendo tres veces: “Y he aquí que”. Lo hace (1) cuando aparecen Moisés y Elías, (2) cuando desciende la nube luminosa y (3) cuando resuena la voz del Padre. A través de ellos se va desglosando el sentido de la transfiguración del rostro y los vestidos de Jesús.

También aquí, como el relato de las tentaciones, podemos notar alusiones al Antiguo Testamento, sobre todo la de la subida de Moisés a la Montaña Santa con tres compañeros y donde la nube de la gloria del Señor lo envuelve en el monte. Entonces Dios lo llama desde la nube (ver Éxodo 24,16). También sabemos que, según Éxodo 34,29, el rostro de Moisés quedó resplandeciente después del encuentro con Dios. Si bien en el caso de Jesús su transfiguración tiene otro origen.

Estamos ante un relato de “manifestación de Jesús” (técnicamente decimos “teofanía”). Ciertamente está relacionado con el acontecimiento de la Cruz que los discípulos sienten resistencia de cargar. El acontecimiento sucede en función de ellos, quienes lo deben interpretar y finalmente ser sus testigos. En la transfiguración Jesús los educa sobre cómo se hace un camino pascual.

Entremos en la lectura del relato siguiendo el esquema previo que se ha señalado.

 

1. Introducción

El relato comienza dándonos algunos pincelazos sobre el tiempo, la escogencia de los compañeros de Jesús y la ubicación,:

 

Seis días después,
toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan,
y los lleva aparte, a un monte alto” (17,1)

 

(1) El tiempo

Seis días después”. Esta es la frase que conecta con el relato precedente de la confesión de fe de Pedro y del anuncio de la Cruz y su seguimiento.

Se podría ver, quizás, alguna alusión a lo que dice Éxodo 24,16: “La gloria de Yahvé descansó sobre el monte Sinaí y la nube lo cubrió por seis días”. Lo notable es que cuando llega el séptimo día Dios se manifiesta plenamente. Es probable, que Mateo no sólo esté pensando en los seis días precedentes sino en el séptimo día que está por venir: el de la manifestación de la Gloria en la Cruz. El séptimo sería el día del cumplimiento (tema que le gusta a Mateo).

 

(2) Los compañeros de Jesús

Son tres: Pedro y los dos hermanos hijos de Zebedeo. La alusión al “hermano”, si bien es una referencia biológica, podría estar cargada de sentido en Mateo, quien gusta de subrayar la fraternidad (la eclesialidad).

Mateo no dice que estos mismos tres acompañen a Jesús en la casa de Jairo (como sí lo dicen Marcos y Lucas). De esta manera nos encontramos que se traza un arco entre este momento y el momento definitivo, cuando 26,37  lo acompañen en el Getsemaní, en la introducción de la Pasión.

 

(3) La ubicación

En Mateo encontramos alusión a tres montes significativos: el de las tentaciones (4,8), el de la transfiguración (17,1) y el del envío de los Once por el mundo entero por parte del Señor resucitado (28,16). Pero también en el evangelio de Mateo encontramos:

- Mt 5,1 - 8,1: la montaña de la predicación de la Nueva Ley

- Mt 14,23: la montaña de la oración

- Mt15,29: la montaña de la multiplicación de los panes

 

Una tradición ha querido ver en la montaña aquí referida la montaña del Tabor, en el Valle de Esdrelón, en Galilea. Pero los evangelistas no le dan nombre. La referencia a las experiencias que Moisés tiene de Dios en la montaña durante el éxodo, podrían darnos la ruta para comprender mejor el sentido de la montaña.

 

2. La manifestación de Jesús

Jesús les permite a sus tres discípulos el acceso a la revelación de su divinidad, pero a las implicaciones. De una forma gradual el relato va aumentando el suspenso hasta el momento culminante cuando la nube de la gloria los envuelve y se escucha la voz del Padre. Todos los elementos están conectados.

 

(1) Un acontecimiento para abrir los ojos (17,2-3),

Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él”

 

El cuerpo transfigurado

Jesús fue “transfigurado”: un cambio notable se da en su rostro y en sus vestidos (el resplandor de su cuerpo traspasa los vestidos).

Para ayudar a entrar en el acontecimiento, Mateo acude a los símbolos del sol y de la luz: “como el sol… como la luz”.  El sol y la luz son símbolos del cumplimiento, de lo divino, así como la “tiniebla extrema” simboliza la desventura y la lejanía de Dios. Ya desde el principio del evangelio habíamos sido familiarizados: “A los que habitaban en parajes de sombras de muerte una luz les ha amanecido” (4,16).

En el Antiguo Testamento cuando se dice que Dios refleja su presencia a través una persona se acude a esta simbología, como en Jueces 5,31: “Aquellos que lo aman son como el salir del sol con todo su fulgor”. La luz entonces remite a la divinidad, como en Mateo 28,3: “El Ángel del Señor… su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve”.

 

La aparición de Moisés y Elías

La aparición de Moisés y Elías nos confirma que estamos en el ámbito de la divinidad, porque ambos ya están glorificados. Tanto el uno como el otro habían sido personas llevadas al cielo:

·      En el caso de Elías, nos lo dice 2ª Reyes 2,11: “Elías subió al cielo en el torbellino”.

·      En el caso de Moisés, a pesar del dato bíblico de su muerte (ver Deuteronomio 34,1-12), sabemos también que en los tiempos de Jesús estaba difundida una leyenda popular que los consideraba llevado al cielo (ver Flavio Josefo, “Antigüedades Judías”, 4,323). Aún prescindiendo de este dato, el hecho de que Moisés también haya sido “transfigurado” nos invita a verlo en el ámbito privilegiado de una relación muy especial con Dios.

 

Por otro lado, ambos personajes están relacionados con la llegada del Mesías, según la literatura bíblica tardía: “Acordaos de la Ley de Moisés, mi siervo, a quien yo prescribí en el Horeb preceptos y normas para todo Israel. He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible” (Malaquías 3,22-23).

No sabemos el contenido del diálogo que se desenvuelve entre los dos personajes celestiales y Jesús (Lucas 9,31 sí nos da el contenido). Para Mateo basta con la contemplación del cuadro de tres personajes resplandecientes. Lo importante es el tipo de relación que establece entre ellos.

Queda entonces la pregunta sobre el valor de la presencia de Moisés y Elías en la Transfiguración de Jesús.

Moisés y Elías representan la antigua Alianza: Moisés representa la Ley y Elías a los Profetas. Frente a ellos está Jesús, quien retoma el valor de estos dos personajes y va más allá de ellos.

Toda la antigua Alianza se orienta hacia la revelación definitiva de Dios en Jesús y se rinde ante la Ley definitiva revelada en Él. Jesús no es un legislador más ni es un profeta más, Él es el “Hijo”.

Pero Mateo nos da una pista: Jesús, quien ha dicho que no vino “a abolir la Ley y los Profetas” sino “a dar cumplimiento” (5,17; ver 7,12; 11,13; 22,40), ahora dialoga con los representantes de Ley y los Profetas: el misterio Pascual es el cumplimiento anunciado y Moisés y Elías son sus testigos.

Jesús es presentado en el evangelio de Mateo como el “nuevo Moisés” que viene a establecer la Nueva Alianza. Jesús es la plena realización del acontecimiento del éxodo, cuando Moisés llega a lo alto del Sinaí (ver Éxodo 19). Allí el Señor se le aproximó “en la oscuridad de una nube” (Exodo 19,9). El rostro resplandeciente es semejante al de Moisés después del contacto con el Señor (ver Éxodo 34,29-35).

 

 (2) La reacción de Pedro (17,4),

“Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús:

‘Señor, bueno es estarnos aquí.

Si quieres, haré aquí tres tiendas,

una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’” 

 

También en las reacciones notamos una secuencia. Pedro es el primero en reaccionar, luego lo harán los otros ante la nube.

Pedro llama a Jesús: “Señor”, un título muy usado por los discípulos para llamar a Jesús en el evangelio de Mateo. El de Pedro es un grito de oración, un clamor. De esta forma expresa el gozo indecible que proviene de la contemplación de la gloria.

Enseguida propone construir tres tiendas. La idea de construirlas es de por sí insensata, pero Mateo no la ve así. Más bien capta el deseo de Pedro de retener el instante, lo permanecer ya en lo definitivo, aquello lo que por medio de la visión se hizo accesible a los ojos humanos.

Esta actitud particular de Pedro en la escena es confirmada en cierto modo por lo que retiene la antigua tradición cristiana: “Porque recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime Gloria le dirigió esta voz: ‘Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco’. Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo” (2 Pedro 1,17-18).

 

(3) Un acontecimiento para abrir los oídos (17,5),

“Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle’”

La aparición de la “nube luminosa” indica la presencia de Dios. Es claro que estamos dentro del universo simbólico de la Biblia. En la peregrinación en el desierto que hizo la generación de Moisés, la “nube” acompañaba al pueblo. Cuando llegamos al momento culminante del libro del Éxodo vemos cómo la “nube” se posaba sobre la tienda del encuentro y la gloria del Señor llenaba la morada (Éxodo 40,35).

Para los tiempos definitivos, con la llegada del Mesías, se esperaba un acontecimiento de este tipo: “El Señor entonces mostrará todo esto; y aparecerá la gloria del Señor y la Nube, como se mostraba en tiempo de Moisés…” (2 Macabeos 2,8)

Lo que está sucediendo en este momento es extraordinario y merece una prolongada contemplación de acogida del Dios-con-nosotros, el Dios de la Alianza, que está aquí (ver 18,20-21) y nos habita.

La voz de la nube constituye el punto culminante de la escena. Mateo ha puesto en perfecto paralelo la voz de la nube en la transfiguración y con la de 3,17: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”. El trasfondo probable es Isaías 42,1. Ya había aparecido antes en 12,15-16, donde remitiéndose al primer cántico del Siervo de Yahvé se describía la imagen del Mesías, donde el rasgo más marcado era el del Mesías manso. Un “Siervo de Yahvé”.

 

¡Escuchadle!

Jesús, cuanto Hijo de Dios, le trae al mundo la salvación definitiva que se hace visible en su transfiguración y comunión con los personajes celestiales. Por eso se le debe escuchar: Él es la plenitud de lo que “dicen” la Ley y los Profetas.

Probablemente haya aquí una referencia a Dt 18,15: “Yahvé tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis”. Pero el “Hijo de Dios” es mucho más que el profeta final parecido a Moisés. Quien quiera llegar a la meta definitiva de su existencia, quien desee recibir la plenitud del sentido de la vida, debe dirigirse a Él.

 

(4) reacción de los discípulos (17,6-7).

Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo”

Como reacción, los tres discípulos caen rostro en tierra –un gesto de adoración- y sienten un gran miedo.

El “miedo”, en realidad “temor religioso”, es conciencia de estar ante alguien muy grande. Enseguida se siente la distancia que tenemos con Dios, reconocemos quién es Él y quiénes somos nosotros en su presencia.

 

3. Conclusión (17,7-9)

“Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo:

‘Levantaos, no tengáis miedo’.

8Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. 9Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó:

‘No contéis a nadie la visión

hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos’”

 

Los discípulos vuelven a la realidad terrena. Vemos ahora cómo quedaron de los eventos de la Transfiguración de Jesús, de la aparición de Moisés y Elías y del posarse de la nube de la Gloria sobre ellos.

Quien ha tenido una visión cae como atontado, como muerto. Así sucede, por ejemplo, en Daniel 8,17: “Él se acercó al lugar donde yo estaba y, cuando llegó, me aterroricé y caí de bruces… Mientras él me hablaba, yo me desvanecí, rostro en tierra. Él me tocó y me hizo incorporarme donde estaba”; ver también 10,9; Apocalipsis 1,17).

Para volver en sí los discípulos tienen necesidad de la ayuda de otro. En este caso, de Jesús.

En la conversación final que se da mientras Jesús y los discípulos descienden de la montaña, la transfiguración de Jesús es interpretada. La orden de callar sobre la visión hasta la resurrección del Hijo del hombre nos da la pista: En la visión a los discípulos se les concedió ver anticipadamente al Jesús perfecto, resucitado.

Cuando llegue la Pascua los discípulos vivirán plenamente este acontecimiento. Lo que sucede en Jesús se realizará también ellos. No perdamos d e vista que este “transfigurar” a Jesús, tiene una fuerte dimensión eucarística: nos hacemos uno sólo con Jesús para reflejarle al mundo su gloria. Para esto hay que hacer el camino eucarístico de la Cruz.

 

4. Releamos el Evangelio con los Padres de la Iglesia

4.1. San Jerónimo: La nube del Espíritu Santo

“Apareció después una nube que los envolvió con su sombra. Mateo precisa que esta nube era luminosa. En mi opinión esta nube es la gracia del Espíritu Santo. Ella cubre seguramente la tienda y envuelve con su sombra a aquellos que se abrigan debajo de ella. En una palabra, la función que normalmente desempeñan las tiendas esta vez es cumplida por la nube.

¿Eras tú quien querías hacer tres tiendas, Pedro? Miras, hay sólo una tienda del Espíritu bajo la cual también nosotros encontramos igual protección. Su tú hubieras hecho tres tiendas, las habrías hecho con medios humanos; y ciertamente que las habrías construido de manera que abrigaran de la luz para hacer sombra en ellas.

Esta nube, por el contrario, es al mismo tiempo luminosa y capaz de envolver con su sombra. Quiero decir, en fin, que esta única tienda no excluye el sol de la justicia, sino que lo incluye. El Padre podría decirte: ¿para qué quieres hacer tres tiendas? Mira que tengas el verdadero tabernáculo”

(San Jerónimo, In Mc. homil. VI)

 

4.2. San Agustín: Bajar del monte

“¡Baja, Pedro!

Querías descansar en la montaña, pero baja.

Ora la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, argumenta, exhorta, reprende con toda longanimidad y doctrina (ver 1 Timoteo 4,2).

Trabaja, suda, padece algunos tormentos para poseer la caridad, por el candor y la belleza de las buenas obras, lo cual está significado en las cándidas vestiduras del Señor.

En la lectura del Apóstol, escuchamos su alabanza de la Caridad: ‘No busca su propio interés’ (1 Corintios 13,5). No busca su propio interés, una vez que hasta incluso da lo que posee (…).

Pedro todavía no entendía esto cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña.

También esto, Pedro, te estaba reservado, pero para después de la muerte. Por ahora Él dice: baja a trabajar en la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado y crucificado en la tierra.

El que es la Vida descendió para morir; el que es Pan descendió para tener hambre; el que es Camino descendió para cansarse en el viaje; el que es Fuente descendió para tener sed. ¿Y tú le sacas el cuerpo al trabajo?

No busques lo que es tuyo. Ten caridad, ora de vedad, entonces llegarás a la eternidad donde encontrarás seguridad”

(San Agustín, Sermón 78,6)

 

5. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:

5.1.      ¿Qué particularidades tiene el relato de la Transfiguración en la versión de Mateo?

5.2.      ¿Dónde están los énfasis del texto? (pista: ver, oír; el “he aquí que…”; la progresión, etc)

5.3.      ¿Qué sentido tienen: la transfiguración del cuerpo de Jesús, la aparición de Moisés y Elías, la nube luminosa?

5.4.      ¿Por qué Pedro quiere quedarse en la Montaña? ¿Qué le pide Dios?

5.5.      ¿Qué voy a hacer para que mi vida cada vez más transparente la de Jesús? ¿En qué puntos de vida espiritual estoy trabajando en esta Cuaresma?

 

P. Fidel Oñoro, cjm

Centro Bíblico del CELAM

 

Maestà - Siena

 

Transfiguración. Duccio di Bouninsegna

 

Anexo 1

Pistas sobre las otras lecturas del Domingo

Sumario: “Este es mi Hijo Amado, ¡Escuchadlo!”, en la transfiguración la voz del Padre revela a los discípulos que el verdadero camino hacia él es Cristo, la Palabra viviente de Dios. En Él y por Él se realiza el proyecto divino anunciado a Abraham: “En ti serán bendecidas todas las familias de la tierra”. Esta bendición y esta salvación se nos conceden por pura gracia, proclama Pablo en la segunda carta a Timoteo: “Dios nos ha salvado, no a causa de nuestros propios actos, sino a causa de su proyecto”. En este tiempo de Cuaresma entremos en este proyecto y cantemos con el salmista: “Que tu amor, Señor, sea sobre nosotros como lo esperamos de ti”.

 

Primera lectura: Génesis 12,1-4

Después que el domingo pasado escuchamos la narración de la creación y caída de los primeros padres, una nueva etapa comienza en la Historia de la Salvación: Abraham es llamado por Dios para dejar su tierra, su familia y salir para la tierra de la promesa. Abraham responde de forma decidida e inmediata.

Este texto ocupa un lugar importante en la Biblia. Los capítulos anteriores del libro del Génesis tratan sobre la condición humana en general y sobre la violencia inherente a ella. Dios resuelve recomenzar después del diluvio. La tierra se repuebla con Noé y sus hijos. Luego Dios emprende una historia nueva a partir de Abraham. Lo llama para hacer Alianza con Él. Este llamado es precisamente el texto de hoy.

La Alianza con Abraham, así como la Alianza con Noé, es incondicional. Dios se compromete unilateralmente con ella ofreciendo su bendición.

Llama la atención que se menciona cinco veces la palabra “bendición”. Hasta el momento el libro del Génesis había registrado cinco maldiciones pronunciadas sobre la serpiente, la tierra, Caín, nuevamente la tierra y Canaán (ver Gn 3,14.17; 4,11; 5,29; 9,25). Con Abraham la historia de maldición y de desobediencia, iniciada con Adán y Eva, quienes deciden apropiarse de la divinidad, ahora toma un sentido contrario.

En el lenguaje bíblico, la bendición es una palabra fuerte que produce necesariamente su efecto. Ella está relacionada con la fecundidad. Después de la creación del mundo en seis días, Dios “bendijo” a sus creaturas a partir del quinto día, y a partir de ese momento ellas se convierten en “seres vivientes”. Bendice los peces y los pájaros diciendo: “Sed fecundos y multiplicaos, llenad los mares, que los pájaros se multipliquen sobre la tierra”. El sexo día, bendice a los seres humanos, pero curiosamente no bendice los animales terrestres. Esta diferencia de trato entre los animales ilustra la noción bíblica de bendición. La bendición divina produce necesariamente su efecto, es imposible ofrecer un espacio único a dos grupos rivales. Sería lanzarlos unos contra otros en una guerra sin fin. Dios bendice, por tanto, el grupo al cual invita a dominar el espacio común y a organizarlo en beneficio de todos.

En nuestro texto, la bendición está generalmente ligada a la fertilidad. Dios quiere hacer de Abraham el padre de una gran nación. Pero la bendición no es ofrecida exclusivamente a esta nación, en detrimento de los otros pueblos: “En ti serán bendecidas todas las familias de la tierra”.

Al final de texto se subraya la obediencia de Abraham al proyecto de Dios: “Abraham salió, como el Señor le había ordenado” (12,4). Todo lo contrario de la desobediencia de la primera pareja humana.

La Historia de la Salvación propiamente dicha comienza. Su corazón es la Alianza que Dios concluye con Abraham y su descendencia. Su culmen es la Nueva Alianza en Jesucristo, por medio de Él también la bendición –y gracias a su obediencia al Padre- se expandirá sobre toda la tierra (ver Romanos 5,19).

 

Salmo responsorial: Salmo 33 (versión litúrgica: 32), 4-5.18-19.20.22

Este Salmo es un himno a la Providencia divina. El punto de partida de la oración es la captación del inmenso amor de Dios: “Del amor de Yahvé está llena la tierra” (v.5b)

La primera estrofa aclama la Palabra de Dios: “Pues recta es la Palabra de Yahvé…” (v.4ª). Esta expresión no se refiere aquí a las Santas Escrituras sino a la “Palabra” que trajo el mundo a su existencia: la “Palabra creadora”.  El orante ve enseguida la relación entre lo que Dios dice y hace. Muestra la rectitud de las obras de Dios y la rectitud que espera de los seres humanos: “Él ama la justicia y el derecho” (v.5ª).

La segunda estrofa desarrolla una idea muy querida para el salmista: Dios es un guardián que vela sobre sus fieles: “Los ojos de Yahvé están puestos sobre quienes le temen, sobre los que esperan en su amor” (v.18). Dios mira el mundo atentamente, nada se le escapa. Pero no es un espía de los hombres, para ver cómo los castiga, sino que su “velar” es el propio de un padre que está atento para que nada les falte a sus hijos. El brazo de Dios interviene para proteger y hacer crecer la vida: “Para librar su alma de la muerte, y sostener su vida en la penuria” (v.19).

La última estrofa describe el doble movimiento convergente que une al creyente con Dios. Hay un movimiento descendente: “sea tu amor sobre nosotros”. También un movimiento ascendente: “en ti está nuestra esperanza” (v.22).

 

Segunda lectura: 2 Timoteo 1,8b-10

En el contexto, Pablo le pide a Timoteo que “renueve” en él (en el sentido de “reavivar” una llama que puede apagarse) el carisma recibido por la imposición de sus manos (ver 1,6)..

Puesto que el texto seleccionado para la liturgia comienza en medio del párrafo, no se alcanza a percibir este contexto, pero es importante: ésa es la “fuerza de Dios” a la cual se refiere en el v.8c.

A lo largo de este pasaje (que tiene carácter hímnico), Pablo exhorta a Timoteo para que sea fiel a su misión apostólica y para que enfrente con valentía las dificultades y pruebas con las cuales se va deparando a lo largo de su ministerio. El gran apoyo es la “fuerza de Dios” que llama a todos los hombres a la salvación en Cristo.

Por tanto, reavivar la llama exige un volver a centrarse en Dios que salva y llama, quien realiza en Jesucristo su proyecto de amor (1,9). Este proyecto de amor ha seguido etapas: “desde toda la eternidad” hasta la “manifestación de nuestro Salvador” (1,9b-10a).

Notemos cómo el v.9 presenta la gratuidad del llamado divino a la santidad. El llamado no obedece a méritos humanos sino que proviene del mismo Dios, quien toma la iniciativa, haciendo partícipes a todos los hombres de su santidad.

Luego el v.10 no remite a la revelación fundamental de esta gratuidad de Dios: Jesucristo. Pablo se refiere, por una parte, al misterio de la encarnación por medio de cual la eternidad entró en el tiempo y se manifestó a los hombres en Jesús. Pero por otra, el apóstol apunta al ministerio de la redención obrado en la muerte y resurrección de Cristo. En Él la muerte ha sido destruida y la resurrección produce frutos de vida e inmortalidad “por medio del Evangelio”.

Una doble mención de “Evangelio” enmarca el himno: “Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio” (1,8b) y “Cristo Jesús… ha hecho irradiar vida e inmortalidad por medio del Evangelio” (1,10b).

La preeminencia de seis participios en sólo tres versículos le da al texto un tono hímnico que marca el paso de la instrucción a un discípulo a la celebración lírica de la grandeza del amor de Dios.

 

(J. S. y F.O.)

Anexo 2

En la escuela de los orantes con la Lectio Divina

Le damos la voz a la biblista y teóloga española Dolores Aleixandre rscj, en su aproximación a las lecturas dominicales de la Cuaresma: “Esa ‘escuela de danzantes’ que llamamos Cuaresma”.

 

  

 

El monte de la transfiguración (Mt 17,1-13). La danza de lo paradójico

 

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Transfiguración. Obra de Fra Angélico

 

El texto de la transfiguración en Mateo comienza por un dato significativo: "Seis días después...". Inevitablemente el lector se pregunta qué es lo que pudo ocurrir de tanta importancia seis días antes y se encuentra en el contexto anterior con el anuncio de la pasión:

"Desde entonces empezó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén, padecer mucho a manos de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día Entonces Pedro lo tomó aparte y empezó a increparlo: ?¡Líbrete Dios, Señor! ¡No te pasará a ti eso! Jesús se volvió y dijo a Pedro: ?¡Retírate, Satanás! Quieres hacerme caer. Piensas al modo humano, no según Dios. Entonces dijo a los discípulos: El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque si uno quiere salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierde su vida por mí, la salvará. A ver, ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero si malogra su vida? ¿Y qué podrá dar para recobrarla? Porque este Hombre va a venir entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar a este Hombre como rey". (Mt 16,21-28)

Este es el pórtico de entrada a la escena de la transfiguración y su función parece ser la de evocar el caos y las tinieblas anteriores al día primero en el que dijo Dios: "Que exista la luz. Y la luz existió” (Gen 1,3). Este "guiño" del relato es una alusión clara a la definitiva Creación y presenta la transfiguración de Jesús como el Sábado definitivo. Pero además, el contexto del anuncio de la pasión y la resistencia de Pedro, nos recuerdan la imposibilidad de separar los aspectos luminosos de la existencia de los momentos oscuros, el dolor del gozo, la muerte de la resurrección. La contigüedad de las dos escenas parece comunicarnos la convicción pascual de que el inundado de Luz es precisamente aquel que consintió en atravesar la noche de la muerte y accedió a la ganancia por el extraño camino de la pérdida.

Pedro, y con él todos nosotros, intenta retener los momentos de ganancia ("hagamos tres tiendas aquí, donde te manifiestas resplandeciente, donde se escucha la voz del Padre y donde te rodean Moisés y Elías..."), lo mismo que poco antes había rechazado los de pérdida: "¡Líbrete Dios, Señor!".

 

Invitados a la danza de lo paradójico

"¡Salid de vuestras tinieblas! Dejad atrás la seguridad del valle y emprended sin miedo la subida al monte, porque arriba os espera la luz!". Esta podría ser la propuesta del evangelio de la transfiguración.

“Renunciad a vuestras ideas equivocadas sobre Dios y a lo que creéis que es pérdida o ganancia, abríos a la novedad absoluta de Jesús y de su Evangelio, atreveos a romper con vuestra búsqueda codiciosa y obsesiva de ganar, poseer, conservar y, en lugar de ello, arriesgaos en un camino inverso de pérdida, derroche y entrega, sin más garantía que Su palabra.

Estad dispuestos al vuelco radical que supone llegar a "pensar y sentir como Dios" y a conformar con los criterios del Evangelio vuestra idea de lo que es luz y oscuridad, salvar la vida o perderla.

Comportaos como los verdaderos discípulos, disponeos a romper con vuestros viejos esquemas mentales, a cambiar de lenguaje y de significados, a cuestionar vuestra propia lógica y vuestras ideas aprendidas en otras escuelas.

Prestad oído a la promesa de vuestro único Maestro: "Al que se venga conmigo, voy a llevarle a la "ganancia" por el extraño camino de la "pérdida": ese es el camino mío y no conozco otro. La única condición que pongo al que quiera seguirme, es que esté dispuesto a fiarse de mí y de mi propia manera de salvar su vida, que sea capaz de confiármela, como yo la confío a Aquél de quien la recibo. La suya será siempre una vida sin garantía y sin pruebas, en el asombro siempre renovado de la confianza: por eso no puedo dar más motivos que el de "por mi causa".

Permaneced en lo alto del monte "firmes como si vierais al Invisible" (He 11,27), hasta que la prioridad del Señor y su Reino polarice y relativice todo lo demás, hasta que vuestras pequeñas preocupaciones y temores vayan pasando a segundo término y la lógica de lo evidente se quede atrás.

La luz de la transfiguración os atrae a una manera de creer en la que la fe no es una manera de saber o de comprender, sino la decisión de fiaros de Otro, y de exponer la vida entera a una Palabra que hará saltar los límites de vuestros oscuros hábitos y valoraciones.

Entrad en esa danza y vuestra vida entera se convertirá en una apuesta arriesgada, más allá de cualquier pretensión de poseer certezas definitivas”.

 

En la plaza

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,

sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,

llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

 

No es bueno

quedarse en la orilla

como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.

Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha

de fluir y perderse,

encontrándose en el movimiento con que el gran corazón

de los hombres palpita extendido.

 

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,

y le he visto bajar por unas escaleras

y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.

La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.

Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,

con silenciosa humildad, allí él también

transcurría.

 

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.

Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,

un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,

su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,

con los ojos extraños y la interrogación en la boca,

quisieras algo preguntar a tu imagen,

no te busques en el espejo,

en un extinto diálogo en que no te oyes.

Baja, baja despacio y búscate entre los otros.

Allí están todos, y tú entre ellos.

Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

 

Entra despacio, como el bañista que, temeroso,

con mucho amor y recelo al agua,

introduce primero sus pies en la espuma,

y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.

Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.

Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos

Y se entrega completo.

Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,

y avanza y levanta espumas, y salta y confía,

y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

 

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.

Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.

¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir

para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

(Vicente Aleixandre)

 

[Tomado de “Esa escuela de danzantes que llamamos cuaresma”, de Dolores Aleixandre]

 

Anexo 3

Sugerencias para los animadores de la liturgia

 

I

La renuncia y la mortificación de la Cuaresma no son un fin en sí mismas, sino que se proponen como un itinerario de “transfiguración”. Moisés y Elías subieron al monte de la transfiguración en medio de severas cuaresmas. Para Cristo, el camino de la Cruz vino a demostrarse camino de Gloria. Apoyada en esta convergencia de la Ley, los Profetas y el Evangelio, también la liturgia nos propone la entrada en el mismo camino pascual.

 

II

Las primeras lecturas del leccionario dominical de la Cuaresma proporcionan una visión panorámica de la Historia de la Salvación, presentando cada Domingo una de sus grandes etapas y figuras: (1º) Adán/Creación-pecado, (2º) Abraham/Vocación, (3º) Moisés/Éxodo-Alianza, (4º) David/Realeza, (5º) Exilio/Promesa de nueva Alianza. Es importante valorar estas figuras y temas, poniéndolas a dialogar con el Evangelio del domingo correspondiente.

 

III

Toda la pastoral de la comunidad en este tiempo debería tender hacia la Pascua, sintonizando y sincronizando sus ritmos con la liturgia. Conviene ayudar a las comunidades a tomar conciencia de la Cuaresma como itinerario de renovación, señalando bien el camino y marcando sus etapas con celebraciones. Sería bueno, por ejemplo, que se pudiera anunciar desde el principio el programa de las celebraciones penitenciales, con y sin el sacramento de la Reconciliación.

 

IV

Para los lectores.

 

Primera lectura: No es difícil su proclamación. Con todo, es bueno hacer sentir las dos voces: el narrador y Dios (no necesariamente dos lectores sino que se marque la diferencia). Atención, en esta lectura el nombre no es “Abraham” sino “Abram”. Además, no se descuiden las reglas del arte de la proclamación: respiración, articulación y pronunciación.

 

Segunda lectura: Tampoco es complicada. Claro que hay que tener presente que en una sola frase ya tenemos la mitad de la lectura: “Este don, / que Dios ya nos ha concedido por medio de Cristo Jesús desde toda la eternidad, // ahora se ha manifestado con la venida del mismo Cristo Jesús, nuestro salvador, // que destruyó la muerte / y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad, por medio del Evangelio”. (Sugerimos marcar el texto para asimilar la división).

 

(V.P. – F.O.)

Anexo 4

Para prolongar la meditación y la oración

 

 

Dios está en mis actos de amor (Mateo 17,1-9)

 

Transfiguración. Obra de Kilo Argüello

 

Dios entra y permanece
allí donde yo estoy,
donde  mi ser escoge,
gracias a él
y a su luz escondida
en el corazón de mi alma,
ser hacia mi hermano
un amor que se inflama.

 

                       (Franck Widro)